Un día nos sorprende con el siguiente titular de alto voltaje: “Acabaré con la guerra de Ucrania en 24 horas”. Más adelante, el mundo asiste prácticamente en directo a una acalorada bronca en el Despacho Oval con Zelensky. Y a los pocos días, cuando todavía no se ha enfriado ese café, nos olvidamos de Ucrania porque la batalla que ocupa las portadas de los medios en todo el mundo es económica y arancelaria. ¿Casualidad? Nada en política lo es.

Trump está llevando al extremo la estrategia de ‘inundar la zona’. Abruma a oposición, medios y ciudadanía con una marea inabarcable de declaraciones y anuncios que impiden articular una respuesta eficaz. No es un planteamiento nuevo ni Trump es el único líder ansioso en dirigir la agenda pública a su antojo: se trata de una práctica global en la comunicación política contemporánea y consiste en controlar el ritmo de la agenda mediática y pública. No tanto el qué, sino el cuándo y el cómo.

Llevémoslo al terreno nacional. Pedro Sánchez tiene un mejor día cuando la prensa dirige el foco hacia las privatizaciones de la sanidad madrileña o hacia los pactos del PP con VOX. Y mientras,no deja pasar la oportunidad de ponerse al frente de Europa en su respuesta a los aranceles de Trump justo cuando arrecian las sospechas en torno al caso Ábalos. ¿Coincidencia? Ya saben la respuesta.

Este fenómeno tiene nombre académico, las teorías de la Agenda Setting y del Framing. Explican cómo los medios y los actores políticos moldean nuestra atención colectiva seleccionando aquellos aspectos que adquirirán la categoría de ‘noticia’ y el enfoque que tendrá, es decir, los aspectos que destacarán en esa información. La Agenda Setting decide de qué se habla, mientras que el Framing (encuadre) cómo se piensa sobre ello, y en este último punto reside la clave: la construcción de marcos, de sentidos compartidos y de relatos que expliquen el mundo desde una óptica concreta.

Partidos y gobiernos afinan su maquinaria para diseñar una explicación de la realidad que conecte emocionalmente con sus públicos. Ponemos el foco en unos problemas y proponemos unas soluciones que serán compartidas por aquellos individuos que consuman el producto mediático. Como estarán pensando, el enfoque que unos proponen choca con el que defienden otros. Y ahí está lo interesante del juego. Quién es más hábil para que su marco logre protagonismo y tanto los temas que defiende como la manera de interpretarlos, permee en la opinión pública, generando una corriente a favor.

La batalla por marcar la agenda alcanza su punto álgido en una campaña electoral. Ahí es, precisamente, donde se mide el músculo comunicativo, tu capacidad para orientar la conversación pública y de generar ilusión o enfado para mover el voto o congelarlo. Porque, tal y como queda de manifiesto cada vez con más claridad, las elecciones giran en torno a la movilización y el aletargamiento. Esto es, a cuántos animas para votar y cuántos deciden quedarse en casa.

Es difícil estimar quién va ganando la contienda de los temas durante el transcurso de una campaña. ¿Es la vivienda la máxima preocupación de los españoles? ¿Hasta qué punto el miedo a la extrema derecha es capaz de unir a un electorado fragmentado? ¿Cómo influyen las concesiones a Cataluña al resto de españoles? Recuerden la mítica frase de Bill Clinton en el 92: “Es la economía, estúpido”.

Solo al final, cuando ya es tarde para enmendar discursos y estrategias, llegan los opinólogos sentenciando veredictos: “¡Estaba claro!”. Amigos y amigas, a novillo pasado, todos somos toreros.