Podría suceder,
Todo podría suceder,
La historia se repite una y otra vez,
Como un martillo en la pared.
Es la letra de una canción de Amaral que escucho mientras escribo estas líneas. También podría ser la historia reciente del Real Zaragoza, que ha entrado en un bucle de repetición del que es complicado salir. Golpe tras golpe, año tras año, con la misma cadencia y el mismo sonido. La historia se repite una y otra vez. Con la misma cadencia y el mismo sonido. Es el sonido que hacen las promesas cuando no se cumplen, el de la decepción cuando se consuma y el sonido que hace el enfado cuando se convierte en constante. Al final, es la señal acústica del fracaso. Por mucho que lo escuches, no te acostumbras, aunque sí te puede llegar a anestesiar. Y, algo que le pasa a este club, el fracaso es más complicado de gestionar si antes has sabido qué es el éxito.
El Real Zaragoza tiene algo que ver con la creencia en Dios, con la existencia de vida fuera de la Tierra o con la posibilidad de que todos los políticos, sean del partido que sean, unan fuerzas para buscar el bien común: es cuestión de fe.
La liga de segunda ha superado su ecuador y, aunque el fútbol tiene un punto de imprevisibilidad, no hay un sólo dato objetivo que permita pensar en que el anhelado ascenso será posible a final de temporada. Ni la calidad de la plantilla, ni el acierto de la dirección deportiva en los fichajes, ni las palabras de una propiedad lejana, en lo físico y en lo emocional, dan motivos suficientes para creer en algo ya tan etéreo como volver a primera. Pero la fe permite al creyente ver lo que no se ve, y permite creer en lo que parece imposible. Y a eso se agarra el aficionado de La Romareda, aunque muchos, quizás la mayoría, se hayan pasado al agnosticismo en algún momento de los últimos 12 años.
¿Quién os ha llamado
A ser juez, jurado y verdugo?
¿Quién os dio el poder para saber
Qué es trivial y qué es profundo?
Así sigue la canción. El juez y el jurado es el fútbol, y a lo largo de una temporada suele ser consecuente con la ley de reciprocidad: esto hago, esto obtengo. Los fallos, los errores arbitrales y la mala suerte suele compensarse en los 10 meses de competición. Y en lo que llevamos de temporada, la posición de mitad de clasificación que tiene el Real Zaragoza posiblemente coincida con lo visto en el terreno de juego en las 22 jornadas disputadas: muchos fallos en defensa y un descaro ofensivo que en el último partido desapareció.
El verdugo, que dice la canción de Amaral, cambia cada cierto tiempo en el club. Todos tienen algo en común: no quieren ser verdugos, pero lo acaban siendo. Algunos terminan prácticamente con la guadaña en la mano, y otros son más sutiles o hacen un ruido más blanco. La actual propiedad, desde un lugar indefinido, casi imaginario, lucha por cambiar ese papel, sin éxito por el momento en lo deportivo, aunque sí en lo económico. Esos dos aspectos, lo económico y lo deportivo, que están obligados a entenderse, no casan bien y generalmente el éxito en lo primero conlleva una contrapartida en lo segundo. Y así se ha demostrado esta temporada, con una plantilla insuficiente para el ascenso.
Ya no es importante quién tiró
La primera piedra
Porque las siguientes sepultaron
Mi alma de pies a cabeza
La temporada comenzó, como suele ser habitual, con ilusión, pero no duró mucho. Víctor Fernández se convirtió en un agujero negro que terminó engullendo todo: los aciertos, los fallos propios y ajenos, las críticas, los halagos, la presión y los focos. Y los agujeros negros suelen terminar colisionando.
La figura del ex entrenador zaragocista, con los afines y detractores que arrastra, también contribuyó a polarizar en medio de un clima que, como siempre que las cosas no salen como se esperan, se vuelve casi irrespirable. En ese ambiente llega Miguel Ángel Ramírez, y se tendrá que acostumbrar a un entorno de presión alta y con poco oxígeno. Y le volveremos a escuchar pedir una unidad que nunca llega. Pero….
Podría suceder,
Todo podría suceder,
La historia se repite una y otra vez,
Como un martillo en la pared.