Ángel y Joely, actuando en un paso de cebra de Zaragoza. Zaragoza
Ángel y Joely, circenses callejeros en Zaragoza: "El arte no debería molestar a nadie, no cometemos ningún delito"
Joely, de 35 años y natural de Andalucía, y Ángel, de 37, venido desde la Ciudad de México, viven del circo, lo hacen en la calle, y lo hacen con "amor".
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El semáforo se pone en rojo en el cruce de la calle Franco y López y la avenida San Juan Bosco de Zaragoza. Los coches frenan, y en pocos segundos, dos personas saltan al paso de cebra. Es entonces cuando seis mazas comienzan a volar por el aire, entre el espacio que separa a Ángel y Joely, dos circenses que han parado en la capital de Aragón en su ruta hacia Alemania.
Joely, de 35 años y natural de Andalucía, y Ángel, de 37, venido desde la Ciudad de México, viven del circo, lo hacen en la calle, y lo hacen con "amor". “Llevo como 15 años haciendo esto en la calle”, cuenta el joven mexicano mientras recupera el aliento tras una función bajo el sol.
Por su parte, Joely cuenta que su carrera comenzó en ferias medievales, aunque se unió al mundo del malabar "hará unos tres años". Fue entonces cuando, junto a Ángel, comenzó a viajar con su compañero como "una forma autogestiva de crear economía, viajar, y conocer nuevas culturas".
Acercar el circo
Y, así, sin carpa ni un gran escenario, es como acercan el circo a las personas. "Es una forma de llevar este tipo de arte a quienes no pueden pagar una entrada", explica Ángel. “No todo el mundo tiene tiempo o dinero para ir a un circo. Nosotros les traemos un poco de eso al semáforo. Es nuestra manera de compartir”, explica el joven. Además, estas actuaciones les sirve a su vez para costearse el día a día "comida, alojamiento... todo”, explica.
Aunque, para ellos, el arte urbano no es solo un sustento económico, sino un acto de resistencia cultural. “Muchos creen que el arte está solo en los museos o en la televisión. Pero esos artistas muchas veces están al servicio de intereses. Nosotros trabajamos para nosotros mismos, con libertad. La autogestión te hace más feliz”, afirma Ángel con convicción.
Lo que reclaman no son subvenciones ni escenarios oficiales, solo "comprensión". "No pedimos que el Gobierno nos dé un local, solo que nos deje trabajar en la calle sin que eso sea un problema. No solo con el circo, también con la música, la pintura, cualquier expresión artística", reclama el artista.
Zaragoza y su gente
Quizás, en plena capital de Aragón, es una imagen rara o curiosa de ver. Aunque, según el artista, es "algo común" en Latinoamérica, donde "hay una gran cultura de circo en la calle". No obstante, Joeli asegura que l gente de Zaragoza "agradece" este tipo de intervenciones callejeras y que, de hecho, "pagan mejor que en otras ciudades”, cuentan.
Eso sí, el verano zaragozano no da tregua. "Aquí hace aire, y eso se agradece", dicen mientras descansan entre actuaciones, aunque añaden que el cierzo "puede ser el peor enemigo para los malabares".
A pesar de todo, no se quejan. El circo es su elección. “El arte también entrena el cuerpo, la mente, te ayuda a desarrollar habilidades. Y en momentos difíciles, incluso puede darte de comer. Si te despiden de una fábrica, saber hacer malabares puede sacarte adelante. Hay que apoyar esta cultura”, explica Ángel.
Es por eso que consideran que el arte en la calle "debe apoyarse". "No es delito, es cultura. Si no lo van a financiar, al menos que no lo frenen. Si gusta, la gente lo apoya. Si no, el artista trabaja más. Pero que nos dejen estar”, reclaman ambos.
Cuando el semáforo vuelve a ponerse en rojo, Ángel y Joel regresan al cruce. Unos segundos de espectáculo, una sonrisa en los rostros del público y unas monedas en el sombrero. El circo y el arte siguen.