La ciudad de Alicante ha quedado fijada en el foco nacional y autonómico en la última semana por dos hechos concretos: el primero, la solicitud formal a las Cortes Valencianas para que sea modificada su catalogación en la Ley de Uso y Enseñanza del valenciano, de hace 42 años, como municipio de predominio castellano. El segundo, por el anuncio de una nueva moratoria, esta vez contra los bloques turísticos, tras la campaña iniciada por una librería cuyo nuevo propietario no quiere renovar su alquiler,

Empezando con el primer hecho, soy consciente de que la historia de Alicante está ligada a la lengua valenciana durante los últimos 730 años, después de que siendo infante de Castilla el que sería Alfonso X El Sabio conquistase la ciudad al Islam. Tras 48 años en la Corona de Castilla, tras la muerte del rey, la ciudad pasó a manos de la Corona de Aragón bajo el reinado de Jaume II.

También soy consciente de que en 1983 se hicieron muchos esfuerzos por todas las partes para que se alcanzase un consenso sobre la lengua valenciana en los inicios del autogobierno autonómico. Un consenso que pasaba por la cooficialidad de la lengua y su fomento.

Pero han pasado 42 años y no todo el mundo está y ha estado por labor de mantener ese consenso. Al igual que desde un lado trataron de ir más allá imponiendo la educación en valenciano a muchos niños y niñas alicantinas cuya lengua materna era el castellano, ahora hay quien quiere cambiar legalmente la adscripción de la ciudad en la ley y eliminar esa historia valenciana de la ciudad. Al menos en lo que respecta a la educación.

En este sentido, coincido con uno de mis mejores amigos cuyas ideas a este respecto están en las antípodas de las mías, que asegura que la lengua debería quedar fuera de la batalla política. Al menos si queremos preservar y fomentar una lengua como patrimonio cultural. Por contra, si lo que queremos es imponer al de enfrente una determinada ideología o financiar con dinero público intereses que van más allá de lo cultural, entonces utilicemos la política y que gane el más fuerte, el que cuente con la mayoría.

Porque cuando la política se mete a legislar sobre la lengua, la que sale perdiendo es la lengua y quienes la hablan, quienes la sienten y aman. Y de nada vale esgrimir la historia para favorecer una u otra posición porque al final la historia es tan amplia y tan diversa que lo mismo vale para justificar una posición que la contraria.

En cuanto al segundo hecho, no deja de sorprenderme que cada temporada nos felicitemos por los buenos datos turísticos de la ciudad y al mismo tiempo estemos demonizando uno de los sectores que más influyen en esos buenos datos, el del turismo vacacional o las viviendas turísticas.

Nunca es buena noticia que cierre una librería, pero debemos conocer el fondo del asunto para saber por qué un propietario de un edificio no quiere renovarle el alquiler. ¿Está dispuesta esa librería a pagar el alquiler a los actuales precios del mercado? ¿O es que el nuevo propietario que ha invertido su dinero en el edificio les plantea unos precios abusivos?

En este caso, como en muchos otros, la realidad es demasiado compleja como para posicionarse con unos o con otros sin saber exactamente cuál es el fondo de la cuestión. ¿Tenemos un problema en Alicante con los bloques turísticos? Aptur, usando datos del propio Ayuntamiento, asegura que estos solo suponen un 0,22% del total de las viviendas de la ciudad. Si es así, el problema no son los bloques turísticos.

Todos estamos de acuerdo en que hay que regular la vivienda turística para que no termine vaciando el centro de las ciudades. ¿Pero eso no se había hecho ya con la moratoria a las viviendas turísticas particulares que además entrañan problemas de convivencia mucho más serios para las comunidades de propietarios? ¿Puede una ciudad como Alicante con una escasísima planta hotelera seguir dando buenos resultados turísticos sin los bloques de vivienda vacacional? El problema es mucho más complejo de lo que se está trasladando a la sociedad alicantina: "un despiadado inversor quiere desahuciar a una pobre librería". Seamos serios.