Los españoles tendemos a pensar que algunos males solo nos quejan a nosotros. Los alicantinos llevamos esta idea incluso al paroxismo. Pero en una sociedad tan globalizada como la actual esta impresión es puro espejismo. En el caso de la política, todo lo que sucede en cualquier lugar de Occidente ya ha sucedido antes en otro sitio, aunque no lo sepamos.

Esta semana Alicante se ha desperezado de las ya lejanas Navidades con una campaña de la izquierda en contra del pacto PP-Vox para los presupuestos municipales. ¡Qué llega la ultraderecha!, claman desquiciados socialistas, nacionalistas o podemitas alicantinos y su prensa afín. Precisamente los mismos que callan ante los despropósitos del PSOE de Pedro Sánchez: pactar con Junts algo que no explican y que seguramente no saben, pero que afecta negativamente al futuro del país.

La campaña alicantina no es otra que calificar de "oficina antiabortista" al futuro servicio de "Ayuda a la Maternidad a mujeres en situación de vulnerabilidad social, económica y familiar" que pondrá en marcha el Gobierno municipal de Alicante a través de la Concejalía de Bienestar Social y Familia. ¿Antiabortista? ¿Qué problema hay en que la administración local ayude a las mujeres vulnerables que voluntariamente no quieren abortar? ¿Qué amenaza contra la libertad individual es esa?

Todas estas maniobras de la izquierda alicantina desquiciada porque el PP es capaz de sacar adelante unos presupuestos necesarios para la ciudad, han coincidido con algunas reflexiones de un libro que retrata muy bien el momento político que estamos viviendo, La masa enfurecida, de Douglas Murray (Península, 2021). 

Sostiene Murray que tras la quiebra de los "grandes relatos", el liberalismo como motor del progreso social ha dado paso a una especie de esquizofrenia de minorías basada en un nuevo dogma: la justicia social, la política identitaria, y la interseccionalidad política para favorecer a las minorías agraviadas del pasado.

Como explica el autor, es muy peligroso este cambio de paradigma porque mientras el liberalismo -que consiste en tratar a las personas como individuos con unas capacidades y méritos concretos en una sociedad donde el debate en libertad debe servir para contrastar argumentos y buscar soluciones a los problemas-, el nuevo dogma se basa en el catastrofismo y el revanchismo de grupos con intereses particulares que intentan hacer creer a la sociedad que solo esos, los suyos, son los intereses, buenos y justos para todos.

Para ello tienen adalides muy poderosos: profesores universitarios de Ciencias Sociales que ejercen de activistas en vez de científicos, redes sociales que son auténticos estercoleros dominadas por multinacionales que quieren lavar su imagen transmitiendo una determinada imagen a su público, o incluso industrias como Hollywood o Silicon Valley, que nunca se ha caracterizado precisamente por la justicia social.

Murray explica con todo tipo de hechos comprobables que han sucedido en EEUU y Reino Unido cómo se ha impuesto esta nueva moral social que favorece a los colectivos de género, de una determinada orientación social, de una determinada raza o incluso de la transexualidad. También, alerta sobre el efecto acumulativo de las noticias en los medios, sobre las concesiones políticas y, en algunos casos, la aquiescencia de profesiones como la médica que incluso ha encontrado un nicho de negocio en las nuevas modas.

Y, volviendo al caso de Alicante, me sirve el primer ejemplo que propone Murray acerca de la cultura de la cancelación que vivimos. El columnista, abiertamente gay, explica cómo los colectivos homosexuales impidieron en 2018 la proyección de una película, Voces de los silenciados, en la que participaba el doctor Michael Davidson, conocido por ofrecer sus servicios a quienes quieran renunciar a la homosexualidad. Un grupo de gais intentó impedir la entrada de la gente a un pequeño cine después de conseguir que las multinacionales de la distribución se negaran a proyectar la cinta.

¿Les recuerda a algo este tipo de sucesos? A mí me recuerda a los antiabortistas que se colocan frente a la clínicas para impedir la entrada de quienes voluntariamente quieren someterse a ese proceso. Algo absolutamente reprobable. Es lo mismo, condicionar la libertad de las personas, eliminar el debate. Desde unos supuestos morales o desde los contrarios. Y frente a estas actitudes, frente a los linchamientos digitales en las redes de cualquiera que ose a manifestarse contra el pensamiento único de la interseccionalidad, Murray propone escuchar, debatir, contraponer argumentos... en suma, liberalismo.

Pues bien, el gobierno municipal de Alicante legítimamente elegido y tras haber anunciado durante la campaña (no como hizo el PSOE de Pedro Sánchez con la amnistía de los condenados por el procés) sus políticas a favor de la familia, ha decidido apoyar a las madres en situación de vulnerabilidad. Y la izquierda antes de argumentar sobre ese "apoyo a la maternidad" lanza la palabra "antiabortista" para deslizar que Barcala es como esos intransigentes que impiden a las madres acceder a las clínicas para interrumpir sus embarazos. Luego, un ejército de activistas de la interseccionalidad ya se dedicará a emponzoñar en las redes sociales o en programas de televisión que navegan entre el humor y la propaganda política.

"La pregunta [que debemos hacernos, dice Murray] es si aquello que una persona o un grupo de personas consideran cierto acerca de sí mismas debe ser aceptado o no como tal por el resto de la sociedad". Hay una creciente desconexión entre la vida intelectual y el sentido común. También entre la política y el sentido común, ¿o es que una sociedad sana debe favorecer el aborto (que reitero considero legítimo como opción personal) antes que la maternidad? ¿no es de sentido común apoyar (no imponer) la vida antes que apoyar la muerte? A veces pienso que simplemente estamos volviéndonos locos (como civilización) y no nos damos cuenta.