Inma, junto a su hija Silvia y dueña de Embutidos Artesanos de La Capsana en Torremanzanas.

Inma, junto a su hija Silvia y dueña de Embutidos Artesanos de La Capsana en Torremanzanas. Ivan Villalejo

Economía

Silvia e Inma, las dos mujeres ejemplares que mantienen a flote una carnicería de siete generaciones: "No hay relevo"

En Torremanzanas, La Caspana lleva desde el año 1840 funcionando ininterrumpidamente, siendo un pilar fundamental en la economía local, pero su futuro es ahora incierto.

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Torremanzanas
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Siete generaciones. O lo que es lo mismo, ciento ochenta y cinco años de embutidos elaborados a mano, de fórmulas aprendidas junto a la mesa de trabajo familiar, de un oficio que pasa de padres a hijos sin necesidad de diploma ni certificación.

Desde el año 1840, cuando un antepasado se dio de alta como "cortador de carne", el local de los Embutidos Artesanos de La Capsana en Torremanzanas ha funcionado como un organismo vivo que se renueva cada cierto tiempo y es ahora, en pleno 2025, cuando el futuro se torna incierto.

Silvia Pérez Sánchez tiene 51 años y hace apenas cuatro meses tomó la decisión más difícil de su vida: abandonar una carrera como docente -estable, reconocida, previsible- para asumir un negocio que sus padres ya no podían sostener y que su prima no podía continuar al llegar la hora de jubilarse.

"Aquí no hay escuelas que te enseñen este tipo de oficio", explica. "Entonces, claro, llega el momento en el que se plantea cerrar el negocio porque no hay nadie que pueda continuarlo".

No es el drama de un pueblo decrépito, ni tampoco una rareza anecdótica. Es la realidad de buena parte del tejido empresarial de Alicante, provincia que ocupa el cuarto lugar en número de empresas activas del país -140.468 según el INE- pero donde una tormenta silenciosa amenaza con llevarse negocios que sostenían comunidades enteras.

Alma propia

Al llegar a Torremanzanas, tras una carretera de curvas desde la ciudad de Alicante, la calma se instala y si uno deja de andar, tan solo escuchará el eco de los cantos de los pájaros.

En un jueves cualquiera al mediodía, las callejuelas de este pueblo de 700 habitantes yacen vacías. Sin embargo, cada portal cuenta una historia, empezando por el negocio de Silvia.

"Silvia, ya están aquí los periodistas", exclama Ester, 37 años y única empleada a tiempo completo además de la dueña.

Ester, junto a un pavo.

Ester, junto a un pavo. Ivan Villalejo

"Si hubiera sabido que viniera la prensa, traería mejores pintas", afirma por otro lado Inma, 81 años y madre de Silvia, mientras sale de la trastienda.

Tsunami demográfico

Los números no mienten. En Alicante, alrededor de 25.200 empresas tienen más de veinte años de antigüedad, lo que las sitúa en el horizonte de su primer relevo generacional, momento que, estadísticamente, es una de las pruebas más duras que puede superar cualquier firma.

De esas casi 26.000, aproximadamente 1.100 son PYMES de tamaño pequeño o mediano, las que generan empleo real en pueblos como Torremanzanas. Y ahí reside el quid de la cuestión: cuando una PYME desaparece en un municipio de 700 habitantes, no cierra una tienda. Se esfuma un referente, un generador de empleo, un símbolo de continuidad.

Los estudios son categóricos. El Informe PYME 2025 de FAED PYME y el Consejo de Economistas de España sitúa la longevidad media de estas empresas de entre 10 y 250 trabajadores en 28 años.

El Estudio Relevancia y Supervivencia de la Empresa Familiar en España 2025 rebaja esa cifra a 23 años. Ambos coinciden en lo fundamental: alrededor de los 20 años de existencia, cuando toca hacer el primer cambio de guardia, muchas PYMES sufren su momento más crítico. O sobreviven reinventándose, o desaparecen.

El problema sin nombre

Lo que distingue el caso de Silvia de otras tragedias empresariales es que ella SÍ tomó el relevo. Es decir, formalmente, el problema se resolvió. La carnicería no cerró. Pero la solución revela algo más inquietante.

La cadena de transmisión generacional se ha roto tanto que cuando finalmente alguien se atreve a asumir el negocio, lo hace a los 51 años, prácticamente sin margen de tiempo para desarrollarlo plenamente antes de jubilarse.

Según los datos de la Cámara de Comercio de Alicante, las PYMES alicantinas dan empleo a 253.917 personas -152.296 en pequeñas y 101.621 en medianas-, por lo que la continuidad de estas empresas es clave en la economía provincial.

Si bien las cifras cuentan y hablan por sí solas, el problema va más allá de la estadística, pues es también estructural. Tal y como lo refleja el Instituto de Empresa Familiar, el 63% de las empresas familiares españolas concentran la propiedad en un único accionista, habitualmente su fundador o principal directivo.

Un hecho que agrava los riesgos, pues cuando esa persona se jubila o fallece, y no hay sucesor identificado, el negocio queda en tierra de nadie.

Torremanzanas es un ejemplo de cómo funciona ese engranaje defectuoso. Los padres de Silvia se jubilaron. El negocio pasó a su prima, que trabajaba en un supermercado y decidió dar el salto, lo que llegó a funcionar y hacer que el negocio no desapareciera.

Inma, 81 años, sigue ayudando como puede a su hija en el negocio.

Inma, 81 años, sigue ayudando como puede a su hija en el negocio. Ivan Villalejo

Pero cuando ésta se jubiló en septiembre de 2025, después de años llevando el negocio prácticamente en solitario, el relevo volvió a quedar en suspenso.

"Aquí está el dilema. ¿Qué hacemos? ¿Quién retoma?", resume Silvia. "No hay relevo generacional. Yo tengo un hijo, sí, pero tiene 9 años".

El tiempo, en otras palabras, se comprime. Silvia ha tomado el testigo, pero solo le quedan, por cálculo, 15 años antes de jubilarse. Su hijo es un niño. No sabe si querrá dedicarse a este oficio. No sabe si trabajar en una carnicería rural seguirá siendo una opción viable cuando tenga edad de elegir.

Mientras su madre y su abuela cuentan la historia de este negocio a EL ESPAÑOL, el hijo de Silvia entra por la puerta del negocio: "Yo quiero trabajar en la obra", suelta, mientras se esconde con rapidez en la trastienda.

La transmisión rota

La profesora se convirtió en carnicera casi por inercia, por una mezcla de lealtad familiar y urgencia. Su historia no es la de un sueño empresarial, sino de una responsabilidad que cayó sobre sus hombros cuando ya había construido una vida diferente.

"Cuando salía del cole y cuando venían los fines de semana y en vacaciones, mis padres me enseñaban", explica Silvia sobre cómo aprendió el trabajo. "No fui a ninguna escuela, simplemente es la transmisión de conocimientos de padres a hijos", asegura.

Y aquí surge otro obstáculo: el aprendizaje del oficio en estos negocios tradicionales no ocurre en academias ni escuelas técnicas. Ocurre en casa, durante la infancia, sin formalidad alguna, o sobre la marcha, como es el caso de Ester, que con 37 años se vino a trabajar a la carnicería a pesar de ser enfermera de profesión.

Un oficio manual que surge de una absorción de conocimiento mediante la convivencia. Exactamente lo opuesto a cómo funciona la educación moderna, donde todo se codifica, se certifica, se valida mediante papeles.

Mientras Silvia y su madre conversan entre ellas en valenciano cortando embutido, Ester interrumpe la escena detrás de la barra con una sonrisa: "Diles que también estás estudiando periodismo", aclama.

"Si, es verdad... curso Comunicación en la UOC, pero ahora mismo estoy muy agobiada entre los exámenes y la carnicería", admite Silvia.

Estudió magisterio cuando eso era la ruta estándar. Sus padres eran carniceros, pero ella eligió su propio camino. Era lógico: la oferta de la sociedad es irse de casa, estudiar "de verdad", obtener un título, vivir una vida diferente a la de tus padres. Sin embargo, en situaciones de emergencia, esos títulos y esa vida construida pueden quedarse en un segundo plano.

Ahora dirige un negocio que ha documentado siete generaciones de continuidad, pero que enfrenta su amenaza existencial más seria. En su plantilla: ella como autónoma, una empleada, a tiempo completo y la ayuda informal de su madre, jubilada a los 81 años, que sigue apareciendo porque, según dice Silvia, "las personas mayores siempre tienen esa inquietud de estar ahí al pie del cañón".

El dilema de la transformación

A pesar de la incertidumbre, Silvia no está tirando la toalla. De hecho, está haciendo exactamente lo que un empresario moderno hace: diversificación, especialización, venta online.

"Hasta ahora íbamos compaginando carnicería con charcutería", explica. "Mi intención es dedicarme única y exclusivamente a la elaboración de embutidos artesanos".

Para enero tiene prevista una tienda online y tiene cada vez más interiorizado su presencia en redes sociales.

También ha entrado en un proyecto colectivo llamado Saborigen, propulsado por la Asociación Gal Sur, que reúne a pequeños empresarios de agroalimentaria en el entorno rural valenciano, para ganar fuerza como marca común.

"Mi visión de futuro es continuar con la elaboración de embutidos, aparcar un poco la carnicería aunque aquí sea complicado porque es un pueblo pequeño, y separar lo que es la carnicería de lo que es el obrador de embutidos, hacerlos como dos negocios separados", confiesa.

Silvia elabora los embutidos en el local.

Silvia elabora los embutidos en el local. Ivan Villalejo

El plan es racional. Pero también está cargado de una cierta resignación, pues lo que Silvia quiere es reducir complejidad, no aumentarla.

Quiere que el negocio sea más manejable para ella en estos próximos 15 años, mientras intenta desarrollarlo. Pero también lo hace pensando en lo que vendrá después, cuando ella no esté.

"Tenemos la suerte de ofrecer un producto único, sin aditivos, sin azúcares, tenemos pelotas tradicionales para el caldo y mucha gente de fuera vuelve al pueblo solo para comprar nuestros embutidos", asegura Silvia.

"No podemos abandonar a los vecinos ni a nuestros clientes más fieles, no nos gustaría abandonar esto pero cada vez se nos hace más difícil", lamenta.

Educación: la base

Cuando le preguntamos qué solución ve al problema del relevo generacional, la respuesta de Silvia sale desde un lugar de experiencia.

"Desde los colegios, inculcar que aparte de estudiar, que está muy bien, hay otras salidas laborales. Las artes y los oficios de toda la vida son una opción muy digna. Deberíamos enseñarles las opciones que hay e indicarles realmente dónde estos pueden aprender dichos oficios como carnicero, panadero o electricista", señala.

Silvia reconoce que para los grados técnicos en electricidad o fontanería ya existen módulos y formación. "Pero de negocios tan tradicionales, pues ya es más complicado encontrar cursos o talleres".

Su propuesta va más allá de lo académico. "Fomentaría desde el cole la idea de que aquí en el pueblo tenemos herramientas para enseñar. Tenemos un horno que funciona a leña, están las carnicerías que elaboramos embutidos, tenemos una almazara que hace aceite. Fomentar todas estas salidas laborales tan dignas que puede ofrecer el pueblo y no solo enfocar el futuro de los chavales a estudios académicos y teóricos", sugiere.

La ironía es aguda. Silvia estudió magisterio, obtuvo su licenciatura en tiempos donde eso abría puertas, y tuvo una carrera normal. Pero ahora, desde dentro del negocio familiar, reconoce que ese modelo educativo -priorizar lo académico sobre el oficio- es parte del problema que la llevó a ella misma a abandonar la docencia a los 51 años para salvar un negocio que nadie joven quería.

El tiempo que no hay

Silvia mira al frente desde la barra de su carnicería, donde lleva apenas cuatro meses. Su madre está en la trastienda, a los 81 años, ayudando porque "así son las cosas en los pueblos". Su empleada está atendiendo a los clientes. Su hijo tiene 9 años y se centra más en jugar con sus amigos que en el negocio familiar.

Silvia y su madre, Inma.

Silvia y su madre, Inma. Ivan Villalejo

Y este drama va más allá de Torremanzanas, pues Alicante cuenta con 25.200 empresas con más de 20 años, la mayoría fundadas por gente que ahora roza los 60 y está llegando al final de su vida laboral. El 35% sin plan de sucesión. El 63% de ellas con toda la propiedad concentrada en una sola persona.

La provincia produce 253.917 empleos gracias a sus PYMES. Cuando esos negocios cierran, porque sus dueños se jubilan y nadie releva, esos empleos también desaparecen. Y en pueblos de 700 habitantes, el cierre de un negocio deja de ser una anécdota para convertirse en la amenaza de un lugar que se ralentiza.