Cuando Jamilia Bibi llegó a Bangladesh tras un peligroso viaje de 12 horas en bote por el Golfo de Bengala rompió a llorar. Lloraba no por lo que ha dejado atrás sino porque se había quedado sin aliento ni alegría.

Como decenas de miles de rohinyás que están llegando a Bangladesh huyendo de Birmania (Myanmar), Bibi, de 55 años, hizo el viaje sin saber si le permitirían cruzar la frontera y con el temor de ser capturada por las fuerzas birmanas, que llevan una campaña en el noroeste del país desde el pasado 25 de agosto.

El mar está peligroso en una estación en la que está finalizando el monzón, por lo que adentrarse en él y por la noche como parte de un grupo de 25 personas era una temeridad.

Hasta el momento, más de medio centenar de miembros de esta comunidad musulmana han muerto ahogados en su intento por llegar a la costa bangladesí, para huir de la violencia que explotó en el estado birmano de Rakhine hace doce días.

Eso no disuadió a Bibi, que asegura que no tenía más opción tras pasar días en la selva vagando de pueblo en pueblo para escapar de las fuerzas de seguridad.

"No sabíamos si seríamos capaces de llegar aquí. Este viaje era nuestra última esperanza de supervivencia", dijo Bibi, al señalar al resto de los miembros del pasaje que la acompañó en su travesía.

La apuesta de la mujer fue a todo o nada. Pagó al barquero con sus últimos ahorros y viajó con la angustia de saber en lo más hondo que si le impedían entrar en Bangladesh no tendría ni la energía ni los recursos para hacer este viaje de nuevo.

No ocurrió. Cuando llegó no había un solo guardia en la costa.

Otros grupos arribaron al mismo tiempo, y algunos fueron recibidos por familiares que los abrazaron efusivamente.

Bibi lloraba.

En el otro lado de Teknaf, localidad que se extiende por una estrecha península, los rohinyás entran por el río que sirve de frontera natural entre Birmania y Bangladesh.

Las condiciones son distintas para los refugiados, pero la desesperación es la misma.

Las familias arrastran como pueden a sus ancianos y enfermos, algunos colgados en palos sobre sus hombros, conscientes de que dejarlos atrás supondría para ellos morir.

En un refugio improvisado en Unchiprang, Nur Hakim explicó que tuvo que llevar solo a hombros a su abuela octogenaria Achia Rahman todo el viaje desde Birmania a Bangladesh.

"Quedó ciega hace años, así que no podía hacer otra cosa que subirla sobre su espalda", relató Hakim, que no pudo evitar contar con sarcasmo cómo su abuela siempre quiso ver Bangladesh.

"Finalmente ha llegado para no poder ver nada, sino sentir dolor", añadió.

De acuerdo con las Naciones Unidas 146.000 personas han cruzado ya la frontera entre Birmania y Bangladesh desde el pasado 25 de agosto.

Los campos de refugiados en Bangladesh, un país que calcula una población de entre 300.000 y 500.000 rohinyás de los que solo a 32.000 reconoce estatus de refugiado, están completamente superados en sus capacidades.

Las autoridades de Bangladesh afirman que solo han permitido el ingreso de nuevos rohinyás para atender la emergencia humanitaria, pero que los miembros de esta comunidad paria, a la que Birmania no reconoce nacionalidad, son una gran carga para el país.

Khalid Mahmud, responsable administrativo adjunto y portavoz de la Administración del distrito de Cox's Bazar, manifestó que a los recién llegados se les ha dado ayuda a través de organismos internacionales de derechos humanos y la Cruz Roja/Media Luna Roja.

Sin embargo, indicó que el propósito es que los recién llegados permanezcan "en algunas zonas establecidas" para ello.

"Esperamos que nos permita evitar que se mezclen con nuestra población y mantener la ley y el orden intactos", dijo.