La ministra de Sanidad, Carolina Darias, junto al alcalde de Sevilla, Antonio Muñoz.

La ministra de Sanidad, Carolina Darias, junto al alcalde de Sevilla, Antonio Muñoz. EFE

LA TRIBUNA

Nuestro Sistema Nacional de Salud ha llegado a su fin

Nuestro sistema sanitario tiene problemas estructurales muy graves que sólo van a ir a peor. Y el tratamiento de la salud mental es uno de ellos. 

14 octubre, 2022 03:49

Ahora que el Ejecutivo ha aprobado los Presupuestos Generales para 2023 y que estos pasan ya a negociarse en el Parlamento por los diferentes partidos políticos, y aprovechando que esta semana se ha celebrado el Día Mundial de la Salud Mental, quiero hacer una reflexión sobre las enormes contradicciones a las que se enfrenta el Sistema Nacional de Salud. Y, con él, el Estado del bienestar.

Pilar Alegría, Carolina Darias y Joan Subirats participan en el acto ‘Salud Mental en jóvenes y adolescentes’.

Pilar Alegría, Carolina Darias y Joan Subirats participan en el acto ‘Salud Mental en jóvenes y adolescentes’. EFE

Nuestro Estado del bienestar está cimentado en la Constitución que se aprobó en 1978 y que promulga en su artículo 43 el derecho de todos los españoles a la protección de su salud. A partir de ahí se han ido aprobando leyes y normas para garantizar esa protección. Leyes y normas que han cambiado el método de sostén de nuestro sistema sanitario público, garante de ese derecho.

Este pasó así de financiarse con cotizaciones sociales a un método de financiación directa a través de impuestos. Además, se persiguió de forma incansable la universalidad real bajo el paraguas de la cobertura pública, ya fuera con medios propios o a través de la colaboración con el sector privado, dada la insuficiencia de los primeros.

¿Qué es lo que ha pasado desde entonces?

Que nuestra sociedad ha cambiado notablemente. Pero el sistema sigue atrapado en la ordenación y planificación del armazón que se creó hace cuarenta años. A nadie le suena extraño, por ejemplo, que hace cuarenta años la cronicidad o el envejecimiento fueran una rara avis en España o que los problemas psicológicos se circunscribieran a las clásicas enfermedades mentales que hoy sabemos que obedecen a causas orgánicas.

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Actualmente, y gracias al avance científico y tecnológico, se le ha dado la vuelta a la tortilla. Afortunadamente, la mayoría de españoles llegan a ser muy mayores y a tener enfermedades crónicas.

Por otro lado, y por el bombardeo de información, las múltiples posibilidades a las que acceden nuestros jóvenes (hace cuarenta años jugábamos al futbol o a las muñecas, no pasábamos de ver Mazinger Z o 1, 2, 3, y las costumbres de entonces no permitían muchas posibilidades de salirse del camino establecido) hacen que surjan frustraciones, modas y deseos que parecen accesibles a través de las redes sociales.

"Nuestro Sistema de Salud no se ha adaptado a los cambios y ha tratado de compensar este desajuste con partidas de gasto extraordinarias"

Y eso hace que afloren problemas psicológicos que, sin una base orgánica clara, pueden acabar ocasionando finales funestos. Y ahí está la altísima tasa de suicidios entre nuestros jóvenes para demostrarlo.

El concepto de salud, y aquí está el meollo de la cuestión, fue definido desde sus inicios por la OMS como "un estado completo de bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades".

El problema es que nuestro Sistema Nacional de Salud no se ha ido adaptando a los cambios que ha vivido la sociedad y que ha tratado de compensar este desajuste con partidas de gasto extraordinarias en vez de tratar los problemas de salud mental como lo que son, problemas de índole sanitaria, incorporándolos a la cartera de servicios sanitarios. 

Nuestro sistema sanitario, y hemos de tomar conciencia de esto porque si no será imposible arreglarlo, tiene problemas estructurales muy graves que sólo van a ir a peor. Porque cada vez seremos más mayores.

Así, de los años 80 y 90 quedan las normativas que clasificaban a los hospitales en agudos, de media y de larga estancia. Estos últimos, en muy baja cuantía, porque apenas hacían falta.

Por aquel entonces, las residencias eran mayoritariamente instituciones que cumplían funciones sociales. Y por eso se regularon con normativas diferentes de las sanitarias.

La realidad es que, a falta de estructuras para pacientes de larga estancia, hemos decidido mirar para otro lado, desentendernos e interpretar la vejez como sinónimo de enfermedad, sin darle a nuestros mayores una opción sanitaria.

En consecuencia, estos se tienen que buscar la vida en las residencias privadas, que están llenas de pacientes enfermos mayores y no de mayores con problemas sociales.

Y a esto se le da cobertura con una partida para dependencia y con las que correspondan por parte de los servicios sociales. Y tan contentos.

"A la salud mental se le da un presupuesto aparte porque dichos problemas no se consideran sanitarios"

El resultado de esta política es que cuando ha llegado la pandemia, las residencias se han encontrado llenas de pacientes enfermos, pero sin los medios suficientes para atenderlos. Porque las residencias están reguladas por la normativa de los servicios sociales y no por las normas sanitarias.

El resto es conocido. Lo dramático es asumir que un anciano es débil y enfermo de forma intrínseca, y que por tanto hay que hacer lo justo, y no más, con él.

Con la salud mental pasa algo similar. A la salud mental se le da un presupuesto aparte porque dichos problemas no se consideran sanitarios, más allá de si necesitan tratamiento psiquiátrico como consecuencia de una enfermedad con causa orgánica.

La realidad es que esos problemas de salud mental son necesidades sanitarias puras y duras y que no deberían estar cubiertas por otro presupuesto que el del Sistema Nacional de Salud.

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Por eso debemos dejar de jugar al ratón y al gato y centrar la situación a fin de conocer las necesidades sanitarias que nos podemos realmente permitir. Porque estamos ampliando las opciones de tener, bajo dicha cobertura sanitaria, acceso a técnicas de reproducción asistida, por ejemplo. O intervenciones de cambio de sexo, por poner otro.

Pero ¿dejamos a los ancianos con alzhéimer sin opciones para sus necesidades terapéuticas? ¿O a los niños con metabolopatias sin poder acceder a la alimentación especial que necesitan con financiación publica?

El sistema sanitario tal y como lo hemos conocido ha llegado a su fin porque no cumple con su misión. Ni proporciona bienestar completo ni se ocupa de las enfermedades. En realidad, las esconde. Y si las patologías que sí se atienden colapsan por las dificultades de acceso a la atención primaria, por las inaceptables e inacabables listas de espera, o por las dificultades para innovar en condiciones de equidad, sólo nos queda la opción de pararnos en seco y, con acuerdo y consenso mayoritarios, empezar de cero.

O eso o nos seguimos haciendo trampas al solitario hasta que todo explote. ¿O es que pretendemos conservar nuestro Estado de bienestar sin proteger la salud?

*** Juan Abarca Cidón es presidente de HM Hospitales y de la Fundación IDIS.

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