La naturaleza constitucional de la moción de censura es procurar la dimisión en bloque del Gobierno para que el candidato propuesto por al menos una décima parte del Congreso, después de recibir el respaldo mayoritario del resto de los diputados, forme un nuevo Ejecutivo a petición del jefe de Estado.

Pero no era ese el propósito original de Vox cuando recurrió al octogenario economista Ramón Tamames como candidato, sin más respaldo parlamentario que medio centenar de diputados. Todos de su partido.

Pasará mucho tiempo y seguiremos sin olvidar el disparate orquestado por la extrema derecha con esta moción. No por su incapacidad para conseguir un solo apoyo entre los primeros interesados en la renuncia de Pedro Sánchez, que son los diputados del Partido Popular. Tampoco por el uso perverso de un procedimiento constitucional reducido a paripé parlamentario. 

Lo peor para Vox es el espectáculo televisado de un candidato que aprovecha todos los micrófonos para desmontar los fundamentos ideológicos de Vox y que confiesa más sintonía con el PSOE que con el partido que representa. A estas alturas, y convertida la moción en el epílogo autolaudatorio y casi narcisista de la carrera de Tamames, lo mejor que podría hacer Vox es retirarla. 

Pero no lo hará. Y, en consecuencia, Vox se dejará unos cuantos pelos demoscópicos en la gatera. 

Si la moción de censura de Vox nació para ganar popularidad, deslucir la labor de Sánchez con la oposición de un intelectual comunista acreditado y comprometer la supervivencia del Gobierno, ha conseguido lo contrario. Sin necesidad de celebrarse, deja la imagen de Vox por los suelos, cuestiona el papel de Santiago Abascal como líder político y entierra buena parte de las aspiraciones electorales de la extrema derecha en un año decisivo. 

Dicho de otra manera. La moción de censura contra Sánchez ha derivado en una moción de censura contra Vox.

Abascal no puede llevarse a engaño. Nada de esto le saldrá gratis. Desde que registró su segunda moción de censura, con las mismas perspectivas de éxito que la primera, sólo ha dado tumbos. Primero, al tardar meses en presentar la moción. Después, decantándose por Tamames.

Ninguna campaña socialista ha causado más daño a Vox que la elección de Tamames. Y la filtración de su discurso no es más que la puntilla de un proceso chapucero.

Tamames, en apenas tres semanas, se ha opuesto a todas las ideas fuerza de Vox. Con sus críticas al negacionismo climático. Con su apoyo al Estado autonómico. Con el rechazo de declaraciones altisonantes como la de que Sánchez preside "el peor Gobierno de los últimos 80 años". Con la definición de España como "nación de naciones". Y con su reconocimiento "especial" de Cataluña. 

En la rueda de prensa de ayer jueves, Abascal trató de escurrir el bulto afirmando que eligió a Tamames por su perfil moderado y transversal. Pero ¿quién puede creerle? Es más, ¿acaso importa? Nada tapará este proceso profundamente degradante para Vox, pues más que una estrategia para desalojar a Sánchez de la Moncloa, la moción ha sido como una herramienta para crecer a costa del PP.

En una de sus últimas entrevistas, Tamames reconoció sin complejos que su voluntad como candidato es prestar "un último servicio" a España. Es probable que, sin pretenderlo, haya cumplido su deseo. La moción de censura ha fracasado antes de tiempo y el futuro de Vox es hoy mucho más difícil que ayer.