La CUP ha rescatado la escoba como símbolo político. Su lema para la campaña del referéndum del 1 de octubre clama Barrámoslos. Es un buen reclamo, y precisamente porque es poco original hay que ser muy valiente para rescatarlo de los sótanos de la historia. La escoba como instrumento de construcción nacional adquirió mala fama en los años 30 del pasado siglo. Sobre todo en Bélgica después de que los partidarios de Léon Degrelle la utilizaran para amenazar a los parlamentarios. En sus actos de repudio los nazis belgas agitaban las escobas y todos entendían a qué había venido aquella gente siniestra a la política.

Hoy prestamos menos atención a la semiótica y estos gestos se atribuyen a un exceso de entusiasmo. Yo soy bastante susceptible y cualquier metáfora que relacione la higiene con la política me pone alerta. Repaso mentalmente y no me sale una que no sea intranquilizadora: purga, limpieza, desinfección, purificación, cuarentena, vacuna, desparasitación.

El asertivo Barrámoslos es un buen punto de partida porque orienta el debate sobre la independencia hacia el lugar preciso: una nación fundada en la exclusión. Un nosotros y un ellos y entre esas dos identidades colectivas, la escoria y la brigada de limpieza, una escoba. La campaña emprendida este verano contra el turismo ha sido un buen ensayo general porque el origen es el mismo. La distinción entre nativos y foráneos, la existencia de unos derechos ancestrales que se resumen en una pintada que vi hace unos días en Pontevedra: "A ría é nosa".

La distinción entre quienes serán los que barran y quienes serán los barridos no es una decisión colegiada. Desde los tiempos de Degrelle sabemos que un tipo que enarbola una escoba en una manifestación política no la está ofreciendo. Ese tipo, que en el fondo es siempre el mismo, en cualquier tiempo y en cualquier lugar, sabe bien quién es la basura y a quién apela esa primera persona del plural. Los ingenuos solo se cuentan entre los que jugarán el papel de escoria. 

Es comprensible. Nadie piensa que su destino sea el vertedero de la historia. Y sin embargo los criterios de clasificación de basuras de los higienistas de la política, de Phnom Penh al barrio de Gracia, son siempre poco exigentes. Piensen en los burgueses del PDeCAT, con todo lo que se han esforzado para convencer a la muchachada cupera de su compromiso con la independencia, con todo lo que han arriesgado en la aventura, para que ahora les coloquen a sus dos referentes históricos en carteles infamantes junto a la monarquía, la plutocracia y el nacionalismo español. Abnegados compañeros de viaje hoy y desechos del mañana.