“Si gana Pedro Sánchez, se acabó el PSOE!!!”, me escribió ayer por la mañana, con signos de admiración incorporados, uno de los grandes referentes históricos del partido. Estrictamente no será así porque el inapelable vencedor controla ya las siglas, los símbolos y las sedes del partido. Pero el suyo será otro PSOE, distinto al de Felipe González y Guerra, al de Zapatero y Bono, al de Madina y Rubalcaba.

La mayoría de los militantes socialistas ha rechazado la continuidad con los últimos 43 años de historia del partido que representaba Susana Díaz y ha optado por una ruptura de tal calado que hay remontarse al congreso de Suresnes en 1974 para encontrar algo similar.

Los vencedores de entonces, sus herederos y los herederos de sus herederos son ahora los derrotados, tras ser percibidos por los militantes con la misma desconfianza con que entonces miraban a los viejos budas del exilio. Como advertía en mi Carta de este domingo, el tradicional rechazo de las bases de la izquierda española a la llamada “política de los notables” ha vuelto a manifestarse con implacable contundencia.

La audacia de Pedro Sánchez no sólo ha podido con los mitos que encarnan el pasado reciente del PSOE, sino también con los dirigentes que controlan el poder territorial en el presente. Baste pensar que junto a Susana Díaz, presidenta de la junta andaluza, han sido derrotados los presidentes de Extremadura, Castilla la Mancha, Valencia, Aragón y Asturias. Es decir los de todas las comunidades gobernadas por el PSOE, a excepción de Baleares.

Esto implica grandes dosis de incertidumbre, casi una sensación de salto en el vacío, en la medida en que los pedristas tratarán de reproducir su victoria en los congresos de todas esas federaciones que seguirán al federal. Aun en el caso de que pasen esa reválida, Page, Vara, Puig, Lambán y la propia Susana Díaz quedan seriamente tocados de cara a las próximas elecciones autonómicas.

Se ha cumplido una vez más la tradición de las contiendas socialistas: la victoria del 'underdog', la derrota del aparato. Así ocurrió en las primarias que Borrell le ganó a Almunia, en el congreso que Zapatero arrebató a Bono y en las primarias en las que el propio Sánchez venció a Madina. En esta ocasión ha funcionado además, sin duda, una especie de desquite por el agravio que para muchos socialistas supuso la defenestración del Secretario General por el Comité Federal.

Lo singular de esta ocasión es el hecho de que Sánchez haya protagonizado como candidato los dos peores resultados de la historia del PSOE y ninguna encuesta le pronostique nada mejor si tiene una tercera oportunidad. Pero ha manejado una idea sencilla y rotunda con la que ha golpeado a Susana Díaz con la contumacia del martillo pilón: ella es la responsable de la abstención del PSOE que hizo posible la investidura de Rajoy.

Poco ha importado que esa fuera la única salida lógica que emanaba de la aritmética parlamentaria. Muy pocos socialistas han votado con la cabeza, la mayoría lo ha hecho con el corazón. Detrás de su decisión hay un claro maniqueísmo –la izquierda nunca debe hacer concesiones a la derecha- que afortunadamente no caracteriza ya al conjunto de la sociedad española. Y eso abre serias dudas sobre el horizonte de su partido.

El mérito de Pedro Sánchez y sus fieles apóstoles es inmenso pues han competido en inferioridad de condiciones en todos los frentes y singularmente en el mediático. Han luchado con la fe del carbonero y han obtenido la recompensa de una gran victoria. Pero está por ver que sean capaces de aprovecharla en beneficio del PSOE.

En la percepción general el partidario de pactar con Podemos se ha impuesto a la partidaria de los grandes acuerdos de Estado con el PP y Ciudadanos. Eso favorece el frentismo que tanto ha ayudado a Rajoy y amplia además el espacio de centro potencialmente en favor de Rivera. Sánchez tratará sin duda de enmendar su deriva izquierdista y volver tal vez al espíritu del Pacto del Abrazo pero son ya tantos sus bandazos que le costará resultar creíble.

La crisis del PSOE se inscribe además en la del socialismo europeo y es obvio que el triunfo de Sánchez sobre Díaz equivale al de Hamon sobre Valls. Visto lo sucedido en las presidenciales francesas, no parece demasiado arriesgado aventurar que así como el Suresnes del siglo XX supuso la pista de despegue para convertir al PSOE en el primer partido de Gobierno de la democracia, este Suresnes del siglo XXI supondrá más bien un hito en sentido inverso. Y como Sánchez tal vez tenga la simpatía y el tirón personal de 'Isidoro' pero no su capacidad política, es Pablo Iglesias quien desde anoche ya afila su cuchillo con la servilleta puesta.