El primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu.

El primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu. Reuters

Oriente Próximo

"Calma sostenible" en Gaza: Netanyahu tira de retórica para alcanzar un "alto el fuego" con Hamás

El primer ministro israelí estaría dispuesto a reducir de 40 a 33 el número de rehenes a liberar de inmediato a cambio de no invadir Rafah.

30 abril, 2024 03:00

"Hamás ha recibido una oferta muy generosa por parte de Israel". Así describía el Secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, la situación actual de las negociaciones entre el grupo terrorista y el estado hebreo. Al parecer, Netanyahu estaría dispuesto a bajar de 40 a 33 el número de rehenes a liberar de inmediato, la mayoría, mujeres y ancianos. La cifra redonda de 40 había estado presente en todas las exigencias hasta el momento y su reducción se justifica, desgraciadamente, en el hecho de que Israel da por muertos a varios de esos 40 cautivos, pues hace tiempo que Hamás ha dejado de ofrecer las pruebas de vida que se le solicitan y se limita a afirmar que "no sabe dónde están".

La última palabra la tendrá, como siempre, Yahyah Sinwar, el sanguinario líder de Hamás en la Franja y cerebro de la operación que acabó con la vida de más de mil civiles en apenas diez horas de horror. Sinwar, escondido en los túneles de Gaza, ilocalizable para las FDI y a menudo para sus supuestos superiores políticos, hace meses que tomó el mando dentro de la organización, lo que supone un grave problema a la hora de llegar a un acuerdo. Israel, Egipto, Estados Unidos y Catar no dejan de reunirse con los enviados de Ismail Haniyeh, pero estos solo pueden comprometerse a trasladar lo negociado a Sinwar, que hasta ahora se ha mostrado inflexible a la hora de cerrar un acuerdo.

Israel pensaba que su campaña en Gaza, con casi 35.000 muertos, entre ellos miles de terroristas, llevaría a algo muy parecido a la rendición o, al menos, a una necesidad de ceder a cambio de salvar la vida. Sinwar y los suyos, más vinculados con el yihadismo iraní que con la diplomacia de Catar, han demostrado lo contrario: les da igual el sufrimiento de su pueblo, no les importa el número de bajas que haya entre sus filas ni ven más allá de la destrucción de Israel, su único objetivo y el de los ayatolas. Así, es muy complicado encontrar puntos en común. Hace cinco meses del fin de la única tregua que se ha conseguido pactar, cuando Jan Yunís aún no había sido arrasada y la ira de Sinwar no cegaba sus decisiones.

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La negociación interior

Recientemente, Egipto se quejaba de que los conflictos internos de Hamás y de Israel eran los que impedían llegar a un acuerdo pese a que este había estado casi firmado numerosas veces. Hay que tener en cuenta que Egipto ve con horror la continuidad de las hostilidades porque sabe que estas pasan por el ataque a Rafah. La toma de esta ciudad fronteriza puede provocar una avalancha de refugiados que huyan a Egipto sin que se les pueda controlar, tanto por carretera... como por los túneles que unen ambos países. Dichos túneles, cavados por Hamás con la aquiescencia o al menos la inoperancia de la administración de Mohammed El-Sisi, presidente egipcio, son uno de los grandes secretos de la zona. Nadie sabe con qué frecuencia se utilizan ni qué longitud tienen. Puede que ni siquiera a Egipto le interese que esa información salga a la luz.

Sea como fuere, lo cierto es que los conflictos internos están jugando un papel a la hora de torpedear las negociaciones equivalente al odio que se profesan ambas partes. En Hamás, como decimos, hace tiempo que Gaza no obedece a Doha y, por lo tanto, la desconfianza en las promesas de Haniyeh es absoluta. En Israel, el problema es aún más complejo: buena parte de la ciudadanía pide un acuerdo inminente que permita a los rehenes regresar a casa. Sacudido el shock de los primeros meses, las manifestaciones se suceden cada fin de semana con la esperanza de que esa presión permita un acuerdo que salve las vidas de los que aún quedan en manos de Hamás y la Yihad Islámica. Van a cumplir siete meses en cautiverio y ese es un trauma que ninguna sociedad puede permitirse.

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Sin embargo, buena parte de la coalición que sostiene a Netanyahu en el gobierno no lo ve así. Consideran que ceder ante los terroristas debilita a Israel y que la única solución al conflicto es la rendición incondicional del enemigo. Se trata del ala más ultraderechista del gabinete Netanyahu, pero no es una posición que indigne precisamente a centristas como Benny Gantz, miembro del Gabinete de Guerra y alternativa en lo político a Netanyahu, aunque no tanto en lo militar. Israel afrontó esta guerra como una cuestión de orgullo. Una demostración de fuerza, si se quiere. No midió sus actos ni se perdió en planificaciones. Atacó con todo y se fijó objetivos maximalistas como el de la eliminación absoluta de Hamás.

Ahora que ve que esos objetivos no se pueden cumplir o al menos están demasiado lejos como para anticiparlos a corto plazo, Israel se pregunta qué hacer y qué término medio puede aceptar. Especialmente, si se tiene en cuenta la enorme presión exterior que está sufriendo, sobre todo por parte de los Estados Unidos, su principal aliado en la zona. El primer ministro tiene a Blinken y a Biden en un oído, la terca realidad delante de sus ojos y a sus socios en el otro oído, insistiendo en que ninguna cesión es aceptable. De ahí que, en ocasiones, tenga que tirar de retórica y eufemismos para salvar la cara ante sus propios aliados.

Esquivar lo innombrable

Es exactamente lo que está sucediendo en esta tanda negociadora. Netanyahu no puede hablar de "alto el fuego" y menos en estas condiciones. Si es cierta la información que llega de El Cairo y lo que afirma Blinken en Pekín, la oferta de Israel no es que sea generosa con Hamás... es que habría sido impensable hace unos meses. De amenazar con arrasar Rafah cayera quien cayera a ofrecer una tregua y la liberación de centenares de presos ante el mínimo compromiso del regreso a casa de 33 de los suyos media un abismo. Ahora bien, la clave está en no mencionar las cosas por su nombre. Así, desde Tel-Aviv no se habla de un "alto el fuego", sino de "la restauración de una calma sostenible".

Esa "restauración" incluiría la renuncia a atacar Rafah, para deleite de egipcios y estadounidenses, en cuanto se cerrara el acuerdo y, probablemente, la retirada de buena parte de las ya pocas tropas que quedan en el norte y el centro de Gaza. Israel asume que dicha retirada supone darle tiempo a Hamás y, probablemente, lleve a un fortalecimiento de sus posiciones, pero no tiene demasiadas alternativas. Por la fuerza, ni ha conseguido dañar sensiblemente la jefatura de la banda terrorista ni ha conseguido liberar a los rehenes. Solo tres de ellos fueron rescatados por las FDI. Otros tres murieron en un malentendido a manos del propio ejército israelí.

Con todo, puede que estas cesiones israelíes, que no son fáciles de asumir para el gobierno ni para los partidos que lo sostienen ni para buena parte de sus votantes, no sean suficiente. Puede que, una vez más, estas ilusiones de principios de semana acaben en nada. Israel no tiene mucho margen y Hamás, sorprendentemente, no parece tener muchas ganas. Lo suyo es luchar y matar y parecen sentirse más cómodos en ese registro que en el de la negociación, por favorable que les sea. Al menos ese es el caso de Yahyah Sinwar y en sus manos está el destino de decenas de cautivos y de cientos de miles de gazatíes que esperan la tregua para intentar, dentro de lo posible, recomponer sus vidas. Mientras, las familias esperan ese acuerdo que no llegó en Ramadán ni en la Pascua judía, pero que todos quieren pensar que no está tan lejano.