300 años del 'torbellino' Kant: una nueva biografía para el mayor filósofo de la Ilustración europea
Norbert Bilbeny firma una introducción amena y rigurosa a la vida y las ideas del gran teórico de la razón que revolucionó el pensamiento europeo.
22 abril, 2024 02:05En un célebre pasaje, el filósofo Immanuel Kant (22 de abril de 1724-12 de febrero de 1804) afirma sentir particular admiración por dos cosas: “el cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí”. En efecto, el pensador de Königsberg, Prusia (hoy Kaliningrado, Rusia), concentró sus fuerzas especulativas en la elucidación de los principios o estructuras de nuestro universo, ora cuando lo contemplamos (de acuerdo con nuestras entendederas), ora cuando queremos intervenir en él (de acuerdo con nuestros deberes).
En Kant, la teoría de la ciencia y la doctrina moral práctica se erigen sobre unos cimientos (poquísimos, purísimos): son los a prioris de la Razón. Este empeño de Kant, el mayor pensador de la Ilustración europea, se califica de “crítica” porque amputa de la alta filosofía teórica una serie de asuntos, por hallarse alejados de la experiencia humana: ¡Dios, alma y origen del universo: a la calle!
Además, se adjetiva esta crítica de “trascendental” porque versa sobre cuestiones como el espacio, la causalidad, la materia, el tiempo, el deber o la libertad, que vertebran (en este sentido, trascienden) el mundo humano. Tanto aquel que titila ahí fuera, sobre nosotros, en la hermosa noche constelada, como el otro, ese que late, exigente, imperativo, ético, ahí dentro, en lo más íntimo de nuestro corazón.
Hoy saludamos la aparición de El torbellino Kant. Vida, ideas y entorno del mayor filósofo de la razón. Lo firma Norbert Bilbeny (1953). Algunos necesitan ayuda para escalar por esas alturas de lo suprasensible, en intrincado debate con las precedentes filosofías de los siglos XVII y XVIII. Pues bien, esta nueva introducción a Kant en nuestro idioma, amena y rigurosa, acude en ayuda de los nuevos descarriados de la crítica trascendental.
Bilbeny, académico y ensayista barcelonés, se adscribe a una generación de fervor kantiano en nuestro país. Buena parte de los catedráticos eméritos más renombrados de la universidad de España contribuyó con trabajos doctorales o posdoctorales a la investigación de esta filosofía a fines de los 70 y principios de los 80. Producto maduro de aquella lejana Transición Trascendental, aparece El torbellino Kant.
Desde el mismo título, aprehendemos que, luego de décadas, Bilbeny persevera en aquel auroral entusiasmo. Para este comentador, el proyecto de Kant simboliza nada menos que la modernidad. Por emplear el lenguaje del opúsculo popular “¿Qué es la Ilustración?”, la crítica trascendental representa una suerte de mayoría de edad civil que pulveriza los dogmatismos y los prejuicios. No obstante, más allá de las teorías filosóficas y de los simbólicos torbellinos progresistas, Bilbeny pretende demostrarnos que su prusiano era, después de todo, un ser humano.
Bilbeny destaca de Kant, a 300 años de su nacimiento, la modernidad de su proyecto
En cada uno de los 19 capítulos de este completo repaso de todas las ideas nucleares, nuestro divulgador coloca un introito en cursiva. Se trata de 19 escenas de la vida del genio, escritas en tiempo presente. No hay orden cronológico entre ellas. Estas estampas de apertura, así como el cuerpo de muchos de los capítulos, nos trasladan rica información sobre la existencia de Kant en una ciudad comercial y universitaria como Königsberg, capital del país hasta que esta se trasladara a Berlín.
Bilbeny nos pinta a Kant en los años 70, 40 o 90, con destreza literaria. Aunque aventurar que, dado que el padre era talabartero (artesano de sillas de montar), el hijo llegaría a ser un “talabartero de la razón” (p. 141)… me parece, estilísticamente, desafortunado.
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En fin, el libro nos informa cumplidamente sobre las relaciones humanas de Kant en las diversas fases de su periplo, como estudiante pobre, como profesor adjunto o particular, como bibliotecario, como reconocido catedrático, como hijo y hermano (no se le conocen amores) y, sobre todo, como amigo.
Bilbeny procura transmitir la imagen de un dicharachero contertulio en cenas (en su casa o en el Palacio Keyserlingk), aunque apologeta (pese al horror) de la Revolución francesa. Intelectuales como el pastor Schultze, Garve, Hamann, Mendelssohn o Herder pasan por aquí. Por cierto, Kant sí salió de Königsberg: aquel profesor de Geografía Física conoció alguna que otra población de la Prusia Oriental. Además, Bilbeny propone analogías de espíritu con Mozart y Goya.
En el campo de las ideas, obviamente, un volumen como este no aspira a ofrecer una interpretación rompedora o profunda, sino a respetar la rigurosidad doctrinal y a expresarse con claridad, simultáneamente. Bilbeny prescinde de las notas al pie, pero, en el cuerpo del texto incluye las referencias de capítulos o parágrafos, y añade, cuando lo estima oportuno, los términos en germano nativo.
La obra de Kant se divide, sólitamente, en dos períodos: el precrítico, en el que se encuentran tratados menores, y el período crítico, glorioso, que comienza con la publicación, en 1781, de la Crítica de la razón pura (con ella, según afirma un orgulloso Kant, la filosofía universal da un “giro copernicano”: un Tribunal de la Razón legislará sobre las capacidades del pensar y demarcará sus límites). Pues bien, Bilbeny defiende una unidad en el conjunto de esta carrera, movida, por dar réplica a las grandes preguntas: “¿Qué puedo conocer?”, “¿Qué debo hacer?”, “¿Qué puedo esperar?” y “¿Qué es el hombre?”.
Creo que el corazón de este libro está entre el capítulo 8 y el 13, en torno a la ética (ya leímos: “la ley moral en mí”). Quizá tiene razón este sherpa barcelonés cuando sostiene que la Fundamentación de la metafísica de las costumbres es la cumbre más alta en la colosal cadena de títulos. Bilbeny aclara también la estética de lo bello y lo sublime, la Antropología y los opúsculos (el mencionado, o “¿Cómo orientarse en el pensamiento?”).
Igualmente, habla sobre La religión dentro de los límites de la mera razón, cuya publicación, en 1793, le valió a su adorado fundador de la crítica trascendental un pellizco de monja por parte de las autoridades competentes.