Los grandes poetas embellecen con versos sus pasiones y emociones. Dos de los más grandes se enamoraron de Soria. Ellos le ofrecieron sus poemas y su prosa más poética. Paisajes y paisanajes que calaron en la sensibilidad de Antonio Machado y Gustavo Adolfo Bécquer.

Soria de Antonio Machado

“Soria fría, Soria pura… con su castillo guerrero arruinado, sobre el Duero”. Versos inmortales que hablan de la ciudad y los restos del castillo que, desde su cerro, aún contemplan el cauce de un río que marcó la vida del poeta. Frente al cerro del Castillo se encuentra el Cerro del Mirón con su ermita medieval. La plazoleta de Nuestra Señora del Mirón fue centro de reunión de los labradores sorianos en sus rogativas por la lluvia.

Antonio Machado alquiló una casa a la entrada del paseo que lleva hasta la ermita. Muchas tardes se le vio empujando la silla de ruedas de su esposa, ya muy enferma, hasta el mirador de los Cuatro Vientos. Allí, las siluetas del poeta y su amada siguen respirando aire puro y disfrutando de una de las mejores vistas sobre el río Duero. “Álamos de las márgenes del Duero. Conmigo vais, mi corazón os lleva”.

La “ruta machadiana” se adentra en la ciudad, en esa Soria de iglesias, conventos y casonas que fue origen del amor de Machado y de luto por su gran pérdida. La tumba de Leonor, la esposa del poeta, se encuentra junto al muro de la Iglesia del Espino. A la entrada del templo, del siglo XVI, se alza un viejo olmo y prendido en su madera seca el poema de Machado “Al olmo viejo, hendido por el rayo…”.

El Instituto de Educación Secundaria, que hoy lleva su nombre, conserva intacta el aula en la que daba clase y su documentación académica. El edificio, que fue convento de Jesuitas en el siglo XVII, rinde homenaje al antiguo profesor. En el exterior, Don Antonio aparece inmortalizado en bronce sentado en una silla.

Para encontrar a su amada es necesario acercarse a la hermosa Iglesia de Santa María La Mayor. El templo, que conserva capiteles románicos y una larga historia, fue testigo del matrimonio y, tres años después, del funeral de la joven esposa del poeta. Al lado de la iglesia, la escultura de Leonor apoya las manos sobre el respaldo de una silla vacía mientras su mirada se pierde por la Plaza Mayor, entre el Palacio de Doña Urraca, la Fuente de los Leones, la Casa de los Doce Linajes o el Palacio de la Audiencia al que el poeta dedicó sus versos, “¡Soria fría! La campana de la Audiencia da la una. Soria, ciudad castellana ¡tan bella! bajo la luna”.

Por el casco urbano de Soria se reparten palacios como el renacentista de los Condes de Gomara o el de los Castejones, de estilo plateresco, y museos como El Numantino que nació para acoger las piezas del yacimiento de Numancia, la ciudad celtíbera de aquella gesta heroica alabada por los propios romanos. La Colegiata de San Pedro, Concatedral desde el siglo XX, es otra de las grandes joyas del románico castellano. En el templo conviven el impresionante románico de su claustro, el gótico del templo y añadidos posteriores que llegan hasta el barroco.

Salir de Soria por su puente medieval conduce a parajes y lugares extraordinarios. El literato sevillano escribía, “Cruzar el largo puente, y bajo las arcadas de piedra ensombrecerse las aguas plateadas del Duero” y alcanzar lugares de piedras legendarias que no sólo inspiraron a Machado.

Los parajes de Gustavo Adolfo Bécquer

Una vez atravesado el puente aparece uno de los claustros románicos más admirados de España, el del Monasterio de San Juan de Duero. Una estructura a cielo abierto con una espectacular variedad de arcos y capiteles, entre los que destacan los arcos entrelazados y los de herradura apuntados. Un lugar de extrema belleza que caló en el alma de Gustavo Adolfo Bécquer. El monasterio fue erigido, en el siglo XII, en la falda del Monte de las Ánimas. El lugar en el que Bécquer recreó la terrorífica leyenda en la que “las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan de Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos”. Beatriz y su cinta azul envían a Alonso a la tragedia en el Monte de las Ánimas.

Bécquer situaría “El Rayo de Luna” entre los muros y los restos románicos del Monasterio de San Polo. Manrique, el joven noble, persigue la silueta de una mujer que tan solo es un rayo de luna. El arco de San Polo se impone en el camino que conduce a la ermita de San Saturio, por la ribera del Duero. Los primeros datos de la existencia de la ermita se remontan al siglo XII. Está construida sobre la cueva en la que, durante treinta años, vivió el santo visigodo del siglo VI. La capilla es de planta central octogonal y sus muros están adornados con frescos que narran la vida del santo. El santuario, encajado entre las rocas que se alzan sobre el río, es la culminación de uno de los paseos favoritos de los dos grandes poetas sevillanos.

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