La ciudad alemana de Freiburg, españolizado como Friburgo, está situada en medio de la Selva Negra y ofrece una combinación perfecta entre cultura y naturaleza, tradición y modernidad. Se trata de una de las ciudades más bonitas de Alemania, en la que domina la tranquilidad y sorprende su casco antiguo adoquinado, sus campanarios, su catedral, su ambiente universitario y su respeto por el medio ambiente. Incluso por su clima, siendo uno de los más benignos del país.

Hoy día, la agenda de la ciudad está ocupada en cuestiones como el cuidado del medio ambiente, la sostenibilidad y el bienestar de sus habitantes. Se ha llegado a asegurar que es el modelo a imitar por otras ciudades del país para convertirse en una ciudad verde, ya que Friburgo ya ha sido catalogado con esta distinción mundial.

Su cercanía con la Selva Negra y países como Francia y Suiza la convierten en un enclave privilegiado y los cuatro ejes sobre los que giran las mejores propuestas turísticas de Friburgo son la cultura, la gastronomía, los paseos y las compras.

Catedral de Friburgo.

Friburgo es una pequeña ciudad que invita a ser descubierta sin necesidad de un mapa. Su epicentro turístico es la Münster, catedral, situada en la animada Münsterplatz. Construida en estilo gótico a mitad del siglo XIV, destaca por su característico color rojizo en sus paredes y su estilizado campanario que alcanza una altura de 116 metros. Las numerosas agujas y gárgolas que decoran los muros crean la sensación de sentirse en plena Edad Media. Además, entrar en su interior para contemplar las vidrieras será otro espectáculo, y también subir a la torre, desde donde se ofrecen unas vistas espectaculares si el día acompaña.

La ciudad fue fundada en el siglo XIII por los duques de Zähringen y permaneció a los Habsburgo de Austria hasta 1805. Este pasado se puede percibir a través de las ricas fachadas del casco antiguo, que muestran el estatus de sus antiguos propietarios. Las vías del casco antiguo, la mayoría de ellas adoquinadas, están surcadas por pequeños canales que portan agua cristalina, que en la antigüedad eran los encargados de abastecer de agua a la ciudad.

En la misma plaza de la catedral, Münsterplatz, no pasan desapercibidos otros edificios, como unos antiguos almacenes, construidos a mediados del siglo XVI y de color rojizo, con torres, escudos, ornamentación dorada y esculturas de Hans Sixt von Staufen. El mercado ubicado junto a la Catedral, Münstermarkt, es el lugar perfecto para contemplar la auténtica vida cotidiana de la región. Tomarse el desayuno en una de sus acogedoras cafeterías y tomarse su tiempo para deambular entre los stands repletos de productos regionales y especialidades internacionales es una de las mejores actividades.

La calle Konviktstrasse es una calle de artesanos, cuyo origen se remonta al siglo XI, completamente destruida durante la guerra, pero posteriormente reconstruida y restaurada a la perfección. Las encantadoras fachadas fueron restauradas conservándose, además, el camino curvo que caracteriza a la calle. Es aquí donde se encuentran un gran número de boutiques y tiendas de antigüedades, siendo uno de los lugares más fotografiados de la ciudad.

Para contemplar la ciudad desde los tejados, dar un paseo entre la naturaleza y disfrutar de la puesta de sol, conviene llegar al Monte del Palacio, Schlossberg. Desde esta colina se ofrecen las mejores vistas del casco antiguo, los riachuelos, las callejuelas y la Catedral, y tomarse una cerveza alemana aquí ayudará a crear todavía un mejor escenario y ambiente.

La cultura en Friburgo también se instala en los museos, de los que destacan el de Arte Nuevo, el Adelhauser, el Arqueólogico “Colombisehlössle” y el de la Historia de la Ciudad, aunque el más sorprendente podría ser el Museo de los Agustinos. Situado en un antiguo monasterio del siglo XIII reformado y ampliado, ofrece una colección impresionante de arte sacro, que abarca desde la Edad Media al Barroco, y algunas muestras singulares del siglo XIX.

Finalmente, un símbolo más de la ciudad es la salchicha “Lange Rote”. Su historia se remonta a poco después de la Segunda Guerra Mundial cuando el panadero José Föhrenbach comenzó a ofrecer salchichas cocinas. Años después optó por pasar de la cazuela a la parrilla, obteniendo un éxito mucho mayor. Hoy día, se vende en unos siete puestos del Mercado de la Catedral, con o sin cebolla.

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