El “Botxo” ha crecido mucho. A pesar de ello, pocos y pocas pueden presumir de ser de Bilbao-Bilbao. Porque el Gran Bilbao se extiende a toda Vizcaya. Es la ciudad vanguardista y emprendedora que ha sabido adaptarse y liderar los nuevos tiempos, tras la debacle industrial.

El magnífico Guggenheim se alza como símbolo de ese cambio. La creatividad y el talento de un arquitecto genial, de un artista, han dotado de personalidad internacional a aquella ciudad gris que parecía apagarse, a finales del siglo XX. Frank Gehry tuvo muy clara la ubicación de su barco. El “navío” anclado a orillas del Nervión, el emblema de la urbe de los nuevos tiempos, situado “en el puerto que fue”. Bilbao es, ahora, capital internacional del arte gracias al contenido y al continente del museo, en cuya fachada de titanio se proyectan todas las tonalidades de la luz.

Hay más

Como si se tratara de una metáfora de los tiempos, los “fosteritos” del metro conviven con el tranvía permitiendo cambiar rápidamente de paisaje. Desde la inquieta, activa y comercial Gran Vía o el puente Zubizuri a las tradicionales “Siete Calles”, el Ayuntamiento, la Plaza Nueva o la Iglesia de San Nicolás, con su fachada enfrentada al magnífico Teatro Arriaga, la ciudad vasca se sabe hermosa.

La Ría de Ibalizábal nos lleva hasta el Mercado de la Ribera, referencia comercial para toda Bizkaia. En 1991 el Guinness lo reconocía como el Mercado Municipal de Abastos más completo, con el mayor número de comerciantes y puestos. Es el mercado cubierto más grande de Europa, nada extraño si mencionamos que dispone de 10.000 metros cuadrados de superficie. El importante entramado socioeconómico que genera a su alrededor, hace resaltar su ecléctica decoración Art Decó compuesta por vidrieras, celosías, floretes y otros elementos decorativos.

Puerto de Bilbao.

Puerto de Bilbao.

Muy cerca, la Iglesia y el Puente de San Antón incitan a callejear hasta la Catedral. El templo gótico del siglo XIV, que comparte época de origen con el Mercado, fue consagrado al Apóstol Santiago, patrón oficial de la ciudad. La catedral de Bilbao está declarada por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad dentro de los Caminos de Santiago.

En el Casco Viejo, “Bilbao La Vieja”, Indautxu y en cada uno de los barrios bilbaínos, el “poteo” y los “Pintxos” (por supuesto, con mayúsculas) reúnen a amigos y visitantes en terrazas, bares y restaurantes. Con buen tiempo, la vida bulle en la calle al ritmo de la charla y el txakolí. El gusto por los buenos caldos y su exquisita cocina, de magnífica materia prima, han marcado siempre la identidad de los vascos y su carácter abierto y cosmopolita. “Pintxopote” irresistible. Imposible no dar gusto al paladar.

El trayecto se amplía para visitar a la “amatxu” en su Basílica de la Virgen de Begoña o subir a Artxanda y contemplar todo el “Gran Bilbao”, e incluso un poco más allá.

Puente “Bizkaia”

El Puente de Portugalete es un transbordador construido a finales del siglo XIX, para unir las dos márgenes de la ría de Bilbao. Cruzarlo supone un breve placer que nos acerca al Puerto Viejo de Algorta. La encantadora villa de pescadores, en la que se combinan las antiguas construcciones y viviendas de los marineros con el bullicio de los bares de Pintxos. Un magnífico mirador desde el que se contempla una preciosa estampa de la costa vizcaína.

Museo Guggenheim de Bilbao.

Museo Guggenheim de Bilbao.

Amboto y su Dama

El monte Amboto es la mayor altitud de la Sierra de Amboto, o montes del Duranguesado, y forma parte del Parque Natural de Urkiola. Estas montañas son conocidas también, como “la pequeña Suiza”. La orografía del Amboto y su cima casi inexpugnable han inspirado, desde tiempos ancestrales, historias de magia y brujería.

Mari es el personaje más conocido de la mitología vasca. Ella es la personificación de la Madre Tierra y mantiene su morada temporal en una cueva, ubicada en la pared rocosa y acantilada, cercana al pico del Monte Amboto. Cuentan las historias que, algunas noches, se aparece como una gran bola de fuego en el cielo que custodia sus dominios. Los montañeros aseguran que se trata de un lugar mágico, casi místico. Dama o bruja, la leyenda de Mari cambia de cumbre y según la que elija o dependiendo de su estado de ánimo, la climatología varía. Cuando Mari está, en Amboto surge la niebla.

Y si la cueva de Mari puede resultar de interés, la de Santimamiñe no se queda atrás. Declarada Patrimonio de la Humanidad en 2008, conserva restos de asentamientos humanos de 14.000 años de antigüedad y esconde en su interior un buen número de pinturas rupestres. La gruta se encuentra dentro del entorno natural de Urdaibai, declarado Reserva de la Biosfera por la UNESCO. Reconocida internacionalmente por su gran belleza y riqueza ecológica insustituible, también ha recibido alguna contribución humana.

El artista vizcaíno Agustín Ibarrola, en total conexión con tan magnífica naturaleza, pintó el bosque de Oma, literalmente. Muchos de sus árboles sirvieron como lienzo al artista en sus juegos de formas, figuras y color. El bosque juega al escondite con el espectador, o quizá sea a la inversa. Una grata experiencia visualmente impactante y cautivadora.

La misma Reserva Natural de Urdaibay encierra paisajes maravillosos y pueblecitos encantadores. Elantxobe, el pueblo de las cuestas, en el que las calles se descuelgan por una empinada ladera hasta llegar al pequeño puerto pesquero. El puerto de Bermeo, más grande y dinámico, o la casa de Juntas de Gernika, custodiada por el simbólico roble de las libertades de los vizcaínos, son lugares de visita obligada. Y, por supuesto, Mundaka, sede en nueve ocasiones del Circuito Mundial de Surfistas, que cada temporada es la meta de deportistas de todo el mundo, en busca de “La Ola izquierda”. Muy cerca, las playas de Laida y Laga invitan al baño y al paseo.

Y, sin duda, la gran joya de Urdaibai, San Juan de Gaztelugatxe (los amantes de “Juego de Tronos” reconocerán el lugar). Situada entre Lekeitio y Bermeo, la isla está unida a tierra firme por medio de un puente de roca creado por el hombre. El santuario, sucesor de aquella primera ermita erigida en el siglo IX, pone a prueba al caminante con 241 escalones. A cambio, le promete la concesión de un deseo si consigue alcanzar el santuario y tocar la campana tres veces. Después, habrá que esperar a que el deseo se cumpla.