Estamos en el mes de noviembre. Las programaciones de Ayuntamientos, Consellerias -o sus equivalentes en otros lugares-, Centros educativos e instituciones varias se empiezan a llenar de actos referentes a la violencia de género hasta llegar a la explosión final, el día 25, el día para la eliminación de la violencia contra las mujeres, en que nos invadirán de lazos morados, minutos de silencio, mariposas lilas y concentraciones de todo tipo. Nada nuevo bajo el sol.

Pero mientras, el tiempo pasa, y la cifra de la vergüenza de mujeres asesinadas crece sin que parezca importarle a nadie. Y no lo digo por decir, que ya me gustaría.

Lo digo porque en apenas 24 horas han asesinado a dos mujeres en distintos puntos de España sin que la prensa se haya hecho apenas eco. Tan solo un faldón, o unas letras sobreimpresas mientras las tertulias se dedicaban a la actualidad del día, que nada tiene que ver con estas dos pobres víctimas.

Si no fuera una frivolidad absoluta, podría pensarse que han tenido mala suerte en ser asesinadas justo entre el primer aniversario de la Dana, la dimisión light del presidente de la Generalitat valenciana y el primer juicio a un Fiscal General del Estado en toda la historia judicial española. Pero es lo que hay. Y a veces la ironía es el único modo de soportar lo insoportable.

Porque, por más que lo repita una y otra vez, la violencia contra las mujeres es insoportable. Y, como dice una buena amiga, debería de pararse el mundo. Pero, en vez de eso, parece que nos hayamos acostumbrado, que se nos haya insensibilizado el alma y anestesiado el cerebro y hayamos pasado a asumir esas muertes como algo inevitable.

Y, tal vez lo peor de todo es que, si lo asumimos de ese modo y nadie da a tales hechos la relevancia que merecen, se podría encontrar una explicación para muchas cosas.

Cosas como las que revelan las últimas encuestas, según las cuales el negacionismo de la violencia de género y la desafección hacia el feminismo en la juventud es cada vez mayor. Una tendencia que, además, aumenta día a día.

Deberíamos reflexionar sobre ello, y hacerlo muy seriamente. ¿Cómo vamos a transmitir a la juventud la trascendencia de un tema si ni siquiera nosotros le damos importancia? ¿Cómo podemos combatir esa desafección si parece que las víctimas solo importan en un par de días señalados en el calendario? Pues, aunque se trate de una pregunta retórica me tomaré la molestia de contestarla. De ninguna de las maneras.

Recuerdo un tiempo, cuando el consenso entre los partidos políticos era posible cuando se trataba de temas importantes, en que la violencia de género era una cuestión de Estado.

Eran los tiempos en que una ley de la importancia de la ley integral contra la violencia de género se aprobaba por unanimidad, y todo el mundo salía a manifestarse en contra de la violencia de género y homenajeaba a las víctimas cualquiera que fuera su color político.

Pensábamos que lo habíamos conseguido, y quizás bajamos la guardia. Y ahora nos encontramos con lo que nos encontramos. Por desgracia.

Aunque soy una persona optimista por naturaleza, no aspiro a que volvamos a esos tiempos de unión sin fisuras contra el machismo asesino -ya me gustaría-, pero sí que pido que, al menos, aquellos a quienes importa la violencia machista lo demuestren cada día y no solo el 25 de noviembre.

Porque a las mujeres nos matan, nos violan o nos maltratan cada día, aunque no sea el día que manda el calendario, y aunque pasen otras cosas en el mundo. Y nada es lo suficientemente importante como para eclipsar este horror.