No es la primera vez que tomo prestado el título a una película para dar nombre a estas líneas. Esto es lo que me viene a la cabeza cada vez que veo las imágenes de los pavorosos incendios que recorren toda nuestra geografía. Aunque podría haber escogido otros títulos como Tragedia, Horror o Desesperación. Cualquiera de ellos me valdría.
Aunque tal vez el sentimiento que más se repite es el de impotencia. Siento impotencia al pensar en mis amigas del Bierzo y de Cáceres, en “mi familia gallega”, en la querida gente de Cádiz, de Madrid o de tantos otros puntos de España que ven cómo desaparecen, pasto de las llamas, su patrimonio, sus bienes y hasta sus vidas sin poder hacer nada.
Y recuerdo como, hace apenas unos meses, toda esa gente se volcaba con mi tierra tras la terrible dana que nos asoló el 29 de octubre, y se me desgarra el corazón. Ojalá pudiera hacer algo por ellos.
Lo peor de todo es eso. Es que se podría haber hecho algo antes, y ahora llegamos tarde. Como tantas veces. Como ocurre después de cada verano en que, a pesar de las advertencias, acabamos olvidándonos de todo en cuanto guardamos la toalla, el bañador y las chanclas hasta las próximas
vacaciones.
Y es que hay cosas que no se pueden prever, desde luego. Pero los incendios forestales no son ninguna de esas cosas. Parajes secos y descuidados, propiedades abandonadas sin desbrozar y una ola de calor con temperaturas extremas son factores que forman la tormenta perfecta para la proliferación de incendios forestales. Y no se necesita haber estudiado mucho para saberlo, basta con informarse y poseer sentido común, por más que lo consideren el menos común de los sentidos.
¿Entonces? Si todo esto era previsible, ¿por qué no se ha evitado? Pues, nos guste o no, ahí está la pregunta del millón. Ahí está lo que nos preguntamos la mayoría de españolas y españoles. Salvo, quizás, los que siguen negando el cambio climático, que seguirían negándolo, aunque viniera cargado en un camión y les atropellara.
Pues es evidente que la clave está en la prevención. Y en los medios materiales y personales, desde luego. No podemos apagar incendios del siglo XXI con métodos y medios propios del siglo XX porque luego pasa lo que pasa, y ya no tiene remedio.
Lo que tampoco debemos hacer, de ninguna de las maneras, es convertir un drama como este en un motivo más para continuar con el enfrentamiento entre partidos. Ni se puede frivolizar ni bromear con algo tan grave, ni se puede desviar la atención hacia unos mensajes más o menos desafortunados en vez de ir a la causa del problema.
Y es que no aprendemos. En cuanto pasa algo grave, nos dedicamos a buscar culpables en lugar de a buscar soluciones. Y si, además, podemos sacarles las tripas y exhibirlas en la plaza pública, mejor que mejor. Como si eso sirviera de algo a quienes han perdido la vida, o su casa, o su modo de vida.
Parece que aún nos queda ola de calor para unos cuantos días. Y con ella nos quedan también esas manchas rojas o naranjas en los mapas que nos muestran por televisión que nos indican el riesgo de incendios forestales. Esperemos que esos riesgos no se conviertan en más incendios y que las llamas nos den tregua.
Pero no olvidemos que, en el mejor de los casos, se trata de eso, de una tregua, y que el año que viene habrá más fuego, y seguramente peor, porque lo del cambio climático no es cosa para tomar a broma y aquí está una de sus consecuencias. A ver si para entonces nos pilla de una vez con los deberes hechos.