Mira que hay formas de dejar volar la imaginación y sacar a pasear al artista que llevamos dentro, pintar un lienzo, clásico, pero aceptable, escribir un libro, que, junto a tener un hijo y plantar un árbol, ya hemos cumplido con la misión existencial de la vida, hacer castillos en la arena de la playa, efímero pero entretenido, o cualquier expresión plástica admitida en derecho y sociedad, que son muchas.

Pero, parece ser, que, para algunos, y por “algunos” a políticos me refiero, tal vez frustrados ante la falta de aptitudes creativas, se inspiran a golpe de titulitis para engordar el Currículum Vitae.

Ahora bien, empecemos por el principio con una expresión que bien podría ser: ¡Qué necesidad!; o, en valenciano: Serà precís?.

Porque, y precisamente sobre eso mismo descansa y se basa la democracia, para ejercer el buen arte de la política, no es necesaria la acreditación de ningún tipo de título, cualquier persona, mayor de edad, no inhabilitada, que cumpla los requisitos mínimos exigidos por la ley, entre los que no se encuentra disponer de certificado de estudios académicos, puede llegar a presidente del Gobierno, máximo cargo al que se puede aspirar en esta escala de cargos políticos.

No, no hay necesidad de que los políticos hagan afán de imaginación a la hora de trasladar su biografía en formato de estudios, experiencia y cualidades que les definen, desde engordarlo con aquel inglés chapurreado transformado en calificación C1 para que el “jefe” exhiba palmito de políglotas en el partido, hasta licenciaturas, en su momento, ahora grados o masters, que cursada la matrícula es como el que paga el gimnasio pero no va, pero no abramos este melón que sabemos que así no, así no hay resultados.

Ahora bien, para aquellos que van un paso más allá, poseídos por el ingenio, que no gracias, por aquello de los premios falleros “Ingeni i Gràcia, y deciden, en ese mágico momento de inspiración, darle nombre a estudios que ni siquiera todavía han sido inventados, cuidado que la administración de justicia pone la maquinaria en marcha, una que, aunque coge primera y nos gustaría tomar más velocidad, llega para decir que por ahí no, que si hemos falsificado un certificado, es el delito conocido como falsedad documental, según tipificación del Código Penal.

Y si, además, nos hemos servido de esta mentira, que antes de que la llamáramos “Fake”, ya tenía nombre propio, para obtener un puesto de trabajo de los que se pagan con dinero público, sorpresa, porque la chispa con la que se edulcoró la información para ser gratificados con el puesto se llama apropiación indebida, y así, un suma y sigue.

En la cultura del esfuerzo solo cabe el trabajo, la dedicación, el sacrificio. Los tramposos de hoy son los abusones del patio del colegio de ayer.