Es inevitable haberse enterado. No en balde, los capitostes de nuestros socios europeos se han empleado a fondo en difundir a los cuatros vientos que deberíamos irnos haciendo con un kit de supervivencia por si las moscas.
Entendiendo "moscas" como desastres naturales, ataques cibernéticos, pandemias o guerras, cuatro conceptos que abarcan casi todas las desgracias que pueden pasarnos, excepción hecha de la invasión extraterrestre o el apocalipsis zombi.
La verdad es que podría ser gracioso, pero no tiene ni pizca de gracia. Porque si nada tienen de graciosos los desastres o las enfermedades, que son inevitables, menos gracia tienen aún las veleidades bélicas de algunos dirigentes, que son evitables, porque estas sí que son absolutamente prescindibles a poco que tuvieran dos dedos de frente quienes dirigen el cotarro desde distintas partes del mundo.
No sé cómo hemos llegado a este ese punto. Pero es el mismo punto el que no me gusta nada, un punto en el que nos dicen a toda la población que guardemos nuestros palabras y pasemos a las acciones, consistentes, de momento, en hacernos con un buen equipo de supervivencia que nos permita pasar un par de días sin salir a la calle.
Y, ante semejantes manifestaciones por parte de la cúpula de la Unión Europea, una se queda de pasta de boniato.
Porque, si todo lo que pueden hacer las autoridades europeas por la población es instarles a abastecerse de un kit de supervivencia, con una tanda del doble de miedo de regalo, mal vamos.
Y mal vamos porque, si esta es la organización a la que conseguimos acceder con tanto esfuerzo, algo raro debe de pasarle. Esta no es la Europa que nos habían vendido.
No sé si se han pasado de alarmistas o la cosa está realmente tan mal como para irnos buscando búnkeres y refugios varios, pero también me planteo que, si la cosa es tan grave -que puede llegar a serlo, visto lo visto-, con una linterna, una radio a pilas, agua y comida para un par de días tampoco íbamos a solucionar mucho.
Porque en el estado actual de la tecnología, tener una mochila de boy scout en campamento de verano es como tapar el sol con un dedo.
Es cierto que no podemos seguir mirando hacia otro lado como si nada estuviera ocurriendo.
Pero también es cierto que hay que buscar soluciones mucho más trabajadas que las que se están poniendo en marcha, que se supone que estamos en una sociedad civilizada donde la razón debería imponerse a las armas.
Y aunque tampoco podemos conformarnos con el pacifismo simplista de manifestarse en contra de la guerra y de todo gasto en defensa, no podemos convertirnos en una sociedad donde la prioridad absoluta sea estar armado hasta los dientes.
Y esto, en cuanto a la amenaza bélica. El resto, lo referente a desastres naturales o climáticos o nuevas pandemias, era la crónica de una muerte anunciada. Hemos maltratado al planeta, y este no hace sino revolverse y reaccionar.
Y la lástima es que lo que ahora hay que elegir si invertimos en investigación y prevención o lo hacemos en armamento. Una difícil disyuntiva que deberíamos haber evitado a tiempo.
De momento, estoy segura de que habrá alguien dispuesto a enriquecerse a costa de la venta de navajas suizas, abrelatas y transistores de toda la vida. Y mucho me temo que no nos quedará otra que pasar por el aro.
Y es que, por más que se diga que el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla, no aprendemos. Por desgracia.