Eduardo Sacheri con su novela 'Qué quedará de nosotros'. E.E
"No tiene sentido masacrarnos. Si lo hacemos hoy, ya no tendremos el derecho de retroceder"
Vuelve Eduardo Sacheri y lo hace hablando de personas en constante búsqueda de su propio espacio con su estilo propio, entregando toda la responsabilidad de la conclusión en el lector.
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Charlar con Eduardo Sacheri es de esos privilegios intelectuales para los que uno necesita años de preparación. No porque la intelectualidad cultureta invada el terreno literario, sino porque el autor es, ante todo, conocedor de la historia de la humanidad.
Y eso le da una ventaja enorme para su perspectiva. Vuelve a las librerías con ‘Qué quedará de nosotros’, publicado por Alfaguara. Una ficción sobre personas. ¿El escenario? La guerra de las Malvinas, pero podría ser una ferretería de Teherán o una tienda de conveniencia en Seoul. Sacheri habla de personas.
Usa su prosa para mostrar la necesidad de la indagación sobre la ética de la contención. El autor establece una geografía moral donde la "manada" queda a un lado y el "territorio individual" a otro.
Sacheri es tajante: "Yo creo que en el fondo siempre decidimos los seres humanos de modo individual, teniendo que hacernos cargo de eso, por fuera o a la intemperie de lo que haga la manada". A la vez, en una filigrana filosófica, niega que el sistema pueda eximirnos: "El sistema no tiene la responsabilidad. No basta con que lo piensen todos para que esté bien".
Ha cultivado éxitos tan rotundos como ‘El secreto de sus ojos’ y es un magnífico escritor de fútbol. Pero la mayor verdad que transmite su literatura es la certeza de la modestia orgánica.
"Me molesta cuando siento que me están adoctrinando, que me están amonestando desde el púlpito, indicando el camino del bien”.
Confiesa el argentino que detesta la pose de algunos que sienten que "escribir los pone en un extraño lugar de pedagogía, de docencia, de señalar el camino." Este ejercicio, afirma, es "despreciable" porque arrebata al lector el "encanto de la propia reflexión".
Y ahí tienen otra de las claves de la literatura, y de la vida misma de Sacheri. En el ratito que compartimos, deja espacio no solo físico sino en el silencio. Para que podamos conversar sin pisarnos. Debatir. Dialogar.
La responsabilidad del autor se reduce entonces a una única regla: "Mi responsabilidad es invitar sin obligar. El lector debe pensar lo que quiera en ese mundo, no lo que yo quiera".
Su contención, a juego con la limpidez de su mirada, no es una pose: "¿Quién soy yo para andar pontificando?. La dignidad del arte se salva, pues, en el respeto a la autonomía del juicio, sabiendo que si "el autor respira mucho, no deja aire para que respire el lector".
Es, sin embargo, verborrágico cuando le pregunto sin titubeos si nos estamos yendo a la mierda. Sonríe. Reflexiona. Y, tres segundos de silencio después, dispara una reflexión propia del historiador que es.
"Mi primer impulso es decir sí, nos estamos yendo a la mierda. Pero luego pienso y me doy cuenta de que la tragedia reside en la incapacidad de la especie de advertir los riesgos de sus mejores ideas, condenándonos a movimientos cíclicos. El ser humano sucumbe a ciertas tendencias a la uniformidad, a la certeza, a cierto huir de la incertidumbre".
Sacheri concluye que "a esta altura de mi vida, no creo que el ser humano sea capaz de evitarlo. A nuestro alrededor surgen reacciones extremas que nos aterrorizan".
Pero no es todo oscuridad. También sonríe: "solo muy de vez en cuando pasamos por una zona más o menos coherente. Todo son ciclos. Solo que ahora hay más gente con capacidad de hablar, de leer, de entender y de escuchar".
Escucharle hablar es casi asistir a una lección de filosofía. Como quien se come una gilda en plena terraza de un bar de moda, Eduardo Sacheri le quita importancia a la literatura y a todo lo que huela a grandilocuencia.
La épica, reflexiona, ya no pertenece a los reyes retratados por Homero o Virgilio. Pertenece a la calle. "Es que desde hace doscientos años casi todo el mundo puede escribir. Y eso hace que se democraticen no solo los consumos, también las historias. Es lógico que el descenso del analfabetismo afecte a cómo contamos las historias.
El descubrimiento de que "en el poderoso habita la humanidad, pero en el humilde también" es un legado que, cree, entendió antes el cine que los libros.
Sacheri concluye que la "épica de lo cotidiano" reside no en el actor, sino en el "ojo que mira", en esa "acción estética" de "parar y mirar" la vida en cualquier ámbito.
Su literatura es, pues, una invitación constante a un ejercicio de soberanía moral en un mundo que nos condena a la uniformidad, recordándonos el derecho inalienable que tenemos: "Y si no a qué hemos venido? O sea, si no tenemos ese derecho a cambiar y a que los demás cambien, ¿qué nos queda?"
Por ello, insta a la reflexión antes que a la masacre ideológica: "No tiene sentido que nos masacremos hoy porque si nos masacramos, ni vos ni yo tenemos derecho a retroceder."