En el inicio estuve un buen rato pensando cómo contar lo que sucedió cuando se desbarajó el paseíllo. Alguna explicación sesuda bien hilada. Fue fácil: Las Ventas se puso en pie para sacar a saludar a Padilla en su último día aquí. Madrid también es esto. Esa comunión que se da en una plaza de toros de tanta transcendencia, los tendidos coloreados y batientes, un tipo saliendo al tercio solo, es la caña. 24.000 honrando, entre otras cosas, el ojo perdido. María José Pico —el brazo ejecutor de la malvada Soraya— tomaba nota sobre cómo despedir con elegancia a quien no te  gusta.

El primer toro no sirvió. Padilla lo fue en las banderillas, en el inicio volcánico de rodillas y después, cuando el toro sin humillar iba y venía, con nobleza. La espada se partió a pesar de estar enterrada en carne y el hijo de Vicente Ruiz preguntó si era una prueba de Tauromaquias Integradas, si Joselito no quería que se viera el acero hundido en la piel. Risas.

La corrida de Jandilla tuvo el tufo de la falta descarada de raza y fondo. Todos apuntaron algo que se quedó en el esbozo por una condición pobre y aniquilada, a pesar de empujar algunos en el caballo. La jandillada de cada año par. Hebreo todavía en el recuerdo.

Para Castella fue otra vez el mejor. El quinto fue el único que ilusionó. Qué cuello tenía Husmeador. Armado en el morrillo, corto de manos, con cuajo y hondo. La armonía del toro de lidia. En la expresión se le veía el poso de los genes bien ensamblados. Estaban todas las posibilidades sobre la mesa, galopando franco, metiendo la cara en los capotes. Castella se fue a los medios. Todos sabían lo que venía. El francés lleva una década haciendo el mismo inicio de faena. Los diez siguientes segundos los podía haber escrito en casa. Ahí está la ruina. Los espacios estrechos consumieron la escasa pólvora del toro, estrellado en ese pasillo que crea el francés entre muletazos. Una respiración de Husmeador que rebotó en la piedra pedía sitio.

Desprecio de Sebastián Castella al buen 'Husmeador' Plaza 1

La primera tanda por la derecha tuvo ritmo. Una embestida genial del Jandilla doblando la cara desarrolló el único muletazo bueno. El desarme al natural confirmó los presagios. Castella tuvo suerte porque Husmeador bajó, y ya quedó sin fuelle. Se arrimó entonces en los medios, los pitones le rozaron la taleguilla, miró al público y eso volcó inexplicablemente la plaza. Miradas extrañas entre los habituales. Había jaleo, contestación entre los tendidos, Madrid salvaje. Protestaba el 7, más aplaudía el resto. ¡Hasta de pie! Los millenials no tenemos la culpa de todo. Castella dejó medio espadazo agarrado en el rincón, venenoso. La plaza se volcó en pedir la oreja, mínima en comparación con la de Talavante, que va marcando el ritmo de este San Isidro. Sinceramente, no me gustó el planteamiento. Me quedé con las ganas de ver a Husmeador con un trato más favorable.

El segundo toro fue guapo. A pesar de estar montado. Los hay muchos así. Parecía que le pesaban las banderillas que le cayeron en el número. La primera aparición de Castella fue en el quite al primero, por gaoneras. En la muleta, Harmonía —de la familia de las erratas— perdía las manos. No podía obligarle Castella, berreaba impotente el Jandilla, y aún así el francés se quedaba encima. Pitos, gritos, voces. El trasteo fue soso al cubo. Una conjunción de frialdades.

La cara del tercero era una máscara tribal. El ceño fruncido, las dos puntas elevadas al nublado. Roca Rey lo recogió con lances a pies juntos. Ni verónicas, ni delantales: un mixto intermedio con el brazo de salida estirado a todo lo que daba la embestida. Hubo oles como por compromiso, sobre todo en las medias. Apagados también en el quite al segundo. Detrás de la cara, el toro se iba haciendo menos con pechos que desembocaban en la fina y agalgada culata. Jornalero se arrancó derecho al caballo, partiendo la puya. Luego, se hundió. Descolgado, se le apreciaban los andamios. Viendo Roca la escasa fuerza del conjunto cambió el trazo de los estatuarios dos veces: las marcas de sangre en la espalda, frenazos de la velocidad del trance, milimétrico. No le dejaron arrimarse con el marmolillo. Y lo mató muy bien.

Roca Rey llegaba con la tarde envuelta en la expectación del público. El último torero de masas. El no hay billetes apoyado sobre sus hombros. Con los focos encendidos, tras el arreón viral de Castella, parecía que lo tenía a mano. Sin embargo, una sombra negra se escurría de los embroques, buscando siempre los terrenos del 4. Recogerlo, no lo recogió, sino lo contrario con los estatuarios. Y en los medios ligó para torear. Nada, suelto el toro, girando hacia el otro lado. Ambos convergieron en una tanda en las rayas cerca de chiqueros fugaz, con la emoción del toro metido a la fuerza y Roca sin ceder. Ni para eso sirvió tampoco. Barones apuntilló la tarde antes de que Roca acabará con él.

El cuarto se volvió al pisar el ruedo. Las querencias tan marcadas que estaban fuera de la plaza, en los chiqueros, en el camión, en la dehesa. Me hace gracia tirar del hilo. Pesó el que más, se le notaba en lo musculoso. Derribó al caballo empujando con determinación. Qué bella es esa animalidad, un señor vestido raro cayendo mientras un herbívoro ataca a otro. En el segundo puyazo volvió a meter los riñones. El último par de Padilla en esta plaza voló al violín, aterrizando arriba. Otro toro vacío, con genio y a menos. Padilla se deshizo del jandilla.

El Ciclón estuvo entre la espada y la pared en un desarme, al final, pegado a tablas. El toro floreó el pitón en la muleta volandera y fijó el objetivo en el matador, incapaz de escapar. Es mejor no describir todo el dispositivo de seguridad ambulante que lo acompaña en cada suerte. Más que subalternos, son escoltas. La tarde pesaba ya como los discursos de Ábalos, en el callejón, representando al socialismo faldicorto y sin complejos. Con más perspectiva que el pobre Pdr.











FICHA DEL FESTEJO





Monumental de las Ventas. Viernes, 18 de mayo de 2018. Undécima de feria. No hay billetes. Toros de Jandilla, 1º no humilló, 2º sin fuerzas, un marmolillo el 3º, se desfondó el 4º, no duró el buen 5º, 6º rajado.





Juan José Padilla, de azul marino y oro. Espadazo bajo y suelto. Un descabello (silencio). En el cuarto, pinchazo que se suelta y estocada casi entera.

Sebastián Castella, de azul turquesa y oro. Bajonazo (silencio). En el quinto, espadazo casi entero (oreja).

Roca Rey, de blanco y plata. Buena estocada (silencio). En el sexto, buena estocada (ovación).