El rey emérito, el viejo rey, sumó en Bilbao una fecha más en esta gira suya taurina por las Españas. La mejor forma de conocer el país es asomándose a una plaza de toros. Esto lo dijo alguien muy leído, no recuerdo quién. Google tampoco. La jubilación lo acerca al pueblo como a un abuelo a la obra: se presenta por ver qué España se está construyendo. A Don Juan Carlos se le respeta en los ruedos. Le persigue la expectación y cada gesto suyo provoca estupefacción, sonrisas y levanta índices. Las señoras cuchichean a su paso, ese tran tran borbónico souvenir de Botsuana, las jóvenes lo miran con curiosidad y los hombres con envidia nostálgica, como se mira al sobrino que está de Erasmus. Todos sacan los móviles. Tiene que ser muy difícil irse a casa con la sensación de ser la comidilla de Whatsapp de unas cuantas miles de personas.

Acumuló los tres primeros brindis. Inteligibles en la distancia, él hacía como que escuchaba, la gente aplaudía y pitaba, y todos contentos. La infanta Elena tiraba fotos aleatorias. Ya casi nadie se acuerda de los toros y menos si no muere nadie. Ellos sí. Nos conformamos con esta parte de las instituciones. Desde su posición, en un palco a la izquierda de la guarida de Matías, observaban el gran solar de enfrente. Otra entrada agonizante. La afición está exprimida. A mí me da rabia escribir estas cosas, pero es lo que vi. Ni Ponce, queridísimo en Bilbao, ni Juli, con tan buenas actuaciones en Vista Alegre, atraen lo suficiente, tampoco lo nuevo encarnado en López Simón. Algo tiene que cambiar rápido. A lo mejor se acabó el tiempo de los Choperas o debe renovarse la Junta.

La corrida de Garcigrande fue de las peores que se le han visto al hierro. Toros muy desfondados, sin poder ni casta. Tan sólo el primero de Enrique Ponce ofreció algo. Bruto de hechuras, basto y frentudo. Tomó los doblones sin desperezarse. Hubiera bostezado de haber sabido. El maestro de Chiva no se contagió de la pereza. Los gañafones activaron esa parte cerebral de la lidia poncista, lejanísima de La Misión y el esmoquin.

La muleta viajaba a milímetros de los cabezazos. Hilvanó varias series limpias y atacó. Muletazos de Cuadernos Rubio. El toro ya había corregido. La movilidad se fijó. Dos tandas en redondo, pasando el toro más cerca, calentaron los tendidos. Se gustó EP.

Al natural dio tiempo. Bajó el trasteo. Todo medido. La faena discurrió en todos los terrenos adyacentes a las dos rayas de sol y sombra cercanas al burladero de matadores. No se entregaba el toro. Bastante mejoró. Iba, al menos. Tampoco humilló. Un cambio de mano emergió. La serie final fueron tres doblones en redondo muy toreros y enterró la mano. Oreja.

El cuarto era bonito. Embestía despacio, con el hocico olisqueando los vuelos. Lo probó Ponce en el saludo. Las verónicas fueron templadas, muy despacio, recogiendo el lance. Luego se estrelló en el caballo. 'Hospiciano' se fundió. En el encuentro se derrumbó y a la salida un escorzo de patas y manos lo mandó a la lona gris. Se sostenía de milagro.

Ponce llevó la lidia en banderillas con asepsia de sanatorio: los capotazos eran vías de suero y las carreras hacia atrás oxígeno. Casi se adivinaba el pitido del electrocardiograma. Lázaro buscaba en la penumbra el bastón.

El matador valenciano, experto en las alturas, lo hizo todo a favor. Los derechazos en su línea, sin obligarle. Así dos veces. A la tercera surgieron tres un poco más obligado 'Hospiciano' y eso fue lo que duró. Otra tanda más lo tapó con cierto éxito. Y nada más. Escarbó rendido al natural después de perder las manos, Ponce hizo un gesto de decepción y la espada se fue baja. Hasta el año que viene.

El Juli entra a matar a su primer toro. Luis Tejido EFE

Menos tuvo 'Soñador', que fue el mejor para el torero por hechuras. Tiró la cara arriba en el peto de puro agobio y partió la vara. Demasiado poco para Julián, obligado a justificarse. Tenía ganas de coger la espada. Sí lo intentó con ansia con el cuarto, grandullón y castaño, al que Álvaro Montes clavó un buen par. Apenas humilló en la muleta. Recto tomó algunas veces los engaños, otras descompuesto, levantaba la cara a mitad de arrancada. Juli ofreció medio muletazo. Se la quitaba enseguida. Ni por esas hervía la casta, imposible el celo.

La afición berreaba cosas. Varios pedían música, algunos daban palmas de tango. Juli los mandó callar y Matías se unió por una vez al madrileño haciendo caso omiso de la melómana afición bilbaína. Aquello no había pasodoble que lo aliñara. Juli trató de extraer el fondo de 'su' ganadería. La bodega iba vacía. La embestida no tenía transmisión y el torero se dio por vencido. La gente reconoció el esfuerzo con una fuerte ovación.

Qué regates hizo el tercero en los capotes. Apoyaba las manos, no se sabe bien si cazando o por torpeza. Antes, López Simón lanceó por delantales con las muñecas encogidas. Se quedó en media arrancada. Sacarlo del tercio costó. Dio muchísimos pases López Simón. Algún muletazo también. Dos templados. Después perdía la velocidad. Se iba dejando el toro y las tandas se acumulaban. Por el izquierdo humillaba menos. Simón acortó las distancias. Muleta escondida y cruzado. El toro no lo permitió y tiró una tarascada. Quiero sí se queda, desde luego. Pinchó dos veces. El garcigrande se echó aburrido. Un cachetazo lo volvió a levantar.

Con el sexto no sé bien qué ocurrió. El otro castaño era suelto de carnes. Alargado. Su comportamiento fue también de esa manera. Desbandadas. En el aire del primero de Ponce, pero con más poder. Embestía con pequeñas explosiones. Cinco embestidas en una. Fue difícil ver nada en la jungla de la faena. Todo desordenado en el piloto automático de López Simón, decidido a torear a todos los toros de este año de la misma manera. Quizá bata algún récord. La gente lo apremia. Es verdad que los pezuñones impedían el flujo: al toro le costaba andar con esos zapatones.

Hacía hilo. Reponía. Tiraba la cara. Pero tenía transmisión. Faltó poder y distancia. López Simón gritaba "Vente bonito". Julián Guerra sostenía el mítico 'bien'. Qué dolor de cabeza. Alguna tanda suelta. Tres derechazos. Aquello era una composición emborronada. Alternó las manos sin criterio, a lo que saliera. No se le vio muy centrado al matador de Barajas, que vuelve el viernes. Lo mostró en el cierre cuando preparaba un final y de repente, entre dos gestos rápidos y sin compás, montó la espada. Sí lo mató.

GARCIGRANDE/ Enrique Ponce, El Juli y López Simón.

Plaza de toros de Vista Alegre. Martes, 23 de agosto de 2016. Cuarta de feria. Media entrada. Toros de Garcigrande, 1º sin entrega, un 2º sin fuerza, marmolillo el 3º, 4º descoordinado y derrumbado, 5º complicado, explosivo el 6º, cambiante y pegajoso.

Enrique Ponce, de carmelita y oro. Estocada entera (oreja). En el cuarto, pinchazo defectuoso, pinchazo sin soltar y espadazo caído. Aviso (palmas).

El Juli, de nazareno y oro. Espadazo tendido y trasero. Varios descabellos (silencio). En el quinto, media estocada desprendida. Dos descabellos (saludos).

López Simón, de azul marino y oro. Dos pinchazos hondos arriba que se expulsaron. Un descabello. Aviso (silencio). En el sexto, espadazo caído (gran ovación de despedida).

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