El pasado 29 de junio, Jack Burgess, un joven residente en Waterlooville (Inglaterra), falleció víctima de un daño cerebral grave tras un accidente en el que se vieron involucrados otros cuatro vehículos. Su última voluntad fue donar sus órganos (estaba inscrito en el registro público de donantes) y este hecho ha permitido que se salven cinco vidas.

Los médicos fueron claros tras ver el escáner al que fue sometido de urgencias: Jack no saldría con vida. Eso permitió activar el protocolo de transplantes del hospital. Al día siguiente falleció, pero la familia sintió un consuelo a su tristeza.

Como publica La Vanguardia, el corazón del joven de 22 años sirvió para un varón de 50 años, el hígado para un hombre de 30, el páncreas y el riñón para un varón de 30 años, el otro riñón se pudo utilizar en otro varón. Incluso la articulación de rodilla se ha empleado en una quinta persona con una enfermedad oncológica. Las córneas donadas por el joven todavía tardarán un tiempo hasta que puedan trasplantarse.

Su hermana Sophie, que trabaja para el Servicio de Ambulancias del Centro Sur, explicó la contraposición de sentimientos desbordados esas horas: “Nos dimos cuenta de que mientras nos despedíamos de él, otras familias se unían porque su ser querido estaba teniendo otra oportunidad de vivir. Sé que es un legado increíble con el que Jack habría estado muy feliz”.

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