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Los vecinos de este edificio en el distrito de Latina en Madrid llevan años sufriendo una situación que parece de película. Todo empezó cuando Dolores, una pensionista que vivía sola en su piso del Paseo de los Jesuitas, falleció en 2014 sin dejar herederos.

Nadie reclamó su casa, así que el piso quedó vacío durante años hasta que en 2019 fue okupado. Desde ese momento, vivir en el edificio se ha vuelto un auténtico calvario.

Ruidos, molestias todo el tiempo y una sensación de inseguridad han cambiado la vida de todos los vecinos. Uno de los más perjudicados es Per Rydén, un ciudadano sueco que vive justo debajo del piso ocupado y además es el presidente de la comunidad.

El piso lleva años okupado. Antena 3

Per, acostumbrado a los trámites en su país, jamás pensó que se encontraría en una situación tan surrealista como la de tener que hacer de heredero sin serlo. "No me veo con otra opción porque no están haciendo nada desde hace muchos años", asegura con frustración.

Y es que Per está al frente de todas las gestiones porque nadie más hace nada. "Tengo que hacer todo el trabajo yo porque nadie más lo está haciendo", dice, asegurando que ni el Estado ni la administración han movido un dedo para solucionar el problema, a pesar de que, según la ley, el piso debería haber pasado ya a ser propiedad del Estado.

"Supuestamente, el piso ya debería ser del Estado, si el Estado cumpliese con la ley, claro, lo que no está haciendo", continúa explicando con indignación.

El caso es tan extraño que cuesta creerlo. A pesar de que Dolores falleció hace más de una década, las facturas del agua, la luz y otros servicios siguen pagándose con el dinero que ella dejó en el banco.

Esto mantiene el piso "activo" a ojos de muchas instituciones, lo que dificulta aún más que alguien se haga cargo de la propiedad. "Yo llevé el certificado de defunción al banco y pensé que con eso iba a bastar", recuerda Per.

Sin embargo no fue suficiente y la casa continúa okupada sin tener propietario conocido. Desde que los okupas entraron en 2019, la convivencia en el edificio ha ido de mal en peor.

El ruido a todas horas, las discusiones y el miedo se han vuelto algo habitual. Per está harto de llamar a puertas que no se abren y de recibir siempre la misma respuesta, y es que "el piso lleva 11 años sin propietario, en un vacío legal y con una situación muy difícil en estos momentos", denuncia.