Luis Romero
Hace unos días, le decía a un amigo abogado que nuestro jefes son los clientes y no, como se podría pensar, los jueces. También concluía que los peores momentos y las peores experiencias en la abogacía, los provocaban algunos de nuestros clientes.
Por la misma razón, las mayores alegrías las vive un abogado gracias a sus clientes, cuando éstos le felicitan por una sentencia favorable, por conseguir una resolución satisfactoria o incluso por lograr un resultado que no es el mejor pero, sin embargo, la persona que ha confiado en nosotros sabe que hemos hecho todo lo posible para defender su causa.
El otro día pensaba al recibir algún whatsapp y determinados correos que del total de mis clientes, solo unos pocos, quizás el cinco por ciento, eran los que desconfiaban de mi trabajo, ponían continuamente trabas, escriben y llaman a todas horas, incluso en días y horas de descanso; esos mensajes a las cuatro de la madrugada….
Y me dije ¿Cómo tres o cuatro clientes pueden intentar fastidiarme la tarde si otros cien respetuosamente esperan a que yo, mi secretaria o algún compañero les llamemos o les escribamos para informarles de las novedades que se produzcan en su caso?
¡No, no permitiré que esas pocas personas que debían confiar en mí, enturbien mi gran satisfacción por ejercer de abogado cada día! Cuando me acerco a los treinta y cinco años de ejercicio profesional, miró para atrás y salgo tan contento cada día de mi casa, portando mi traje, la corbata más bonita que he elegido para ese día y mi maletín en la mano derecha, como el primer día que me encaminé a los juzgados para preguntarle a un funcionario cómo iba el procedimiento de un cliente, mi primer cliente.
Rumbo al bufete, donde el equipo de abogados y administrativos que me acompañan en esta aventura me esperan sin cesar en sus labores, hoy voy pensando en los distintos casos y clientes, con optimismo y casi euforia, porque sé que todo sigue su cauce y la mayoría de mis clientes agradecerá mi trabajo y esfuerzo.
Gracias a esos que un día decidieron contratar nuestros servicios, entre otras opciones que tenían, firmaron el contrato con nosotros y abonaron nuestros honorarios, nuestro bufete existe.
Porque sin clientes no hay bufete, sin ellos un abogado no pueden mantener abierto su despacho. Por eso hay que agradecer a cada cliente que nos llama o que nos visita, el que desee que seamos nosotros los que le asesoremos y ponga en nuestras manos algo muy importante para ellos: su deseo de que se imparta justicia.