El ser humano se ha sentido atraído por el poder desde tiempos inmemoriables. En dos de las series de más éxito de 2016 se puede comprobar esta teoría desde dos puntos de vista ya clásicos, pero presentados a las mil maravillas: los multimillonarios de Wall Street y la vida de una ilustre monarca.

Comenzando por la temática más actual, nos encontramos con el tren de vida de Billions que nos engancha a la pantalla en busca de los secretos de sus poderosos protagonistas.

En esta serie de estreno, un fiscal federal intenta acorralar a un potente pero dudoso empresario que mueve, como no podía ser de otra manera, billones de dólares solo con descolgar el teléfono. Dentro de la televisión vemos como el dinero llama al dinero, y las diferencias entre los buenos y los malos se entrelazan para mantenernos en vilo.

Nada importa que a la hora de la verdad, en la vida real,  que los buenos no sean tan buenos y los malos no sean tan malos. Quién sabe si no haríamos más migas con Al Capone que con Eliot Ness. Puede que sea más divertido dar una vuelta con el primero. Nada importa que los juegos del dinero y el suculento mundo del lucro empresarial ya haya sido visitado en numerosas entregas cinematográficas: desde Wall Street hasta Inside Job o Margin Call. La nueva versión del mundo del lujo, las finanzas y el poder llega con escenas impecables, conversaciones eléctricas y situaciones bien planteadas y mejor resueltas.

Billions crece impulsada por el convincente guion y la dirección de Andrew Ross Sorkin, Brian Koppelman (The Girlfriend Experience) y David Levien (Ocean´s Thirteen), y protagonizada con todo detalle por Paul Giamatti (12 años de esclavitud, John Adams, Cinderella Man, Entre copas), Damian Lewis (Homeland) y Maggie Siff (Mad Men, Ley y orden). Los tres a muy buen nivel.

El poder del dinero y el poder de la Historia

La otra vertiente de la atracción por el poder, algo más romántica, algo más platónica, es la relación del pueblo británico por su realeza. Victoria no deja indiferente, y la Reina Victoria, aquella que dio nombre a toda una era, se merecía una serie de estas dimensiones en esta época de tan buena salud televisiva.

Victoria

Victoria nace, crece y se reproduce tras el guion de Daisy Goodwin, basado en los diarios personales de la Reina. El detalle no es menor en los tiempos que corren: es la historia de una gran mujer contada por otra gran mujer. Todo gira en torno a Jenna Coleman (Capitán América: El primer vengador, Doctor Who), que borda el papel de la soberana que jugaba con muñecas. Rufus Sewell (Dark City, The Tourist) y las actrices alemanas Daniela Holtz y Catherine Flemming capitanean el resto del reparto.

La serie navega en la época victoriana, centrándose en el lado más personal de la Reina, sin necesidad de que el espectador deba matricularse en un máster urgente de monarquía, y desterrando algunas ideas preconcebidas sobre la figura de la jefa de Buckingham Palace. Llegó al trono con tan solo dieciocho años, sin saber muy bien a qué se iba a tener que enfrentar, ni cómo gestionar aquel estatus. Semejante desaguisado comenzó a tomar vida cuando ella tenía solamente un año, debido a la muerte de varios de los sucesores que la precedían. Desde el principio, su vida es de novela. De eso no hay ninguna duda.

El relato se suma a la notable lista de biopics que a lo largo de las décadas han recorrido por las grandes mujeres de la realeza europea: Isabel de Baviera –Sissi Emperatriz–, María Antoñeta, Eugenia de Montijo, Cristina de Suecia y Alejandra Romanova –quien, por cierto, aunque estuviera en la otra punta del mundo era nieta de la Reina Victoria; a la que, con cierta flema británica, se apodó “la abuela de Europa”–.

El espectador puede que quizá se sienta atraído también por el poder que emana de la tórrida rivalidad de Juego de tronos, de los carceleros de Orange is the new black, de los investigadores de True detective, o de las eminencias ginecológicas de Masters of sex. Sin embargo, lo de Billions y Victoria es otra liga. Esto es el poder elevado a la enésima potencia.

Una cosa está muy clara –y si no que se lo digan a los protagonistas de ambas series–: esta carrera descontrolada hacia el poder se sabe bien dónde comienza pero no dónde termina.

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