En Delicias hay una fiesta. En este barrio madrileño, que se ha convertido por derecho propio en el distrito del sexo de la capital, hay una fiesta. La de la sumisión masculina. Un evento en el que varias 'amas' torturan, humillan y someten a varios esclavos. Desde las doce de mediodía hasta la medianoche, en un lugar secreto.

Se llama FemDom Party. Fem, de femenina; Dom, de dominación y Party de fiesta. Se organiza una vez al año y se puede asistir como sumiso o como voyeur. Si vienes sólo a mirar y no tocar, son 60 euros, si vienes a que te sometan, humillen y torturen, la tarifa sube a 150. “Hombre, pues si es más barato que no me peguen, pues que no me peguen”, decido al hacer la reserva por teléfono.

Se celebra en el ático de un viejo edificio de cuatro pisos. La tortura empieza en el portal, porque no hay ascensor. Si consigues subir sin ahogarte en el intento, arriba te esperan cuatro o cinco dominatrix que, con látigos, fustas y cuerdas, te van a meter la de tu vida.

TENER ESCLAVOS COMO MEDIO DE VIDA

En la puerta te atiende un mayordomo sumiso uniformado, con cara de niño y el pelo largo. Te ofrece una copa y te hace pasar a una consulta de médico con una silla de ginecólogo. Es el lugar que hace las veces de oficina. Ahí me reciben Lady Diane y Julie, las dos dominatrix organizadoras. Son amas profesionales, porque de esto también puede uno ganarse la vida: de tener esclavos. Lady Diane, que es de León y tiene 38 años, lleva 12 viviendo del BDSM (bondage, dominación, sumisión y masoquismo). Julie, valenciana de 27, lleva 6 trabajando con sumisos.

Después de presentarse, las dóminas ponen énfasis en la profesionalidad del evento. “Yo, en esto del BDSM, me he gastado mucho dinero. Hay que formarse, hacer cursos, comprar libros. Aquí tienes personas a tu cargo, no se puede hacer el tonto”, me calman. Porque yo allí no voy como periodista (que no son bienvenidos, según me dicen ellas): me hago pasar por un proyecto de sumiso que algún día querrá que le peguen. Para ellas, cualquier persona que se acerque por primera vez a este mundo tiene que ser tranquilizado.

En la consulta me dan una hoja con el protocolo a seguir. Los sumisos tienen uno y los espectadores, otro. Por ejemplo, no podemos tocar. Tampoco podemos invadir el espacio vital de la dominatrix, por si en un momento dado está azotando a su esclavo con el látigo y nos llevamos nosotros el zurriagazo por error.

GATITOS

El protocolo de los sumisos es distinto y está previamente consensuado entre las dos partes. Y es que tampoco cualquiera vale para ser esclavo. Los hombres seleccionados han pasado una entrevista previa en la que se pactan los límites y las perversiones a realizar. También la palabra de seguridad, por si hay que detener el juego de inmediato. “Hay muchas. Las más típicas son 'rojo' o 'stop', pero nosotros utilizamos 'gatitos'. Es una palabra que, en mitad del éxtasis de los azotes, te corta el rollo”, me cuenta Julie. Así, en el momento en el que uno de los esclavos grite “¡gatitos!”, como sin venir al caso, es porque algo ha ido mal. O le han hecho más daño de la cuenta, o se ha agobiado por algo. Ahí se para el juego.

“También hay gestos, porque imagínate que vamos a amordazar y a momificar con cuerdas a un esclavo. No podrá decir 'gatitos' si algo va mal”. No, por supuesto que no podrá decir gatitos ni ninguna otra cosa. En ese caso, el sumiso tendrá un codigo gestual, un amago de movimiento de pierna, por ejemplo, para que el juego se detenga de inmediato.

Los sumisos pasan gran parte de la fiesta arrodillados ante sus dóminas

Las dóminas también ponen límites a priori. “Por ejemplo, no trabajamos parafilias con excrementos. Por higiene, porque no nos gusta… Por eso es importante la entrevista previa. Porque no puedes dejar que se te cuele algún loco. Esto tiene que estar muy controlado”, me cuenta Lady Diane. También me espolean por si me vengo arriba: “Si en algún momento ves que te excitas mucho y te animas a participar, ya sabes”, me proponen mientras trago saliva.

CUATRO ESCLAVOS DESNUDOS EN EL RING

Me introducen en el comedor. Es una sala alargada, de más de 100 metros cuadrados. La luz es tenue y está llena de velas. En el centro hay una alfombra negra a la que llaman 'el ring'. Junto a una pared hay cuatro hombres comiendo, porque los sumisos también comen (si su ama se lo autoriza) y más en una fiesta que puede durar doce horas.

Como vengo como voyeur, soy el único hombre autorizado a permanecer vestido. El resto de hombres ya están desnudos. O casi, porque lo único que les permiten llevar son unos tangas minúsculos y desechables. Son cuatro hombres, todos más altos que yo, que mido 1,83. Fuertes algunos. Tres españoles y un alemán; un empresario de la región de Renania que cada vez que viaja a España por trabajo reserva una sesión privada con estas dóminas. Pero nunca había participado en una fiesta con otros esclavos. Esta vez ha venido expresamente para participar en esta fiesta. Desde Alemania, a pagar 150 euros para que te peguen una zurra. 

JEFES DE EMPRESAS, SOMETIDOS

De los cuatro esclavos, tres tienen cargos de responsabilidad en empresas, algunas importantes. Se pasan el día mandando y esto es una especie de válvula de escape. El otro esclavo es fontanero. “La sumisión no entiende de clases sociales ni de cargos. Ni siquiera de género. Hay amos que someten a esclavas, amas que tienen sumisos, personas del mismo sexo con diferentes roles...”, me dice una de las dóminas.

Ellas son 4. Las dos organizadoras y otras dos amas amateur, colombianas las dos, que vienen a ayudar a sus amigas y a empaparse sobre cuestiones como atar con cuerdas. Todas van vestidas de cuero negro.

A los esclavos los someten en cuanto acaban de comer. Les ajustan unos collares de cuero con pinchos y los mandan arrodillarse en el ring. Me llama la atención que uno de ellos se arrodilla en una posición algo distinta. “Es porque en la entrevista previa nos contó que está operado de un tobillo. Estas cosas tenemos que tenerlas en cuenta”, me chiva Lady Diane antes de ponerse delante de ellos. Entonces les empieza a insultar, les pone unos nombres ficticios degradantes y les explica lo que van a hacer con ellos.

Las vendas y las cuerdas son elementos indispensables en fiestas de BDSM

Al alemán, de más de 60 años, lo sientan en una silla aparte y lo amordazan, mientras le estiran de los pezones. En realidad se debe a que, por su edad, es el que menos resistencia física tiene. Por eso lo colocan en un posición más cómoda. Aunque son cosas pactadas de antemano, no se dicen en ningún momento.

A otro de los españoles, un tipo rubio y fuerte de unos 40 años, lo sacan del ring y le practican dos ataduras distintas: una complicadísima por todo el cuerpo con una cuerda gruesa, y otra mucho menos compleja en en el miembro, con una especie de hilo de pescar. A mí se me ponen los pelos de punta sólo de pensar en el dolor. Él tiene una erección. La ama Julie se percata de la circunstancia, ve la oportunidad y le cuelga allí el látigo, que en ese momento no sabía dónde ponerlo.

EL HILO MUSICAL

Del hilo musical se encarga Pepa, un segundo mayordomo. Un señor calvo de unos 50 años, muy menudito, que parece que no ha entendido del todo el concepto de la música de una fiesta sadomasoquista. Ha puesto una lista en Spotify donde suena “Despacito”. Luego la de 'Viva el amor'. Mientras el empresario alemán grita con la tortura de sus pezones, en los altavoces suena eso de “bajo el sol, junto al mar, tú y yo, viva la música”. Luego suena una de Sonia y Selena y una de las dominatrix colombianas ya se cansa. Reprende al mayordomo Pepa por su pésimo gusto musical y procede a poner una lista de música electrónica tipo trance, mucho más propia para lo que estamos viviendo.

El voyeur (es decir, yo) tiene derecho a beber todo lo que quiera. No sólo tiene el derecho; el mayordomo de pelo largo siempre vigila que al espectador no le falte de nada y llena la copa de vino casi antes de que se haya acabado. Cuando termina de servir, se postra de rodillas ante una de las dóminas. Ella le acaricia la cabeza como si fuese una mascota.

El empresario alemán parece haberse venido arriba y va a consentir que lo aten. Lady Diane, muy ducha en el arte de las cuerdas, lo tumba y le practica un amarre en una posición antinatural. Con la espalda apoyada en el suelo y los brazos y las piernas hacia arriba, uniendo pies y manos. “¿Pero esto no duele mucho?”, le pregunto a la dómina, ya algo perjudicado. “Mucho. Es una de las posiciones más incómodas de las que yo conozco”, me confirma Lady Diane. El se deja hacer y no habla. Sólo emite jadeos y hace “fffffff”, como si se le hubiese quedado la letra 'f' crónica. Parece sufrir, pero en realidad está en éxtasis. Lo tienen así un tiempo prudencial y luego lo desatan. Está encantado a pesar de las marcas en su cuerpo.

VELAS CANDENTES EN LA ESPALDA

Después de las cuerdas, toca calor. Los vuelven a arrodillar en el ring. Las dos dóminas profesionales encienden velas de diferentes colores y les hacen una elaborados dibujos en sus espaldas con la cera candente. Después, Julie los azota en las nalgas con una fusta y les obliga a contar cada golpe en alto.

Yo sigo la escena desde una esquina, sentado en un sillón y apurando el tercer chupito de Jaggermeister que el mayordomo de pelo largo ha tenido a bien ofrecerme. Como se supone que soy un aspirante a sumiso, Julie se acerca a mí con la fusta y me lanza a traición un rápido golpe a la entrepierna. Sólo me roza, pero yo me acojono y ella se ríe. “Te estoy tanteando”; me dice.

Durante 12 horas, los esclavos permanecen a disposición de los deseos de las dominatrix

A media tarde hay un relevo. Uno de los sumisos tiene que irse a trabajar. Los otros han pedido fiesta en sus respectivos trabajos para poder disfrutar la fiesta entera. Todo estaba previsto: a los cinco minutos entra en casa otro sumiso calvo, para no desequilibrar. Aquí cada uno se va cuando quiere. Las dinámicas de tortura siguen. Los sumisos son utilizados como ceniceros, son escupidos, insultados y golpeados constantemente en los genitales.

PERSONAS NORMALES

Acaba la fiesta, mil perversiones después y los esclavos salen duchados, vestidos de calle y relajados. Ninguno ha sido lastimado. Se despiden de las amas con efusividad. Se ha acabado el juego, se dan dos besos, un abrazo y hasta la próxima. “Es aquí cuando se ve en realidad lo que son este tipo de fiestas. El BDSM tiene una imagen sórdida y grotesca. Como si sólo fuese pegar por pegar. Y no va así. Todo tiene su sentido. El placer está más en el cerebro que en cualquier otra parte. Lo que buscamos es fo****les la mente", aclara Lady Diane.

"Aquí te das cuenta de que cualquier persona puede tener esa afición y esa necesidad de que le dominen. Esto se tiene que hacer en un contexto de control y seguridad. Es todo un juego con roles y hay que saber hacerlo bien” me cuenta Julie. “Y hay mucha más gente con esta afición de la que te podrías imaginar. Te sorprenderías. Tu compañero de trabajo, tu vecino, tu hermano… No pasa nada por que te apetezca que te degraden o te peguen en el plano de un juego sexual. Todos tenemos nuestras perversiones inconfesables de puertas para adentro. ¿Quién no?”.

El BDSM es un tema controvertido y siempre ha tenido asociado un estigma negativo. Para gran parte de la sociedad, los sadomasoquistas son locos. Pero hay estudios científicos, como uno publicado por el "Journal of Sexual Medicine", que concluyen que las personas que practican sadomasoquismo son más equilibradas mentalmente y menos propensas a la neurosis. Quizás los locos seamos los demás. 

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