Lo primero que dice Juan es que no tiene miedo. Pero su mujer sí. Casi a diario su esposa le pide que cambie de destino. “Ya no aguanta más. Yo también llevo un tiempo muy quemado”.

Desde hace una década, Juan, de 43 años, es guardia civil en La Línea de la Concepción (Cádiz). En el pasado, durante los años duros de ETA, estuvo destinado en Navarra. Tiene callo. “La Línea es una locura. Aquí también nos siguen, se saben las matrículas de nuestros coches particulares, nos embisten con sus todoterrenos robados, nos reciben a tiros, nos lanzan piedras turbas de 40 y 50 personas…”

Mario es policía nacional en la misma ciudad. Tiene 32 años. Cuenta que no puede tender su uniforme limpio en un sitio visible porque “sería como poner una diana en la casa”.

Armas decomisadas.

Ese mismo día hubo un tiroteo en otra barriada, La Colonia, por un enfrentamiento entre Los Peluos y Los Potitos. “Los narcos se han convertido en los amos de este lugar. Hacen lo que les viene en gana”.

Julio (42) es agente de la Policía Local linense. Un día antes de que hirieran al compañero de Mario, uno suyo, Víctor Sánchez, murió en acto de servicio. Fue el pasado 7 de junio. Dos chicos subidos a una moto cargada de tabaco de contrabando procedente de Gibraltar hicieron caso omiso al alto que les dio Víctor.

A los jóvenes los perseguía una patrulla de locales. No vieron a Víctor y lo atropellaron. “Este sitio está a un solo paso de convertirse en cualquiera de esas ciudades violentas de Sudamérica, donde hay barrios enteros controlados por bandas”.

Víctor Sánchez, el policía local fallecido, junto a sus dos hijas. Tenía 46 cuando le atropellaron unos compañeros que perseguían a traficantes de tabaco. Cedida por la familia

Bienvenidos al Campo de Gibraltar, la comarca gaditana más al sur de la Península ibérica, donde desde hace dos años los narcos y los contrabandistas se sienten impunes. Los tres agentes, a los que para este reportaje se les ha cambiado el nombre para preservar sus identidades, coinciden: “No respetan a nadie ni a nada”.

Esa sensación se agudiza aún más en La Línea de la Concepción. “Ya nadie quiere venir destinado aquí salvo que no tenga más remedio –dice Juan, el guardia civil-. Si antes temíamos a ETA en el País Vasco y Navarra, ahora quienes atemorizan son estos tíos”.

La traducción a la afirmación de Juan es sencilla: aquí ya existe el síndrome del sur, como antaño existió el del norte con los etarras. Por eso en La Línea hasta los policías locales van pertrechados con chalecos antibalas, llevan armas… Pero las fuerzas del orden no tienen plus de peligrosidad, aunque lo reclaman.

Un agente de la Policía Local de La Línea patrullando con su moto por las calles del pueblo. Todos los compañeros disponen de chalecos antibalas personalizados. Fernando Ruso

Dos reporteros de EL ESPAÑOL viajan hasta La Línea de la Concepción y su entorno alertados por varios agentes de los tres cuerpos. “Sin duda alguna, ahora mismo no hay lugar más violento y conflictivo para nosotros en España que éste”, le dijeron al periodista días antes.

La Línea se asemeja ya más al Chicago de los años 20 y 30 del siglo pasado, cuando el gansterismo se adueñó de las calles de la ciudad norteamericana, que a cualquier otro lugar de la pacífica Europa. “No exageras”, sostiene un policía. “Lo malo es que en el resto del país sonará a chiste”. Pero no lo es.

MENUDEO DE TABACO Y CONTRABANDO A PIE DE VALLA

La muerte, hace dos semanas, del policía local Víctor Sánchez encendió las alarmas en La Línea de la Concepción, donde residen 63.000 personas. Si ya entonces la ciudad vivía una psicosis colectiva, el grado de excitación se acrecentó aún más tras aquel suceso que abrió portadas de periódicos regionales y se hizo hueco en informativos de televisión de todo el país.

El agente, de 46 años, dejó mujer y dos hijas menores de edad. Hacía sólo un par de años que se había licenciado en Derecho por la Universidad de Cádiz. Trabajaba en la Unidad de Respuesta Inmediata (URI). A pie de calle. Tratando de combatir a las bandas de delincuentes que operan en la población. “Era un compañero ejemplar”, dice Raúl Urbano, representante sindical de la Policía Local. “Un hombre de bien que quería acabar con toda esta chusma”.

A pocos metros de la valla fronteriza con Gibraltar hay pequeños grupos de personas que pasan varias veces al día a por cartones de tabaco a la colonia británica. Fernando Ruso

La muerte de Víctor Sánchez fue la consecuencia de un desgraciado accidente provocado, en gran medida, por uno de los tres principales problemas que sufre la ciudad. Se trata del contrabando del tabaco que sale de Gibraltar [los otros dos son el tráfico de hachís y el paro (33,54%)].

El contrabando se produce de día y de noche. Por la frontera, con desempleados que se ganan 2,5 euros por cada cartón que sacan escondidos entre sus ropas para que luego otros los revendan al menudeo. Y por encima de la valla que separa la localidad gaditana de la Roca gracias a chavales que, cuando cae el sol, cogen sus motos y se cargan de cajas de cigarrillos que les lanzan desde la colonia británica. Ellos las llevan inmediatamente y a gran velocidad a almacenes que hay en diferentes barriadas linenses. Más tarde, muchos de esos paquetes de pitillos se venden de forma ilegal en quioscos de la localidad a un precio inferior al de los estancos.

Al día siguiente del atropello del policía, la población linense salió a la calle a reclamar mayor seguridad. Hubo una concentración a las puertas del Ayuntamiento. El alcalde, Juan Franco, decretó tres días de luto. “Era algo que, desgraciadamente, se veía venir”, dijo.

EL ZABAL, EL BARRIO DONDE ALMACENAN EL HACHÍS

A bordo del coche recorremos las calles sin asfaltar y con enormes socavones de la barriada El Zabal. Está ubicada al noreste de la ciudad, junto a la playa. Apenas podemos circular a más de 15 kilómetros por hora. Hacerlo a mayor velocidad supondría reventar el vehículo.

Venimos porque los agentes nos han dicho que El Zabal está lleno de casas de narcotraficantes y de naves (guarderías) que éstos usan para almacenar los fardos de hachís después de cada alijo en las playas del Campo de Gibraltar.

“Si se le diera la vuelta al barrio, caería de golpe todo el chocolate que se consume a diario en Europa”, dice Julio, el policía local. Lo hace riendo, aunque sus palabras no suenan a broma.

El barrio es una enorme extensión a las afueras de La Línea en el que predominan los terrenos rústicos (no urbanizables). Sin embargo, por sus polvorientas callejuelas emergen, entre casas más humildes, auténticas mansiones perimetradas por muros de cuatro y cinco metros de altura. Algunas tienen cámaras de seguridad e, incluso, concertinas como las de las vallas fronterizas de Ceuta y Melilla.

Una de las calles de El Zabal, donde los narcos han levantado casas y naves para almacenar el hachís. Fernando Ruso

El Zabal es territorio peligroso para rostros desconocidos. Y a los nuestros no los conoce nadie. Cuando pasamos cerca de una tasca los parroquianos que están a las puertas del local nos miran con cara de extrañeza.

Cuando nos cruzamos con uno de los pocos coches que circulan por aquí, vemos que su piloto, acompañado de una mujer y de varios niños, nos observa con detenimiento. No le gustamos. Es evidente.

En este barrio, y en otros como La Atunara o San Bernardo –aunque se podría decir que en toda La Línea-, los narcotraficantes y contrabandistas disponen de una red de soplones que les alertan de las visitas incómodas. Son los aguadores de toda la vida. Pero aquí son un ejército.

Los hay por todos lados. La mayoría son chavales veinteañeros de esos que a mitad de mañana toman cervezas en las esquinas. Muchos tienen grandes tatuajes en el cuerpo. Les delata su estética narco: zapatillas deportivas; pantalones de chándal que se estrechan en los tobillos; riñoneras cruzadas al pecho; gafas de sol estilo aviador…

Los narcos ya no respetan la autoridad de las fuerzas del orden. Los vecinos reclaman mayor presencia policial en la ciudad. Fernando Ruso

“Imagina lo que supone acudir a zonas como El Zabal si nos enteramos de que ha habido un alijo en una playa próxima y van a almacenar la droga en sus guarderías –explican los agentes-. Ellos llevan todoterrenos robados de 60 y 70.000 euros, incluso más, para transportar los fardos. Nosotros, vehículos que por esas callejuelas no pueden ir a más de 20 km/hora. Además, en nuestro camino tienen a gente que les va avisando de nuestros movimientos. Es como perseguir al ratón que sabes que se te va a escapar”.

“TODO CAMBIÓ A MEDIADOS DE 2015. ESE VERANO SE FORRARON”

Los tres agentes con los que se ha citado EL ESPAÑOL coinciden en una fecha. La primavera de 2015. Desde entonces, los narcotraficantes y los contrabandistas de tabaco ya no respetan a las fuerzas del orden.

“No sabemos qué pudo desencadenar esta situación. Este nunca fue un territorio sencillo, pero ahora es un sinvivir. Han ido dando pequeños pasos buscando el límite, hasta convertirse en los reyes”, cuenta Mario, el policía nacional.

Ahora la impunidad parece acompañar a los narcos linenses, cuyo clan más conocido es el de Los Castañitas, liderado por dos hermanos de La Línea. Ellos controlan en torno al 70% del hachís que entra en España. Según un informe policial al que tuvo acceso este periódico, sólo en cash disponen entre 20 y 30 millones de euros que ocultan en zulos.

Los traficantes de droga “se hicieron de oro” ese año. Y no han parado de enriquecerse. Pasaron de descargar tres o cuatro lanchas diarias en distintas playas del Campo de Gibraltar, a alijar entre ocho y 10 al día con hasta 3.000 kilos del hachís que se produce a sólo unas millas más al sur, en Marruecos.

Los contrabandistas de tabaco sacan decenas de cajas a través de la frontera que separa Gibraltar de La Línea de la Concepción. Fernando Ruso

El paso del tiempo ha modificado el perfil del traficante: hace dos o tres décadas el chocolate llegaba en pateras cargadas con apenas 300 kilos de droga; a bordo, unos cuantos delincuentes que se lanzaban a probar suerte.

Ahora son auténticas transnacionales que lavan dinero en negocios locales pero también en paraísos fiscales de medio mundo. Sus líderes, como Los Castañitas, tienen varios abogados para sí y para el resto de miembros de su clan. Los dos hermanos, cuenta un experimentado policía linense, dan de comer a 600 familias. 

Tampoco se esconden ya. Los alijos se producen casi a cualquier hora del día. No les importa a plena luz ni que las lanchas de la Guardia Civil o de la policía gibraltareña les persigan en alta mar. Les reciben a balazos. Ni siquiera les frena que el helicóptero de Vigilancia Aduanera se pose sobre sus cabezas intentando forzarles a que lancen el cargamento al agua. Ellos se escabullen con sus velocísimas gomas.

Al llegar a la playa, los narcotraficantes no dudan en lanzar tiros al aire para disuadir a quien ose acercarse allí. También se arman por otra razón: evitar los robos de bandas rivales, un fenómeno en auge. Cuando llegan las patrullas de la Guardia Civil o de la Policía Nacional, grupos de hasta 40 y 50 personas, muchas de ellas familiares y vecinos de los propios narcos, les reciben a pedradas o a ladrillazos.

“Antes solían llevar dos todoterrenos para transportar la droga hasta sus almacenes. Ahora llevan un tercero y hasta un cuarto para cuando les perseguimos. Como sus soplones les indican nuestra posición, los usan para embestirnos y luego darse a la fuga a gran velocidad”.

PALMONES, GUADARRANQUE, GETARES, EL SALADILLO… LAS ZONAS DE ALIJOS

Otro agente de policía nos conduce a varias de las playas del Campo de Gibraltar en las que los traficantes de droga suelen alijar. Nos habla de la de Palmones (Los Barrios), El Saladillo (Algeciras), Campamento (San Roque) o de los narcoembarcaderos del río Guadarranque.

“Según la presión policial que se ejerza, ellos usan una playa u otra para alijar”, explica el uniformado, que pide mantenerse en el anonimato. “Antes tenían el río, pero se lo han cerrado, aunque a veces se lo saltan”.

Primero visitamos la playa de Palmones. Nos conduce a una zona que muere en un espigón de rocas. Allí, mientras varios chavales pescan y un matrimonio de jubilados toma el sol, el agente nos indica una parcela de varios miles de metros cuya fachada es un muro de tres metros, al que se añade por todo el perímetro una placa de hierro para ganar en altura. Más que un inmenso chalet parece una fortaleza. La entrada principal a la mansión dista apenas 40 metros del agua.

Chalet-fortaleza usada por los traficantes de droga como centro de operaciones. Está ubicada en la playa de Palmones. Fernando Ruso

Hasta hace un par de meses, cuando se les logró detener, una banda de narcotraficantes usaba el chalet como centro de operaciones. De noche, con la ayuda de camiones, transportaban las lanchas hasta la casa y las descargaban con tractores. Luego, ya dentro, las ocultaban en varias naves hechas ad hoc con las mismas planchas de hierro que rodean el inmueble. Así las tenían listas para trabajar.

El día que necesitaban ponerlas en el mar, sólo tenían que volver a trasladarlas con los tractores hasta la orilla y allí arrancarlas. [Los narcos suelen usar gomas hasta con tres y cuatro potentes motores, lo que hace casi imposible interceptarlas].

“Cuando se investiga a las bandas, lo más preciado no es la droga. Lo esencial es poderles imputar por pertenencia a banda organizada, blanqueo… Si no, al poco vuelven a estar en la calle haciendo lo mismo”, explica el policía.

Después de visitar la playa de Palmones acudimos a la urbanización Guadacorte (Los Barrios). Está a sólo cinco minutos en coche. Allí, nos apeamos del vehículo al inicio de la Avenida de Las Golondrinas.

Cuando llegamos nos explica que todos los chalets con fachada en la acera derecha tienen salida trasera al río Guadarranque. Muchas de esas casas las alquilaban los narcos para construirse embarcaderos para sus lanchas. Pero cerrado el río con una barrera, la actividad aquí ha descendido.

Narcoembarcaderos construidos en la parte trasera de los chalets de la Avenida de Las Golondrinas. Fernando Ruso

PACO MENA: “NECESITAMOS MÁS AGENTES DOTADOS DE MEJOR MATERIAL”

Los tres agentes que se han prestado a aparecer en las fotos reclaman para sí y para sus compañeros mejoras salariales por el riesgo que implican sus labores diarias, chalecos individuales y personalizados o pistolas tesla para inmovilizar a los detenidos mediante descargas eléctricas. “Si disparamos balas, nos acusan de actuar con desproporción. Si no actuamos, estamos expuestos a estos tíos”, explican.

Francisco Mena, presidente de Alternativas, una plataforma que engloba a 12 asociaciones contra la droga en el Campo de Gibraltar, afirma que en la comarca son necesarios “más agentes que estén dotados de mejor material”. Dice que, como hizo Gibraltar hace años, España debería prohibir por ley la venta de las embarcaciones semirrígidas con las que trafican los narcos.

Francisco Mena, junto a la desembocadura del río Guadarranque. Fernando Ruso

Mena también considera “imprescindible” la creación de un juzgado de instrucción especializado en narcotráfico con sede en el Campo del Gibraltar. “Somos la zona más castigada del país por las mafias del tráfico de drogas. Es de recibo”, señala.

ENVÍAN A LA UNIDAD DE INTERVENCIÓN POLICIAL

El 13 de junio, seis días después de la muerte del policía local Víctor Sánchez, el Ministerio del Interior envió a La Línea de la Concepción a 12 efectivos de la Unidad de Intervención Policial (UIP). Este martes pasado el cuerpo accede a que le acompañemos durante los distintos controles que efectúan a lo largo y ancho de la ciudad.

Los agentes, con armas largas, se mueven en furgones haciéndose ver entre las barriadas más problemáticas. En San Bernando, un barrio donde reina el narco, los vecinos los miran con recelo mientras realizan cacheos en mitad de una avenida.

Los miembros de la Unidad de Intervención Policial (UIP) llevan un par de semanas instalados en La Línea de la Concepción. Fernando Ruso

Más que para combatir el tráfico de drogas, la UIP se ha instalado temporalmente en la ciudad para tratar de impedir que la situación empeore aún más. Pero como dice Diego Colchón, un profesor sevillano que trabaja en un colegio de La Línea, "donde primero hay que actuar es en los colegios". "Es necesario cambiar esa cultura de veneración al narco. Aquí hay niños que hablan de gomas, fardos y guarderías como quien habla del calor de estos días. Está en sus vidas y es muy complicado arrancarlo de ellas".

Mientras eso no cambie, el problema de la Línea con los traficantes y los contrabandistas seguirá creciendo. Y su gente de bien será quien más lo pague.