Cuando el gaditano Pedro Periñán escuchó los golpes de los policías fuera de la casa, de inmediato entendió que su castillo de naipes se había derrumbado.

Tumbado en la cama medio desnudo y con un sudor frío que le brotó de golpe, en ese preciso momento lo vio todo claro. Como si un relámpago que ilumina la madrugada recorriera su cabeza dándole luz, supo que sus días de vino y rosas habían tocado a su fin.

Ya no habría más botellas de champán de 1.000 euros. Ni más paseos por la Bahía de Cádiz a bordo de su barco, el Zuli, rodeado de mujeres bonitas a las que pagaba por su compañía. Ni borracheras con amigos que sólo terminaban con la llegada de los primeros rayos de sol. La única que le esperaba ahora era la soledad húmeda de una celda.

Barco en el que salía a pescar y organizaba orgías Pedro Periñán, detenido el jueves 4 de mayo junto a otros dos hombres por su presunta participación en un robo de 300 kilos de droga.

Aquella vivencia de Pedro sucedió a las 06.30 horas del pasado jueves 4 de mayo. Hace poco más de una semana. “¡Policía, que no se mueva nadie, Policía!”, gritaban los agentes que irrumpieron a la fuerza en una de las dos casas bajas que hay en el número 16 de la calle Hortensias en Chiclana de la Frontera (Cádiz).

A esa hora, Pedro dormía a pierna a suelta con su ex, Candelaria, y con la hija de ambos, de 7 años. Aunque él no vivía allí, pagaba el alquiler de aquella diminuta vivienda donde residían las dos mujeres de su vida.

Pedro pasaba la noche con Candelaria sólo de vez en cuando, llamado por el calor de la que fuera su pareja. Otras noches frecuentaba prostíbulos y hoteles acompañado de distintas mujeres. Todo con el dinero de su gran golpe. No escatimaba nunca: alcohol, drogas… Y siempre invitaba él.

Pero el jueves de la semana pasada, cuando el gélido hierro de unas esposas oprimía sus muñecas mientras salía detenido de aquella casa, Pedro, chiclanero de 34 años, comprendió que no hay plan perfecto, que siempre se comete algún error y que por mucho que pase el tiempo, un delincuente nunca se puede confiar.

Durante cuatro años y medio, Pedro había logrado eludir a la Justicia. Ese tiempo es el que había transcurrido desde que el 1 de octubre de 2012 él y dos compinches, los madrileños Sergio Iglesias (44) y Jacobo Millán (38), robaron 300 kilos de droga de un búnker de la Subdelegación del Gobierno en Cádiz. 

200 de ellos eran cocaína. Pese a que la instalación estaba vigilada con cuatro cámaras conectadas con la comisaría de la Policía Nacional, situada a sólo 100 metros de distancia, los atracadores pudieron llevar a cabo su plan a la perfección.

Aquella noche, los tres cacos se hicieron con un botín de droga que en el mercado superaría los 12 millones de euros. El palo, que duró cuatro horas, se alargó hasta la madrugada del sábado 2 de octubre de 2012.

En gran medida, lo lograron gracias a Pedro, por aquel entonces empleado de la empresa que transportaba los estupefacientes a otro lugar de España para su posterior destrucción. Por eso conocía al dedillo aquel almacén que había pisado antes y sabía dónde estaba el habitáculo de unos 25 metros cuadrados cargado de coca y chocolate. 

Sin sus conocimientos no habrían cometido el robo de este siglo en España. Otros lo intentaron antes, pero las cantidades fueron inferiores. Como los ladrones que en 2011 se llevaron 162 kilos de droga del depósito oficial que la Subdelegación del Gobierno tiene en el puerto de Málaga. O como aquellos otros que, con ayuda de un vigilante de seguridad, sustrajeron 100 kilos de hachís de la Aduana en Huelva. O como el expolicía que durante años se dedicó a sacar un total de 154 kilos de cocaína y heroína de la Jefatura de Sevilla.

Depósito de vehículos de la Subdelegación del Gobierno en Cádiz. Al fondo, justo detrás de las motos de Policía, se encuentra el búnker en el que perpetraron el robo. A.L.

EL ESPAÑOL viaja hasta tierras gaditanas para ponerle rostro y nombre a los detenidos por el atraco que durante casi cinco años fue perfecto. 

UN ROBO PARSIMONIOSO

Con su detención, la Policía Nacional puso fin a cuatro años y siete meses de vida desenfrenada de los tres implicados en el robo. Aunque después de aquel atraco se especuló con que se trataba de unos simples aficionados, la realidad ha demostrado que no era así.

Sergio Iglesias Garriga, nacido en 1973, pasó por la cárcel cuando tenía 25 años. Fue por un delito contra la salud pública (narcotráfico). Afincado en Madrid, tenía vínculos con bandas de distribución de droga, con las que contactaron después del robo.

Jacobo Millán García, madrileño de 1978, tenía antecedentes policiales por haber participado en varios robos mediante la técnica del butrón, la misma que utilizaron para llevarse la droga en Cádiz.

Pedro Periñán Bey, el más joven de los ladrones, era el único con el expediente en blanco. Sin embargo, era la pieza clave de la operación ya que trabajaba en la empresa que sacaba la droga del búnker para quemarla después.

El robo sucedió durante la madrugada del 1 al 2 de octubre de 2012. Aunque el caso está bajo secreto de sumario, todo indica que los tres detenidos participaron en el atraco.

En torno a las 23 horas de aquel viernes 1 de octubre 2012, Pedro, Sergio y Jacobo detuvieron una furgoneta en la calle Brunete en Cádiz. Dicha vía es una travesía con la calle Granja de San Ildefonso, donde se encuentra el depósito de vehículos de la Subdelegación del Gobierno en Cádiz y el búnker donde se almacena la mitad de la droga que se decomisa a diario en todo el país.

El depósito es una nave de unos 1.000 metros cuadrados con un habitáculo al fondo, en la esquina izquierda, de tamaño rectangular y de unos 25 metros cuadrados. Se trata del búnker de la droga.

Los ladrones accedieron al recinto a través de la calle Brunete. Cruzaron por un pasaje formado entre dos edificios y saltaron una tapia de cinco metros de altura. Luego, se colaron en la instalación metiéndose por una ventana sin rejas. Estaba situada a sólo 30 metros del búnker.

Una vez dentro, desactivaron dos de las cuatro cámaras que vigilaban el depósito y que estaban conectadas con la comisaría central de la Policía Nacional. A las otras dos les cambiaron la angulación valiéndose de un palo. La alarma ni siquiera saltó.

El robo se prolongó desde las 23.07 del viernes 1 de octubre de 2012 a las 03.34 de la madrugada del día siguiente. Según la investigación, hicieron un butrón en la pared exterior del almacén de la droga y forzaron la cerradura de la puerta. De eso se habría encargado Jacobo Millán García.

Actuaron con parsimonia. Los ladrones entraron y salieron del depósito en cinco ocasiones a través de la ventana lateral de la nave. Introdujeron herramientas, un carro y dieron portes cargados de droga. Incluso, hicieron el amago de huir en una ocasión al escuchar unos ruidos procedentes de la calle. Así lograron llevarse 200 kilos de cocaína y 100 más de hachís.

Mientras, en la jefatura de Policía nadie vio nada. De los 16 agentes que trabajaron aquella noche –hubo cambio de turnos- ninguno se percató de lo que estaba sucediendo a 100 metros de allí. 

Tampoco les hubiera resultado sencillo. Un informe oficial posterior al robo estableció que los sistemas de vigilancia y alerta estaban “obsoletos”. Eran de 2002 y apenas habían recibido mantenimiento, según el Sindicato Unificado de la Policía (SUP).

“Tenían las pantallas sucias y eran de una pésima resolución. No fue culpa de los compañeros”, señala Carmen Velayos, secretaria general del SUP en Cádiz. La única forma que quedaba de detectar algún tipo de intromisión en el depósito era el visionado permanente del monitor donde llegaban las imágenes. Pero se trataba de una pantalla de 14 pulgadas con poca luz, de baja resolución y dividida en nueve subsectores.

Aquel robo se resolvió con diez policías expedientados con varios días de sanción de empleo y sueldo. Ningún responsable político ni de la Administración asumió responsabilidades.

UNA VIDA DE LUJO ENTRE BLANQUEO DE CAPITALES

Tras el robo, los tres ladrones habrían puesto en manos de una banda de narcotraficantes la droga sustraída. El mayor de los tres, Sergio Iglesias Garriga, es quien se habría puesto en contacto con los miembros de esta organización durante las semanas previas al robo.

Según publicaba esta semana Diario de Cádiz, los 300 kilos de estupefacientes –o al menos la cocaína- llegaron a Escocia por vía marítima, aunque una parte tuvo como destino posterior Holanda.

A los pocos días del robo, la droga habría salido desde el puerto de Cádiz en un barco mercantil con rumbo a Reino Unido. Allí, la Interpol la descubrió hace ocho meses gracias a los análisis que el Departamento de Sanidad del Ministerio del Interior realiza a la droga incautada durante los operativos de los distintos cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Y ahí se retomó la investigación de un caso que sonrojó a las responsables del Gobierno en la provincia de Cádiz.

Con el caso bajo secreto de sumario, se desconocen aún la mayoría de detalles de las pesquisas. Entre ellos, la cantidad final que se embolsaron los ladrones. Sin embargo, los tres iniciaron una vida de vino y rosas pagada a golpe de chequera. Pensaron que nunca les darían caza.

Lo primero que hizo el chiclanero Pedro Jesús Periñán Bey, de 34 años, fue correrse una juerga con varios amigos. Aquella noche se hartaron de alcohol y de prostitutas. La cuenta corrió de su bolsillo. También empezó a dejarse ver por la nuit marbellí y se bronceó en las playas gaditanas. La vida le sonreía.  

A los pocos meses del robo, Pedro se compró un barco de once metros de eslora. Su coste es de 50.000 euros. A bordo, además de llevarse a pescar a algunos amigos, organizó orgías pagadas por él. “Allí no faltaban la coca, las putas, el alcohol y la comida”, cuenta Kali, quien estuvo presente en una de ellas. Mientras, a su única hija, Ariadna, Pedro la colmaba de regalos.

Antes de su detención, Pedro alquilaba su barco para despedidas de soltero. Pedía 100 euros la hora o 700 por el día completo. Además de sacarle partido a su embarcación, el que fuera empleado de la empresa de transporte de la droga almacenada en el búnker de Cádiz también montó dos nuevos negocios. Uno, de telefonía móvil en su pueblo. Otro, un pub de copas en mitad del paseo marítimo de Chiclana. Se llama Bubbles y este miércoles, cuando el periodista visitó la zona, se encontraba cerrado. 

Ubicado encima de un restaurante, durante el verano el Bubbles se llenaba de turistas. Pedro trabajaba allí y tenía contratados como camareros a varios jóvenes. Ambos negocios, según la investigación, los usó para blanquear parte del dinero procedente del golpe dado en octubre de 2012.

“Todo el mundo de por aquí sabía que ese tío usaba su local para aparentar que le iba bien el negocio y lavar su pasta”, cuenta a este reportero el dueño de otro local del paseo marítimo, muy próximo al de Pedro. “No entiendo cómo no lo han pillado antes”.

JACOBO, EL HEREDERO DE UNA FORTUNA

Tras el robo, Jacobo Millán García dejó Madrid y se instaló junto a su mujer y sus dos hijos en Chiclana. Quería dejar atrás su pasado de delincuente y comenzar una nueva vida como empresario.

En este pueblo gaditano, Jacobo quiso comprar el negocio de pádel a varios empresarios, a los que les ofreció cifras de cinco ceros. Sin embargo, ninguno confió en él.

Pese a todo, sacó a relucir al encantador de serpientes que llevaba dentro. Siempre bien vestido, con el pelo engominado y peinado hacia detrás, a alguna gente le decía que había heredado “una fortuna” después de que su padre vendiera una empresa cementera en la capital de España. A otros les contaba que tenía una compañía de desatascos que “funcionaba de cojones”.

Finalmente, Jacobo Millán, de 39 años, montó Torno Pádel en un polígono a las afueras de Chiclana. Allí, cuentan a EL ESPAÑOL, metió cuadrillas enteras de carpinteros, electricistas, albañiles y montadores de pistas para abrir cuanto antes. Lo hizo en 2014.

No dudó en hacer lo que fuera para convertirlo en el punto de referencia del pádel en la comarca. Para ello organizaba torneos y exhibiciones constantemente. La última, a finales de marzo de este año. Pagó a jugadores profesionales del World Padel Tour (el circuito mundial de este deporte) como los españoles Gonzalo Rubio (44 del ranking) o Cayetano Rocafort (122), y el argentino Adrián Allemandi (11). Todos ellos cobran miles de euros por hacer disfrutar al público en partidos fuera de la competición oficial.

Jacobo Millán García (primero por la derecha) usó su empresa de pádel en Chiclana de la Frontera (Cádiz) para lavar el dinero procedente del narcotráfico. Así lo piensan los investigadores policiales.

Los investigadores policiales y el magistrado que instruye el caso, del Juzgado número 4 de Cádiz, tienen la certeza de que, como su compinche Pedro, Jacobo usaba Torno Pádel “para blanquear enormes cantidades de dinero”. El día de su detención, los agentes lo llevaron hasta la sede de su negocio, de donde se llevaron abundante documentación. 

De esa misma forma actuaba el tercer detenido, Sergio Iglesias Garriga, con su empresa de venta de automóviles ubicada en Madrid. Desde el sábado de la semana pasada, cuando declararon ante el juez, los tres cacos que dejaron boquiabiertos a media España pasan sus días detrás de los barrotes de una celda en la prisión Puerto II (El Puerto de Santa María, Cádiz). Se les acusa de pertenencia a grupo criminal, delito contra la salud pública, falsedad documental y blanqueo de capitales.

Mientras tanto, a Canderlaria, la madre de la hija de Pedro, aún no se le ha quitado el susto del cuerpo después de que se llevaran esposado y por las bravas al hombre que un día la embarazó.

Ella ha quedado en libertad con cargos. Al parecer, conocía el origen del dinero de su ex. Sin embargo, sigue cuidando de la hija de ambos, la misma que no deja de preguntar por su papá. "¿Volverá pronto papi?", le pregunta a su madre. Pero Candelaria no sabe qué contestar.

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