Uno de los sectores periodísticos que más ha sufrido los embates inquisidores ha sido el de la crónica negra. El semanario El Caso echó a andar hace casi 65 años con la esperanza de difundir sucesos, algo de lo que estaban carentes los lectores. Pero pronto chocó con las barreras gubernativas.  

Eso en España no pasa era el eslogan impuesto y la fórmula para que todo aparentara discurrir por cauces normales y serenos. Una imagen impoluta de nuestro país, el propósito de los gobernantes. Por ello había que ocultar asesinatos, secuestros, grandes accidentes... La censura actuaba de modo rápido e implacable.  

Pese a ello, este semanario de sucesos rompió los moldes establecidos. Pasó a mostrar la parte más profunda y sombría de una población con muchas carencias, que encontraba un desahogo en los relatos sangrientos. Pero pagándolo caro en sanciones administrativas, suspensiones temporales y hasta algún intento de cierre definitivo.

DOS SUCESOS SANGRIENTOS POR SEMANA, MÁXIMO AUTORIZADO

Tras la Guerra Civil el puesto de redactor de sucesos quedó vacante en los periódicos. Consecuencia del nuevo orden establecido: si nada negativo ni incómodo se divulgaba, nada malo sucedía. La prensa se limitaba a reproducir las notas emanadas de la Dirección General de Seguridad, la famosa papela.  

La Ley de Prensa de 1938, elaborada por Ramón Serrano Suñer en plena Guerra Civil, ataba en corto al sector periodístico. El Cuñadísimo, como era conocido por su vinculación familiar a Franco y cuya controvertida historia sentimental ha sido desempolvada recientemente en una serie televisiva, había dejado las premisas muy claras delimitando un marco inflexible.

El fundador de El Caso, un inquieto reportero llamado Eugenio Suárez, logró que le autorizaran a publicarlo con el fin de divulgar la cultura, el castellano y los valores patrios. Como trasfondo, demostrar que el criminal nunca gana. Y, por supuesto, la gran valía de la justicia y la policía de aquella época.

Una condición elemental era dar un máximo de dos sucesos sangrientos por semana. Si se trataba de crímenes, tenían que estar resueltos. Así, en el primer número (11 de mayo de 1952) informaba de lo ocurrido en una villa del madrileño barrio del Plantío. Dos jornaleros mataron en una pelea por desacuerdos económicos a la mujer para la que trabajaban. Crimen resuelto rápidamente, como era norma de obligatorio cumplimiento para su publicación.

Había que tener mucho cuidado con la terminología que se empleaba. Así, la tortura policial había que denominarla técnica reforzada de interrogatorio; el aborto, intervención clandestina de útero; el suicidio, fallecimiento por heridas incompatibles con la vida; cuando el cadáver estaba semidesnudo se decía que semivestido y, así, un sinfín de expresiones y sinónimos para evitar determinadas palabras.

A las cuatro semanas estuvo a punto de pegar lo que en el argot periodístico se denomina un pisotón. Un tranvía madrileño, que bajaba abarrotado de pasajeros por la cuesta que desemboca en el Puente de Toledo, descarriló estrellándose en el contrafuerte. Balance: más de 70 muertos y numerosos heridos. Manuel de Mora, que aquella noche se estrenaba como fotógrafo de El Caso, captó las dramáticas imágenes de las víctimas y el amasijo de hierros junto con las del pavimento, donde se evidenciaba la falta de trozos de carril y asfalto que había causado el accidente.

El Ministerio de Información y Turismo, que había autorizado inicialmente a El Caso la publicación de algunas imágenes y un escueto texto, prohibió a última hora toda referencia al luctuoso accidente. El alcalde, José Moreno Torres, conde de Santa Marta de Babio, que fue cesado al poco, había movido rápidamente sus influencias.

Un gran scoop que no vio la luz. Como después sucedería en numerosísimas ocasiones, el laborado trabajo literario y gráfico tan sólo tuvo un lector: el censor de turno. Suárez, tras múltiples e infructuosas gestiones de última hora, en pos de que se levantara el veto administrativo, abandonó el despacho del director general de Prensa al grito de ¡y para eso hemos muerto un millón de españoles!. Frase que se incorporó al lenguaje común como crítica a las cacicadas de los dirigentes franquistas.

Un tranvía se despeñó en Madrid al bajar hacia el puente de Toledo. Más de 70 muertos. Ninguna imagen del accidente pudo ver la luz.

   

La autoridad reaccionó de inmediato rebajando a tan solo uno el número de sucesos a la semana. Al igual que con las cartillas de racionamiento de la época, el cupo quedaba limitado a tope. Había que constreñirlo todo por imperativos legales, pese a que los malos parecían desconocer tal normativa ministerial. Nada debía perturbar la pretendida calma impuesta, no fuera a ser que pareciéramos una nación de sobresaltos y delincuentes.   

Situación que obligó a los redactores, ante tal cuota restrictiva, a seleccionar aquél que tuviera mayor interés. Pese a tanta limitación, la tirada fue creciendo rápidamente. A los tres meses alcanzaba los cien mil ejemplares.

Consiguió impactar a base de llamativas portadas y contenidos magníficamente desarrollados y escritos con prosa sencilla. En Navidades pudo difundir amplia información del asesinato de Josefina Vilaseca, dado que fue considerada una niña mártir al morir acuchillada por defender su virginidad, tal como recordamos en EL ESPAÑOL hace tres semanas. La sangre al fin se hacía un hueco en el semanario de sucesos.

Cómo eludir la censura

Aquella primera Nochevieja se brindó con cava en la redacción. Reinaba el optimismo ante el nuevo año. Se las prometían muy felices tras esta apertura.

Había que cubrir toda la geografía de punta a punta. “Dejad buenas propinas en los hoteles, que se note que sois de El Caso. Así nos llamarán cuando se enteren de algo”, recomendaba Suárez. Debían cuidar al máximo las fuentes informativas.

Además, idearon una fórmula para eludir la censura, aunque cumpliendo con la normativa impuesta. Cuando se producían dos o más hechos violentos con sangre, lanzaban ediciones especiales dirigidas a las zonas escenario de los mismos. De ese modo seguían ofreciendo un solo asesinato, pero diferente según la región en que fueran distribuidos los ejemplares. Una curiosa forma de sortear el cedazo inquisidor.

Pero desde la Dirección General de Prensa seguían con preocupación la marcha ascendente del semanario. “De haberlo sospechado, no lo hubiéramos permitido”, acabó reconociendo Juan Aparicio, máximo responsable del organismo.

El ministro de Información y Turismo, Gabriel Arias-Salgado, quería demostrar manu militari la fortaleza del orden imperante. Con ello se pretendía poner de manifiesto la paz y tranquilidad que reinaba en nuestro país. Transcurrido un tiempo, decidió que no volviera a editarse.

La explicación de este antiguo novicio jesuita para tan drástica orden era que se trataba de una publicación inmoral e iba contra las costumbres cristianas. Detrás se ocultaban algunas quejas de asociaciones de padres de familia, órdenes religiosas, cofradías seglares y falsos moralistas. Había que echar el candado.

Suárez, que era un hombre del régimen, para evitar enfrentamientos con la autoridad gubernativa, alegó que debía ser la Iglesia quien decidiera, ofreciéndose a pasar censura eclesiástica. Leopoldo Eijo y Garay, obispo de Madrid-Alcalá, autorizó ad limitum su continuidad, haciendo responsable al provisor y teniente vicario general de la diócesis, Moisés García Torres, de la moral y la ortodoxia católica de la publicación. “Se le señaló un buen sueldo por su dura tarea, que consistió en no cargarse ni una cuartilla y llevarse bien con todos nosotros”, recordaba Enrique Rubio, uno de los mejores reporteros.

El ministro, más papista que el Papa, como tantos jerifaltes de aquellos tiempos, había caído en su propia trampa y hubo de autorizar la continuación del semanario, sometido al control religioso, tras una breve suspensión. El Torquemada cultural del franquismo tuvo que tragarse el orgullo.

En medio de estas vicisitudes con el poder, se produjo un suceso sin sangre que disparó de modo fulminante las ventas por el enigma que contenía. Con el misterio de la mano cortada se alcanzaron los trescientos mil ejemplares. Pero hubo que superar grandes presiones gubernativas, dado que la protagonista de la rocambolesca historia, Margarita Ruiz de Lihory, marquesa de Villasante, era amiga de Franco. Intentaron que se silenciara el asunto, pero Suárez, que había visto un filón en este suceso, decidió jugarse el todo por el todo.

Posteriormente, con el cuádruple crimen de Jarabo, se alcanzaban los 480.000 ejemplares. “Cuando mataban las clases pudientes, vendíamos mucho más de lo normal”, reconocía el fundador.

No había finalizado la década de los 50 cuando el semanario estaba configurado como un fenómeno sociológico, entre la inquina, el desdén, la curiosidad y la envidia por su buena fortuna. Digno de referencia y mención en crónicas costumbristas, Joaquín Calvo Sotelo lo sacaba en su obra teatral La muralla y Francisco García Pavón en alguna de sus novelas de la serie Plinio.

Para alegrar a los lectores en el nuevo año se organizaba en Navidades un sorteo como El Gordo, pero en plan modesto y con fines benéficos. Arriba, el fundador, Eugenio Suárez.

Los actores y sobre todo los cómicos metían morcillas en sus actuaciones refiriéndose a esta publicación. Posteriormente sirvió de base a diversas películas, seriales de televisión, muestras artísticas, etc. Su nombre estaba en boca de todos.    

¡Cualquier día vas a salir en El Caso! ¡Voy a avisar a los de El Caso! ¡Esto es digno de El Caso! y otras expresiones parecidas se incorporaron de lleno al lenguaje habitual. Se leía con avidez, aunque no siempre se reconociera. Denostado por muchos, que lo calificaban como el periódico de las porteras, la mayoría del público lo escondía para que sus hijos no lo vieran, lo que aumentaba el interés de estos.

El área de divulgación abarcó todos los estratos de la sociedad española. Tenía un target amplísimo. Nobles y ciudadanos de alto nivel enviaban al mayordomo o al chófer para que lo comprara. Cuando acudían personalmente al quisco, a la par que adquirían Ya, solicitaban en voz baja El Caso y lo ocultaban dentro del otro, que era de tamaño superior. Una conocida marquesa pedía al vendedor el ABC y, a la par, exclamaba: “¡Ponme también el feo!”.

PIONEROS DEL PERIODISMO DE INVESTIGACIÓN

Procelosas aguas en las que debía navegar El Caso. Para paliar la restricción de un crimen por número fue necesario emplearse a fondo. En concreto, profundizar en el análisis de un extenso abanico de delitos que pudieran superar el estricto control: robos, estafas, malversaciones, desfalcos, sobornos, timos, fraudes, trampas y un largo rosario de fechorías. Había que superar las barreras impuestas a base de ingenio, cacumen, esfuerzo y valentía, estrujando el magín para mantener la expectación.

“No volváis sin fotos”, era la orden expresa de Suárez cuando sus reporteros salían en busca de la noticia. Imágenes de las víctimas, de los testigos, de los sospechosos y, si eran de los asesinos, el culmen.   

Hacían calle, a golpe de tacón, y comían noche, mucha noche. La ronda les llevaba a patear de continuo cuartelillos y comisarías, hospitales y juzgados, cementerios y morgues... Fragancia de muerte. A veces auténtico hedor.

También a tomar copas con miembros de la BIC y de la Benemérita. Aplicaban el principio de “no te fíes del policía que no beba vino”. Los agentes decían lo de “a estos hay que echarles de beber aparte”. Una relación amistosa que constituía un excelente grifo informativo.

Periodismo de investigación a tope. Los diarios nacionales reproducían las noticias de El Caso como si de una agencia de prensa se tratara, citándolo para cubrirse las espaldas.  

La complicidad de los lectores ayudó a conseguir un montón de pisotones y exclusivas. Así ocurrió con el asesinato de los marqueses de Urquijo o con la matanza de Puerto Hurraco. Avisaron antes al semanario que a la policía, por lo que los reporteros se anticiparon a la llegada de los agentes. Esto les permitió sacar imágenes y obtener testimonios quizá imposibles de conseguir de otro modo.

La censura en demasiadas ocasiones se encargaba de vetar la publicación del reportaje con el consiguiente disgusto y crispación de los autores, al constatar que su esfuerzo y riesgo no habían servido para nada. Pero al igual que el boxeador groggy, seguían golpeando.

Junto a Suárez, el otro gran exponente de la publicación fue Enrique Rubio, en Cataluña. Se convirtió rápidamente en un especialista en el género de estafas, robos, embelecos y fraudes. Trataba de prevenir a los lectores para que evitaran ser víctimas de los mismos, pero a veces se desanimaba al ver que todavía seguían picando con la estampita y el tocomocho. Engaño que todavía se sigue dando en la actualidad. Fue pionero en televisión con el programa Investigación en marcha (TVE), destinado a resolver crímenes impunes y localizar desaparecidos.

Suárez, siempre perspicaz, incorporó una mujer a la redacción. Sacó a Margarita Landi del mundo de la moda para readaptarla al de los sucesos. Confiaba ciegamente en que le sería más viable para obtener noticias de primera mano. La introdujo en el ambiente policial y de los confites, sabedor de que a una fémina era más difícil que le diesen con la puerta en las narices. La convirtió en la mejor reportera de crónica negra que ha existido en el país.

'EL LUTE', DE 'EL CASO' A LA POPULARIDAD

Hubo delincuentes que adquirieron fama internacional a través de El Caso y de ahí sus correrías saltaron a la pantalla grande. La portada con la imagen de Eleuterio Sánchez Rodríguez, el Lute, esposado en medio de una pareja de agentes de la Benemérita y con un brazo en cabestrillo, dio la vuelta al mundo. Se había tirado de un tren en marcha para escapar de la justicia. Su segunda evasión tuvo lugar precisamente en la Nochevieja de 1970 cuando, aprovechando el barullo de la fiesta en la penitenciaría gaditana del Puerto de Santa María, consiguió huir.

Encerrado finalmente en el penal de San Antón, en Cartagena, reconoció a Suárez que durante sus fugas aprendió a leer para, mediante las crónicas de dicho semanario de sucesos, poder esquivar a los guardias civiles que lo buscaban.

Esta imagen del Lute cuando fue capturado dio la vuelta al mundo. Posteriormente, en la Nochevieja de 1972, volvería a escaparse, lo que incrementó grandemente su popularidad.

Una buena veta informativa la constituyó el tema de las envenenadoras. Las viudas negras. Los hombres matan más, pero las mujeres matan mejor. Nada de violencia. Cuando una fémina decide asesinar, la cocina se convierte en su armería: un auténtico laboratorio para la alquimia de los venenos. En sus alacenas esconden ponzoñas que acabarán inexorablemente con la vida de sus semejantes.

Margarita Landi, avezada en intoxicaciones letales, razonaba que ”las damas matan de otra manera, siempre con alevosía”. Advertía del riesgo de la sopita caliente o el vaso de leche antes de ir a la cama. Y sacaba a relucir su humor negro cuando exponía que “es verdad que muchos hombres fallecen de muerte natural, porque es natural que se mueran después de los bebedizos que les dan”. Por ello solía recomendar, a quien se llevara mal con su esposa, que lo mejor era irse a echar la siesta al casino.

Ha habido numerosas expertas en caldos y tisanas, debidamente aderezados con algún tipo de ponzoña, que han acabado con la vida de numerosos infelices. Muchas más de lo que la gente cree. Precisamente una de ellas, Pilar Prades Expósito, fue la última mujer ajusticiada en nuestro país. Corría el año 1959. Una foto que abarcaba casi toda la primer página de El Caso y debajo el título La envenenadora de Valencia impactó grandemente.

La ejecución alcanzó tintes esperpénticos. El verdugo, Antonio López Sierra, no acertaba con el garrote vil y sufrió mareos. Tuvieron que emborracharlo para que cumpliera su cometido. “¡Soy muy joven! ¡No quiero que me maten!”, clamaba ella. Vuelta y media de manivela fue suficiente para romperle el cuello y acallar definitivamente sus gritos desesperados. Tenía 31 años y había cometido tres asesinatos.

MOSTRO LA ESPAÑA NEGRA

La desaparición de la censura en 1966, con la entrada en vigor de la Ley Fraga, no fue una panacea pero sí un postigo entreabierto, para que pudiera respirarse un poco de aire fresco en el mundo de la información. Pese a ello El Caso continuó siendo víctima de expedientes y sanciones administrativas por el hecho de ampliar su área divulgativa al sector laboral y dar crónicas de tribunales.

La infracción consistía en haber vulnerado el famoso artículo segundo de la Ley de Prensa en Imprenta en lo que se refería al mantenimiento del orden público. Era el asidero del régimen para seguir cercando a los periódicos. En otras ocasiones la pena impuesta se basaba en la publicación de ciertas fotografías e informaciones de asesinatos porque atentaban contra el honor y la moral.     

En temas de terrorismo El Caso soportó un control menos rígido que el resto de la prensa. La falta de visión de los censores, pensando que lo leía gente de escaso nivel intelectual, permitió que divulgara la versión más completa sobre acontecimientos de la postrera etapa del régimen. La serie de crónicas sobre el famoso proceso de Burgos, en 1970, en que seis etarras fueron condenados a muerte e indultados, propició que la ciudadanía estuviera perfectamente informada. Similar ocurrió con los posteriores consejos de guerra.

Nunca faltó el humor en El Caso. Dibujo de la última redacción antes del adiós definitivo del semanario en 1987.

Cuando el semanario cumplió 35 años y a punto de despedirse de los lectores –cerró tres meses después, a finales de agosto de 1987– sacamos un número extraordinario con importantes temas e imágenes que, algunos de ellos, no habían podido ver la luz a causa de la censura. Fue el canto del cisne de tan mítica publicación.      

Queda el legado de sus crónicas, que han servido de fuente de inspiración y fundamento para autores de novela policíaca y negra. Asimismo, para directores y guionistas de películas y tv movies. TVE emitió la temporada pasada una serie sobre este semanario. Numerosos asesinos han pasado a la posterioridad merced a libros y grabaciones que han difundido sus execrables andanzas.

Un auténtico vademécum del crimen. De sus páginas se continúan extrayendo informes y datos para todo tipo de trabajos. La hemeroteca de la madrileña universidad CEU San Pablo es el único lugar donde se pueden consultar en papel los ejemplares, gracias a una colección que donó el fundador de El Caso. Es la más solicitada de toda la prensa nacional por los investigadores.

Una publicación que todavía sigue viva.  

Lea aquí otros capítulos de esta serie.

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