"Levántase el niqab para que pueda auscultarla". La mujer, una saudí casada y tapada de la cabeza a los pies, no habla español. No sabe qué significa "auscultar" ni entiende por qué tiene que descubrirse delante de un hombre. El médico trata de explicarle el procedimiento, pero la barrera idiomática imposibilita cualquier entendimiento. "¿Le puedes preguntar si le puedo levantar ligeramente el niqab?". El especialista se dirige a una tercera persona que hay en la consulta, una intérprete de árabe e inglés que le transmite el mensaje a la paciente. Le explica en qué consiste la prueba y por qué es necesaria. La mujer se niega, así que el médico la ausculta por encima de la ropa.

"Tenemos muchos clientes de Arabia Saudí, que representa la facción más tradicional del islam. Si el que atiende a la mujer es un hombre, supone un problema. En ese caso, el marido siempre entra con ella para supervisar", apunta Paula Pascual, intérprete y mediadora en el hospital privado HM Madrid. "Yo intento mediar con ellas en vez de con el marido. Cuando el esposo entra, a veces él habla por ellas. Cuando no tenemos a un intérprete de árabe disponible, el marido intenta salvar la situación en inglés. Al llegar la persona de árabe, nos damos cuenta de que lo que ha dicho el familiar no es del todo correcto. A menudo porque se equivocan, pero a veces es porque hay informaciones que no quieren que la mujer sepa", añade Pascual.

Consulta ginecológica

"Es un peligro que el marido entre en la consulta para intentar traducir lo que el médico dice. Si por ejemplo hay que detectar un caso de violencia machista y el esposo entra con ella, es muy difícil que esa mujer te confiese algo o se sienta cómoda", explica Pilar Moyano, intérprete de la ONG Salud entre Culturas, que da servicio gratuito de traducción y mediación en el Hospital Ramón y Cajal de Madrid.

El perfil de mujer árabe que atienden en el Hospital Universitario HM Madrid es el de musulmana procedente de Arabia Saudí, casada, con hijos y cubierta con burka o niqab. "No se nos da el caso de que venga una chica joven a hacerse una revisión ginecológica. Es decir, no tenemos hijas de pacientes en edad adolescente, de entre 17 y 19 años. Estas musulmanas directamente no vienen. Y las que lo hacen, si tienen algún problema ginecológico, suelen ser reacias a que les hagan una exploración vaginal", dice Paula Pascual. Según cuenta la intérprete, este hospital privado procura "cuidar a la comunidad musulmana y respetar sus peticiones". "Intentamos que a una mujer la atienda una doctora, sobre todo en consultas de ginecología. Es sistemático. Es mejor así. De lo contrario, se puede generar una situación violenta, y que se sienta ofendida ella y ofendido el médico".

"No saben qué es un radiografía"

Pilar Moyano advierte que las dificultades no son solo lingüísticas, sino también culturales. El informe de población de origen extranjero de la Comunidad de Madrid (2016) señala que hay 862.000 inmigrantes. De esa cifra, las poblaciones mayoritarias son la rumana, la marroquí y la china. "En todos los hospitales públicos de la Comunidad con Urgencias hay un servicio de teletraducción [interpretación telefónica], pero esto no es suficiente. Y menos cuando la mayoría de población extranjera aquí no tiene el español como primer idioma", denuncia Moyano. Lo argumenta con el caso de un paciente chino que acudió a un centro de salud de Toledo y le dijeron que debía tomarse una pastilla "a las 17 horas". "Se referían a las 5 de la tarde de cada día, pero el hombre entendió que era cada 17 horas. Era una pastilla muy fuerte que ya de por sí cada 24 horas podía dar problemas. Claro, tuvo que ir al hospital. Llegó con las transaminasas altísimas, estaba intoxicado".

Pilar Moyano es intérprete y mediadora en la ONG Salud entre Culturas, que ofrece su servicio de manera gratuita al hospital Ramón y Cajal. Dani Pozo

A menudo, denuncia Moyano, el personal sanitario emplea herramientas como Google Translator, o se ayuda con gestos y dibujos. Sin embargo, la mayoría de ocasiones de recurre al intérprete ad hoc. "Esta figura es normalmente un familiar o un conocido del paciente. Un hijo, un marido, un vecino... que manejan algo de español y creen que pueden traducir. Son los propios médicos o enfermeros los que hacen uso de esta figura, y eso es muy peligroso. Por ejemplo, en algunas culturas está mal visto hablar de la muerte. Si el especialista le comunica a un paciente que le quedan pocos meses de vida, hay intérpretes ad hoc que no se lo transmiten porque les parece un horror decirles que se van a morir. Y hay casos en los que un niño ha tenido que decirle a su propia madre que él se estaba muriendo".

Muchos de los pacientes que acuden a un hospital tienen un nivel cultural bajo. Presuponer que conocen la jerga sanitaria obstaculiza los diagnósticos, como explica la intérprete del Ramón y Cajal: "El médico pregunta: '¿Has consumido leche sin pasteurizar?'. A lo mejor el paciente dice que no porque no sabe lo que le estamos preguntando y le da vergüenza reconocerlo. En ese caso, tienes que ir más allá y decirle: 'No pasa nada si no lo sabes, estamos aquí para ayudarte'. Entonces ya confiesa que no sabe qué es 'pasteurizar'. Hay pacientes que ni siquiera saben leer y como les da vergüenza admitirlo, firman cualquier papel que le pongan delante".

Uno de los pacientes que necesita el servicio de traducción e interpretación, durante una consulta en el Hospital Ramón y Cajal. Dani Pozo

Moyano ha vivido situaciones en las que la persona atendida ni siquiera sabía qué era una cuña. "El doctor estiró la mano y se la dio sin mediar palabra. El hombre no sabía que ahí tenía que orinar, nunca había visto ese aparato. Es muy común que el médico considere que saber estas cosas es algo obvio, y no debería ser así. También tenemos que sensibilizar al personal sanitario, que utilice la empatía. Aunque a ellos les parezca un objeto cotidiano del hospital, hay quienes jamás han ido a un hospital. O no saben qué es una radiografía o una pastilla".

África y la sangre

"Mi sangre es mi vida. Si me quitáis sangre estaré débil y no seré capaz de trabajar", dice un nigeriano de 29 años. "Estoy asustado, mucha gente me han dicho que aquí quitáis mucha sangre. Que os lleváis litros y litros", comenta un senegalés de 23. "¿Le quitáis tanta sangre a todo el mundo o solo a los inmigrantes?", pregunta una camerunesa de 28. El médico José Antonio Pérez, de la unidad de Medicina tropical del Hospital Ramón y Cajal, recoge estos testimonios en un estudio sobre la reacción de los inmigrantes africanos a la hora de extraerles sangre para realizar un diagnóstico de VIH. Tras el periplo migratorio, lo primero es realizar análisis. Así, sucesivas veces según les trasladan de un centro a otro. "Al llegar a España les pueden sacar hasta 8 tubos", dice el doctor Pérez.

"El choque cultural con la población africana se nota mucho. En ciertos países del continente se comercia con la sangre. Llegan aquí y les hacen análisis una y otra vez. Llega un momento en el que dicen: 'Ya basta'. Creen que se la estamos robando. O algunos tienen miedo de que la sangre no se renueve y por eso vayan a enfermar o a estar más débiles. Hay que explicarles qué es el ciclo de la sangre, que tienen entre 5 y 6 litros en el cuerpo, o que aquí está prohibido traficar con ella", apunta Pilar Moyano.

La intérprete Pilar Moyano, mediando con uno de los pacientes del Hospital Ramón y Cajal. Dani Pozo

Paula Pascual vivió un caso similar en su centro sanitario. "Llegó un paciente angoleño que estuvo ingresado por un problema de plaquetas y anemia. Para estudiarlo tuvieron que hacerle varios análisis de sangre. Un día después de ingresar solicitó el alta voluntaria porque, según él, que ya le habíamos sacado demasiada —como medio litro—. Decía que en cada tubito se iba un poco de su alma, que le estábamos quitando la vida".

La mujer que quería llevarse un feto

Otro caso curioso que recuerda Paula Pascual fue el de una mujer estadounidense ingresada por aborto. Por cuestiones personales no quería que le extrajeran el feto, ya bastante formado, en quirófano. Quería vivir la experiencia de dar a luz. Los médicos y los enfermeros temían que si comenzaba a parir y alguien tiraba, el feto quedase decapitado: "Nos rogaron que se lo dijésemos a la paciente sin ser tan explícitos para no provocar mayores traumas. Conseguimos que lo entendiese, pero al darle el alta nos dijo que quería llevarse el feto. Tuvimos que iniciar toda una serie de trámites para que desde la funeraria lo mandasen a Estados Unidos".

Un TAC durante el Ramadán

"Durante el mes de Ramadán, vino un hombre para hacerse un TAC. En el escáner le pidieron que se pusiese un contraste, un líquido que insertas en tu cuerpo y que realza las imágenes de la prueba radiológica. El paciente se negó, pidió que fuese sin contraste. Pero era necesario. Nos dijo que como estaba de Ramadán, no podía hidratar su cuerpo. Ni siquiera con esto".

Pascual asegura que el mayor choque cultural a menudo se da con los pacientes musulmanes, pero no solo con ellos. "Hace poco, un chico estadounidense que estuvo ingresado nos comentó que en los hospitales españoles se sonríe mucho más que en los de su país. Nos confesó que al principio pensaba que nos reíamos de él".

Pilar Moyano advierte de que este trabajo está infravalorado. No solo se pueden producir negligencias médicas que, según la intérprete, "serán consideradas culpa del especialista, y eso es también un poco injusto", sino que dificulta la simple labor de realizar un diagnóstico. El doctor José Antonio Pérez del Hospital Ramón y Cajal lo explica con la historia de una paciente nigeriana que fue contagiada con VIH durante la huida de su país. "Muchas mujeres son violadas en su camino a Europa. Imagina por lo que han tenido que pasar y añádele que al país al que llegues te hacen pruebas de todo tipo y sin entender nada de lo que te dicen. Es inhumano que ni siquiera entendamos la necesidad de que nos comprendan y les comprendamos". 

Muchos pacientes del norte de África son reacios a que les extraigan sangre, pues temen que se la estén robando para traficar con ella. Dani Pozo

Noticias relacionadas