El suceso impactó en todo el país. María Altagracia Trujillo Ricart, nieta del que fue jefe de Estado de la República Dominicana, desapareció misteriosamente junto con su novio. Tenía 20 años, era la primogénita del general Rafael Leónidas Trujillo y residía con su familia en un imponente chalet de la urbanización Puerta de Hierro. Llevaba una vida alegre y despreocupada. Su abuelo, el Chivo, había muerto asesinado a tiros, legando una inmensa fortuna a sus descendientes.

Estaba ennoviada con Francisco Bergaz Pérez, de 24 años de edad, que estudiaba Derecho y pertenecía también a una acaudalada familia. El padre era uno de los más prósperos comerciantes en madera de Guinea y propietario de una importante clínica y un magnífico hotel en la capital de España.

EXIGEN UN FUERTE RESCATE

Llevaban dos años de relación sentimental. Salieron a dar una vuelta a las once de la noche del dos de junio de 1969. No regresaron a casa. Veinticuatro horas después sonó el teléfono en el hogar de los Bergaz. Era el hijo.

"Nos han secuestrado a Maruja y a mí. Estamos bien, pero amenazan con matarnos si papá no entrega diez millones de pesetas. Habrá de ser en billetes usados, que no tengan señal alguna".

Después se oyó una voz desconocida a través del hilo. Seca y amenazante. "Formamos parte de una organización internacional. Tenemos en nuestro poder a Francisco y a la señorita que iba con él. Si avisan ustedes a la policía no les volverán a ver con vida. Hoy mismo les comunicaremos dónde deben depositar el dinero del rescate. Dos días después de recibirlo les pondremos en libertad. Si no…".

Dicho individuo volvió a llamar un par de veces más. Indicó que a las diez de la noche un taxi recogería al padre en la puerta de su domicilio. Después lo conduciría a algún lugar para la entrega acordada.

Llegada la hora no apareció nadie. Al filo de la medianoche recibieron otro aviso en el sentido de que la entrega quedaba aplazada por motivos de seguridad. A la jornada siguiente cinco nuevas llamadas en las que no se llegó a concretar nada.

La policía descubrió en dos papeleras de los alrededores sendas cartas de los desaparecidos. En ellas apremiaban para que se pagara el rescate ante el temor a que los matasen. Al otro día una nueva voz se dejó escuchar en el teléfono de los Bergaz. Anunciaba que se iba a poner al aparato Francisco José. Éste comunicó que le estaban apuntando con una escopeta de dos cañones, aunque no habían sufrido daño alguno.

"Mire, señor, soy el que guarda a su chico y a la novia –retomó la palabra el desconocido–. Busque usted a los ocho mejores policías de Madrid y vayan a por mi madre y mi hija Cristina, que están secuestradas en Madrid en una casa de la calle Moratines. El individuo que se las ha llevado como rehenes se llama Cesidio. Si me las devuelven, yo entregaré a sus chicos. Si no, los mataré".

Se averiguó que la llamada había sido efectuada desde el teléfono número 12 en la localidad de Retuerta del Bullaque (Ciudad Real). Efectivos de la Guardia Civil rodearon la casa del titular de la línea, Petronilo Ortega Pavón, propietario de un negocio de piensos y muy aficionado al juego.

La Era de Trujillo fue una de las más sangrientas de toda América Latina.

El cura del pueblo fue quién le aconsejó que expusiera a la policía su problema. Un vallisoletano llamado Cesidio Asensio Escudero, dedicado en Madrid a la compraventa de automóviles, le había convencido para que le ayudara a realizar el secuestro. Posteriormente le comunicó que tenía retenidas a su madre y a su hija para evitar que se echara atrás en las negociaciones para cobrar el rescate. Un simulacro de coacción.

Desconocedor de que había sido delatado por su compinche, de nuevo contactó con la casa de los Bergaz dando un ultimátum: se entregaba ese mismo día el dinero o jamás verían con vida a la pareja de jóvenes. El padre accedió a pagar la cantidad acordada. Fijaron el lugar de la cita.

INTERCAMBIO DE REHENES

La policía consiguió localizar a la madre y la hija de Petronilo. Las sirenas ulularon en dirección al municipio manchego. Allí fueron todos, con Antonio Viqueira, el mejor policía de la criminal que ha tenido nuestro país, al frente. Una vez efectuado el intercambio de los secuestrados empezaron las detenciones. Al poco caía Cesidio en manos de la justicia. Caso resuelto en una semana.

El novio explicó que habían estacionado el coche en la carretera que conduce de El Escorial a Villanueva del Pardillo para solucionar un problema sentimental cara a la boda. Inesperadamente fueron abordados por una pareja de individuos con uniforme de la Policía Armada. Les solicitaron la documentación y ella manifestó que no la llevaba encima. Entonces los asaltantes les indicaron que tenían que acompañarles. Hubo resistencia y terminaron en el portamaletas del vehículo supuestamente oficial. Permanecieron dos días en un garaje y después fueron trasladados a la casa de Petronilo.

Ambos delincuentes solían patrullar disfrazados por zonas solitarias para sorprender a parejas en la intimidad. Iniciaban la ronda con las primeras luces de la noche y la prolongaban hasta el alba. Haciéndose pasar por agentes de la autoridad solicitaban que se identificaran. Después les exigían dinero y prendas bajo la amenaza de denunciarles con el consiguiente escándalo. Pretendían simular una mordida.

Cesidio buscaba con este procedimiento, aparte de un ingreso diario, dar con algún pez gordo para secuestrarlo. El hecho de que la joven manifestara que pertenecía a la familia del generalísimo Trujillo provocó de inmediato el secuestro.

Ambos criminales ingresaron en la prisión de Carabanchel, donde Petronilo falleció antes del juicio. Cesidio, de mente retorcida y muy seguro de sí mismo, pues ya había realizado delitos similares, decidió utilizar como medio de defensa alguna información periodística en el sentido de que el golpe pudo ser organizado por el propio Francisco. Declaró una y otra vez que el rapto había sido simulado, a iniciativa del novio para poderse casar con la joven, a cuya boda se oponían los Trujillo.

Las familias de ambas víctimas amenazaron con querellarse contra los periódicos que difundían tal teoría. Incluso llegaron a conseguir el secuestro judicial de Sábado Gráfico, editado por la empresa de El Caso. El semanario de sucesos dedicó abundante espacio a una crónica negra que se alargó bastante en el tiempo y fue seguida con gran interés por los lectores.

La justicia sentenció a Cesidio a cuatro años y dos meses de presidio. La imputación de posible complicidad del novio terminó siendo archivada por no existir indicio delictivo.

ASESINATO DE UN DEPORTISTA

Estando en prisión se descubrió que era también el autor de otro secuestro con final terrible. Un par de años antes había desaparecido Francisco Simó Cabezas, un deportista que compatibilizaba la dirección de una empresa familiar con las carreras de coches.

De carácter abierto y jovial contaba a sus 32 años con la simpatía y admiración de mucha gente. El 11 de agosto de 1967, tras concluir su jornada laboral, no regresó a casa. Bien entrada la noche su padre recibió una llamada telefónica.

"Su hijo está bien. Lo tenemos en nuestro poder y, si quiere usted que no le pase absolutamente nada, tendrá que pagarnos un millón de pesetas. Por carta recibirá mañana las instrucciones precisas".

Horas después, el coche deportivo del secuestrado, un descapotable Lotus, aparecía en la puerta del administrador de la familia Simó, donde fue abandonado por tres sujetos.

Al día siguiente llegó la misiva, en la que le indicaban que debía llevar la cantidad exigida en una cartera y aguardar en una cabina telefónica de la Ronda de Toledo. Allí se presentaría un taxista con una ficha. Era la contraseña. Debía subir al vehículo que le conduciría hasta el lugar de la entrega del rescate.

Francisco Simo Cabezas y el empresario y deportista secuestrado y muerto. En la imagen, con su mujer ante su vehículo de competición como piloto.

Reunió el dinero velozmente y, tras denunciar el hecho a la policía, se dispuso para la cita, desoyendo la recomendación de que entregara billetes falsos. Una vez montado en el coche de servicio público le preguntó al conductor a donde iban. Éste, intrigado de que no conociera el destino, respondió que le habían indicado que lo llevara al paseo de Pontones. En un lugar un tanto apartado, junto a la ribera del Manzanares, se apeó del vehículo. De inmediato apareció un mozalbete que le arrebató de las manos el paquete con el dinero y echó a correr perdiéndose entre las sombras de la noche.

El angustiado padre, al comprobar que su hijo no aparecía por ninguna parte, intentó localizar con la vista a los coches camuflados de la BIC que le iban a seguir. No se veía a nadie por ninguna parte. Los agentes le habían perdido la pista a causa del tráfico. Circunstancia con la que contaba el organizador del secuestro o simplemente error policial.

El taxista fue localizado de inmediato. Explicó que había recibido un aviso para recoger a un pasajero y trasladarlo a otro punto de la ciudad. También se detuvo al chaval que se llevó el dinero. Declaró que le habían ofrecido 200 pesetas para que realizara el encargo. Tras escapar en dirección a un coche escondido en las proximidades, entregó el paquete a una persona a la que no pudo ver el rostro porque lo ocultaba bajo un casco y unas grandes gafas oscuras. De inmediato el automóvil arrancó veloz.

Se empezaron a barajar toda clase de hipótesis, incluida la del autosecuestro. Suposición difícil de creer, dado que si quería desaparecer con dicha cantidad de dinero le bastaba con llevársela de la empresa que dirigía. Por otra parte, se caracterizaba por el gran cariño que tenía a sus dos hijos.

El padre lo buscó por todas partes. Acudía dos veces por semana a la Dirección General de Seguridad para interesarse por la marcha de las investigaciones. Catorce meses después, una noche que precisamente cruzaba la calle Carretas en dirección a dicho edificio, perdía la vida al ser atropellado por un taxi. Murió desconociendo que su hijo no aparecería nunca más.

La policía llegó hasta Cesidio, que como siempre proclamó su inocencia. Fue condenado a 20 años de presidio.

ABANDONADA EN UNA CLOACA

Parecido ocurrió también en Madrid con la señora Tai Wan. Rosa Santos Vega, natural de Palencia, tenía 48 años y estaba casada con Then Paw Jung Kuo. Eran propietarios de varios restaurantes chinos. Los negocios marchaban bien y eran felices.

Situación que se rompió el día 31 de enero de 1985. A las ocho de la tarde el esposo recibió una llamada telefónica. Le anunciaban que su mujer estaba secuestrada y que debía acudir a las inmediaciones del estadio Santiago Bernabéu. En una papelera encontraría una nota con las instrucciones precisas. Marchó de inmediato al lugar señalado. En el escrito le exigían el pago de 15 millones de pesetas por la liberación.

El comunicante se volvió a poner en contacto para indicar que le había dejado un sobre al final del paseo de Pintor Rosales. Contenía un ejemplar de El País de ese día con una nota manuscrita de la víctima: "Tei Po, no puedo más. Rosita". Tras otra llamada, en la que amenazaron con matar a su rehén, le ordenaron que recogiera un nuevo mensaje en la ermita de San Antonio de la Florida. En esta ocasión era la portada de Ya, con unas angustiadas líneas de la mujer.

Finalmente exigieron la entrega del rescate. El empresario advirtió de que únicamente había podido conseguir 12 millones. Los secuestradores aceptaron la rebaja, a cambio de que el pago fuera inmediato. Le señalaron que la entrega debería hacerla un antiguo socio suyo, llamado Pepe, que acudiría en un Renault 5 a una gasolinera de la calle Virgen del Puerto.

Un policía suplantó a éste al volante del vehículo mientras que otro compañero permanecía oculto en el portamaletas. En una manguera del surtidor había una nota que indicaba que debía dirigirse a la ronda de Segovia. La nueva cita se frustró por la inoportuna presencia de un vehículo de la Policía Municipal a causa de un socavón.

El secuestrador se había retirado prudentemente, mientras amenazaba por teléfono a Then Paw. «Rosa está en una cloaca y sólo tenemos que dejarla ahí para que se muera. Usted verá lo que hace».

Nuevas llamadas y más lugares para el pago del rescate. Pero los secuestradores no aparecieron. La presencia de policías, real o imaginaria, les impidió recoger el dinero. A los 12 días de la desaparición de Rosa exigieron hablar con Pepe. El chino dijo que no se hallaba en ese momento en el restaurante. Su interlocutor colgó el auricular. Fue el último contacto que mantuvieron.

Los investigadores, tras aguardar un tiempo prudencial a la espera de nuevos acontecimientos que permitieran la liberación de Rosa, decidieron efectuar un par de detenciones. Los de la científica habían descubierto en el Ya, junto a la cabecera, la huella de un dedo índice. Cotejada con el archivo de delincuentes comprobaron que correspondía a José Joaquín Aroca Alfaroll, con antecedentes por estafa.

Fue detenido junto a su compañera sentimental y madre de uno de sus hijos, Concepción Fernández Antas, que había trabajado con anterioridad en el restaurante Tai Wan, propiedad del marido de la víctima. La despidieron por sustracción de dinero. Sabía que el empresario chino había recibido 30 de millones por el traspaso de tres locales.

Al principio hubo versiones contradictorias sobre el secuestro. Incluso había quienes pensaron en que fue organizado por los propios novios.

El acusado rechazó su participación en el hecho, negando conocer a Cesidio, aunque se sabía que andaban relacionados. Sucedía que éste, en cuanto recuperó la libertad, amenazó de muerte a Viqueira y prosiguió su trayectoria delictiva. Continuó con los secuestros.

Aroca había vivido un tiempo en Londres y, durante los contactos que mantuvo exigiendo el rescate, empleó reiteradamente varios anglicismos. Y un hecho irrefutable: su marca dactilar en el periódico. Fue condenado por secuestro con desaparición forzada. En cuanto al compinche…

"Mis compañeros y yo siempre tuvimos la convicción de que ese delincuente tenía algo o mucho que ver con el secuestro de Rosa. Pero no fuimos capaces de hallar ningún indicio que nos permitiera relacionarle", declaró unos de los inspectores que se volcó en la investigación.

Al igual que en el caso de Simó, jamás apareció el cadáver de la señora Tai Wan, como era apodada. Al parecer la dejaron abandonada en alguna infecta alcantarilla. Una muerte terrible.

DIABÓLICO ASESINO

Tres extrañas historias unidas por un mismo lazo: su autor intelectual, Cesidio. Un criminal que desarrollaba un amplio abanico de actividades.

Ese mismo año fue arrestado nuevamente acusado de seducir a mujeres para extorsionarlas. Frecuentaba salas de fiestas madrileñas donde ligaba con cuarentonas. Preferiblemente solteras o divorciadas, con posibilidades económicas.

Les proponía mantener relaciones sexuales en su coche, para lo que las trasladaba a la Casa de Campo. Una vez en plena faena disparaba un flash, haciendo creer a sus acompañantes que las había fotografiado. Exigía cantidades de dinero a cambio de no dar a conocer la comprometedora instantánea. En poco tiempo obtuvo casi un millón de pesetas de ocho damnificadas.

Un apretado historial delictivo que ha dejado tras de sí sonoros raptos –que trataba de simularlos como autosecuestros para culpar a sus víctimas– y otras misteriosas desapariciones que quedaron sin aclarar. A Cesidio no le gustaba dejar testigos. En el caso de la nieta de Trujillo, los jóvenes afortunadamente consiguieron salvar la vida.

Un ser malvado, reincidente y diabólico. Decía el dramaturgo Pierre Corneille que "un delito llama siempre a otro delito". Hay criminales que prueban, repiten, insisten… Da igual las veces que sean detenidos y sus estancias en prisión. No cejan en su empeño vocacional, dejando tras de sí un tormentoso reguero de dolor y muerte.

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