Cuando echa la vista atrás, Blanca Suarez (Madrid, 1988) contempla con nostalgia a aquella niña que un día se lanzó a hacer teatro en el colegio. De aquella niña intenta preservar la ilusión por interpretar, aunque la madurez le ha hecho comprender que lo suyo es un trabajo como otro cualquiera y, como tal, “hay días en los que no te apetece ir a trabajar”, manifiesta la actriz en una entrevista con EL ESPAÑOL.
Conoció el éxito muy pronto a través de El internado, una serie que la catapultó a la fama. Años más tarde, figuras como Pedro Almodóvar o Álex de la Iglesia confiarían en ella para dar vida a sus personajes. Sin embargo, asegura que nada de eso es garantía de nada, por lo que es muy consciente que debe convivir con la inseguridad propia de una profesión exigente donde cada plano la examina. “Vivo con incertidumbre. En cualquier momento puede ocurrir que me dejen de llamar”, señala.
A sus 36 años, Blanca asume ya no ser la joven del reparto. Aunque tenga que lidiar con ello. “Cumplir años implica que hay gente que viene por detrás y que probablemente sea mejor que tú. Eso te coloca en lugares difíciles de gestionar. Tendré que adaptarme a interpretar a otros personajes más maduros”, comenta. Ante la incertidumbre, piensa en lo afortunada que se siente al enumerar todo lo que le ha dado la vida. “Siempre estoy como muy expectante, porque ya sé que la vida te regala cosas increíbles”.
La actriz, Blanca Suárez, en conversación con EL ESPAÑOL.
Ahora presenta Parecido a un asesinato, un thriller psicológico donde comparte reparto con Eduardo Noriega y la joven debutante Claudia Mora. Una película en la que su personaje, Eva, intenta blindarse del mal ajeno. De la misma forma que Blanca intenta protegerse de los males que habitan en el mundo, y sitúa la mirada en Gaza. “Intento controlar mi indignación para no confrontar y para no envenenarme. Es muy difícil poner la balanza en el medio entre ser consciente de lo que ocurre en el mundo y, al mismo tiempo, abstraerse de ello”, expresa.
Pregunta.– En esta película interpreta a Eva, un personaje amenazado por el entorno que le ha tocado vivir, ¿hay algo de Blanca en este personaje?
Respuesta.– De forma inconsciente, hay muchas cosas mías en los personajes que interpreto. Pero intento que no haya, sobre todo en personajes tan complicados y tan duros como este. Y mi vida no tiene nada que ver ni he atravesado los traumas que atraviesa Eva, evidentemente. Pero me refiero a que cuando interpretas vas dejando retazos de ti.
P.– Este es un papel muy exigente e intenso, con escenas de mucha carga dramática. A pesar de su larga trayectoria, ¿convive con la inseguridad de tener que hacerlo perfecto?
R.– Sí, sí. Los nervios, la inseguridad y la incertidumbre de cómo va a quedar el resultado final es algo que me acompaña siempre. Incluso una vez acabado el proyecto, llegas a casa y sigues dándole vueltas y te arrepientes de no haber tomado otras decisiones en una escena... Hasta que llega un día en el que dices: "bueno, ya está". No puedes seguir comiéndote la cabeza. Además, muchas veces no ya sólo depende de ti. Al final el producto final pasa por muchas manos y no puedes tener control absoluto.
P.– También esta película habla sobre el miedo como forma de protección. ¿Cual es su mayor temor?
R.– Pues tengo muchos miedos, porque esta es una profesión muy subjetiva, en el sentido de que lo que para unos puede ser muy bueno, para otros es lo peor. Nada te asegura que sigas manteniendo tu espacio. Puedes haber hecho una película aclamada por la crítica y eso no significa que seas mejor actor o peor. Esto depende muchas veces de estar en el momento y lugar adecuados. Así que las inseguridades y los miedos son expertos en encontrar cualquier grieta y los actores tenemos muchas.
P.– ¿Qué queda hoy de aquella niña que se subía al escenario en clases de teatro en el colegio?
R.– Quedan cosas, y otras se han perdido, porque también he crecido mucho. Y no es que la profesión me haya cambiado ni nada por el estilo, sino que voy cumpliendo años y me hago mayor. Y cuando te haces mayor vas construyendo tu verdadera personalidad. Y ahora soy el resultado de mi madurez.
P.– ¿Y la ilusión sigue intacta?
R.– Sí, aunque no estoy todo el rato igual de excitada e ilusionada que cuando era niña y comenzaba a hacer teatro. Y eso ocurre porque esta profesión se ha convertido en mi día a día. Y tengo la suerte de que esto me da de comer y me sostiene económicamente. Entonces, no estoy dando saltos todo el rato súper ilusionada con todo. Incluso a veces voy a trabajar porque es lo que toca y hay días que no me apetece ir a trabajar. Pero bueno, en el fondo sabes que eres una afortunada y lo agradeces siempre.
P.– Tiene una carrera plagada de éxitos, nunca le ha faltado trabajo, ¿siente cierto vértigo de pensar que algún día esto no sea así?
R.– Sí, es algo que tengo muy presente. En el momento en el que acabo un proyecto y no tengo otro cerrado, vivo con incertidumbre. Y me voy a mi casa, una casa con unas condiciones estupendas, eso es verdad, pero tengo que convivir con esa inseguridad. Y en cualquier momento puede ocurrir que me dejen de llamar. Dan igual los éxitos que hayas podido acumular. Si observas carreras de gente consolidada te das cuenta de que han tenido parones laborales muy largos.
P.– Incluso parece que las actrices lo sufren aún más cuando cumplen 40 años y escasean los papeles femeninos. No sé si cree que esa tendencia está cambiando y si le preocupa llegar ahí.
R.– Es una realidad, aunque sí que es cierto que eso está cambiando, por suerte. Pero sí que, cuando cumples años, las mujeres lo notamos un poco más. En los hombres hay un cambio más uniforme. El cambio físico en ellos nos choca menos. Estamos más pendiente de la evolución física de una mujer. Y no es algo que tema, ni mucho menos, pero sí que en su momento tendré que aceptar lo que venga. Tendré que adaptarme también a interpretar a otros personajes más maduros y con otro perfil.
Blanca Suárez.
P.– ¿Le ha preocupado alguna vez el hecho de ya no ser la joven del reparto?
R.– No me ha preocupado, pero sí que es algo que se me ha pasado por la mente. Si dices que eso no ocurre, estás mintiendo. Pero es que es normal, porque una cumple años y cumplir años implica que hay gente que viene por detrás y que probablemente sea mejor que tú. Y eso te coloca en lugares difíciles de gestionar. Y si tienes la cabeza bien amueblada, aceptas la realidad y ya está.
P.– Saboreó las mieles del éxito muy temprano, con 19 años, cuando la escogieron para hacer El internado, ¿siente que tuvo que renunciar, en parte, a una juventud “normal” por dedicarse a esto?
R.– No del todo. Porque aunque profesionalmente me movía en ambientes de adulto, luego tenía mi grupo de amigos de siempre. Y aparte que ya tenía 19 años, que a esa edad uno quiere ser ya más adulto de lo que es (ríe). Y siempre me he comparado con mis amigos, con los que sí he llevado una vida completamente diferente. Ellos estudiaban, se iban a la universidad... y yo estaba rodando. Y teníamos ritmos muy diferentes, y aún hoy sus ritmos de vida siguen siendo muy distintos a los míos. Pero, de alguna manera, he vivido todo aquello que me ha faltado gracias a ellos. He estado muy conectado a sus vidas. Entonces siento que no me he perdido nada.
P.– Dijo recientemente que ha hecho proyectos que, al ver el resultado final, le han defraudado, ¿cómo consigue afinar el radar para saber qué merece la pena?
R.– Es imposible. Sí que es verdad que con los años intuyes un poco a la gente y aprendes a leer los guiones... Pero nada es garantía de nada, ni nadie es garantía de nada. Y también muchas veces se escogen a actores para un reparto porque se piensa que por eso la gente va a ver más la película, y no es así.
P.– ¿Y ha escogido proyectos sabiendo que no eran garantía de calidad?
R.– Sí, porque en ese momento a lo mejor no había otra cosa. Y luego lo ves y dices, “bueno, es lo que hay…”. Pero oye, esto viene muy bien para el ego. Te coloca en un sitio que no viene mal. No todas las películas deben ser increíbles. Y, además, estos proyectos que a lo mejor a mí me parecen una caca también tienen su público. Al final estamos al servicio del espectador y hay que hacer de todo y descubrirse en situaciones diferentes.
P.– ¿Hay algo que aún tenga pendiente por descubrir de sí misma?
R.– Muchas cosas, pero lo que pasa es que hasta que no te enfrentas a ellas no eres consciente. Me siento muy afortunada de todo lo que he vivido. Y cuando lo pienso, me doy cuenta de lo improbable que es que esto le ocurra a alguien en su vida. Y cuando enumero mentalmente todo lo bueno que me ha pasado, me parece alucinante. Entonces, siempre estoy como muy expectante, porque ya sé que la vida te regala cosas increíbles.
P.– ¿Qué es lo que más ama en la vida y que nunca le gustaría perder?
R.– A mi perro, eso lo primero (risas). Y luego, de lo que no podría prescindir nunca es de la ilusión. Hay épocas en las que, como le pasa a todo el mundo, he tenido menos ilusión o he podido estar más desmotivada. Y en esas épocas me he dado cuenta de que el gran motor de la vida y que me hace estar conectada para seguir es la ilusión. Entonces, comienzo a valorar todo mi camino y todo lo que tengo, y eso me colma de ilusión. Esa es la clave.
P.– Y qué es lo que más le indigna del mundo en el que vivimos?
R.– Muchísimas cosas. Hoy en día hay que esforzarse por controlar la indignación.
P.– ¿Pero intenta contenerse para no confrontar?
R.– Para no confrontar y para no envenenarme. Es muy difícil poner la balanza en el medio entre ser consciente de lo que ocurre en el mundo y, al mismo tiempo, abstraerse de ello.
Blanca Suárez.
P.– ¿Habla de lo que ocurre en Gaza? Un tema que está siendo muy reivindicado por muchos compañeros suyos de profesión.
R.– Sí, por ejemplo. Y te enfrentas a esas imágenes y te enfermas. Pero intento buscar ese difícil equilibrio entre asumir la realidad de lo podrido que está el mundo y que eso no te envenene. Y en esas estamos.
