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Hay actores que interpretan, y hay otros -más escasos- que se transforman. Álvaro Cervantes (Barcelona, 1989) pertenece a estos últimos. Después de veinte años de carrera, no habla de éxito, sino de búsqueda, de entrega y de principios. Y eso que la industria intentó tentarlo pronto. Tenía solo 16 años cuando lo envolvieron -literalmente- en papel higiénico de corazones para una sesión de fotos en una revista juvenil. "Como si fuera un regalo extraño o un perro de anuncio", recuerda en una entrevista con EL ESPAÑOL.

Aquello fue suficiente para decidir plantarse: "Rechacé el rol de ídolo juvenil porque no me representaba. Estoy contento de haber tenido la entereza de no pasar por ahí". No hizo falta rebelarse más: los proyectos que realmente lo hacían crecer llegaron solos, guiados por su autenticidad. Una autenticidad que también se explica por sus raíces. "Mis padres no intervinieron en mi vocación. Siempre aceptaron que quisiera ser actor porque era un hijo responsable. Me han permitido ser quien quería ser", dice.

Hoy, con una carrera sólida que oscila entre exitazos de taquilla como A tres metros sobre el cielo (2010) y films independientes como Sorda (2025), Álvaro sigue conviviendo con el vértigo y una inseguridad casi enfermiza. "Aún convivo con muchos momentos de inseguridad, incluso de miedo… pero estoy aprendiendo a soltar el control". Ya no necesita revisarse en el monitor, ni perseguir la perfección. Prefiere confiar, entregarse, disfrutar. Porque ha entendido que "no se puede crear desde el sufrimiento", y que el entusiasmo es su mejor guía.

El actor catalán Álvaro Fernández. Nieves Díaz

Ahora presenta Ramón y Ramón, una coproducción de Perú, Uruguay y España, en la que participa la productora El Deseo de Pedro y Agustín Almodóvar, donde Cervantes da vida a un personaje que transita la amistad y la vulnerabilidad con honestidad. La película, íntima y luminosa, le permitió explorar vínculos reales en un momento vital compartido con su compañero de reparto: "Los dos personajes se nutren de estar atravesando un momento similar, y eso une mucho".

Y es que, Cervantes cree en la amistad que nace de mostrarse sin miedo a enseñar las heridas que uno tiene. Por eso, cree en el arte que se construye desde la implicación verdadera. A veces, tras habitar otras vidas ficticias más intensas que la suya, se ha sentido "perdido al volver a la realidad", a ser él mismo.

"Es ahí cuando necesito recordar quién soy y alimentarme de las personas que me hacen feliz". Quizás ahí esté la clave de su magnetismo: no sólo interpreta personajes, los habita. Pero siempre, siempre, vuelve a ser Álvaro. Ese chico inseguro siempre fiel a sus principios.

Pregunta.– Ramón y Ramón habla de vínculos que traspasan fronteras. ¿Qué le atrajo del guión y del personaje?

Respuesta.– El hecho de viajar y rodar en Perú me atrajo mucho. Rodar y recorrer diferentes lugares del país es algo muy excepcional. Así que me gustó mucho el viaje que plantea la película y el viaje que como actor hice rodándola.

P.– ¿Hubo algún momento especialmente revelador durante ese viaje?

R.– Pues en Perú es tradición, y me consta que en otros países de Latinoamérica también, hacer una especie de ritual antes de empezar un rodaje que se llama "el pago a la tierra", que es una forma de pedirle permiso a la tierra de que vas a rodar allí.

Entonces se genera un momento de comunión muy interesante con el equipo. Creo que nos hemos desconectado mucho de los rituales, y la verdad es que generan comunidad. Y esa energía y ese vínculo se mantuvo durante todo el rodaje. Me impresionó mucho.

P.– La película se adentra en temas de duelo por la pérdida de un ser querido. En este aspecto, ¿hubo algún momento que le removiera a nivel personal?

R.– Pues soy una persona que le da bastante miedo perder a un ser querido. En su momento, viví la muerte de un abuelo, pero por suerte no he sufrido grandes pérdidas en mi vida. Aun así, creo que está bien recordar que ese momento va a llegar y no hay que convertirlo en un tabú. Creo que prepararse es importante.

P.– Y siguiendo con los vínculos, la película nos muestra el desarrollo de una amistad que se convierte en verdadera. En el mundo de hoy, donde las relaciones son, a veces, superficiales, ¿qué valor le da a ese tipo de amistad incondicional?

R.– Bueno, yo creo que la amistad pasa porque uno debe mostrarse tal cual es, sin miedo a enseñar las heridas que uno tiene. Y es importante compartir nuestro momento vital y todo lo que nos pasa, porque es ahí donde encontramos refugio y empatía, que son al final dos pilares importantes para que una amistad sea verdadera.

Álvaro Cervantes durante la entrevista con EL ESPAÑOL. Nieves Díaz

Y en el caso de la película, los dos personajes se nutren de estar atravesando un momento vital similar, y eso une mucho.

P.– Con casi 20 años de carrera a sus espaldas, ha hecho mucho cine, proyectos más independientes, otros más comerciales. Ha hecho series de televisión de mucho éxito… ¿Qué le sigue motivando a la hora de aceptar un papel?

R.– Me motiva la historia que se cuenta y la humanidad que tenga el personaje. Me apasiona entregarme a la imaginación de un director o directora y construir, en sintonía, la idea que emerge de la cabeza del creador.

P.– ¿Siente que los proyectos más independientes y reflexivos le permiten indagar más como actor? Mientras que el cine comercial da menos libertad para crear.

R.– No tiene por qué. Yo creo que el cine comercial se puede abordar con mucho rigor y con mucha entrega. De hecho, cuando una película llega a tantos espectadores, como el caso de lo comercial, es porque se hace con mucho rigor. Lo que pasa es que el cine más autoral, en general, tiene una conexión más personal con las personas que cuentan las historias.

De alguna forma, establece un vínculo más íntimo entre los autores y el público. Y eso genera cosas muy bonitas, como en el caso de esta película, que parte de una vivencia personal de uno de los productores, el cual le deja la historia al director para que la aborde con total sensibilidad.

P.– Con 16 años le quisieron colocar en la palestra como ídolo juvenil. Sin embargo, se alejó de ese rol. ¿Cómo se dio cuenta de que no quería pasar por ahí?

R.– Bueno, hubo un caso que fue muy extremo. Tenía 16 años y me hicieron una sesión de fotos para una revista juvenil en las que me enrollaban con un papel higiénico de corazones como si fuera una especie de regalo extraño o un perro de anuncio de papel de váter. Y desde ahí ya me planté. Estoy contento de haber tenido la entereza de no pasar por ahí.

Cuando eres tan joven, este tipo de prensa juvenil llama a tu puerta y parece que es lo que toca hacer. De todas formas, esto fue algo puntual, por tanto, tampoco he tenido que rechazar este tipo de propuestas ya que de forma natural me fueron llegando proyectos que me gustaban y me interesaban y que me hacían crecer como actor y como persona. Me siento muy afortunado del camino que he tenido.

P.– Sus padres son dos personas ajenas completamente a esta profesión -su padre es comerciante de informática y su madre, florista -y sus dos hijos han salido actores- su hermana es la reconocida actriz Ángela Cervantes-. ¿Qué parte de responsabilidad tuvieron sus padres a la hora de inculcarle unos valores que le sirvieran para seguir el mejor camino?

R.– La verdad es que mis padres lo han hecho muy bien porque son muy buena gente. Son personas muy empáticas, muy respetuosas, que saben escuchar, que se adaptan a cada circunstancia. Son personas muy amorosas. Y todo eso lo hemos mamado en casa.

Tanto mi hermana como yo nos hemos sentido muy queridos por ellos. Sin embargo, todo lo que tiene que ver con la profesión fue llegando de forma natural y mis padres no intervinieron. No siento que nos inculcaran nada específicamente relacionado con dar pasos en este oficio.

El actor que protagonizó 'A tres metros sobre el cielo'. Nieves Díaz

P.– ¿Y siempre aceptaron que su hijo quisiera ser actor?

R.– Sí, también porque yo era muy buen estudiante. La actuación me divertía mucho, era como un juego para mí, y por esto tenía claro que debía ser algo complementario a los estudios. Y yo les había demostrado, en muchos momentos, que era un hijo responsable. Siempre nos han apoyado y han respetado lo que nos gustaba y nos han permitido ser quien queríamos ser.

P.– Cumplió el sueño de ser actor. Empezó jugando a ello, como dice, y lleva jugando 20 años. ¿Ha renunciado a algo por esta profesión y llegar donde ha llegado?

R.– A nada, la verdad. Este trabajo me ha aportado mucho. He conocido a personas de las que he aprendido muchísimo y que forman parte de mi vida. Y la verdad que estoy muy agradecido por cómo ha ido todo. Estos 20 años han sido un camino dulce y me siento muy afortunado.

P.– Dice que ha sido un camino dulce, pero tengo entendido que es demasiado perfeccionista, y que eso nace de una inseguridad que a veces le provoca sufrimiento, ¿cómo lidia con esa inseguridad?

R.– Pues, con los años, uno va ganando seguridad en la medida en la que conoce mejor el oficio. Y creo que hubo un antes y un después de conocer a mi maestro, Fernando Piernas. Siento que mi formación empezó de manera consistente ahí, porque antes de eso no me había formado como actor específicamente. Yo estudié Comunicación Audiovisual y he ido aprendiendo de la experiencia que te da los trabajos que has hecho y de las personas con las que has trabajado.

Pero sí que a raíz de conocer a Fernando y recibir sus clases de interpretación, descubrí que empezaba a dominar mi oficio, y eso te da mucha tranquilidad porque sientes que esto no depende tanto ya de la intuición o de estar afinado, aunque eso es importante evidentemente, sino de hacer lo que pide el guion y no hacer lo que más o menos te puede salir en ese momento.

P.– Y aún así, ¿siente todavía vértigo e inseguridad cuando se enfrenta a un proyecto?

R.– Sí, claro. Hay muchos momentos de inseguridad, incluso de miedo. Al final el cine es un medio donde el tiempo no siempre es suficiente, las condiciones muchas veces no son las mejores. No lo puedes controlar todo. Y sí que siento insatisfacción, en ocasiones, y eso me lleva a querer hacer una toma más.

O pienso que podía haber contado mejor algo. Pero estoy aprendiendo a soltar el control. Así que ya he dejado de ver el monitor en los rodajes y las tomas que ruedo. Ya no me veo a mí mismo, porque antes siempre iba a revisar que todo me encajara. Y eso me hace estar más libre y confiar en el director.

P.– Habrá ganado en salud mental.

R.– Sí, ahora pienso que este trabajo, al igual que cualquier cosa de la vida, tienes que desempeñarlo para que no te genere sufrimiento. Hay que apuntar siempre al disfrute y abogar por el entusiasmo. Porque realmente es cómo salen bien las cosas. El sufrimiento te lo genera el intento de controlarlo todo.

Álvaro Cervantes comentando su nueva película 'Ramón y Ramón'. Nieves Díaz

P.– Contó en una ocasión que el personaje siempre lo tiene muy claro pero que su vida no. ¿A qué se refiere con esto?

R.– Me refiero a que cuando uno experimenta e imagina otras realidades extraordinarias y emocionalmente muy intensas como actor, luego cuesta volver a la cotidianidad de la vida y ubicarse en la realidad.

P.– ¿Lo ha llegado a pasar mal después de un rodaje al enfrentarse de nuevo a la realidad?

R.– No tanto como mal, pero sí que he llegado a sentirme un poco perdido. Por poner un ejemplo, después de hacer la película 42 segundos, donde me pasé cinco meses viviendo la vida de un deportista de élite y entrenaba todos los días para conseguir estar más cerca del personaje, cuando terminó ese viaje me había olvidado de mi día a día.

P.– ¿Y qué hace para volver a ser Álvaro?

R.– Pues recordar de nuevo quién soy y alimentarme de todas las cosas y personas que me hacen feliz. Y, por supuesto, no pensar en cuál será el trabajo siguiente. Hay que ajustar la balanza.