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Cuando Geraldo Mesa Herrera habló desde el frente de Zaporiyia el pasado 22 de junio, no sabía que sus frases sonarían poco después como un epitafio. "Que nadie venga. No vale la pena. Esto te destroza", advirtió en una conversación con una revista universitaria de Tenerife.

Aquel era un testimonio cargado de cansancio, de la voz quebrada de un hombre que ya había visto demasiado en apenas dos años de guerra. Ahora, tras su extraño asesinato en Ucrania, esas palabras se leen con un peso insoportable.

El varón, de 33 años, había cambiado la vida tranquila en Gran Canaria por la incertidumbre de los combates. Había servido en el Regimiento de Infantería Canarias 50, pero lo dejó y terminó trabajando en restaurantes y en locales de ocio. El estallido de la guerra en 2022, sin embargo, lo arrastró a un escenario del que ya nunca regresaría.

Mesa Torres, en una imagen realizada en uno de los centros de descanso en el frente ucraniano. Cedida.

"Mi mujer estuvo diez días sin hablarme cuando se lo conté. Teníamos una hija pequeña, planes de abrir un restaurante… pero sentí que debía hacerlo", explicaba entonces, sobre su decisión de marcharse y alistarse voluntariamente en el Ejército de Ucrania, en 2023.

Entre trincheras

Su bautismo de fuego fue en Jersón, uno de los puntos más sangrientos del conflicto. Allí permaneció más de siete meses, en trincheras cavadas a escasos metros del enemigo. Mesa relataba que, nada más llegar, grabó un vídeo despidiéndose de su mujer y de su hija.

"Estaba preocupado, imagínate, con los rusos a 200 metros. Recuerdo tenerlos cruzando mi trinchera. Sus pies pasaron junto a mi cabeza y no tuve más remedio que disparar. Nadie te prepara para eso".

Las escenas que recordaba eran propias de una pesadilla. Una de ellas lo perseguía con particular nitidez: el momento en que una pick-up con varios compañeros —entre ellos un colombiano y un joven ucraniano llamado Alexei— fue alcanzada por drones explosivos.

"Los mataron a todos, justo delante de mí, a pocos metros. Algunos quedaron irreconocibles", confesó. Esa experiencia, repetía, le había dejado marcado para siempre.

Una de las últimas imágenes de Geraldo con vida. En ella portar un AK-74. E. E.

El precio invisible de la guerra

Aunque físicamente regresó a Canarias durante un permiso, jamás volvió a ser el mismo. "Me sentía raro, abrumado, prefería quedarme en casa. Me costó volver a adaptarme", admitía. Su cuerpo llevaba la cuenta de la guerra: insomnio, tensión arterial elevada, taquicardias. "Lo manejas como puedes, pero a la larga se vuelve insostenible. El cuerpo lo nota".

La crudeza de esas confesiones contrastaba con el silencio que mantenía con su familia. A su madre y a su mujer nunca les explicó todo lo que estaba viendo. Lo hacía con otros usuarios en redes sociales, con los compañeros, con aquellos que le preguntaban por qué había dado un paso tan arriesgado. "Aquí todos han perdido a alguien. Por eso prefieren morir antes que retroceder una pulgada de tierra", decía.

El destino de Geraldo se torció el 26 de julio. Esa noche perdió la comunicación con su familia al llegar a un alojamiento de descanso de la Legión Internacional. Un mes después, su cuerpo ya descansaba bajo tierra en el cementerio de San Lázaro, en Las Palmas de Gran Canaria.

Entre medias, versiones contradictorias: mientras páginas de homenaje a los combatientes internacionales difundían que había caído en combate, sus familiares insisten, en conversación con EL ESPAÑOL, que fue asesinado por un compañero de filas, en una emboscada.

La incertidumbre sobre cómo murió se mezcla ahora con el vacío que deja: una madre que lo enterró demasiado pronto, una mujer que tendrá que criar sola a su hija y una niña que apenas podrá guardar recuerdos de su padre. "Lo único claro es que nuestro hijo descansa aquí con nosotros", expresó su madre a este periódico tras darle cristiana sepultura.

Geraldo, en una imagen compartida por él mismo en redes sociales. E. E.

Nostalgia de Canarias

En las conversaciones previas a su muerte, Mesa hablaba con devoción de lo que había dejado atrás. "Extraño todo: la familia, la playa, hasta las guaguas. Pero sobre todo a mi mujer y a mi hija. Cuando mi hija me llamó llorando, fue como un puñal", contó.

Más allá de su historia personal, Mesa lanzó una advertencia que trasciende. "Que valoren lo que tienen: la familia, la comida, el agua limpia. Que estudien, que se preparen. El mundo se está volviendo violento. Si esto sigue, nos espera una desgracia", reflexionaba en junio.

Geraldo no fue el único español en unirse a la Legión Internacional. Desde 2022, decenas de europeos —y varios isleños canarios— se han desplazado a Ucrania. En las islas ya se había llorado la muerte de Maximiliano, un voluntario tinerfeño ejecutado meses antes.

Adiós prematuro

A Geraldo aquella noticia le impactó profundamente. "Fue un golpe muy duro", confesó semanas antes de seguir la misma senda. El grancanario, de origen cubano, navegó siempre en el filo: se presentaba como un hombre que, "impulsado por sus valores y su sentido del deber", abandonó la comodidad de su vida para defender un país que terminó convirtiéndose en su tumba.

Hoy, sin embargo, su historia se suma a la de tantos voluntarios que no volvieron. Pero en el caso de Geraldo Mesa queda además el eco de sus propias palabras, grabadas semanas antes de morir. "Que nadie venga. No vale la pena. Esto te destroza".

No es sólo la confesión de un combatiente fatigado, sino una advertencia que llega hasta Canarias. A su hija, que crecerá sin él, y a una tierra que lo vio partir convencido de que debía luchar en un conflicto que, al final, lo devoró hasta acabar con él.