Sanabria (Zamora)
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Los zamoranos tienen algo muy particular, para cada uno, su pueblo es el mejor del mundo. Da igual que sea grande o pequeño, bonito o feo. La pertenencia se lleva en la sangre. Y quizá por esa cabezonería tan nuestra, muchos pueblos de estas tierras han conseguido resistir al fuego.

Metí el coche por la vía húmeda de León, Zamora y Orense y lo saqué de vuelta ennegrecido por el polvo fino que levanta un verano de incendios. En cada parada: A Mezquita, O Pereiro, Sanabria, Abejera, Palacios de Jamuz, Molezuelas… lancé el dron para entender desde arriba lo que en tierra sólo se intuye.

Perímetros que se abren como abanicos negros, islas verdes salvadas por un camino limpio o un prado, cicatrices nuevas donde ayer había monte bajo y arboledas. Bajo el zumbido del aparato, la pregunta que me ha perseguido es la misma: ¿se podía haber evitado parte de esto si el campo estuviera limpio y vivo, si esta España no fuera la España vaciada?

Un crue en el incendio de Molezuelas. Javier Carbajal

El noroeste ha cargado con la mayor parte de los incendios de estas semanas y el balance es un bofetón: cerca de 400.000 hectáreas calcinadas. El dron lo confirma con mosaicos de ceniza incrustados cuando termina su vuelo.

En A Mezquita (Orense), la cámara asoma una franja interminable de pinos resueltos en carbón, detrás, una casa que se salvó por un cambio de viento y por los cortafuegos abiertos a toda prisa.

En O Pereiro los frentes han sido más caprichosos. Dedos negros que bajan de la ladera, saltan un arroyo espeso en maleza y vuelven a subir como si el agua ya no contara. Desde arriba es evidente lo que sobre el mapa se discute en mesas y despachos, "cuando hay menos combustible, el fuego duda".

A Mezquita en la provincia de Ourense. Javier Carbajal

Vuelvo a Sanabria, donde comencé el viaje. En San Martín de Castañeda me topo con Samuel, ganadero que lleva semanas en vilo y uno de los “escondidos”. “Por fin he podido dormir”, dice, y al pronunciar “dormir” se le desencaja un poco la coraza.

Leyes y desbroces

Me habla de "desbroces, de mantener los montes limpios", permitir que el ganado y los tractores hagan lo que hicieron siempre: abrir praderas, comer matorral, dejar cortafuegos vivos.

Antes había ganado, antes se cortaba leña, antes, el río era un cortafuegos porque lo limpiaba la gente del pueblo. Ahora, dice, "no te dejan tocar nada".

Sierra de Sanabria, valle de Valdeinfierno. Javier Carbajal

Ese "no te dejan" tiene números y apellidos. Un tercio del territorio español alrededor del 31% está protegido por diversas figuras y no se puede intervenir sin permiso.

Las multas por desbrozar caminos o quitar ramas sin informe previo pueden llegar a 3.000 euros en casos leves. Mientras, la maleza crece y crece. Técnicos del sector calculan que hay unos 60 millones de toneladas de vegetación que actúa como combustible.

Si ese material se recogiera para energía, equivaldría, estiman, a unos 105 millones de barriles de petróleo. Cerca del 20% del consumo anual del país. En paralelo, la inversión pública en el cuidado de los bosques cayó un 26% entre 2009 y 2022. La ecuación es tosca pero comprensible, menos gente en el campo, menos presupuesto, más combustible, incendios más voraces.

Incendio de Molezuelas. Javier Carbajal

Incendio de Molezuelas

Continúo con el viaje, y voy a ver lo que queda del incendio de Molezuelas, el más grande de la historia de España y el silencio ya es un síntoma de alarma. En Uña, el pueblo donde me dicen que "todo empezó", sólo me cruzo con José, 'El Zamora'. Me cuenta que se quedó a apagar lo que pudo "para que no ardiera mi pueblo".

El resto de las puertas están cerradas o vacías. La plaza, sin sombra. En Cubo de Benavente, el dron registra el perímetro de unas bodegas y un almacén que ardieron. Ya a ras de tierra encuentro un bar con cinco personas que muestran caras largas y contemplan un parte no oficial: rumores, mapas en el móvil, el humo asoma detrás de la última colina.

En los demás pueblos que me cruzo en este viaje, nadie. La España vaciada suena aquí a una persiana que no llega a medio metro. Casi intuyo alguna ventana medio abierta para ver al forastero que aparece por la calle.

Varias casas se calcinaron en Palacios de Jamuz (León) Javier Carbajal

Abandono rural

En Palacios de Jamuz, en un pueblo de León, donde el fuego mordió casas, me adelanto a dos mujeres, madre e hija, que vienen de otro pueblo "a ver cómo han quedado las casas". Turismo de ruina, quizá sin quererlo.

La cámara del dron sube y devuelve una imagen incómoda, tejados abiertos como latas, huertos chamuscados hasta la línea exacta de una manguera. A lo lejos, las primeras risas del día. Veo a dos niños montados en bicicleta y pienso que cuando ellos tengan mi edad, con suerte, todo esto volverá a ser lo que era.

Bajo hacia Abejera, aquí me viene la palabra "heridos", con olor a ceniza fría. Los vi con vendas y la mirada ida en nuestra entrevista a Javier Faúndez, presidente de la Diputación de Zamora.

Las bodegas de Cubo de Benavente (Zamora) Javier Carbajal

Aún recuerdo una advertencia que suena a posdata amarga: "Cuando esto pase, todo el mundo se olvidará... con la Sierra de la Culebra vino el presidente a hacerse la foto, pero las ayudas no sé dónde están".

La réplica también existe y conviene escucharla. Agentes forestales recuerdan que no se puede meter una cuchilla o un bulldozer "en cualquier sitio y en cualquier momento", y que los permisos protegen ecosistemas frágiles.

WWF insiste, el problema de fondo es el abandono rural, sin ganadería extensiva y sin empleo en el territorio, no hay quien mantenga el monte. El cambio climático, que estira las olas de calor y seca hasta los arroyos, hace el resto.

Y hay otra cifra que nadie discute y me recordó Irene en la sierra de Sanabria, "los incendios de ahora sólo se apagan de verdad cuando el clima afloja". Hasta entonces, gestión y prevención son la única trinchera sensata.

El almacen en Cubo de Benavente (Zamora) Javier Carbajal

España vaciada y España calcinada

El viaje que realizo es también una colección de ausencias. A medida que avanzo, los pueblos vacíos se vuelven norma. El dron sobrevuela calles sin coches, eras sin herrajes, fuentes sin niños.

A veces, como en Uña, queda un vecino que resiste. A veces, como en Cubo de Benavente, encuentro un bar donde se juntan las noticias, el miedo y un vaso de vino antes de volver a casa a cerrar el portón.

La "España vaciada" aquí no es una metáfora, es la condición previa a la "España calcinada". Y los incendios, al arrastrar cosechas, naves, pajares y ánimo, aceleran esa espiral. Sin trabajo, la gente se va. Sin gente, el monte se embastece. Y con el monte así, el próximo verano ya está esperando.

¿Se podía haber evitado todo esto? No. ¿Se podían haber evitado parte de estos incendios? Sí. La prevención no es un lema, son permisos que llegan a tiempo, presupuestos que no menguan cuando el recuerdo del fuego se enfría, coordinación real entre administraciones, planes municipales de limpieza que se cumplen y una apuesta por la ganadería extensiva que no se quede en el folleto.

Es también una cultura compartida, entender que cuidar un río o clarear un soto no es destruir la naturaleza, sino mantenerla viva y menos inflamable. Y que el vecino que pide entrar con el tractor a quitar carrascos quizá no es un peligro a contener, sino un aliado a integrar.

Incendio en Aliste cerca de Abejera (Zamora) Javier Carbajal

Termino la ruta como empecé, con el dron plegado en el asiento del copiloto y la libreta llena de nombres propios. El último vuelo lo hago sobre un pinar inmenso, perdido bajo las llamas y una isla verde llena de vacas, un horizonte que todavía parpadea.

Bajo, guardo el aparato y me quedo un rato mirando la isla sobre un fondo negro. No es una frontera fija, esa frontera avanza o retrocede según lo que decidamos hacer cuando se apaguen los focos.

Si la respuesta vuelve a ser olvido, la ceniza ganará. Si la respuesta es presencia de las instituciones y apoyo a las gentes de estos pueblos quizá el verano que viene el dron sobrevuele terreno menos quemado y más terreno sembrado.

En el recuerdo tengo la frase de Javier Faúndez "cuando esto pase, todo el mundo se olvidará". Ojalá no. Ojalá la España vaciada no sea también la España calcinada.

Porque cada hectárea que hoy el dron me devuelve en gris fue antes una decisión aplazada, un permiso que no llegó, una finca sin manos, un presupuesto recortado.

Y cada metro que resistió lo hizo por lo contrario. Por un prado limpio, un vecino que no se fue, una manguera a tiempo, una administración que funcionó. Entre ambos extremos, todavía hay margen.

Aquí, ahora.