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La tinta de su piel grita lo que sus ojos esconden tras una mirada felina. Se llama María Cristina Bernabé, y es una joven murciana que acaba de viralizarse en redes sociales por alcanzar las 40 matrículas de honor entre la carrera, Educación Social, y el máster que acaba de superar. Aunque esta popularidad no le ha llegado con mensajes de aplauso por su éxito académico, sino con insultos y comentarios machistas que exponen la toxicidad de unas redes polarizadas hasta lo escandaloso. Una de las razones, es que decidió tatuarse el nombre del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en una de sus rodillas.

María Cristina (Callosa del Segura, 1993) tiene un carisma único. No esconde sus ideas; al contrario, las expone y no tiene pelos en la lengua para rebatir y dejar en evidencia a quienes la insultan. Y es que allá donde va esta joven, deja tras de sí un aura que invita a la anarquía, a la rebelión, a quitarse las máscaras y desnudarse de la falsa realidad del mundo digital.

En su pecho se dibuja una inscripción: "Bendita", bordada sobre el dibujo de dos rosas cruzadas. En sus brazos y su cintura se trazan dibujos y mensajes cuyo significado real solo conoce ella. Bajo una de sus rodillas luce un corazón, en cuyo interior se lee: "Pedro Sánchez". Pero ni siquiera todo el arte que convierte su cuerpo en un lienzo, casi una hermosa novela, es suficiente para comprender todo lo que esta joven rebelde guarda en su interior.

"Tengo alrededor de 30 tatuajes, y no todos ellos cargan con un significado profundo o trascendental", explica en una íntima entrevista con EL ESPAÑOL. "Me tatué el nombre del presidente antes de las elecciones del 23-J, cuando las encuestas no eran precisamente optimistas para la izquierda".

"Sí, tiene un toque de rebeldía, como muchas de las cosas que hago: parece que decir públicamente que te gusta el presidente está peor visto que declararse seguidor acérrimo de Franco, o que tatuarse su nombre es más grave que llevar esvásticas en los brazos o consignas nazis en la ropa".

Detalle del tatuaje de Pedro Sánchez que la educadora social luce bajo una rodilla. marriacrristina

"No tengo claro, ni me posiciono, sobre qué partido de la izquierda me convence más, pero si en las próximas elecciones Gabriel Rufián u Oskar Matute tuviesen opción y un tatuaje mío les diese la misma suerte, no tendría problema en pasarlo por la aguja".

PREGUNTA.– La polarización de la sociedad se deja ver sobre todo en las redes sociales, y sus publicaciones virales son una prueba. ¿Cómo ha gestionado esta explosión de popularidad en los últimos días?

RESPUESTA.– Creo que los ataques que he recibido no son personales: son proyecciones de quienes insultan. Incluso me da cierta pena ver tanto sentimiento negativo disfrazado de burla o ironía, cuando en realidad nace de frustraciones que mueven este tipo de conductas en internet.

Cada persona usa sus redes para mostrar lo que quiere de sí misma; yo elijo compartir mis éxitos académicos, acompañados de la foto de mi orla, y decirme a mí misma "guapa y lista" para romper esa barrera que considera que una mujer con mi imagen no puede ser una perfecta empollona.

Me parece mucho más triste tener redes sociales para insultar desde el anonimato. Eso habla más de quien lo hace que de la persona atacada. Pero también he recibido mensajes preciosos: gente que me ha contado sus logros académicos, palabras de ánimo y, sobre todo, el apoyo de mujeres que han salido en mi defensa, demostrando cómo la sororidad nos une y nos protege.

María Cristina Bernabé posa para sus redes sociales. @marriacrristina

P.– ¿Le han llegado a afectar negativamente los comentarios descalificativos?

R.– Lo he gestionado relativamente bien. Hay que saber cuándo apagar el móvil, silenciarlo y darle la vuelta para no ver notificaciones. Respiras en cuatro tiempos, te vas a la playa si tienes la suerte de vivir cerca…

En definitiva, lo viral tiene fecha de caducidad. Eso sí: se necesita mucha entereza, seguridad y autoestima, porque algunos mensajes podrían haberme destrozado emocionalmente si no tuviera muy clara mi valía. Y es que, aunque digan lo contrario, soy una 'mujer de alto valor'. No tengo nada que aprender de esta experiencia: que aprendan ellos.

Bullying y motivación

María Cristina responde a las preguntas sin tapujos. De hecho, en un momento dado de la entrevista, se abre en canal para hacer un repaso a su pasado y su infancia.

Y de entre sus palabras se desprende un sentimiento que mezcla una ligera amargura con una férrea resiliencia. Las dificultades forjaron su espíritu. Porque, tal y como alguien dijo una vez, no triunfa quien no tuvo momentos difíciles, sino quien pasó por ellos, luchó y no se rindió.

"Mi vida académica ha fluctuado entre ser 'superempollona' y fugarme hasta el recreo. Sin justificar las malas decisiones de mi juventud, sufrí bullying en el colegio, que se prolongó hasta el instituto. No era fácil ser una niña de pueblo con una mentalidad más abierta de lo habitual y con unos valores, inculcados por mi familia, que confrontaban el ideario común de la mayoría".

"A eso súmale que llegué a acumular hasta siete tics nerviosos, tenía 'mala fama' y una etiqueta que me impedía tener grupos de iguales y me añadía peso a la mochila para ir al centro de estudios. En el instituto, por ejemplo, prefería quedarme encerrada en el aseo antes que salir al patio y enfrentarme al aislamiento, las risas y el acoso en los pasillos por parte de los chavales".

María Cristina Bernabé, en una foto publicada en su perfil de Instagram. @marriacrristina

P.– ¿En qué momento superó ese bucle?

R.– Cursé bachillerato artístico en otra ciudad. Ahí encontré destellos de un lugar donde encajar: un refugio para quienes estábamos excluidos socialmente, con inquietudes más allá de las modas. Empecé a fugarme de clase para socializar todo lo que no había hecho años atrás.

Para entonces ya trabajaba en el ocio nocturno, un sector explotado, en negro y con numerosas irregularidades en la relación jefe-empleada, pero que también me ofrecía ese círculo social que anhelaba y, al menos, la excusa para salir de fiesta sin necesidad de un grupo de amigos que me acompañase. Me mantuve en ese mundo unos catorce años, entre poner copas, repartir descuentos y moverme entre Alicante y Murcia.

A los veinte años decidí dejar de estudiar. No me veía válida y me faltaba motivación, así que tras repetir algún curso y un intento fallido de ciclo superior, terminé renunciando a acabar el bachillerato.

Aun así, en esas épocas tuve muchas experiencias que me devolvían la nostalgia de no haber llegado a la universidad. Había pisado campus para repartir flyers en paellas universitarias, trabajar en eventos y observarlo todo desde fuera. Me parecía inalcanzable y me enfadaba conmigo misma por no estar allí.

P.– ¿Qué le llevó a estudiar Educación Social?

R.– En 2019 decidí prepararme para la prueba de acceso a la universidad para mayores de 25 años. No sé muy bien por qué, quizá fue el cúmulo de años en el ocio nocturno, muchas noches sin dormir, la sensación de pérdida de tiempo…

Pero, sobre todo, tenía demasiada sed de aprender y curiosidad. Recuerdo especialmente a mi tutor en el CEA Infante (Murcia), don Mario, quien fue el primero en hacerme ver que era válida y capaz. Compartir ese tiempo de estudio con personas de mi edad, mayores y de perfiles muy variados fue parte esencial de la motivación que culminó en aprobar la prueba.

Ya en la carrera, advertía que podía suspender asignaturas, convencida de que era lo normal. Cuando saqué mi primer sobresaliente con matrícula de honor pensé que sería algo puntual. Cinco años más tarde, mi familia pasó de celebrarlo con confeti a reírse cada vez que salía de un examen diciendo que me había ido fatal. No es fácil mantener el rendimiento, y, aun con 40 matrículas de honor, sigo dudando a veces de mis posibilidades.

María Cristina Bernabé, en la foto de la orla, tras haber superado su máster en la Universidad de Murcia. @marriacrristina

P.– ¿Qué hay detrás de su éxito académico? ¿Es una cuestión más de motivación o de disciplina?

R.– En mi caso, hay más motivación que disciplina. El secreto ha sido disfrutar del proceso. Para mí, ir a clase era un ritual sagrado. Todas las asignaturas me parecían preciosas; cada lección, lo más interesante que había aprendido nunca.

Incluso ver el logo de la universidad y de la facultad me emocionaba; tengo todo el merchandising. Aquella institución lejana donde antes repartía flyers para fiestas era ahora un hogar, y no podía evitar emocionarme al entrar y salir cargada de saber nuevo.

Por supuesto, hay una gran dedicación detrás. Quería ser educadora social, hasta que un profesor me planteó la posibilidad de hacer el doctorado. Entonces mi vida dio otro giro de 180 grados y me pregunté, ¿por qué no? Aunque aún no he roto del todo con mis dudas, creo que no tengo límites si me lo propongo, así que voy a por ello.

Estudiar el odio

Una de las claves del éxito académico de María Cristina es su vocación innata por aprender más sobre aquellas cuestiones que más le interesaban. En su caso, los colectivos minoritarios vulnerables, especialmente aquellos estigmatizados socialmente.

"Cuando publiqué en X 'soy educadora social sin pretenderlo' fue precisamente porque un post mío anterior en el que decía 'Guapa, lista y con 40 matrículas' estaba recibiendo muchísimas críticas y mensajes de odio atravesados de machismo, clasismo e incluso racismo. Creo que mi imagen de mujer tatuada, maquillada, con alta autoestima y empoderamiento incomoda profundamente a la 'manosfera' e incluso a mujeres que también han pasado a dejarme sus peores deseos".

Ese profundo interés con un componente de crítica social se deja ver en sus redes sociales. De hecho, reconoce que ha usado las reacciones a sus posts con fines académicos para realizar su Trabajo de Fin de Máster (TFM) en la Universidad de Murcia: la misma institución en la que estudió la carrera y que le entregó un accésit por su Trabajo de Fin de Grado.

"Es un trabajo que tiene una carga emocional y personal muy fuerte para mí, no solo por mi pasado y presente, donde he sido víctima de discursos de odio en redes. También por la metodología que empleé: una de las técnicas consistió precisamente en incitar ese discurso para poder analizarlo críticamente desde una perspectiva feminista".

P.– ¿Cuáles fueron sus conclusiones?

R.– Fueron muy claras: existe una construcción rígida de la mujer ideal, asociada al rol tradicional y al control de la sexualidad, y una deshumanización sistemática hacia quienes no encajan en ese molde.

Detecté mecanismos de control que van desde la cosificación sexual hasta la deslegitimación moral, especialmente en foros como Forocoches y Burbuja.info. Además, muchas veces el odio no se expresa de forma directa, sino disfrazado de sarcasmo, ironía o humor, lo que ayuda a normalizarlo.

En resumen, mi conclusión es que la 'manosfera' actúa como un ecosistema digital de radicalización simbólica. No podemos ignorarlo: es urgente abordarlo y diseñar estrategias -especialmente educativas- que fortalezcan una resistencia feminista frente a estos discursos

Cambiar el mundo

Cuando a María Cristina se le pregunta qué es lo que quiere hacer en un futuro, no se lo piensa dos veces: "Cambiar el mundo".

"Creo que los educadores sociales tenemos la capacidad de transformar la realidad de las personas con las que trabajamos, empoderarlas para que tomen sus propias decisiones y potenciar su crecimiento personal y social".

"El profesorado de la educación reglada tiene en sus manos un tesoro: puede y debe complementar la educación que se da en casa, despertar en los jóvenes el espíritu crítico, el amor y el respeto por los demás. Valores que antes parecían de consenso, como el antirracismo, el feminismo o la no discriminación, están siendo cada vez más cuestionados, en parte por el consumo e intoxicación de redes sociales y noticias falsas que promueven el odio en la juventud".

"Por eso, para frenar el auge del odio y la intolerancia en las nuevas generaciones, es necesario un sistema educativo sólido que dote a los y las docentes de herramientas con las que recuperar un consenso social de sentido común y de valores democráticos basados en el respeto a la diversidad, donde los Derechos Humanos griten más fuertes que los discursos de odio".