El último "gran cazador de brujas" se llama Ángel Gari Lacruz y es completamente ciego. Setenta y cuatro años han pasado desde que una meningitis feroz le privó de la visión y aún recuerda todavía las siluetas de las montañas del Pirineo que dominaban el horizonte por el norte desde la plaza de la catedral de Huesca, su ciudad natal.
A raíz de esa enfermedad, se quedó también paralizado por completo. Le faltó muy poco para perder la vida. Su padre, un maestro republicano, se desvivió junto a su madre buscando un tratamiento en Madrid, Alemania y en la América de Harry S. Truman. Recuperó parte de la movilidad, pero nunca la vista. Y, con todo, halló la forma de dedicar el resto de su existencia a investigar la brujería, a la sombra, entre otros, del que tiene por mentor e inspirador: Julio Caro Baroja.
Los aragoneses le conocen bien, pero en el resto del país se sabe poco de él pese a sus galones intelectuales. A mediados de semana EL ESPAÑOL le llamó con motivo de la preocupación suscitada por la clausura del que ha sido uno de los proyectos que ha dado sentido a su vida: un museo de creencias y religiosidad popular situado en la abadía de un pueblecito del Prepirineo oscense llamado Abizanda.
Ángel Gari en el Colegio Mayor Cerbuna de Zaragoza año 1964.
Ángel preserva aparentemente la energía intelectual de un hombre joven aunque hace ya mucho que dejó de serlo. 81 años cumplió el pasado 7 de mayo. Una voz de mujer le susurra mientras atiende a este diario por teléfono.
Le dice que no se comprometa a nada. Intuimos que podría ser su esposa, Pilar García Guatas, con la que contrajo matrimonio en 1972 y a la que se ha referido en varias ocasiones como una figura fundamental en su vida personal y profesional. A donde no llegaba Ángel por culpa de sus limitaciones sensoriales, alcanzaba ella.
El cazador de brujas
Durante más de sesenta años, Ángel Gari Lacruz ha perseguido brujas. Pero no a la manera de los cazafantasmas del Discovery ni con los aspavientos místicos de un creyente en lo paranormal. Más que cazarlas, las ha exculpado. Su propósito nunca fue confirmar el mito, sino desmontarlo y radiografiarlo.
Ha buscado a las brujas del Pirineo en los archivos, en las leyendas orales de su tierra y en los márgenes de la historia. Lo que halló al final de su camino no fueron pactos con Satán, sino mujeres pobres, curanderas rurales, rencillas vecinales y mucho miedo.
"Hay que diferenciar muy claramente entre la persecución y lo que sería el fenómeno de la brujería propiamente dicho en la cultura tradicional de los pueblos", afirma. "Buena parte de lo que la gente cree saber tiene menos que ver con la realidad de lo ocurrido que con las nociones y las ideas que nos transmitieron los perseguidores".
"¿Se practicó la magia?", se pregunta Gari. " Yo diría que la magia no ha dejado nunca de practicarse. Sabemos, por ejemplo, que hoy en día hay gente en nuestra tierra procedente del Caribe o del África subsahariana que lleva a cabo rituales vinculados, por ejemplo, con la santería. Pero una cosa es lo que hacían realmente aquellas mujeres u hombres del Pirineo y otra muy diferente los estereotipos que la Inquisición y la justicia ordinaria extendieron".
De acuerdo a una definición antropológica, una bruja es alguien que se cree capaz de llevar a cabo acciones mágicas, positivas o negativas, y que atiende además unas necesidades sociales. "Este fue un fenómeno muy común en el Pirineo aragonés. Pero fueron los poderes eclesiásticos y, sobre todo, los civiles, quienes estigmatizaron esa magia asociándola al diablo, que es una figura que manejaban muy bien con fines instrumentales. Fueron ellos también los que introdujeron la idea de que se celebraban reuniones secretas de herejes del estilo de aquelarres o conventículos".
La primera denuncia pública de la justicia ordinaria por una supuesta reunión de brujas de la que se tiene conocimiento en España tuvo lugar en Pont de Suert (Lleida) en 1484. También la primera acusación por participación en conventículos de la Inquisición señaló un pueblo del Pirineo llamado Cenarbe (Huesca). Sin embargo, no hay ninguna prueba que respalde la idea de que, tal y como pretendían los poderes de la época, hubiera grupos organizados a la manera de una secta que se reunieran en "rave medievales" para practicar alguna clase de ritual y, menos todavía, que rindieran culto al diablo.
Eso no significa, según Gari, que entre la documentación que generaron esos poderes a tenor de los procesos judiciales contra supuestas brujas no se filtrara información real sobre sus verdaderas prácticas, especialmente en todo lo que se relaciona con el uso de ungüentos y sustancias.
Que es cierto que las brujas europeas se creían capaces de volar es un hecho indiscutible, pero que lo hicieran preferentemente gracias a un alcaloide presente en los sapos y conocido como bufotenina se pudo confirmar hace ya muchas décadas gracias, entre otras cosas, gracias a los registros encontrados en el Archivo Nacional. Fue Ángel Gari quien acreditó su uso en pueblecitos como Fago (Huesca).
"Entre otras cosas que se hallaron en las ermitas de aquellos brujos fue una olla medio llena de cierto ungüento verde, como el de populeón, con el cual se untaban, cuyo olor era tan grande y pesado que mostraba ser compuesto con hierbas en el último grado frías y soporíferas, como la cicuta, el solano, el beleño y la mandrágora", escribió Andrés Laguna (1510-1559) en una traducción comentada del Dioscórides que Gari identificó hace ya muchos años como una fuente fiable y tremendamente útil para el estudio etnobotánico de los componentes de los brebajes.
Una ponencia sobre el uso de drogas entre los hechiceros de ambos lados del Pirineo que el aragonés presentó en 1987 dejaba meridianamente claro cómo se las ingeniaban nuestros hechiceros para embarcarse en sus experiencias alucinatorias.
Digamos que las descripciones clásicas de vuelos, reuniones con el diablo o transformaciones animales eran simplemente estados alterados de conciencia inducidos por sustancias químicas presentes en plantas como la belladona, el beleño, la mandrágora o la citada bufotenina.
"Lo importante para que el ungüento funcionara es que se aplicara sobre la piel", afirma Gari. No tenían que caminar muy lejos para hacerse con los ingredientes de sus preparados porque el Pirineo les proveía de cuanto necesitaban. Todavía hoy sigue siendo frecuente hallar prados alfombrados de cicuta o pequeñas concentraciones de plantas de estramonio junto al estiércol de las granjas o en las escombreras.
Eran comunes antaño y lo son hoy, aunque se haya extraviado por el camino el saber popular de todos esos curanderos o hechiceros capaces de identificarlas y aplicarlas con fines mágicos.
Los "ungüentos de brujas" que documentó el etnógrafo contenían típicamente una base grasa de manteca de cerdo o grasa humana, plantas solanáceas o sustancias derivadas de animales. Se aplicaban en las axilas y bajo el vientre, en mucosas como la vagina o el recto o en la frente y las sienes para maximizar la absorción cutánea.
En la imagen, estramonio fotografiado en el Pirineo, en las proximidades del Turbón. El estramonio es una de las solanáceas que empleaban las brujas estudiadas por Gari para la fabricación de sus ungüentos.
Lo hacían directamente o frotándose con un arado o un mango de escoba sobre el que previamente hubieran extendido el brebaje y el resultado típico era una sensación de vuelo, la pérdida temporal de la conciencia u otro tipo de alucinaciones. Eso explicaría el estereotipo de la escoba voladora.
"Definitivamente, para practicar la magia no es necesario invocar al diablo", dice Gari. "Pero resulta que incluso en nuestro tiempo se suele dar por hecho que allí donde se produce alguna clase de ritual está Satán de por medio. Hace cuarenta años, en un lugar cercano a Jaca (Huesca), oyeron cánticos en el interior de una ermita. Regresaron al día siguiente y hallaron animales sacrificados. Su conclusión fue que se había celebrado una misa satánica ¿Había pruebas de ello? En absoluto".
Desmontando mitos
La ceguera de Gari no le impidió estudiar Historia en la Universidad de Zaragoza, donde se vinculó a maestros como Rafael Olaechea. Pero mientras la mayoría de sus compañeros abordaban asuntos mucho más convencionales, él puso su foco en el lado más oculto de la cultura popular aragonesa. Y fue de esa manera cómo desmontó mito tras mito y logró demostrar que no hubo adoración satánica organizada y que los aquelarres eran en muchos casos construcciones del miedo.
Su tesis de licenciatura (1971) y su doctorado (1976) estuvieron dedicados a Pedro de Arruebo, un brujo del siglo XVII perseguido por la Inquisición aragonesa. Con rigor forense, Gari rastreó documentos, cartas parroquiales, informes jurídicos y testimonios orales para reconstruir no sólo los hechos, sino también el clima de pánico colectivo que convirtió a docenas de campesinos del Alto Aragón en supuestos "poseídos".
"He entrevistado a personas que decían tener poderes y en ciertos sectores sociales se podría decir que hubo incursiones en la magia negra", afirma. "Pero las personas que la practicaban no mencionaban al diablo. Más bien fueron interpretaciones posteriores como el caso que antes mencionaba sobre lo acaecido en una ermita de Jaca. Fue la prensa la que trajo a colación al diablo".
"Otra cosa diferente es el coqueteo con el más allá", prosigue. "En el siglo XIX, se puso muy de moda el espiritismo a raíz sobre todo de un libro del francés Allan Kardec que dio origen a la doctrina espiritista. Pues bien, tan solo en Aragón llegó a haber ocho periódicos espiritistas. Ese tipo de interés siempre ha estado ahí".
"Luego sucede que con frecuencia se confunden los conceptos", precisa el antropólogo. "La medicina natural se ha practicado desde siempre y la mayoría de los curanderos eran perfectamente tolerados. Se les perseguía sólo cuando intervenía alguna clase de formulación o ritual que entraba en colisión con la religión".
"Hay muchos equívocos y quizá el más grande es el que sugiere que la Iglesia y, en especial, la Inquisición fue especialmente brutal en la caza de las brujas. ¿La última condena a muerte la Inquisición aragonesa? En 1537. En Cataluña, once años después". A partir de entonces, la práctica de aplicar la pena capital por brujería fue delegada residualmente en la justicia civil.
Para desmontar el mito, Gari publicó sus conclusiones en su tesis doctoral y en libros como Brujería e Inquisición en el Alto Aragón en la primera mitad del siglo XVII. Sus hallazgos centrales eran más que elocuentes. "De los noventa y tres procesados por la Inquisición en Huesca, ni uno solo fue condenado a muerte. La brujería fue combatida mucho más enérgicamente por los jueces seculares", asegura.
Además, la Inquisición, lejos de priorizar la tortura o la persecución sangrienta, buscaba a menudo la absolución, el arrepentimiento o penas espirituales como peregrinaciones, penitencias o azotes públicos. También solía intervenir para frenar los excesos civiles y garantizar un trato menos supersticioso a los acusados.
"La Inquisición, que aparece en la imaginación popular como implacable en su lucha contra la brujería, se comportó generalmente con una moderación, cuando no con una incredulidad radical", añade el historiador. "Estaba más centrada en la herejía protestante o judaizante que en la persecución de brujas".
Para los que deseen recorrer in situ algunos de los lugares mágicos identificados por el aragonés existe un atlas de escenarios de brujería. Este se puede consultar abiertamente desde la web oficial de Turismo de Sobrarbe. El Mapa Interactivo de la Brujería reúne cerca de un centenar de enclaves relacionados con 30 casos documentados de brujos y brujas, 32 lugares vinculados a la práctica de la brujería, 13 desaforamientos y cerca de 40 manifestaciones recogidas de la tradición oral, además de centros religiosos y escenarios legendarios.
