El asalto comienza en silencio. Luego viene el estruendo. Una puerta salta por los aires tras una explosión controlada, un grupo de sombras irrumpe gritando órdenes precisas, pasos secos, el eco de las botas contra el hormigón. No hay tiempo para pensar, solo para ejecutar. En segundos, el espacio ha sido tomado. No se trata de un simulacro, aunque podría parecerlo. Es una escena real, una de esas que terminan sin que nadie lo sepa, porque si el GEI actúa y no se nota, ha hecho bien su trabajo.
En el centro de operaciones del GEI no se oyen gritos ni el ruido de las sirenas. Las decisiones se toman en pantallas silenciosas, los mapas se leen sin levantar la voz, y los nombres de los agentes se sustituyen por números. El Grup Especial d'Intervenció (GEI) de los Mossos d’Esquadra no se anuncia, se despliega. Y lo hace con una precisión quirúrgica. Es, en palabras de su jefe —cap, en catalán—, "la última ratio de la fuerza policial en Cataluña".
El jefe de la unidad y también subinspector del cuerpo, que no revela su nombre ni permite que se publique su rostro, lleva treinta años siendo parte del GEI. Su forma de hablar es directa pero suave, igual que la de un negociador entrenado, y su mirada no se descompone ni cuando recuerda operativos que lo mantuvieron quince días seguidos sin dormir. "Nuestra arma más poderosa es la voz", dice, al comienzo de la entrevista, y mientras lo hace no suena a frase hueca.
El Jefe del GEI, la unidad de élite de los Mossos: "Somos autonómicos, pero estamos a la par de los mejores grupos especiales"
El GEI nació en 1991, como un embrión creado a contrarreloj para las Olimpiadas de Barcelona. Enviaron a los primeros agentes a formarse a Alemania. De aquellos inicios casi clandestinos, el grupo ha evolucionado hasta convertirse en una unidad de élite que, según dice su propio responsable ante las preguntas de EL ESPAÑOL, está "a la par" de otros grupos de renombre como el GSG-9 alemán, el RAID francés, el GEO de la Policía Nacional o el GAR de la Guardia Civil. "No somos menos por ser una policía autonómica", asegura.
Una selección feroz
Hoy en día, el GEI está compuesto por unos cuarenta agentes, aunque la unidad se encuentra en fase de ampliación. Son capaces de desplegarse en tan sólo unos minutos por tierra, mar o aire en cualquier punto de Cataluña. Se dice pronto si no fuera porque hablamos de 32.108 km² de extensión y más de 360 kilómetros de distancia desde el sur de Tarragona hasta la frontera con Francia.
El entrenamiento es constante y extremo, diseñado para forjar una resistencia física y mental extraordinaria: pruebas con frío, sueño, fuego real, simulaciones en entornos cerrados, industriales o marítimos. Pueden practicar descensos desde helicóptero o asaltos a embarcaciones. Y todo en ubicaciones secretas. "Antes, el 80% de nuestro tiempo era entrenar. Ahora tenemos tantos servicios que eso ha cambiado", reconoce el jefe.
La selección para entrar en la unidad es feroz. En el mismo momento en el que este medio visita las instalaciones de la unidad, finalizan las últimas pruebas de incorporación. Comenzaron hace meses, en ellas, 350 aspirantes. Pero sólo quedan 19 mossos para 17 plazas. "Y el curso no ha terminado. Usualmente nos sobran plazas porque no terminan tantas personas", dice el cap.
El 'cap' del GEI entró en la unidad en 1994, tan sólo tres años después de la creación del grupo.
En los nuevos miembros no buscan sólo fuerza física, sino capacidad de trabajar con sueño, con frío, bajo presión extrema. Tolerancia a la frustración. "Se evalúa todo: claustrofobia, vértigo, resistencia al dolor. No buscamos habilidades, buscamos perfiles concretos". Deben estar preparados en todo momento para la ejecución de operativos fuera de casa por varios días.
Una vez dentro de la unidad, cada agente maneja múltiples armas, desde las pistolas Glock 17M hasta los fusiles de asalto FN SCAR o los reconocidos subfusiles MP7; y muchos pertenecen a grupos internos especializados: francotiradores, técnicos en explosivos, sanitarios, expertos en drones, cuerdas o robots tácticos. La tecnología no es un complemento, sino una prolongación del cuerpo. "Antes tenías que sacar la cabeza para mirar. Ahora usamos fibra óptica, cámaras térmicas, robots. Y eso nos salva la vida".
Lo cierto es que el GEI ha sabido diferenciarse de otros grupos por la modernización de su equipamiento. Los cascos Ulbrichts Zenturio —con protección balística integral y visores abatibles—, los chalecos modulares Verseidag con sistema Molle, y los visores Trijicon o Aimpoint montados sobre fusiles SCAR-L y SCAR-H configuran un arsenal no solo eficaz, sino diseñado con precisión para la intervención urbana.
Un agente del GEI utiliza un rifle de precisión FN SCAR-H TPR (Tactical Precision Rifle), una variante de francotirador del FN SCAR-H, diseñada específicamente para tiradores selectos.
En este sentido, y aunque el GEO de la Policía Nacional dispone de mayor variedad de armamento y está preparado para escenarios más amplios —incluyendo marítimos y operaciones en el extranjero—, el GEI ha logrado consolidarse como una unidad de élite que no solo iguala, sino que en muchos aspectos supera, en actualización tecnológica y eficiencia operativa, a su homóloga estatal.
P.– Si ahora mismo, durante la realización de esta entrevista, se cometiera un atentado terrorista en la estación de trenes de Sants, ¿cuánto tiempo tardaría usted y su unidad en llegar al punto?
R.– ¿Ahora mismo? Veinte minutos.
Una Cataluña abrupta
La orografía catalana, diversa y escarpada, obliga al GEI a conocer el territorio palmo a palmo. Las operaciones en zonas rurales son tan comunes como las del área metropolitana de Barcelona, donde vive gran parte de la población y donde, por estadística, también se concentra el crimen organizado. El auge de las plantaciones de marihuana ha disparado el riesgo. "Hoy es raro intervenir en una entrada sin encontrar fusiles de asalto o armas automáticas", admite el jefe. AK-47, subfusiles, munición militar. "El crimen se ha profesionalizado, pero nosotros también".
Cataluña ha dejado de ser un mero territorio de paso para convertirse en una plaza estable del crimen organizado internacional. El modelo clásico de clan familiar —centrado en robos, extorsiones o menudeo— ha sido desplazado por estructuras complejas, descentralizadas y transnacionales. A partir de los años 2010, y de forma más pronunciada tras la desarticulación de grandes redes en otras partes de Europa, la región empezó a atraer a mafias balcánicas, grupos franceses y británicos, y bandas del norte de África, que encontraron aquí logística, conectividad y, sobre todo, discreción.
Un efectivo del GEI utilizando un FN SCAR-H (también conocido como SCAR 17) —un fusil de asalto de calibre 7,62×51 mm NATO— en una intervención aérea real.
A las rutas de narcotráfico —que incluyen cocaína llegada por contenedores desde Sudamérica, heroína de tránsito hacia el norte de Europa o hachís del Estrecho— se han sumado el tráfico de armas, el blanqueo de capitales mediante negocios pantalla y la explotación de personas en redes de prostitución o trabajo forzado. El crimen organizado en Cataluña no sólo crece, se profesionaliza y se adapta con rapidez.
En paralelo, han aparecido nuevos actores con perfiles distintos: estructuras emergentes de origen latinoamericano que replican dinámicas de control territorial, mafias chinas especializadas en fraude fiscal y falsificación documental, o redes nigerianas que combinan estafa digital y trata.
En municipios como Badalona, Reus, Girona o el Baix Llobregat se detectan ya formas híbridas de criminalidad: células pequeñas pero muy violentas, capaces de alquilar sicarios por Telegram, comprar explosivos por la darknet o montar laboratorios de metanfetamina en antiguas casas rurales o chalets de la costa. La globalización criminal se ha instalado. Y, frente a ella, los cuerpos policiales catalanes —como el GEI— deben enfrentarse no sólo a una amenaza armada, sino a una inteligencia criminal que ha aprendido a moverse con fluidez entre la legalidad aparente y la violencia extrema.
Casos como el abatimiento del pistolero de Tarragona, la liberación de dos ciudadanos chinos secuestrados en la calle Amigó de Barcelona, o la detención del asesino de Sant Hipòlit de Voltregà son solo ejemplos recientes. Otros, como la masacre frustrada en una masía del Ripollès, ni siquiera trascendieron. Y es que el GEI vive en el anonimato. En muchas ocasiones nadie sabe cuándo han actuado. Nadie reconoce a sus agentes, que llegan, operan y se marchan. "Y así debe ser", dicen.
Reconocimiento del grupo
El caso Brito y Picatoste —los atracadores que se escaparon de prisión y fueron abatidos por el GEI tras una muy larga persecución policial en 2001— marcó un antes y un después. Fue la primera vez que la unidad se hizo visible para la opinión pública, en un momento de gran presión política y mediática por la reciente implantación de los Mossos y la progresiva asunción de competencias.
"Ahí la gente entendió que existíamos, y que sabíamos hacer nuestro trabajo", recuerda el cap. Desde entonces, una unidad necesitada en muchos aspectos ha crecido en recursos, en entrenamiento, en reconocimiento. Pero la sombra del escepticismo sigue en parte del cuerpo policial español. "Aún hay quien piensa que, por ser autonómicos, somos menos. Y, honestamente, no voy a decirte que somos mejores que otros. Nosotros respondemos con trabajo", explica el jefe.
Y en eso no están solos. El GEI se nutre del trabajo de otras unidades: TEDAX, unidad aérea, guías caninos, información, negociadores. "Somos un grupo de intervención, pero trabajamos en equipo. No vamos a un operativo porque queramos. Nos activan, evaluamos, y pedimos los apoyos necesarios".
Un agente del GEI posa completamente equipado durante una intervención táctica.
El reconocimiento internacional también es creciente. Cada dos años viajan a Suiza para entrenarse con unidades de toda Europa. Comparten experiencias con RAID, SEK, COBRA, los británicos, los italianos. "Hablamos de asaltos a trenes, liberaciones de rehenes, operaciones desde helicóptero. No competimos, aprendemos". Algunos agentes han sido invitados a observar maniobras en Israel o en bases de la OTAN.
"No buscamos la foto. Buscamos mejorar". Y aunque su presencia es invisible, su impacto es tangible. Desde entonces, la unidad ha crecido, se ha tecnificado, se ha abierto. "Antes éramos herméticos. Hoy entendemos que colaborar es clave".
Operaciones especiales
En una de las paredes del centro de operaciones del GEI, junto a los mapas tácticos y las fotografías aéreas, hay un pequeño marco de madera que no sigue la estética operativa del resto. Dentro, una imagen de un niño de once años, que sonríe tímidamente junto a una carta escrita a mano con trazos torpes y agradecidos.
La escribió él mismo días después de que lo rescataran de un piso de Barcelona, donde había permanecido sedado, atado de pies y manos, mientras sus captores exigían cinco millones de euros por su vida. "Gracias por salvarme", dice con tinta azul. El cap la señala cuando pasa y se queda unos segundos en silencio: "Esas cosas no se olvidan nunca".
El 'cap' del GEI se prepara alistándose con uno de los chalecos que la unidad utiliza durante las intervenciones.
Logo del GEI en las instalaciones del grupo de élite.
Era septiembre de 2012. La madre del menor había sido engañada junto a su hijo con la promesa de regularizar su situación migratoria. Fueron interceptados por un grupo armado, y el menor fue secuestrado con órdenes precisas: si algo salía mal, debía ser ejecutado. Pero algo salió bien. Los Mossos activaron al GEI, que localizó el piso y ejecutó la entrada. Dentro, encontraron al niño custodiado por una mujer que tenía instrucciones escritas de qué hacer en caso de "problemas". Lo liberaron en silencio, con rapidez y sin margen para el error.
El operativo no fue uno más. No porque fuese el primero, ni el último, ni el más técnico. Sino porque el menor puso rostro a la misión. El cap del GEI recuerda aquel despliegue como uno de los momentos más delicados y humanos que ha vivido en sus tres décadas de servicio. "Nos entrenamos para esto. Pero cuando un niño te escribe que lo salvaste, no hay adiestramiento que te prepare para lo que eso significa". Desde entonces, esa carta sigue ahí, como una pequeña bandera clavada en la memoria del grupo.
El 'cap' del GEI posa de espaldas para la cámara de EL ESPAÑOL en las instalaciones de los Mossos.
Regreso a la vida
A la salida del centro de operaciones, el silencio lo ocupa todo. Tan sólo una placa con una imagen de un par de agentes, discreta, puede avisar de que dentro de las instalaciones de los Mossos d'Esquadra se encuentra la unidad de élite. En este lugar no se presume, se resiste. Nadie pide aplausos. La recompensa es otra: la carta de un niño, la foto de los miembros en un rincón, la certeza de haber llegado a tiempo.
Porque si hay algo que define al GEI no es solo su capacidad de fuego o su armamento de precisión. Es la obstinación tranquila con la que se preparan cada día para lo improbable. La forma en que entienden el oficio: no como una épica, sino como una responsabilidad que se ejerce en la sombra. Allí donde otros retroceden, ellos avanzan. Sin nombre, sin rostro, con todo el peso de lo que nunca se contará.
Y cuando todo ha pasado, cuando el objetivo está neutralizado y la ciudad duerme, ellos regresan a sus casas. Al silencio, sin disparos, a la vida que nadie ve. Y al día siguiente vuelven a empezar. Porque en un mundo que tiembla, alguien tiene que sostener el pulso. Aunque no se note. Aunque nadie lo sepa.
