Mientras la mujer que está tumbada a mi lado se masturba, seguramente hasta las narices de mí, sin comprender para qué pago si no la quiero tocar y fingiendo sobre sí misma, me fijo en que tiene la tripa cruzada por una fina cicatriz de cesárea. Pienso en si fue niño o niña y cuántos años tendrá ahora, si sabe a lo que se dedica su madre.

Me pregunto si ella lo hace por la criatura, por llevar dinero a casa, o si eso es sólo el rollo de las películas. He comprado a una persona, su intimidad y su tiempo -¿acaso estamos hechos de algo más?-, y no sé siquiera si está ahí voluntariamente, si su nombre real es el que me ha dicho. Intuyo que ni de broma tiene los 19 años que promete, mi única certeza.

Me entran ganas de decirle que dejemos la pantomima, que la quiero entrevistar a ella y que me cuente, contar su historia en vez de la mía, que seguramente no le interesa a nadie. Pero no puedo.

“¿Y tú no serás maricón?”, pregunta al final. Respondo que, de momento, que yo sepa, no. Si hasta tengo novia. “¿Y si tienes novia qué haces aquí?”. Y yo qué sé.

No le puedo contar que también estoy trabajando, comprobando que en ese chalé, efectivamente, se ejerce la prostitución de manera clandestina y que seguramente todo eso es ilegal. Que veo que dentro se sirve alcohol y se puede fumar, que hay un negocio sin ni un solo papel en un sitio en el que no se puede montar ni un solo negocio.

Y, ya que estamos en pandemia, que tampoco se respeta ningún tipo de medida sanitaria: ni se ventila, ni se lleva mascarilla, el distanciamiento social complicado en un sitio que consiste en que una gente esté dentro de otra y los geles no son desinfectantes sino lubricantes.

No se lo puedo decir porque, en realidad, le tengo un poco de miedo al tipo ese que se escondía detrás de la cortina hace 30 minutos y 60 euros. Latino, con los brazos fuertes y tatuados, miraba el móvil y le veía cada vez que una de las tres mujeres que me ofrecían atravesaba la tela para girar sobre sí misma. Olía a que estaban haciendo la cena cuando llegué y, tras el paseíllo, la madame me preguntó “Estas son las que tenemos, ¿con cuál te quedas?”.

Entrada a la casa en la calle Léon Bonnat del distrito Salamanca. E.E.

Todo esto viene a cuento de algo. Este jueves, unas horas antes de que entre por la puerta de la casa, los vecinos del madrileño barrio Fuente del Berro, en el distrito Salamanca, se han reunido con el concejal presidente, José Fernández Sánchez, y con representantes de la Policía Nacional y los agentes de la Municipal. Llevan un tiempo quejándose por los dos burdeles clandestinos en las calles Léon Bonnat y Mercedes Formica, igual que se quejaron de los otros dos, regentados por ciudadanos chinos, que había en Condes de Torreanaz. Estos últimos los cerraron en 2020, pero han vuelto a surgir nuevos y los vecinos temen estar convirtiéndose en una especie de barrio rojo clandestino.

Al salir del burdel en la calle Mercedes Formica me enciendo un cigarro en la puerta y dudo si es legal fumar tan cerca de un colegio, como lo estoy del Trilema Sagrada Familia, a unos metros. Esa es una de las claves, la proximidad a los menores. Pero no la única.

Los vecinos se quejan porque esa colonia de chalés está especialmente protegida, no se pueden poner negocios ni modificar las fachadas y sin embargo estos burdeles operan al margen de la ley y sin permiso de hostelería -el más habitual para estos casos- ni de ningún tipo. La gente que vive ahí no deja que sus hijas abran las puertas porque siempre hay extraviados que no saben la dirección secreta y han comprado interruptores para apagar los timbres por las noches de tanto que suenan.

“En la reunión con el concejal nos han dicho que esta semana han abierto expedientes y se han puesto a hacer seguimiento para cerrarlos por falta de licencia”, explica María, una de las lideresas de esta queja vecinal. “La Policía, por su parte, nos ha dicho que han puesto más presencia de agentes por las noches, por el efecto disuasorio, y que van a abrir un expediente al burdel que se anuncia en una página web, por publicidad ilícita”, añade.

Además, el concejal José Fernández Sánchez visitará la zona la semana que viene para hablar con los vecinos y calmar los ánimos. Nadie quiere que se llegue a la situación de 2019, en la que en los colegios se colgaban carteles gigantes con el lema “Putas fuera”.

A fin de cuentas, dice, la Policía no puede entrar en un sitio que figura en el registro como una casa privada si no hay constancia de que se esté cometiendo un delito, véase trata de personas, relaciones sexuales con menores o tráfico de drogas. Es un círculo vicioso, porque los vecinos, si no entran las autoridades, tampoco saben lo que sucede dentro. Realmente, ni siquiera hay una evidencia de que ahí se practique la prostiución más allá de lo que aseguran los vecinos. Entonces, entro.

La otra casa clandestina en la que se ejerce la prostitución. E.E.

“Cariño, estamos full

A pesar de la clandestinidad aparente, lo cierto es que llegar hasta esas casas en las que se ejerce la prostitución es bastante fácil. No hay ningún tipo de indicativo que diga “aquí se practica sexo”, pero basta con moverse un poco por el ambiente para que te las recomienden. Yo, que ni conozco la zona ni a gente que frecuente esos ambientes, al menos no tan públicamente como para recomendar nada, llego a ellas por el revuelo que hay en los medios de comunicación estos días. Pero, en realidad, es tan fácil como buscar “Chicas en Fuente del Berro” en Google, pasar un par de páginas y, voilà, los resultados empiezan a aparecer.

Resulta que hay todo un mundo oculto y algo enfermizo de foros por y para puteros en la web. Ahí, estos hombres, protegidos por el anonimato de un nombre inventado, cuentan sus aventuras con todo lujo de detalles. Parece habitual en estos blogs poner un listado de análisis, como cuando uno va a alquilar un piso y quiere saber si la vivienda tiene calefacción central y aire acondicionado o qué, pero aquí se detalla el nombre, la nacionalidad, y toda minucia posible sobre su físico y sobre su forma de practicar el sexo, las felaciones, etcétera.

Así, en cinco o diez minutos, acabo en uno que detalla los servicios de una chica en Léon Bonnat. Tiene un toque de autoayuda, de pobre putero incomprendido. “Besos: Con lengua pero los tuve que buscar yo. ¿Fuma? No noté nada y soy muy quisquilloso con ello. Francés: Bastante uso de mano, no traga mucho. Griego -sexo anal-: La web pone que hace, a mí me dijo que no. Lo mejor: Es mulata y brasileña (me gustan las mulatas y poder hablar en portugués). Lo peor: Que no hiciera griego”, escribe. Y luego pasa a detallar, con fotos de ella en las que se le ve la cara, todo lo que hicieron. Llama notablemente la atención su egolatría: “Le hago un cunnilingus que parece disfrutar”. Claro que sí, fiera.

Resulta que la web a la que se refiere es la de Placer Madrid, una página en la que vienen todas las chicas que hay en el chalé de Léon Bonnat, los servicios que ofrecen -entre ellos, cuáles aceptan practicar felaciones sin preservativo- y el número de contacto. Les escribo un WhatsApp, que quiero un streaptease, nada de sexo, y me cuenta la madame que ese servicio especial es mínimo una hora y por 90 euros, y que abren de 9.00 a 21.00. Quedamos a las 19.00 porque más tarde ya no les queda hueco.

Extracto de la página web en la que se anuncia la casa de Léon Bonnat. E.E.

“En esta zona, si metes un despacho de abogados te lo cierran en cinco minutos, porque no se puede”, protesta María, la vecina que lidera la pelea, por teléfono. “Estos, en cambio, tienen una página web en la que se anuncian y operan sin ningún tipo de problema. Lo de la cita es porque lo tienen todo calculado. Ves que llega una chica en un Uber, se baja, y al rato llega el cliente. Todo supervisado por su chulo, que está en un coche en la puerta”, añade.

El conflicto social que se está generando alrededor tiene aires como ese que retrató Juan Carlos Onetti en su Juntacadáveres. Aquí, sin embargo, no hay un padre Bergner sermoneando desde el púlpito ese “y no se diga que el pastor abandonó a su rebaño, el rebaño ya se había apartado del pastor”.

Aquí va de niños que se cruzan con clientes a la salida de los tres colegios y una guardería que hay en menos de 50 metros a la redonda, va de familias que se han mudado y, una vez pagada la señal, se dan cuenta de que eso era un burdel y el Ayuntamiento no les da permiso para cambiar la fachada y los clientes que no se han enterado aún no dejan de picar porque aquella noche fueron a esa casa que ahora alberga barbacoas y cumpleaños en el jardín los domingos.

“Hay mucha gente que reconoce que es un fastidio, pero que este tipo de problemas pasa en muchos sitios y que nosotros nos quejamos porque somos un barrio chic, cuando la mayoría somos de clase media”, cuenta María, en un argumentario que recuerda a aquel de Saramago cuando decía que todo rico se considera clase media porque siempre conoce a alguien más rico que él. No en vano, en ese barrio viven personalidades como la exvicepresidenta del Gobierno Soraya Sáenz de Santamaría, la actriz Blanca Suárez y vivió el actor Richard Gere.

Al margen de las apreciaciones de clase, la crítica se hace legítima y madura. “Queremos que esto lo regulen o lo prohíban. O acaban con ello, o las mandan a practicar a un sitio en el que las trabajadoras tengan derechos, se paguen impuestos y no esté en la puerta de tu casa molestando a todo el mundo. Pero basta ya de este limbo legal”, explica María que cuenta que, cada vez que va a la Policía, le dicen que no pueden entrar en las casas a menos que se sepa que se está practicando un delito como tráfico de drogas o que haya menores. “La respuesta es siempre la misma, que nos acompañan en el sentimiento”, apuntala.

El burdel con las toallas tendidas, como si fuera un hotel. E.E.

Mientras tomo una cerveza, en un bar cercano a la calle Léon Bonnat, haciendo tiempo y buscando el punto para afrontar algo que no he hecho nunca, me escribe un WhatsApp la misteriosa madame con la que concreté la cita y que bien puede ser, en realidad, Paco, digamos, el chulo. Son las 17.45 y dice que la chica de las 19.00 no va a poder atenderme. Hay un alivio que entra en conflicto con el a ver cómo le explico yo a mi jefe que, un jueves por la tarde, aún no tengo reportaje para este fin de semana. Le digo a madame-Paco que si no puede ser con otra, que a mí me da un poco igual, y responde “Cariño, hoy no será posible, tengo todo ocupado”. Quiero decirle que me deje de llamar cariño, pero le digo “ok”. Sigo con la cerveza porque sé que hay otro sitio y que seguiré intentando entrar para contarlo.

Mercedes Formica

No deja de resultar paradójico que Mercedes Formica fuera una destacada falangista que se reconvirtió a feminista, una de las primeras españolas graduadas en Derecho y que acabó desafiando el statu quo patriarcal del régimen, y que ahora ponga nombre a una calle en la que se ubica un prostíbulo clandestino. Es la paralela a la calle Léon Bonnat y la alternativa en Fuente del Berro tras las calabazas por parte de Placer Madrid.

Este chalé, recién abierto como burdel hace apenas un año, pasa mucho más desapercibido que el anterior. Es café para los muy cafeteros-puteros. Llego a conseguir el número de teléfono en uno de esos foros. Porque resulta que hay un pique entre ambos chalés, lo noto de los innumerables clientes que, descontentos con Placer Madrid, aseguran haber ido después a la casa de Mercedes Formica y que “bendita cita fallida” en el primero porque les hizo descubrir el segundo. No sé si se trata de una extraña estrategia comercial por parte de la nueva casa. El caso es que el número de teléfono, siempre el mismo, circula en perfiles de varias chicas.

La casa es blanca, contradictoriamente inmaculada, y parece vacía si no fuera por la luz de la entrada prendida aunque aún es de día. Con todas las persianas bajadas, el timbre no funciona y sólo al rodearla se ve que sí tiene vida, cuando se oyen varias voces de mujer en lo que parece la cocina. Alrededor camina poca gente del barrio, jóvenes que van en grupo y mayores que pasean a sus perros o vuelven de hacer la compra y me miran, sabiendo, pero sin decir nada.

Un pavo real se pasea alrededor del chalé clandestino. E.E.

Tras fallar en el timbre, llamo al teléfono y una mujer, que también me trata de “cariño”, me dice que sí, que están operativas y que ahora me abre la puerta. En The Young Pope, la serie de Paolo Sorrentino protagonizada por Jude Law, al papa se le aparece un canguro de manera recurrente y nadie sabe del todo qué significa. A mí, mientras espero en la puerta, me sale de entre los coches un pavo real con su larga cola y tampoco sé del todo qué significa. Hay quien dice que el canguro representa al pontífice, en cuanto a que es un ser exótico fuera de su contexto, y así me siento un poco cuando miro al pavo y oigo abrirse la puerta detrás de mí.

La madame, vestida de paisano, con unos vaqueros y una camiseta de AC/DC, me invita a pasar mientras mira a ambos lados de la calle como quien está a punto de contarte un secreto. Ya dentro, busco el baño y me lleva al fondo del pasillo, mientras a mi pasar se van cerrando bruscamente las puertas. Huele a que están cocinando arepas, ese manjar calórico venezolano, y yo he venido a chafarles la cena. Igual, mientras se cambian el chándal por el escote para el paseíllo que me hará seleccionar a una de ellas, están pensando que vaya putada, que la comida se quedará fría. Pienso en el Almuerzo desnudo de William Burroughs por demasiados motivos. 

Después del baño me colocan en un cuarto de estar, con un sofá, una mesa de caramelos y una televisión que emite fondos de pantalla de Windows. Empieza el ritual. Todo anda tenue, con las ventanas cerradas. Primero qué copa quiero, luego vendrá qué chica. Güisqui-cola, por favor, y que quiero un streaptease y nada de sexo. Da igual, sexo o no, el precio es 60 euros media hora. Y después del “ahora vienen las chicas”, se empieza a abrir la cortina y pasa una, luego otra, y luego la última. Hoy hay tres disponibles. Me acuerdo de cuando, de crío, mi padrino me llevaba a la feria de ganado de Avilés a acariciar terneros, cuando aún no sabía que luego me los comía, y pienso que es una pena.

Elijo al azar. Muerto de nervios, olvido sus nombres y me veo obligado a decir “la primera” por no decir “la blanca”. Me suben a la segunda planta por unas escaleras decoradas con azulejos de estilo andaluz y me meten en uno de los tres o cuatro cuartos que veo, todos cerrados. La chica dice que ponga música, algo que, por algún casual, no me esperaba. Busco “streaptease” en Spotify y compruebo que sí, hay una lista para todo. Tardó unos compases en decirme, por Dios, que pusiera reguetón y así acato. Y, hala, a pasar vergüenza. Media hora después, intuyo, suena un reloj y todo acaba igual que empieza este reportaje. Cuando salgo ya es de noche y no he visto oscurecer.

“Estamos estresados, cansados y frustrados”, dice la vecina María al otro lado de la línea telefónica. Cuenta que espera que la acción del Ayuntamiento pueda servir para algo. Muchas veces, ese tipo de presiones, acompañadas de la mediática, hace que los clientes se achanten y dejen de ir y sean los propios burdeles los que pliegan el campamento. Aunque sabe que es tan fácil como vender esa casa y comprar otra al lado, ya que muchas de ellas están vacías. Ya ha pasado antes, no terminan de librarse del todo. Siempre es un “les acompaño en el sentimiento”.

Cuando llego a casa y hablo con mi novia, le comento que no sé si lo que he hecho está bien. He comprado una persona, eso sé que no. Pero ha servido para certificar que ahí se ejerce la prostitución, que se venden bebidas alcoholicas sin permiso para ello, que se fuma y no se respeta ningún tipo de medida sanitaria. Un bar, por menos de eso, te lo cierran. No sé si servirá para algo. Creo que no, pero por si acaso. 

Noticias relacionadas