El Provencio (Cuenca)

En el club Las Torres, a las afueras de El Provencio, un pueblo de Cuenca, hay días que entran más clientes por la puerta trasera de la oficina del dueño, un cubano llamado Yoenis Padilla, que por el acceso principal. Los hombres buscan discreción y el aparcamiento de la fachada está demasiado visible a ojos de los lugareños. Por eso prefieren la retaguardia.

“Viene gente de todos lados, pero también vecinos de pueblos de alrededor. Policías, albañiles, abogados, médicos, políticos, agricultores… Hasta curas, te lo prometo. Alguno ha montado aquí alguna fiesta de cojones”, dice la recepcionista del local delante de su hoja de cuentas de esta noche. Todos ellos, quizás, próximamente, huérfanos de lugares donde ir si prospera el borrador de la ley del Gobierno contra la explotación sexual. 

La chica es una rumana de pelo largo, tinte negro azabache, 34 años. Llegó a España con 18. Era virgen. En su país le dijeron que aquí trabajaría como “chica de compañía”. Literal. Al llegar, la metieron en un piso en el barrio de Sol, en Madrid. Ella, recuerda, temblaba de miedo. De noche la llevaban a un puticlub de la capital para que atendiera a tipos enchaquetados y con corbata. A las dos semanas se fugó con un cliente. Pero no abandonó el sector.

Con dos niñas en Rumanía, Marina (nombre irreal por petición expresa) hace tres años que dejó de realizar servicios en habitaciones de prostíbulos de media España. Ahora, ha cambiado de función. Sentada sobre una banqueta alta y delante de una pantalla que recibe la señal de una veintena de cámaras, controla quién llega al local o qué chica entra, y con quién, en el medio centenar de cuartos, alguno con jacuzzi, que hay aquí. Ella es quien maneja las llaves de las habitaciones. La madame. “En este negocio las chicas van y vienen. Nadie les obliga a nada”, asegura. “Esto es un hotel. Ellas nos pagan por alquilar los cuartos, nada más”.

Las Torres está en el kilómetro 168 de la carretera N-301, que une Madrid y Cartagena. Sólo desde El Provencio y hasta el cruce con Casas de Los Pinos, a unos 14 kilómetros, hay ocho prostíbulos. Uno cada 1.750 metros. Están el Acuarium, el Lidu, Los Molinos, el Copacabana, el Flamingo’s

Se le conoce como 'La Ruta del Amor' y llega hasta Albacete capital, aunque en un tramo de 300 metros de esta vía secundaria de La Mancha donde los camiones van y vienen se concentran hasta cinco clubes de alterne. Cuatro han echado el cierre en los últimos años. Están a la espera de que de nuevo alguien quiera invertir en ellos bajo la falsa apariencia de ser un establecimiento hotelero. Pero los delatan las luces de neón y las vallas tupidas que ocultan a los coches aparcados.

En esta zona todavía sobreviven El Lidu, Las Torres, Los Molinos y el Night Star, del que dicen ser la joya de la corona de esta carretera de la lujuria carnal. Los cuatro compiten con el Atrium, que está en San Clemente, a cinco minutos en coche por caminos comarcales. Todos deberían echar el cierre si el Gobierno cumple con su palabra. Sus dueños, saber que pueden acabar en prisión.

"El que a sabiendas facilitara muebles, inmuebles, instrumentos o medios de transporte para la comisión de delitos relacionados con la prostitución o la explotación sexual será sancionado con la pena privativa de libertad de uno a cuatro años", se lee en el proyecto que está encima de la mesa de la vicepresidenta Carmen Calvo. En España se calcula que siete de cada diez mujeres que ejercen las prostitución son extranjeras.

Este país se ha convertido en el tercer gran consumidor de prostitución del mundo, por detrás de Tailandia y Puerto Rico. Aunque no existen cifras oficiales, el Centro de Inteligencia contra el Crimen Organizado (CITCO) estima que en España hay 45.000 mujeres ejerciendo la prostitución. Alrededor de 16.000 de ellas estarían siendo forzadas como víctimas de trata. Según cálculos de la Policía Nacional, hay unos 1.100 burdeles, aunque este número no incluye los pisos de citas, que están proliferando.

"Vendemos alcohol y fantasía"

Son las cinco de la tarde de este pasado jueves. Las Torres acaba de abrir. El club tiene aspecto de discoteca de los 80. La zona de encuentro entre clientes y mujeres tiene forma de u. El ambiente es oscuro, apagado. En un lateral hay una barra americana. Según el dueño del local, sólo se le da uso en fechas señaladas. “Una o dos veces al mes. Quizás ahora también con las fiestas de Navidad”, explica Yoenis Padilla.

En el centro de Las Torres hay una barra de bar donde una joven paraguaya sirve copas en vasos de tubo. En las paredes se ven imágenes de jóvenes desnudas. Hay un intenso olor a tabaco que se filtra en la ropa. Suena, a todo volumen, Déjala que baile, el hit del pasado verano de Melendi y Alejandro Sanz. Sentados en sillas altas de metal hay cuatro clientes, solos, dispersos por el local. Todavía no han dado el paso de acercarse a alguna de las 20 chicas que se prostituyen aquí en la actualidad.

Ninguno de los clientes baja de los 50 años. Alguno tendrá más de 70. Uno de ellos, de pelo cano, apura su gintonic mientras mira el muslo descubierto de una de las prostitutas. La chica es rubia, viste un traje corto, gris, ajustado al pecho y las caderas.

"Aquí vendemos alcohol y fantasía. El que no lo quiera entender tiene un problema. Lo que hagan las chicas dentro de las habitaciones no es nuestra responsabilidad”, dice Diego, el encargado del club. “Sería mejor regularizar la prostitución y no prohibir que existan negocios como este”.

Yoenis Padilla, dueño del club Las Torres, en su oficina. Marcos Moreno

40 euros por habitación y 5 por unas sábanas limpias

Las Torres, como la mayoría de los prostíbulos de España, están registrados como hoteles. El dueño de este negocio, el cubano Yoenis Padilla, explica que de lunes a miércoles él cobra a las mujeres 20 euros diarios por alquilar una habitación en régimen de pensión completa (desayuno, comida y cena). De jueves a domingo duplica el precio: 40 euros. Sabe que vienen más clientes. Y que las chicas ganan más.

“Yo cobro 10 euros por copa. Pagan las chicas con el dinero que les dan los clientes. Si ellos les dan 30 euros, ella se quedan 20 y a mí me pagan los diez que les pido. Ahí está otra parte más de mi negocio. La otra es la venta de kits de limpieza”, explica.

En Las Torres, por cinco euros, ofrecen un conjunto de dos sábanas y una toalla. Las chicas cobran sus servicios a unos 50 euros por media hora. Alguna baja a los 45. Otras, como una paraguaya de 28 años alta, espigada, morena, llega a cobrar 60 y 70. Hace hasta 13 servicios diarios. Sólo trabaja de jueves a domingo, explica su madame.

EL ESPAÑOL habla con varios empresarios de clubes de alterne de la zona. Todos niegan que exploten a las mujeres. Aseguran que ellas ejercen la prostitución libremente dentro de las habitaciones de sus negocios. Pero la realidad probablemente sea bien distinta. Existen mafias que van rotando a las mujeres por diferentes prostíbulos.

El dueño del negocio tiene un tablero con las llaves de las 50 habitaciones del club. Marcos Moreno

Un policía metido a proxeneta

En esta zona de Cuenca proliferan las prostitutas rumanas y paraguayas. Fuera de los locales hay hombres que, en connivencia con los dueños de los clubes, las obligan a trabajar en burdeles. Para conseguirlo no dudan en usar la violencia y la coacción.

En ocasiones, muchas de ellas se prostituyen para pagar la deuda del viaje hasta España o por temor a represalias contra sus familias. Si en las calles las amedrentan, dentro se les exige el mayor número de servicios posibles porque parte de esas ganancias también van a parar a las arcas del dueño del negocio. Yoenis Padilla niega las acusaciones. “Ninguna chica está aquí obligada. El problema lo tienen a veces con los chulos”, dice. “Pero a mí eso no me incumbe”.

Padilla llegó a España hace 14 años para trabajar como camarero en Las Torres. Desde hace tres es el dueño. Durante un tiempo, antes de quedarse con el negocio, fue socio de Florencio Garcías, un policía expedientado en numerosas ocasiones que se salió del cuerpo y al que en el sector se le conocía como Flores.

Flores murió hace año y medio. Un empresario con un club en la N-301 dice de él: “Ese sí traía mujeres para explotarlas. Trabajaba en la judicial y se sabía todos los resquicios legales para traerlas de fuera”. Este hombre con el que habla EL ESPAÑOL asegura que, por dios, él nunca ha hecho eso. “Mis chicas están aquí porque quieren”.

Desde hace unos años, seis de cada diez mujeres que trabajan en prostíbulos españoles proceden de Rumanía, contó en este reportaje José Nieto, inspector jefe de la Unidad Central de Redes de Inmigración Ilegal y Falsedades Documentales (UCRIF) de la Policía Nacional. “Los supuestos dueños de las chicas han llenado los burdeles de este país. Cuando no rinden lo suficiente, las golpean”.

[Más información: Los burdeles en España, en manos rumanas: la mafia trae al 60% de las prostitutas]

Una de las prostitutas de Las Torres entrando a su habitación. Marcos Moreno

Con comedor y tienda de ropa

Para tratar de dulcificar la imagen del sector -o tal vez solo la de su negocio-, Yoenis Padilla permite a un periodista y a un fotógrafo de este periódico ver las instalaciones de Las Torres. En su oficina tiene un tablero de madera del que cuelgan las 50 llaves que abren cada una de las habitaciones de su negocio.

En este club de alterne hay un comedor donde las mujeres desayunan, comen y cenan. Hoy, al mediodía, se les sirve pollo en salsa, lentejas, ensalada, arroz… Ellas comen cuanto quieren.

En este burdel también hay una pequeña tienda que cada día abre durante un par de horas una mujer cubana que viene de la calle. A las chicas les vende medias, ropa interior, jerseys, vaqueros, preservativos, champú para las zonas íntimas o chicles de menta. De vez en cuando viene un hombre que les ofrece pares de zapatos de marcas falsificadas.

Sólo se nos permite acceder a una de las habitaciones. Es la suite. Sobre la cama hay una colcha con arabescos de colores y un kit de limpieza. Al lado hay un jacuzzi sin agua. El resto de los cuartos están cerrados o ocupados por mujeres, quienes mientras no ejercen pasan las horas en su interior. Algunas comparten estancia.  

Un reciente informe de la Universidad Comillas para el Gobierno señala que uno de cada cinco hombres en España admite haber pagado por sexo en los últimos meses. Pero la cifra podría ser aún mayor. Los propios investigadores subrayan que el hecho de "que un 20% se atreva a reconocer algo tan oculto, indica que deben ser muchos más". Las ONG antitrata aseguran que son uno de cada tres.

Ahora el Gobierno quiere eliminar la explotación sexual en burdeles, un negocio que se mueve entre la legalidad de los establecimientos bajo su registro como hoteles y la alegalidad de lo que sucede en su interior. La prostitución no es delito, pero sí lo cometen quienes fuerzan a ello a las mujeres. En su proyecto normativo, el Ejecutivo plantea para los clientes multas de 12 a 24 meses, sanción que se convertirá en penas de cárcel si la mujer prostituida es menor de edad. En ningún caso la prostituta será sancionada. El borrador propone una serie de reformas en el Código Penal.

Según un estudio de la fundación Scelles que recoge datos de Eurostat, este sector genera en torno a cinco millones de euros al día. Supone un 0,35% del PIB español. Quienes recurren al sexo de pago gastan de media 1.530 euros al año (127,5 euros al mes).

Cristina también es rumana. Antes de entrar a la sala donde esperan unos cuantos clientes, habla con el periodista en la oficina de Yoenis Padilla. Marina, la recepcionista de Las Torres, también está presente. La prostituta lleva un corto vestido negro y unas pantuflas rosas en los pies. Luego cambiará de calzado. Tiene 32 años. Llegó a España hace seis. Una mafia la metió en un burdel de Valencia. Desde 2016 se prostituye en este club. No cuenta cómo llegó hasta aquí ni si alguien la forzó a venir. Tiene dos hijas, de seis y diez años. No las ve desde el año pasado. Su familia, asegura, sabe a lo que se dedica.

“Yoenis nos trata muy bien. Marina también. Hay buena relación entre las mujeres de aquí. No tengo ninguna obligación. Si me quiero ir, me voy. Si un cliente se pasa, le digo: ‘Mira la puerta. Fuera’”. Marina ha dicho cada palabra con cierto reparo y siempre mirando a Yoenis o a Marina, como buscando su complicidad o su aprobación. ¿Nadie te fuerza a estar aquí?, pregunta el periodista. “No”, responde. De nuevo vuelve a mirar al dueño del club.

El club Lidu es uno de los locales de prostitución que siguen abiertos en la N-301. Marcos Moreno

El suegro que llevó al burdel al novio de su hija

En El Provencio, el pueblo donde está Las Torres, varios hombres comen migas a mitad de mañana mientras se habla de la derrota del Real Madrid la noche anterior en Champions. Entre sus 2.500 vecinos, sobre todo entre los hombres, no se lleva bien que hace una década se dijera que era el pueblo de las prostitutas.

Josele asegura que por aquella época se contaba que había alrededor de 1.000 mujeres repartidas en los burdeles de los alrededores. “Ahora serán muchas menos, claro. Pero el que está casado no va a esos sitios. Yo no he pisado uno en mi vida. Los puticlubs los mantienen los chavales y la gente de fuera. ¿O te crees tú que nosotros, con un jornal de 50 o 60 euros al día, nos podemos permitir ir allí?”.

Pero en El Provencio, en San Clemente o en Casas de los Pinos se cuentan anécdotas que no se sabe si son reales o simples fabulaciones. Como que cada vez que un agricultor acuerda la venta de un camión de cebollas acaba con el comprador en un prostíbulo cerrando los últimos flecos. “Vámonos a ver a las niñas y allí lo hablamos”, cuentan que se dice. También se dice que se organizan monterías para cazadores franceses que, una vez que llegan aquí, ni siquiera ponen un pie en el campo ni pegan un solo tiro. Van directos al burdel.

Verdad o leyenda, el dueño del hotel donde se hospedan este periodista y su compañero fotógrafo asegura que hace ocho años tuvo entre sus clientes a unos novios que se iban a casar al día siguiente. Entre los huéspedes también estaban los padres de los chicos. La noche antes de la boda, como los chavales dormían en habitaciones separadas, el padre de la novia llamó a la puerta de su futuro yerno, lo sacó de la cama y se lo llevó al Night Star, en la N-301. “Sabíamos que él era un putero. ¡Pero que se llevase al que iba a ser el marido de su hija…!”. Así es la ruta en la que se intercambia amor fugaz a cambio de dinero.

Las chicas pueden adquirir ropa y zapatos de imitación dentro del propio club de copas. Marcos Moreno

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