Dicen los que la han tratado en corto que Rocío Monasterio tiene un par de señas de identidad: la primera es la meticulosidad. Le viene, cuentan, de su oficio de arquitecta. Que lo tiene todo medido al milímetro. Que no deja nada a la improvisación. Que hasta las tareas domésticas que deben hacer sus 4 hijos en casa están controladas en una tabla; luego se las canjea por tiempo para jugar a la videoconsola.

La segunda es que siempre sonríe. Es casi como un tic. Sonríe cuando está feliz y cuando está enfadada. Cuando escucha receptiva o cuando lo hace de malas. Siempre igual. Como Nicolas Cage, pero sonriendo.

Por eso, dicen estas mismas fuentes, lo que pasó en el debate de la SER no fue una casualidad. Que enfangar de esa manera la campaña también entraba en los planes de los ultraderechistas. Todo previsto y calculado. Díaz Ayuso arrasaba en las encuestas, los de Abascal perdían terreno y necesitaban un golpe de efecto. Lo asestó la Monasterio en el debate radiofónico. Puso en duda la veracidad de las amenazas al candidato de Podemos y al ministro Marlaska, le dijo a Iglesias que se largase de España y llamó activista a la moderadora. Sin respetar el turno de palabra y sin dejar de sonreír, con un rictus de sorna.

Dos estudiantes se besan frente a Rocío Monasterio, Ignacio Arsuaga y el autobús de Hazte Oír. Efe

Rocío Monasterio, además de ser la candidata de VOX a la Comunidad de Madrid, es la figura idónea para emprender esta huida hacia adelante. En este caso hacia el barro. Lo es porque lo lleva en el ADN. Su odio a las izquierdas nace mucho antes que ella. Porque proviene de una familia de latifundistas que emigraron a Cienfuegos (Cuba) y perdieron sus propiedades cuando triunfó la revolución. Eran dueños de un próspero negocio (la Central de Azúcar del Golfo), fueron acusados de esclavistas y expropiados en 1959.

Cuando salí de Cuba

Antonio, padre de Rocío, no se fue de inmediato de la isla. Permaneció allí dos años hasta que en 1961 tuvo que salir huyendo. El régimen fusiló a dos de sus amigos y él escondió a un tercero en su casa. Andaba a gatas para que nadie pudiera verlo. Cuenta Vanity Fair que un día Antonio salió a comprar un saco de arroz para preparar la comida y el tendero le avisó: "El que tienes en casa os está delatando". Monasterio no regresó a su vivienda y dos días después cogió un avión con rumbo a España.

Y aunque Rocío Monasterio nació en Madrid en 1974, ese rencor familiar nacido en Cuba en los 60 sigue enquistado. Rocío, buena estudiante educada en varios colegios del Opus Dei, creció con ese rechazo al comunismo, al socialismo, a la izquierda y a todo lo que representase el régimen que los expulsó del paraíso de la azucarera. Ella sigue obsesionada: “Mi gen cubano detecta comunistas a distancia”, declaraba en una entrevista a La Razón en 2020.

Una de las casas de la Central de Azúcar en Cienfuegos, Cuba, 1913.

Rocío Monasterio es la figura idónea para embarullar el partido porque es en el choque donde se encuentra cómoda. A pesar de que en los últimos tiempos ha mantenido un perfil relativamente bajo, no es la primera vez que da la nota en un acto público. Lo demostró el 27 de mayo del 2017, cuando se coló en una conferencia de Carles Puigdemont en el Foro Europa (Madrid). Se plantó frente al escenario y sacó unas esposas. Activista antes que política, lo hizo de motu proprio y la acabaron echando del evento. Ya era la número 2 de VOX en Madrid, pero en las noticias de TVE se refirieron a ella como “una espontánea”.

Rocío Monasterio llevaba un tiempo en segundo plano. El protagonismo ha oscilado de Abascal a Ortega Smith, pasando por Ignacio Garriga en las elecciones catalanas. Pero casi como una célula durmiente, Monasterio recogió enseguida el guante de emborronar la campaña de las madrileñas. Se vistió de unabomber y le pegó fuego a todo. Y esa estrategia de visibilidad parece haberle dado resultado. Al final, VOX ha acabado siendo el partido de derechas que más ha marcado la agenda en los últimos días. Dos debates anulados. Y Rocío Monasterio, el nombre más tecleado en redes sociales. La batalla de la visibilidad la ha ganado. 

Los pollos de Rocío

Lo de montar el pollo también lo lleva Rocío Monasterio en el ADN. Su padre fue el que trajo a España la primera franquicia de Kentucky Fried Chicken. Lo hizo en los 70, cuando los Monasterio, expulsados de Cuba y arrebatados de todas sus posesiones, emprendieron numerosos negocios en Madrid. Un domingo al mes, el premio que recibía la pequeña Rocío y sus tres hermanos era ir a comer al KFC.

La candidata de Vox a la presidencia de la Comunidad de Madrid, Rocío Monasterio, realiza una intervención en el acto electoral del partido en Fuenlabrada. E.P.

A Rocío le obsesionan las izquierdas igual que los menas o el colectivo LGTBI. Recordado es su episodio en el que se adhirió a la llamada Plataforma por las Libertades, la unión de medio centenar de asociaciones civiles conservadoras, católicas, provida, de familias numerosas y de padres separados, que se oponía a la Ley de Protección Integral contra la LGTBifobia previamente aprobada por la Asamblea de Madrid. Una asociación que defendía (por medio de su portavoz Lourdes Méndez, entonces en el PP y ahora en VOX) el derecho a que existiesen “tratamientos para revertir el sexo hacia la heterosexualidad”.

También se le pudo ver, sonriente, frene a aquel autobús de color naranja que puso en marcha la asociación ultraconservadora Hazte Oir y que circulaba mostrando aquel mensaje de “Los niños tienen pene, las niñas tienen vulva”. Allí estaba el presidente de la entidad, Ignacio Arsuaga, vociferando consignas con un megáfono. Y también Rocío Monasterio en un segundo plano, con una chaqueta azul y la sonrisa puesta.

Más saraos: el 7 de noviembre de 2015, Monasterio se plantó en una manifestación feminista “contra el terrorismo machista” que se estaba desarrollando en Madrid. Ella, junto a otras ocho personas, contraprogramó. Caminaba por un doble cordón policial sosteniendo una pancarta en la que se podía leer “La violencia no tiene género”. A pesar de los insultos y gritos recibidos, y de las recomendaciones policiales de que se marchase de alli, la Monasterio se mostró firme: “De aquí no me voy”. Desde entonces, y tras aquella provocación, Rocío es conocida en el partido como ‘el azote de las feminzais’.

Las esposas con Puigdemont, las balas en el debate, las provocaciones a las feministas y los tratamientos contra la homosexualidad. Monasterio es una habitual en todos estos charcos. Una puesta en escena que se complementa a la perfección con las dramatizaciones de Pablo Iglesias. La nueva política.

¿Qué piensan los fundadores?

Una puesta en escena bastante alejada de lo que venía a ser VOX en sus inicios. Poco queda del planteamiento de aquellos fundadores que querían hacer de VOX “una alternativa de derechas, liberal y conservadora, que llegase donde no llegaba aquel PP blandengue que, por ejemplo, jamás reformó la Ley del Consejo del Poder Judicial”, recuerda ahora Aleix Vidal-Quadras, uno de aquellos fundadores.

El catalán, ya retirado del partido y de la vida política, se refiere a la campaña y las elecciones autonómicas como “la Batalla de Madrid”. Declara las amenazas con balas por correo “son reprobables. Porque las amenazas han de ser condenadas”. Pero también advierte de que “han de ser condenadas en todos los casos; lo que no puede ser es que si son contra VOX sean jaleadas y contra Podemos sean condenadas. Y es esta izquierda la que ha instaurado esta dinámica de la provocación; un ambiente guerracivilista, una nostalgia del 36 que es mortal para la sociedad. Querer ganar la guerra 80 años después con amedrentamiento pone en peligro la paz social. Y bueno, estamos hablando de las balas, cuando esta izquierda a aceptado a Bildu como animal de compañía”. 

Rocío Monasterio, Santiago Abascal y Javier Ortega Smith, en una imagen de archivo. Efe

En términos similares se expresa Ignacio Camuñas, otro de los fundadores de VOX que fue ministro con la UCD en tiempos de Adolfo Suárez. Tampoco pertenece ya al partido, pero insiste en que “no hay una deriva de VOX, no es VOX quien está provocando. Si alguien ha provocado es la izquierda. Esto de las amenazas y el debate es pura campaña, es quedarse en la anécdota. VOX se ha convertido en el actor molesto, en una situación política que no tiene nada que ver con la que había en España hasta 2014. La izquierda hasta entonces era distinta. El PSOE se radicaliza con la llegada de Zapatero y enormemente más con la llegada de Pedro Sánchez, que es el que mete a los comunistas en el gobierno. Con la extrema izquierda radicalizada y los independentistas tirándose al monte, VOX viene a rectificar eso donde el PP cede. El PP es un partido que, tal vez por sus casos de corrupción, tiende al chalaneo con la izquierda y hacer con ella una política de entente. VOX les molesta a todos”.

Otra de las personas que estuvo en el partido en sus inicios y que prefiere no dar su nombre, apunta otra clave: “Son hijos de otras circunstancias. Abascal venía de sufrir el terrorismo en el País Vasco. Llevaba escolta desde joven. Rocío Monasterio viene de una familia expropiada y represaliada por los comunistas. Es una cuestión más personal. Son circunstancias que no vivió Quadras, ni Camuñas, ni ninguno de los fundadores. Es normal que sus planteamientos sean más duros”. Otros militantes apuntan: “no es que VOX haya cambiado; es que ahora damos más miedo”.

Es ese miedo el que ha llevado a Rocío Monasterio a convertirse en el nombre de moda para la ultraderecha. Una puesta en escena que aspira a quedare con el votante indeciso de derechas que ve tibieza en el PP. Monasterio presentó en la SER sus credenciales y ahora el es el nuevo icono pop de VOX. Todo por llevarse la pelea al barro. Una estrategia que seguirá hasta las elecciones. El 4 de mayo se sabrá si le funcionó.

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