En el cementerio de la Almudena, una necrópolis en pleno centro de Madrid, una joven que apenas tiene edad para comprar cigarrillos coge un micrófono, alza el brazo derecho y desfila en honor de los caídos de la División Azul, la infantería española que sirvió a las órdenes de Adolf Hitler. Viste camisa azul y con cada palabra que dice coge velocidad, violencia, hasta que suelta la ya famosa frase: “El judío es el culpable. El enemigo siempre es el mismo”. Su ideología ya le valió dos desahucios. El infame vídeo, un despido.

A 700 km, en Girona, un chico trajeado todavía se repone de la resaca -electoral-, cuando su partido alcanzó 11 diputados en el Parlament catalán. Se repeina el tupé, comprueba que la pulsera con la bandera de España sigue fija en su muñeca, y pulsa el botón de tuitear: “Hem passat! (hemos pasado)”. Está en su mejor momento.

Ella se llama Isabel Medina Peralta, tiene 18 años y es falangista. “Nacional socialista”, precisa a EL ESPAÑOL, “de la rama de Ramiro Ledesma”. Él, Alberto Tarradas. Tiene 24 años y es el líder de Vox en su provincia. Se define de una manera algo más vaga, como “ampurdanés, catalán y español”, con un latiguillo: “Dios, patria y familia”. Ambos, cada uno a su manera, son dos de los cachorros de la ultraderecha, pero no son los únicos que...

—Espera, espera.

¿Qué, qué pasa?

—No digas que soy de ultraderecha. Yo soy fascista. El que es de ultraderecha es él, que es capitalista, antisocial y sionista.

Bueno, vale. Es una etiqueta que ambos rehuyen. Ella, por mucho que se haya convertido en el nuevo rostro descafeinado y cuqui del nazismo, lo rechaza por ideología, “porque nada que ver”. Él, que sabe que la imagen importa, lo hace por marca electoral, porque queda feo. Entre ellos tienen sus propias peleas, la Guerra Civil de lo que está a la derecha de la derecha, si se prefiere. Para lo que viene, permitan la licencia.

Isabel Medina, durante la manifestación del sábado 13. VÍCTOR LERENA EFE

Desahucio paterno

Todo empezó el 20 de noviembre de 2020, el segundo sin Franco de cuerpo presente, pero todavía con José Antonio Primo de Rivera. Y el tercero con Isabel. Ese día salió de casa con la cara de igual de aria, la camisa igual de azul, los labios igual de rojos y la mascarilla igual de inexistente. Quería rendir homenaje al fundador de la Falange en la tradicional marcha hacia el Valle de los Caídos. Y no volvió a casa.

“Mi padre me dijo que como fuera al Valle no volviera. No iba a faltar porque hubiera pandemia. Así que fui. Y me echó de casa”, señala. Y añade: “Mi padre sabe que mi ideología no me va a traer nada bueno, no entiende cómo me puedo preocupar tanto por mi patria y por mi pueblo”.

Fuese por una cosa o por la otra, fue la decisión que tomó Juan Manuel Medina, expolítico del partido nazi Alianza por la Unidad Nacional, de La Falange y, a partir del 2005, del PP, con el que acabó siendo concejal en Castilla-La Mancha. Sobre esta deriva, su hija tiene su propia visión. “Él se juntaba con amigos, y bueno, acabó militando con ellos. Pero siempre ha sido de derechas, nunca ha sido fascista", dice, como sin entender por qué alguien no querría abrazar el nacional socialismo. "Sabe que no tenemos nada que ver, y por eso me echó”.

No había sido la primera vez. Ya un año antes, en 2019, Juan Manuel la había mandado a la casa de su madre, Noelia, en Lanzarote, donde dirige una escuela budista. “A ella no le gusta mi ideología, pero sabe vivir con ello. Sabe diferenciar. Mi padre no: es demócrata que sabe que no puede cambiar a una revolucionaria. Si fuera Vox sabría que puede cambiarme”.

Isabel Medina, frente a un mural de Bastión Frontal. Cedida E.E.

Porque tú eres otra cosa.

—Claro. Cuando alguien me compara con Vox o con el PP siento la más absoluta repulsión. Ellos tienen posiciones dentro de su ideología y creen en España como un símbolo. Venden a la nación. Yo no. Yo creo que la patria es el pueblo, los españoles.

¿Y si son negros?

—No tengo problemas con las razas. Estoy en contra de que se mezclen y pierdan la forma de ser, eso sí. Creo en el orden natural de las cosas.

“Me despidieron por fascista”

Isabel saltó a la fama el sábado 13 de febrero tras lanzar sus proclamas antisemitas en la Almudena. Para entonces, quedó señalada como el nuevo rostro del fascismo español, y eso le persiguió hasta su trabajo como comercial, al lunes siguiente. Primero le dijeron que trabajase desde casa unos días. Luego, el viernes, que no volviese más.

“Me despidieron por ser fascista”, concluye a este diario. En realidad, ella ya era fascista antes de entrar a trabajar, durante la firma del contrato y después de su primera reunión con su jefe. Según se ha hartado de repetir, lleva militando en el falangismo desde los 13 años. Así que no, no la echaron por fascista. La echaron por decir que el enemigo de España era “siempre el mismo: el judío”, una afirmación que, además de antisemita, es constitutiva de delito.

Algunos de los neonazis que acompañaron a Isabel el sábado 13. VÍCTOR LERENA EFE

Así lo cree la Fiscalía de Madrid, que ha acordado investigar las proclamas de Isabel. El Ministerio Público entiende que los hechos pudieran ser constitutivos de un delito relativo al ejercicio de los Derechos Fundamentales y las Libertades Públicas y por eso incoa diligencias de investigación penal para recabar información. Ella, por su parte, lo entiende y asume.

“Sé que acabaré en la cárcel. Sea ahora o dentro de unos años, y lo entiendo [...] También entiendo que me despidieran y que me echaran de casa”, resuelve con aire jovial. No se arrepiente de nada, cree firmemente en sí misma, en su capacidad de sobrevivir y morir por sus ideas. Aunque sean ilegales.

Bastión Frontal

Es 10 de julio de 2020, durante el verano de la pandemia. Una quincena de jóvenes vestidos de negro caminan de noche, sin mascarilla, con sprays de pintura y bengalas rojas. Andan por las calles de un Madrid todavía sin toque de queda y esconden sus cabezas rapadas de la cámara que les sigue. En un momento, plantan un cartel, “Sin obreros no hay patria”, y pintan un graffiti en memoria de Tommie Lindh, un mártir del neonazismo sueco. 

El grupo se llama a sí mismo Bastión Frontal, y desde aquella noche de julio no ha dejado de crecer entre los jóvenes madrileños. Se trata de la última camada del fascismo español, con un núcleo de militantes joven, muy joven, y muy implicado. Para muchos se trata de su primera experiencia en la militancia, que demuestran desde las manifestaciones en contra de los inmigrantes, campañas a favor del asesino Kyle Rittenhouse y visitas al Valle de los Caídos. También con un vínculo muy estrecho con las peñas de fútbol extremistas como Ultras Sur, Frente Atlético o Getafe Nacional Revolucionario. A fin de cuentas, nazis, sólo que su uniforme no es de Hugo Boss.

Isabel Medina, frente a un mural de Bastión Frontal. Cedida E.E.

De hecho, ellos mismos reivindican este cambio. Medina aparece, en una de las fotos que envía a este diario, de negro riguroso, cuero, delante de un mural. En él aparecen, por orden, un soldado de los Tercios Españoles con una Cruz de Borgoña, uno de los de la División Azul que sirvieron con los nazis y, por último, un joven con sudadera en la que se lee “Bastión Frontal”. Es, según ellos, la consecuencia lógica de la historia del patriotismo.

“En realidad son unos niños totalmente normales, activos, que se arriesgan”, señala Isabel sobre sus camaradas, denunciados por la Fiscalía por delito de odio. “Llevo con ellos unos meses y llevan un estilo de vida distinto, pero no por imposición de ningún mando”, concreta. Muchos vienen, como ella, de las estrictas juventudes de la Falange Española (FE) de Manuel Andrino, pero el estilo de vida militante no iba con ellos. Querían dar un paso más allá, y cambiaron el yugo y las flechas por la bomber, la lata de spray y las bengalas. La camisa azul algunos, como Isabel, todavía la mantienen, pero sólo para las ocasiones especiales. Como para decir que hay que asesinar a judíos.

Bastión Frontal. Bastión Frontal

El germen racista

En España, en realidad, el tema del racismo y la xenofobia vienen de lejos. Hasta hace bien poco, entre 2015 y 2019, su icono era Melisa Domínguez, que en la actualidad cuenta 31 años. Es la promotora y principal cara visible de Hogar Social Madrid (HSM), el círculo activista de influencia neonazi surgido de las entrañas del Movimiento Social Republicano (MSR), la Liga Joven y, sobre todo, los italianos Casa Pound. Eran sobre todo conocidos por sus okupaciones, por ayudar con alimentos sólo a españoles y por arremeter contra la inmigración, los refugiados y la multiculturalidad. 

Con ellos empezó a cambiar todo. Los cercanos a los círculos dejaron de lado los fusiles y cogieron cajas de alimentos, pero sólo para españoles. Ya no parecían señores en blanco y negro con bigote y uniforme, sino jóvenes con vaqueros, cazadoras de cuero y camisetas de la asociación que se movían en redes sociales como pez en el agua. Más God Save the Queen y menos Cara el Sol. Y así, durante años, lograron captar adeptos.

Y fue breve, pero intenso. En las postrimerías del 15M, la organización de Domínguez comandó al neofascismo español en su cruzada xenófoba, pero terminaron por apagarse. Las causas son varias, desde el auge de Vox hasta las divisiones internas, pasando por los problemas judiciales. Sobre esto sabe algo Rafael Escudero, director de la Red Española de Inmigración y Ayuda al Refugiado, que ha logrado procesar al grupo tras cinco años de denuncias continuadas por varios delitos de odio.

“No podemos decir que los grupos neofascistas que han surgido después sean la reencarnación exacta de HSM, pero sí que inevitablemente beben de su influencia”, precisa en conversación con este periódico. Bastión Frontal es uno de ellos, que se ha nutrido enormemente del caldo de cultivo que dejó Melisa Domínguez. “Pero a su vez HSM bebía de otros como el Movimiento Social Republicano [otro partido neonazi]”. También de sus juventudes, la Liga Joven. 

Isabel Medina. Cedida E.E.

Poco a poco, de uno a otro, los partidos residuales del fascismo y el nacional socialismo, sobre todo estos últimos, se han ido reinventando; “evolucionando”, en palabras de Escudero. Ahora están de vuelta, quizás con un lavado de cara y con bombers en lugar de boinas rojas, pero con la misma cabeza rapada. Un brazo, el de las camisetas negras, graffitis y bengalas, es Bastión Frontal. El otro, más de banderas, polos y desenfado, es Hacer Nación.

“Sólo para españoles”

Vuelta a julio de 2020. Mientras un grupo de jóvenes se visten de negro y recorren Madrid para homenajear a un neonazi sueco, otra docena se reúne telemáticamente para poner en marcha un proyecto nacional. Le llaman Hacer Nación, una iniciativa de movimientos sociales herederos de Hogar Social Madrid que ya han anunciado su intención de convertirse en un partido político bajo el lema “comunidad, soberanía, futuro”. 

El expresidente de España 2000, Rafael Ripoll, interviene en el acto de fundación de Hacer Nación. Hacer Nación

Muchos son viejos conocidos de las filas de la extrema derecha y el neofascismo. Otros, caras nuevas de un movimiento que, a diferencia de Vox, entiende España no como “sólo fronteras y unidad territorial, [sino incluyendo] al pueblo y nuestros vecinos”. Las palabras resuenan mucho al discurso de Isabel Medina, pero lo pronuncia Cristian Ruiz, miembro de El Galeón, una especie de sucursal de Hogar Social Madrid en Elda que hace las veces de grupo de acción directa neonazi.

No está solo. El proyecto, presentado en verano, reunió sin mascarilla, como ya desveló La Marea, a Florentino Acebal (Acción Social Asturias), María Gámez (Respeto en Jaén) y Mario Martos (Iberia Cruor), secretario general. Este último, en una entrevista para Adagara, reivindicaba la construcción de “un brazo sindical, un brazo estudiantil, un brazo social y un brazo electoral, de forma moderna, diferente y adaptado a nuestro tiempo” dentro del partido. 

Alberto Tarradas. Europa Press

En realidad la importancia de Hacer Nación, más allá de su escasa popularidad y menor incidencia, reside en la capacidad para reunir a jóvenes -sobra decir, muy de derechas, o fascistas- con inquietudes políticas y que se sienten poco seducidos por la imagen pija de Vox, la de Alberto Tarradas, y menos por la obrerista de Bastión Frontal, de Medina. Ni demasiado pijo ni demasiado punki. Sólo fascista.

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