Zumaya

Unos ojos brillantes, muy oscuros y agazapados entre pliegues de piel y una mascarilla que repta peligrosamente nariz arriba, rápidamente se encienden en cuanto alguien se acerca al único puesto abierto del pequeñísimo mercado de Zumaya (Guipúzcoa). La pescadera sonríe. A nadie le extraña: en este pueblo naviero, que se extiende en la confluencia de los ríos Narrondo y Urola, a escasa media hora de San Sebastián, a poco que uno pone el oído, tan sólo se escuchan dos cosas: risas, muchas risas, y euskera.

En Zumaya, la tranquilidad y el sosiego suelen ser la constante. Al menos, desde hace ya años. Pero hay una palabra, una única palabra, que consigue, a poco de ser pronunciada, que esa ilusión se rompa en mil pedazos. Patria. Seis letras que hielan el gesto a todo un pueblo.

Y poco importa que la protagonista, la actriz Elena Irureta Azanza (julio de 1955, 65 años), sea una de los diez mil vecinos con los que cuenta el municipio. Que siga residiendo allí, junto a sus tres hermanas, su hermano y sus innumerables sobrinos. Que la serie de HBO haya sido una de las grandes apuestas audiovisuales del año, no sólo en España sino mundialmente.

No.

La actriz Elena Irureta vivió de joven la violencia terrorista en su pueblo y ahora la revive como en el papel de Bittori.

Herida abierta

En Zumaya, y en el País Vasco, la herida del terrorismo aún está supurando. Una década más tarde, el dolor de la tragedia sigue ahí. Y el miedo. A reabrir ese silencio espeso, incómodo, que obliga a bajar la cabeza y a cortar la conversación. En el pueblo natal de Irureta, ETA se llevó por delante a cinco personas. Cinco víctimas. La última de ellas fue el empresario Joxe Mari Korta, en el año 2000.

Apenas llevan unos días los primeros capítulos de la serie basada en el libro homónimo, superventas, del escritor —también vasco, aunque residente en Alemania— Fernando Aramburu, escrito en castellano, cuando EL ESPAÑOL visita la localidad. Es una soleada jornada de otoño y, aunque la clásica bruma guipuzcoana hace acto de presencia, la temperatura invita a soñar con los días de verano.

El ritmo de vida, lento, atávico, sencillísimo, impregna todo. Los niños corretean por las avenidas, sueltos, al salir de clase. Desde bien temprano, las calles comerciales se llenan de recaderos que las recorren de principio a fin, metódicos, y pronto, con el mediodía, ya comienza a haber parroquianos en los bares poteando.

Vista del puerto de Zumaya. Jorge Barreno

A Elena Irureta es habitual verla por las barras, como cualquiera. “Es muy maja, muy agradable. Una más del pueblo”, sonríe cualquiera al que se le pregunte. Estudió en el colegio de monjas del pueblo, el Maria eta Jose, que ya no existe, hasta que llegó el turno de la educación superior: optó por la Escuela de Arte Dramático de Antzerti —también desaparecida ya—, en San Sebastián, y se graduó como primera de su promoción. Después, marchó a Madrid a estudiar fotografía, mientras trabajaba echando una mano en la clínica odontológica de unos amigos.

La opinión sobre ella es compartida a lo largo y ancho del municipio. Es patrimonio del pueblo. Cuando la conversacion versa sobre ella, todo son risas. Tan sólo se cambia de tema cuando se saca la nueva serie de su vecina a colación.

Apenas un puñado de locales conforman el centro neurálgico de Zumaya, en una pequeña ruta que dibuja rápidamente cómo es el pueblo: en el inicio de la calle, el bar Goiko, el nacionalista, el conservador, el de la tradición; al final, justo antes de desembocar en la plaza, la herriko taberna: la Arrano [del águila, en euskera], como se la conoce aquí, aunque no sea su nombre oficial y, de hecho, coincida en la denominación con este establecimiento de la obra de Aramburu.

Poco más de cien metros separan uno y otro. En medio, la vida. Las circunstancias. Los atentados. Los asesinatos. Las torturas. Las familias. Los quereres y las ideas.

Hoy ya no hay esa división política en los bares. “Nadie te va a decir nada por tomarte un vinito en donde quieras. Elige”, ofrece Itsaso, una dependienta de un comercio cercano a la taberna abertzale. Pero las consignas independentistas siguen decorando las paredes. Nada de hablar de España: aquí es el Estado español.

Una pancarta en las calles de Zumaya. Jorge Barreno

Son pequeños matices imperceptibles al ojo desentrenado. Los rebufos comentando las noticias continúan: más cuando, esta misma semana, ha habido tres detenciones relacionadas con el terrorismo etarra. Se les acusa de ser los responsables de un antiguo zulo de explosivos descubierto hace un año, pero que llevaba diez años sin utilizarse.

Los tres detenidos, según informó el Ministerio del Interior en un comunicado, formaron parte en su día del denominado comando Ezpala de ETA, que estuvo activo entre los años 2008 y 2010, y se integraba dentro del complejo Donosti. Una de las detenciones, la de Ekhiñe Eizagirre, ha tenido lugar en Zarauz, a apenas siete kilómetros de Zumaya.

Los otros dos arrestos sucedieron en Mondragón (Kepa Arkauz) e Irún (Imanol Jaio). Los dos primeros (Eizagirre y Arkauz) son expresos de la banda —quedaron en libertad en 2017— y se les imputa un presunto delito de depósito de armas y explosivos. Jaio fue detenido por pertenencia a organización terrorista, al no haber sido investigado anteriormente por este delito.

“Cualquiera les podía conocer, si son del pueblo de al lado”, comenta una vecina que rehúsa dar su nombre.

ETA en Zumaya

La primera vez que un asesinato de ETA retumbó en Zumaya ni siquiera había arrancado la década de los 80. El taxista Manuel Albizu Idiáquez perdió la vida el 13 marzo de 1976. A primera hora del día, un terrorista se subió, como aparente cliente, en su vehículo. Tenía 53 años y 4 hijos, y, en mitad de un cruce en la carretera que une San Sebastián con Bilbao, el etarra le hizo parar y le mató. Dejó el cadáver en el taxi y se marchó.

Poco más se supo. No hubo siquiera motivo oficial. Simplemente, acabaron con él. Sin mayor historia. Fue un shock para el pueblo. En aquel momento, la actriz de Patria tenía 20 añitos. Los susurros y los murmullos se multiplicaron en las calles de su municipio. La sospecha estaba sobre la familia del finado, porque, claro, algo habría hecho.

El sinsentido del terrorismo volvió a hacerse evidente unos años más tarde en Zumaya.

Los zumaiarras asesinados por ETA.

Fue el 27 de octubre de 1979 y un vecino, secretario de propaganda del PSOE en la zona, fotógrafo aficionado y soldador de profesión, Germán González, fue abatido a tiros en Villarreal de Urrechu (Guipúzcoa). Fue la primera víctima mortal del terrorismo desde la aprobación en referéndum del Estatuto de Autonomía. Había tenido lugar dos días antes.

Fue el primer golpetazo en este pueblo, el natal de los Irureta. Al entierro acudió hasta un jovencísimo Felipe González. Probablemente también lo hiciera el padre de la actriz, que trabajaba como industrial en Iberdrola. Incluso puede que ella misma, que ya contaba con 24 años para entonces.

Seguirían varios más. Apenas unos meses después, el 16 de mayo de 1980, la banda terrorista atacó directamente en el pueblo. El blanco fue el industrial Ceferino Peña, que también fue asesinado a tiros, delante de su hija de tres años, cuando atendía a un cliente en la puerta de su taller. Trasladado en un coche hasta el puesto de la Cruz Roja de Zumaya, sólo se pudo certificar su muerte.

Posteriormente, ETA reconoció que se trataba de un “error”. Se habían confundido de objetivo.

El camarero José Ignacio Aguirrezabalaga también se unió a la lista negra. Fue el 20 de marzo de 1985. Trabajaba en el bar Nikol, en la plaza central del pueblo. Poco después de las 21 horas, dos pistoleros le dispararon a quemarropa.

El pueblo salió en su defensa: jamás había sido un tipo conflictivo o que hubiera llevado a cabo algún otro tipo de actividad más allá de su oficio. Pero tenía una mácula en su expediente, a ojos de los terroristas: era familia —cuñado— de Jean Pierre Chérid, uno de los líderes de los GAL. Todo un símbolo dentro de la organización, que no era miembro de las fuerzas de seguridad del Estado. ETA alegó que era un chivato y Zumaya se revolvió: no era cierto.

El reguero de sangre en las calles del municipio continuó. Fue el asesinato del empresario Joxe Mari Korta, ya en los años 2000, el que supuso “un antes y después. Lo cambió todo”, suspira un hostelero cuando se le pregunta, sin querer ser identificado. Fue el 8 de agosto. Elena Irureta ya era una intérprete consagrada, dentro de los circuitos vascos, para entonces. Su rostro también era familiar en el resto de España.

El empresario Joxe Mari Korta fue la última víctima de ETA en Zumaya. Ahora cuenta con un polígono industrial con su nombre. Jorge Barreno EL ESPAÑOL Zumaya

Cuando mataron a Korta, Irureta ya había recorrido el País Vasco haciendo teatro. Había interpretado mil y un papeles diferentes en la ETB, incluyendo la serie Bi eta Bat, en la que coincidía con los actores que en Patria interpretan a su marido, el Txato —José Ramon Soroiz—, y a Miren —Ane Gabarain—. El gran público la había visto en Periodistas, en El Comisario. Hasta en Al salir de clase. Tenía 45 años.

De hecho, es esta muerte la que la actriz que pone piel a Bittori vivió en primera persona. No porque el resto les fuera ajenos, porque no. Todo lo contrario. Pero los Korta y los Irureta eran cercanos, conocidos. De hecho, el entonces alcalde (del PNV), que tuvo que hacer frente al atentado era el cuñado de Elena, que es uña y carne con todos sus hermanos, especialmente de sus hermanas, con las que hace vida continuamente.

Ricardo Peña presidió el pleno municipal en el que se pidieron explicaciones. También las pompas fúnebres. Recogen las crónicas de la época que 10.000 personas acompañaron a la familia —incluidos representantes de todos los partidos, excepto Herri Batasuna; también el lehendakari, Juan José Ibarretxe y el entonces vicepresidente segundo del Gobierno de Aznar y ministro de Hacienda, Rodrigo Rato—. También los Irureta. Peña fue incluso ovacionado cuando recordó a ETA "que la tierra anegada de sangre es estéril". "Abertzale de toda la vida, estuvo profundamente comprometido con la paz".

Pero en Zumaya también hubo etarras.

El caso más sonado es el de Xabier Kalparsoro, un terrorista conocido como Anuk. Fue un militante de ETA sin causas abiertas, ni acciones de la organización. Sólo se le podía acusar de pertenencia a banda armada y posesión de una pistola.

Efectivamente, así sucedió. Fue detenido por la Policía Municipal en Durango, por un intento de robo de un vehículo. Él confesó abiertamente su pertenencia a ETA. La Ertzaintza no se hizo cargo de él, aunque hubiera correspondido. Finalmente, lo llevaron la Policía Nacional a la comisaría de Indautxu, en Bilbao. Un par de horas más tarde, Kalparsoro cayó por la ventana del segundo piso de la dependencia policial.

Ingresó en el hospital, pero falleció a los dos días. Poco se sabe de lo que realmente sucedió. Lo que se rumorea en las calles de Zumaya es que lo dejaron caer, aunque la versión oficial recoge que fue un suicidio. Hubo una investigación policial: la Audiencia de Bilbao condenó a dos comisarios del Cuerpo Nacional de Policía a sendas penas de seis meses de prisión como autores del delito de imprudencia temeraria con resultado de muerte.

Edurne Egaña, líder del PNV en Zumaya. Jorge Barreno

“Todavía supura la herida”, comenta en conversación con EL ESPAÑOL Edurne Egaña, la líder del PNV en Zumaya. El conflicto vasco sigue en las calles. Y el desgarro y la indignación, también. “No es verdad cuando se dice que el pueblo vasco se ha callado, y cuando se dice que aquí se ha empezado a ir en contra de ETA cuando mataron a Fulanito o a Menganito… ya muy avanzada la década de los 90”, explica la dirigente nacionalista.

Cita los asesinatos de González, para generaciones más mayores, que se presentaron en masa en el funeral, y el de Peña. “Siendo yo tan niña recuerdo las enormes movilizaciones que hubo en Zumaya, desde el barrio donde le mataron, a las afueras, hasta el centro, y el pleno terrorífico que se produjo en el Ayuntamiento en el que la gente se enfrentó. Asistió y pidió explicaciones al mundo de Herri Batasuna”.

Así, defiende que “no es verdad que el pueblo vasco ha callado, no se ha hablado y no ha reaccionado ante las atrocidades de ETA. Ya ni qué decir a la muerte de Joxe Mari Korta. Fueron los días más duros y más tristes, más silenciosos de este pueblo, que se habrán vuelto a vivir con la pandemia, pero que jamás se han vivido. Los tres días de luto terrible que hubo”.

Identidad y patria

Es algo que la propia Elena Irureta, protagonista de Patria, declaró a este periódico cuando se encontraba de promoción de la serie. “Se me hace todo tan conocido, tan de verdad, que creo que es la primera vez que no me veo a mí ni a Ane como actrices, sino que veo a los personajes, y es la primera vez que me ha ocurrido eso”, confesó. También hizo hincapié en que en el País Vasco hay muchas Bittoris, sí, pero también muchas Mirenes [madres de terroristas]. “No son una persona concreta, sino que son muchas mujeres”.

Sin embargo, y para hablar sobre la relación vital de su pueblo, de su vida, con el terrorismo, todo ha sido silencio. Irureta ha rechazado hacer ningún comentario para este reportaje, alegando que ella “es actriz”, que ha “representado un personaje de ficción que nada tiene que ver” con ella. “Es un personaje más, igual que otros muchos…”.

Lugar donde se grabó el asesinato del Txato, en Soroluze. Jorge Barreno

Es algo sorprendente, dado el arraigo de Irureta con su pueblo. Aquí ha residido siempre, y en una casa rural, en una colina cercana a la ría y con unas vistas espectaculares de la playa, reside. Vive puerta con puerta con una de sus hermanas y sus sobrinos, en un caserío tan grande que ha compartimentado para tener un negocio: un alojamiento rural de 6 habitaciones en un enclave privilegiado.

Desde su casa, una edificación rehabilitada y que data del siglo XVI, se observan los astilleros de Zumaya. También los paseos que dibujan la ribera de los ríos. Allí se dedica a sus pasiones: pintar telas de seda, estar con los suyos.

Patria, sin embargo, no se rodó en este municipio. La serie fue grabada en Elgóibar, San Sebastián, Madrid y Placencia de las Armas. Esta última localidad representa el pueblo donde viven lo personajes principales, Bittori y Txato. 

Pero parte de ese escenario de pueblo vasco idílico también tiene que ver con el terrorismo. La arqueología del conflicto ni siquiera está oculta. Las pancartas siguen en la calle. Piden organización, libertad, revolución según traduce Google, porque, claro, están escritas en euskera.

Es curioso: en esta pequeña localidad apenas hay banderas. Un par de ikurriñas desperdigadas por algún balcón, como si hubiesen brotado solas. Sí es más común ver los pedazos de tela reclamando el acercamiento de presos de ETA a las cárceles del País Vasco. Rojigualdas, faltaría, ninguna.

Apenas un par de ikurriñas ondean en Zumaya: las banderas que más se ven en el pueblo son las que piden el acercamiento de los presos de ETA. Jorge Barreno EL ESPAÑOL Zumaya

Patria (Tusquets), el libro, gozó de una popularidad abrumadora: de él llegó a decir el entonces presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, que era el libro que más le había gustado de los que se había podido leer durante su legislatura, en la que cabía un Marca diario. Le sedujeron los matices de la historia de Bittori, la protagonista que encarna Elena Irureta en la obra audiovisual, que, a la vez que víctima, es madre, mujer y amiga, y tras el anuncio del cese definitivo de la actividad armada, vuelve al pueblo, a su pueblo, donde mataron a su marido, el Txato, por empresario que no se dejó extorsionar.

Un pueblo, su pueblo, donde aún viven todos los que le dieron la espalda, los que les señalaron por opresores y los que les querían fuera, lejos, por no ser lo suficientemente euskaldunes. Por no pagar el impuesto revolucionario. Un pueblo, su pueblo, donde se refieren a ella, una mujer con la única sed de saber antes de expirar el último aliento todos los detalles del asesinato de su esposo, como "la loca".

El libro retrata un pueblo roto y enfrentado por ETA en el que coletea una esperanza: apearse de la soberbia y pedir perdón. En Patria cabe el abrazo, aunque les chirríe a los detractores de la Vía Nanclares. Y aunque no haga milagros y sea más "un hecho simbólico", en palabras del autor en una entrevista allá por el año 2017, que un "punto final que soluciona algo".

Pero ni el texto ni la serie han triunfado en su tierra. “Todos sabemos de qué pie cojea Aramburu”, bufa un camarero. “Yo prefiero no comentarlo, me toca muy de cerca”, afirma la tendera de una mercería.

El Txato, en el centro, en una serie antigua de ETB con las otras dos protagonistas de Patria.

La explicación, con nombres y apellidos, viene de la política. El Ayuntamiento, gobernado por EH Bildu, tan sólo tiene tres grupos políticos: los abertzales, los nacionalistas vascos y un único concejal socialista. El alcalde, Iñaki Ostolaza, no quiere saber nada del libro o la serie cuando este diario le pregunta: “El Gobierno municipal cree que no le corresponde hacer una valoración sobre Patria”.

Sin embargo, un eurodiputado de EH Bildu, Pernando Barrena, la ha criticado abiertamente. "Patria no es el relato, es el relato de una de las partes: la del constitucionalismo español, gran patronal, los parapoliciales, los tribunales de excepción, los torturadores...", ha asegurado el europarlamentario abertzale en su cuenta de Twitter.

Desde el otro lado de la arena política, la visión es similar, pero con matices importantes. “Es muy genérico, tiene bastantes estereotipos y clichés. Ahonda en muchos clichés de lo vasco: el matriarcado vasco, que es más propio de los 50 y que es un estereotipo; el papel de la Iglesia, lo que deja traslucir, es absolutamente injusto, qué injusto con la lengua vasca, qué tiene que ver el euskera con ETA”, comenta Edurne Egaña. “La serie no la he visto. De momento”.

Por eso, considera que la historia de Aramburu ayuda a rememorar y eso “es bienvenido para mantenerlo en la memoria y que no quede en el olvido”. “Que las nuevas generaciones que no lo han vivido de esa manera puedan preguntar sobre ello, que se pueda hablar en las casas, en las familias, porque la memoria es fundamental para la solución del conflicto”.

Pero no es, ni mucho menos, el primer libro con todas las aristas de ETA, a su entender. Rápidamente menta Cien metros, de Ramón Saizarbitoria, escrito en los años 70, o Un hombre solo, de Bernardo Atxaga, de los 90.

Una taberna de Zumaya. Jorge Barreno

“Entiendo que las apelaciones a venganzas, a victorias, a vencidos… no contribuyen mucho en ningún relato, y menos aquí. Debemos huir de esas lecturas, de esos ganadores y perdedores, porque hacen daño. España ha pasado por eso con la guerra civil, y ¿qué ha resuelto?”, se pregunta la presidenta del PNV local. “No es la forma de abordarlo, y aquí tampoco. Siendo duros, críticos, sin ocultar nada, pero hay que contar toda la verdad. Hay que empatizar con el sufrimiento, que ha habido por todas partes”.

Ese mérito tiene Patria, “que abarca el conflicto en su integridad”. En las capas del texto, en los ocho capítulos de la serie, se desromantiza el conflicto. Muerte, sangre y balas. Y una historia que aún vive, aunque sea dando sus últimos coletazos a lo largo de todo un territorio… y que hay que contar.

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