Donostia

El paisaje lingüístico de la capital guipuzcoana de San Sebastián está en aras de cambiar. Si uno ahora se puede comprar un gorro en la mítica Sombrerería Leclerq, lo podrá hacer igual pero yendo a la Txapel denda Leclercq. Es parecido, mismo sitio; pero no es lo mismo, distinto nombre. Nada de comprar una barra de pan, sino una ogia en la Okindegia Otaegui, que se habrá librado de su castellano actual: Pastelería. Y en cualquiera de los bares de la Parte Vieja de Donostia, será mejor que en las servilletas se lea Eskerrik asko zure bisitagatik en vez de “Gracias por su visita”. Y, así, la riqueza del bilingüismo se verá sustituida por la rentabilidad de la lengua única.

A escasos metros de la Basílica de Nuestra Señora del Coro, en pleno centro, Emilio está sentado en su local mirando cómo su hija fija el tacón de un zapato. Sobre ellos, un cartel que reza, sólo en castellano, “Reparación de calzado”. “Menos el de la entrada, tenemos el resto de letreros en los dos idiomas”, dice señalando un papel que marca los horarios del negocio. “Está bien que se premie el euskera pero no se puede marginar el castellano. La mayoría de la gente de aquí no habla euskera, sólo los jóvenes, que se lo meten por las orejas”, apunta. Y cuenta una anécdota que resume la totalidad: “Cuando me iba de vacaciones y ponía el cartel en castellano, me lo tiraban. Tres veces lo ponía y tres veces lo arrancaban. Cuando lo ponía en los dos idiomas ahí se quedaba”.

De lo que habla Emilio es que el Ayuntamiento de San Sebastián, gobernado por el PNV y el PSE, está buscando impulsar el euskera en la ciudad a través de un plan que se presentará en las próximas semanas. El problema es que, lejos de tratarse exclusivamente de una apuesta por relanzar la cultura propia, está arrinconando el castellano en ese paisaje en el que, hasta ahora, convive el bilingüismo en presunta armonía.

Una de las medidas más llamativas de este plan es la que ofrece financiar los rótulos e información de las tiendas y negocios hosteleros a aquellos que quieran ponerlo en euskera, pero penalizando la presencia del castellano. Esto recuerda enormemente a la ley catalana que obliga a todo elemento informativo a estar redactado al menos en catalán.

Así, ahora en Donostia, si un comercio quiere rotular su exterior con carteles exclusivamente en euskera, puede recibir hasta 250 euros de subvención. Si, en cambio, toma la mala decisión de optar por el euskera y también el castellano, la ayuda máxima baja a sólo 60 euros. Pasa lo mismo con los menús y los rótulos del interior de los establecimientos. Si en las las servilletas pone Eskerrik asko zure bisitagatik, la ayuda asciende a 216 euros, pero si también se incluye un “Gracias por su visita”, todo ello baja a un máximo de 150 euros. Si la cosa versa sólo en castellano, no recibe ninguna ayuda.

El total de las ayudas, si se decide reformar el negocio para ponerlo todo sólo en euskera, pueden ascender hasta los 2.880 euros y si se incluye el castellano bajan en 600 euros. De esta forma, todo ello deja de tratarse de incluir el euskera y se acerca a intentar borrar el castellano. Ya lo decía el filólogo Viktor Klemperer, que el lenguaje saca a la luz aquello que una persona quiere ocultar de forma deliberada, ante otros o ante sí mismo, y aquello que lleva dentro inconscientemente.

A raíz de esta polémica medida, EL ESPAÑOL recorre el centro de San Sebastián para tomar el pulso de la situación, ver qué opinan los comerciantes a los que afecta. El sentir generalizado, de primeras, es el puro desconocimiento. Pocos saben de las ayudas del Ayuntamiento, lo que lo relega a algo meramente simbólico. Pero, a partir de ahí, hay opiniones de todo tipo. Unos a favor, otros en contra, pero con el común denominador de que los que critican la medida no quieren posar para una foto delante del local. Por si acaso.

La tabla que detalla las subvenciones del Ayuntamiento. Ayuntamiento de Donostia

“Es que aquí, en la Parte Vieja, raro es el que no conozca a alguien que haya estado en la cárcel por temas políticos”, explica Emilio, que finalmente accede al retrato frente a su negocio y ese gran “Reparación de calzado” que corona, como si fuera un animal en peligro de extinción.

-Emilio, ¿cree que si se generaliza el uso exclusivo del euskera en la rotulación podrían acabar discriminando su negocio si decide mantener el castellano?

-Pues claro que sí, temo que me discriminen.- responde rápido, sin duda.

A favor del bilingüismo

Es martes, este último, el primer día de septiembre, y sobre Donostia cae un sol que está lejos de hacerse duro por la frescura del viento. Para el turista, para el extranjero que no conozca estas tierras y llegue con ideas preconcebidas, bien cabe creer que el nacionalismo vasco lo ha ocupado todo. Que son escasos los comercios que pongan sus letreros en castellano y que la gente sólo habla euskera mientras viste el uniforme oficial que empieza por la txapela. Nada de eso.

Entrada de La Cepa, donde fue asesinado Gregorio Ordóñez. Araba Press

La gente pasea amablemente entre las callejuelas del casco histórico que forma la Parte Vieja. Alguno de los rótulos están en euskera y ofrecen el 30% de deskontua (descuento), pero la mayoría está en ambos idiomas y, a veces, sólo en castellano. Y no es por azar. Según el Gobierno regional el 43,1% de la población de Donostia sólo habla castellano y el 21,5% es vascohablante pasivo. Esto significa que, en realidad, el 64,6% de los habitantes de San Sebastián sólo saben o prefieren hablar en castellano. Y es ahí donde ataca ahora el Ayuntamiento.

La primera parada está reservada para el restaurante La Cepa, en pleno casco. El lugar no es casual. Y es que aquí fue asesinado Gregorio Ordóñez, quien se iba a convertir en alcalde de Donostia si no fuera porque un día antes de las elecciones, el 23 de enero de 1995, ETA le quitaba la vida mientras comía con sus compañeros del Ayuntamiento. Aquí, al margen del letrero con el "Restaurant", lo demás versa en castellano, desde el menú hasta la cuenta. Sólo un tímido eskerrik asko asoma al final del ticket. 

Cerca, en una esquina de la calle Narrika se yergue la famosa Sombrerería Leclercq. El local lleva ahí desde 1932 y es el único de estilo racionalista que queda en Donostia. José Mari Leclercq, venido de Valladolid y regente de la tienda, no se encuentra y Eva, la encargada provisional, coloca un letrero con los descuentos sobre una pila de sombreros. Cuando se le comenta la medida, eso, que no la conocía. Le parece bien de primeras, aunque piensa con recelo sobre aquello de que el castellano reste en la ayuda.

“Deberían ponerlo en inglés también”, comenta Eva. “En verano, entre el 90 y el 80 por ciento de nuestros clientes son extranjeros”, apunta, dando ideas. “Que se penalice el castellano pues me parece mal, aquí somos bilingües y esa es la gracia de todo esto, que ambas lenguas convivan juntas, es lo enriquecedor”, añade. Detrás del mostrador, Eva se gira y coge una chapa. Cuenta que es otra campaña que hizo el Ayuntamiento, que estaba “muy bien”, y al mostrar la chapa se puede ver una oreja con la inscripción Belarri prest. “Significa que aunque no hable euskera sí que lo entiendo. Está muy bien”, añade de nuevo.

Se podría decir que la opinión de Eva es la generalizada. Se muestra equidistante. Pero no es aceptada por unos pocos que, en cambio, hacen mucho ruido. Así, muchos que respaldan la misma opinión que Eva no quieren figurar en el artículo y despachan a los periodistas con la excusa de que hay mucho trabajo. Pocos quieren dar la cara por una versión que contradice al nacionalismo y se va generando esa espiral del silencio que acuñó Elisabeth Noelle-Neumann y que explica que los individuos adaptan su comportamiento a las actitudes predominantes, laminando la voz disidente. Es, en parte, como si se tratara de una dictadura.

Emilio en la entrada de su "Reparación de calzado". Jorge Barreno

“Claro que me parece mal pero no, no me saques”, se repite, recordando que hablar de política aquí no siempre sale gratis. Aunque pocos lo mencionan, la sombra del terrorismo, que tan duramente castigó a Gipuzkoa, planea sobre este silencio premeditado. Ahora ya no hay nada de eso y sobre el centro cuelga el polémico cartel de Patria, la serie parida de la novela de Fernando Aramburu, que ha levantado revuelo no por no poner Aberria, que es como se diría en euskera, sino por equiparar a las víctimas de ETA con las víctimas del terrorismo de Estado.

“No me saques porque estas cosas aquí cada uno se las puede tomar según por dónde le de el viento”, explica el propietario de una tienda de muebles. No conocía la medida del Ayuntamiento para financiar los rótulos y, lejos de la política, cuando se le explica en qué consiste, toma una postura firme: “me parece una chorrada”, zanja. “Estamos en una situación difícil por el coronavirus, quizás esas ayudas en vez de a rótulos podían ir destinadas a otras cosas más importantes”, explica, prodigándose bastante para no querer hablar de ello.

“Más que poner un letrero que diga sofá en euskera yo lo que necesito es que el Ayuntamiento me ayude de verdad. Que me de ayudas para compensar la caída del consumo, que me compre los geles o me pague las medidas sanitarias necesarias para que los clientes no se contagien. Eso. Ese dinero podía ir para cosas más importantes que los rótulos”, añade. Y apuntala: “Con la que está cayendo… es que lo de los rótulos, es de risa”. Y uno se va de la tienda pensando que si no habría sido mejor no decirle nada para ahorrarle el cabreo que aún le dura cuando se sienta de nuevo en la silla y espera a un cliente que no va a entrar en toda la tarde.

“El euskera se está perdiendo”

Pero, por supuesto, no todos están a favor del bilingüismo. Si no, esta medida no tendría sentido. Cuando el Ayuntamiento se escuda en promover el euskera para finalmente ir apartando el castellano es porque existe un caldo de cultivo en el que se mezcla gente que está a favor de ello, con gente a la que le da igual y con otros a los que no les apetece o no quieren correr el riesgo de alzar la voz por ello.

La mayoría de los carteles optan por el bilingüismo. Jorge Barreno

Así, del “hay que respetar ambos idiomas” que pronuncia la regente de una tienda en pro de lo que podría llamarse políticamente correcto, poco a poco, a medida que se va hablando con ella, va aflorando otro discurso. “Me parece bien la medida de los rótulos porque el euskera se está perdiendo. Con las ikastolas -las escuelas que utilizan como lengua vehicular el euskera- se hará lo que sea pero los niños salen de ahí aprendiendo castellano muchas veces mejor que en otros sitios de España”, dice.

Esto, en teoría, no es verdad. Según un estudio sociolingüístico elaborado en 2016 por el Gobierno Vasco, el uso del euskera en Gipuzkoa mostraba una tendencia en aumento. En los últimos 25 años, los vascohablantes se habían incrementado un 6,9% en términos porcentuales, del 43,7 al 50,6%. Los vascohablantes pasivos habían aumentado también un 6,6% y los monolingües, que sólo hablan castellano, habían descendido 13 puntos porcentuales. En el estudio celebraban estos resultados teniendo en cuenta además que la mayoría de los que hablan euskera son los jóvenes, que escasean en una población cada vez más envejecida.

Pero al margen de ello, es que si no existe esa teoría de que el euskera está en peligro, de que hay que rescatarlo frente al enemigo del castellano, sería difícil defender que hay que promoverlo. Y así sigue la dependienta de la tienda. “Además de que se está perdiendo, el euskera es muy atractivo para la gente, para los españoles que son tan españoles que te lo hacen notar y que te dicen que les parece mucho más interesante todo en euskera”, dice.

Algo muy similar opina una dependienta de La Oveja Latxa, una tienda especializada en productos de País Vasco que tiene varias tiendas repartidas por el centro de Donostia. “Hay mucha gente que viene del Estado español que se sorprende porque aquí no se habla euskera”, dice, con ese “Estado español” que resuena tanto. “En el País Vasco francés se habla mucho más euskera y eso es bueno también para el turismo”, apuntala.

-¿Y no cree que promover sólo una lengua puede hacer que el castellano acabe desapareciendo?

-¡Qué va a desaparecer el castellano! Es imposible que el castellano desaparezca.- responde, riéndose, llevándose la mano ante tamaña burrada que se le ha preguntado.

Una mujer en un negocio local de Donostia. Jorge Barreno

… y la libertad de España

Borja Corominas recibe a este diario a los pies del Ayuntamiento de San Sebastián. Él es el portavoz del Partido Popular en el Consistorio y, tras llegar a la cita con su bicicleta y apearse del casco dice “os voy a llevar a un lugar, para que veáis de qué va esto”. Y echa a andar por las calles, hasta que empalma con la que sube el monte Urgull, que escolta por un lateral la bahía de la Concha. Vamos hacia el Cementerio de los Ingleses, erguido en 1924 para conmemorar a los ingleses que fallecieron en la Primera Guerra Carlista. Ahí, arriba del todo, hay una placa en la que se puede leer, tanto en el idioma anglosajón como en castellano, la siguiente leyenda:

En memoria de los

valientes soldados británicos

que dieron la vida

por la grandeza de su país

y por la independencia

y la libertad de España.

Pero ya no. Hace un mes, el monumento de un siglo de antigüedad fue vandalizado y la leyenda está cubierta con cemento. También lo está parte del escudo de España que la acompaña. Según Corominas, el único delito que ha cometido es haber estado escrito en castellano y duda que se vaya a reparar en la lengua vehicular del país.

“Lo que subyace desde el Ayuntamiento es la intención de confrontar”, explica Corominas sobre el plan de fomento del euskera que se está llevando a cabo. “No es favorecer el uso del euskera per se sino a costa del castellano. Es una pena porque los idiomas no tendrían que ser para separar. Si tenemos la suerte en País Vasco de tener una cultura propia, hay que estar orgullosos del idioma, pero no quitando terreno al castellano. Es tan vasco el castellano como el euskera”, añade.

Borja Corominas, portavoz del PP, frente a la placa vandalizada del Cementerio de los Ingleses. Jorge Barreno

Corominas considera que lo que está pasando es una batalla de a pocos, por la cual el nacionalismo vasco va tomando pequeñas medidas que tienen un fin a muy largo plazo claro. En ese sentido, al igual que con lo de los rótulos en Cataluña, compara lo que está viviendo Donostia con el catalanismo moderado que vivieron los catalanes en la época de Jordi Pujol. “Y ya hemos visto a qué ha llevado eso”, dice, “no hay un nacionalismo bueno”.

“Cuando te están dando subvenciones en las que se premia que no aparezca el castellano, se está intentando laminar cualquier signo del castellano”, explica. “Aquí, casi todos los negocios rotulan en los dos idiomas, las ayudas son para que se deje de hacerlo así”, añade. “El objetivo final es que no haya carteles y menús en castellano, es mandar la sensación equivoca de que aquí no se habla castellano y no es verdad. Lo de los dos idiomas es justo la parte de su riqueza”, apunta. Y dice que no es para ayudar a los nuevos negocios sino para cambiar los ya existentes.

-¿Si no es para los nuevos negocios, qué sentido tiene?

-Con el procés catalán, la ANC y Òmnium Cultural repartieron entre los negocios pegatinas a favor del derecho a decidir, para que las colgaran en los escaparates. Es una pegatina en positivo, es un  a un derecho. Pero el problema es que luego el que no la ponía resultaba que estaba en contra. Y así, los que no lo hacían se podían convertir en un objetivo. Tanto para que te boicoteen y vayan a tu competencia, para que te den una pedrada, para que te miren mal por la calle. Aquí puede pasar lo mismo, te están dando dinero para rotular y te mandan mensajes de que lo bueno es hablar en euskera.

Sus palabras vaticinan exactamente el mismo temor que explicaba Emilio, el de la “Reparación de calzado”, si algún día el suyo es el único comercio en castellano de, aunque sea, sólo esa calle. “Pues claro que sí”, respondía, sin pensar, a la pregunta de si temía que le pudieran acabar discriminando.

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