Toledo

“Cuando entramos, sabíamos que la droga estaba allí. Pero, ¿dónde? No se veía nada. La tenían bien escondida”. Son palabras policiales tras la incautación de la mayor plantación de marihuana subterránea hallada hasta el momento. Esta vez, los ‘agricultores’ se lo pusieron más difícil de lo habitual a los agentes. Al final, quedó desmantelado un laboratorio de 300 metros cuadrados, con 1.022 plantas de cannabis y construido bajo unos olivos, algo insólito hasta la fecha.

Cerro de los Palos (Toledo) es uno de los tantos terrenos yermos de Castilla. La depuradora de agua está situada en uno de los puntos más altos. Poco más se puede saber del sitio antes de acudir. El amarillo de la tierra predomina a la vista, en un paraje donde no parece habitar nadie. ¿Quién podría pasear por aquí? ¿Qué se puede hacer en estas tierras?

Llegar por carretera hasta allí es relativamente fácil. Cinco minutos desde la ciudad de Toledo. Para saber que hemos llegado, basta con mirar a uno y otro lado. A la derecha hay un poblado de chabolas. A la izquierda, algunas fincas con poca vida. El lugar casi perfecto para esconder un tesoro bajo la tierra. O, como en este caso, una macroplantación de marihuana.

Zona en la que estaba situada el búnker en la finca E. E.

Eso debió pensar una familia rumana que llegó al lugar para hacer del cultivo y la producción de cannabis su forma de vida. Hicieron una inversión de cientos de miles de euros de la que no obtuvieron fruto alguno. La Policía desmanteló el plan cuando estaban a punto de recoger la primera cosecha. Tenían 1.022 plantas de marihuana en un búnker nunca visto hasta el momento por los agentes. Hay tres hombres y un menor detenidos.

Sin levantar sospechas, la familia compró una finca de dos hectáreas en Cerro de los Palos. Empezaron a moverlo en marzo y en junio ya lo tenían. En agosto arrancó la primera cosecha.

Dentro de la finca había una zona con tres hileras de olivo. Arrancaron la central. Hicieron un agujero de 55 metros de largo, algo más de 5,5 metros de ancho y otros 4 metros de alto. Dejaron un pequeño hueco para la entrada, colocaron paredes y techaron el lugar. Volcaron la tierra extraída sobre aquella especie de piscina y todo estaba presto para comenzar el negocio.

Arquitectura e ingeniería

El trabajo era pura ingeniería. Nadie podía sospechar que aquello sería un laboratorio de drogas. De hecho, es que pocos se percatarían de lo que allí se cocía. Sólo un lugar privilegiado en el cerro da posibilidad de visión al lugar. En caso de ver la obra, ¿por qué no se iba a poder estar construyendo una piscina?

Fue un trabajo muy profesional, aseguran a EL ESPAÑOL fuentes de la investigación. No escatimaron en gastos. No se sabe cómo, pero emplearon maquinaria pesada. Los investigadores están seguros de que con un pico y una pala no se puede mover tanta tierra. 302 metros cuadrados de terreno, unos 1.210 metros cúbicos de arena desplazados. No vale sólo con una espiocha y mucha voluntad.

Parte de la tierra levantada para fabricar el búnker E. E.

Era sólo el principio. Había que hacer habitable aquel enorme boquete. Iban a pasar horas allí, dedicados en exclusiva a su nuevo trabajo: el cultivo de cannabis. Por lo pronto, los respiraderos eran innegociables. Sin ventanas, utilizaron tuberías de drenaje soterradas y camufladas bajo la tierra. Totalmente imperceptibles hasta que uno se topa con ellas en el terreno.

Un cultivo bajo tierra necesita luz. Mucha luz. Montaron un sofisticado cuadro de mandos de alto voltaje, pero no consumían de su propio cuadro. Tenían la luz enganchada. Es decir, había que tirar el cableado unos 200 metros bajo tierra para llevarlo desde el enganche hasta el ‘búnker’. La lumbre debía calentar un millar de plantas al menos, más las que se colocaran en la ampliación que se estaba llevando a cabo. Además, hacían falta ventiladores y aires acondicionados para guardar la temperatura perfecta. El consumo de red eléctrica en la zona se había disparado.

Imágenes del cuadro de luz establecido en el zulo. Policía Nacional Toledo

Después de tanta profesionalidad, una chapuza para bajar al lugar. Al habitáculo se accedía a través de un pequeño hueco de menos de 3 metros cuadrados. Debía cerrarse con palés y otros materiales que fingieran estar amontonados. Nadie sospecharía que pudieran estar tirados por el suelo en una casa de campo un tanto peculiar. Para entrar, haciendo las veces de escalera, habían colocado una valla en vertical. En el otro extremo se hacía mientras una salida. Ahora sí que todo estaba presto para colocar la plantación.

El habitáculo ya tenía todo lo necesario para ser habitable, sólo restaba colocar lo necesario para el cultivo. Los aires acondicionados tenían que enfriar el lugar. Debían contrarrestar el calor de la lumbre. La temperatura debe ser la indicada o la plantación sufrirá. En torno a los 21 grados. Únicamente había un problema. La instalación de los refrigeradores podía delatar el plan perfecto: conlleva colocar los ventiladores en una zona al aire libre. Bajo los olivos, tapaban estos aparatos con palés y maderas. Otro triunfo más a priori: a lo lejos, tampoco se podían ver.

Entrada al zulo. Policía Nacional de Toledo

El laboratorio subterráneo estaba dividido en tres partes. La primera era la entrada. Se accedía a través de la valla mencionada. Era un lugar pequeño. Daba entrada a la siguiente habitación: la plantación.

Una puerta daba acceso a un lugar donde residían 1.022 plantas de marihuana. Suelo de tierra, paredes de hormigón armado y un techo sostenido por puntales metálicos. La inversión no daría para más después de todo. Tener todo el cultivo bajo un techo que no aportaba demasiada seguridad parecía un riesgo innecesario.

Imagen de la plantación de marihuana. Policía Nacional de Toledo

Esta segunda habitación estaba llena de macetas. Nada más abrir la puerta se podía ver aquel pequeño bosque. Una mirada a la izquierda permitía ver el sofisticado cuadro de luces. Sólo un profesional podía articular aquello. Debajo, un altavoz, quién sabe si para amenizar las labores de los trabajadores o por aquel pensamiento de que con música las plantas crecen más y mejor.

En las paredes colgaban ventiladores. El sistema de riego sofisticado, algunos bidones de agua y el termostato que caía del techo culminaban la obra. A la vista, dos columnas de plantas de marihuana separadas por un estrecho pasillo que terminaban por colorear el sitio de verde y amarillo.

Ventiladores que se estaban colocando en la ampliación. Policía Nacional de Toledo

Al fondo, una tercera habitación completaba el cubículo subterráneo construido en medio del campo. Allí se instalarían pronto nuevas cosechas. Se trataba de una ampliación que se estaba realizando. Aquí estaba la salida. Una palabra definía el conjunto de todo lo que allí se veía: profesionalidad. El laboratorio perfecto.

Inversión millonaria sin beneficios

No obstante, la familia se estaba iniciando en el negocio. Habían realizado una gran inversión, pero aún no habían recogido frutos. Saltaba a simple vista que querían hacer de aquello su modo de vida, pero algo los delataba como principiantes. Un habitáculo como el construido podía recoger hasta el triple de plantas de las que ya estaban montadas, alrededor de unas 3.000. ¿Por qué no lo hicieron? Quizás aún no lo sabían.

Operacion La Pozuela-6 E. E.

El negocio era redondo. La inversión merecía la pena si no se cuenta con la Policía, podría llegar a pensar cualquiera a quien se le contara. Era imperceptible hasta que no se estuviese en la zona. No había vecinos alrededor para quejarse del olor de la plantación, ni del ruido de la maquinaria necesitada para hacer la obra. El lugar es inhóspito. Nadie pasearía por allí. Su forma de vida en aquel sitio no levantaría más sospechas. ¿Qué podía salir mal? Merecía la pena invertir en un negocio donde se podía recoger mucho dinero. No contaron, eso sí, con la Policía y el grupo de estupefacientes de Toledo.

En datos, la cantidad necesaria para montar todo este tinglado podía ascender a varios cientos de miles de euros. Según fuentes de la investigación, la finca exclusivamente rondó un precio de 100.000 euros compradas legalmente, escrituradas. “Casita La Pradera”, se puede leer aún en la entrada. Son alrededor de dos hectáreas a las que sólo se puede llegar por un camino de tierra.

Entrada a la finca donde se encontraba la marihuana. E. E.

A partir de aquí, no se ha llegado a determinar aún qué se compró y qué se sustrajo. Esto último habría abaratado el coste de la operación, aunque también aumentó el riesgo. Los investigadores sostienen que esta familia había sustraído de un vivero cercano unos 15.000 euros en enseres entre el 5 y el 11 de julio. En total se llevaron 500 árboles (para tapar la obra), macetas, mesas y bancos de piedra, una fuente y varios accesorios de jardín.

Siguiendo con el cálculo y para hacernos una idea, la construcción de una piscina de 6 metros de largo, 3 de ancho y 1,5 de fondo podría costar unos 14.000 euros si se hace de forma legal. Quitando requisitos legales y estableciendo un precio medio, algunos expertos apuntan que el montante podría ser de entre 125.000 y 150.000 euros.

La marihuana incautada. Policía Nacional de Toledo

Ahora habría que sumar el dinero gastado en todo el material. El precio de los aires acondicionados y ventiladores, las macetas, las lámparas de luz, la tierra… Además, la compra de los esquejes de marihuana, en torno a los 2 euros en el mercado. No contabiliza el agua, que también era gratis: la sacaban de un pozo.

A ojo de buen cubero, la inversión sobrepasa los cientos de miles de euros. Podía merecerles la pena quizás. La primera cosecha daría unos frutos que pondrían la cuenta de pérdidas y ganancias en torno a cero.

Los agentes de la policía caminando sobre el terreno donde se guardaba la droga. E. E.

El kilogramo de marihuana se vende en el mercado a 1.800 euros. Es el cálculo estándar utilizado por los investigadores. Obviamente, hay plantas más caras y más baratas. Depende sobre todo del tipo de cannabis que sea y de su calidad. El precio puede llegar a alcanzar los 2.400 euros el kilo.

La familia estaba a punto de recoger los frutos de la primera cosecha cuando fueron desmantelados. Iban a poner en liza unos 150 kilos de marihuana en la primera tanda. Ya estaba lista para ser cortada. Sólo le faltaban un par de semanas. En agosto comenzaron las primeras plantaciones. Los investigadores apuntan que la droga se repartiría por todo el territorio nacional. Incluso, a lo mejor llegaba parte al extranjero. Al año, estos productores iban a distribuir un total de 600 kilogramos de cannabis. Traducido a euros significa recuperar la inversión en la primera tanda: 270.000 euros. Al año, más de un millón de euros.

Un agente de la Policía Nacional paseando junto a la finca. E. E.

No obtuvieron beneficio alguno porque la policía los descabezó. Tenían todo bien preparado: cinco cosechas distintas, plantadas en momentos diferentes para ir recogiendo frutos a lo largo del tiempo. Ni siquiera la primera llegó a salir al mercado. El negocio familiar se había ido a pique.

Dedicados al sector primario

Más allá de la entrada policial, la ‘Casita La Pradera’ podría pasar por otra de las fincas de Cerro de los Palos. Por una granja, vaya. Llegamos a la puerta superando los baches de los caminos de tierra, viendo las advertencias de algunos vecinos cansados de los robos. Un cartel colgado en una finca porta como imagen una escopeta recortada y avisa: “En esta casa no llamamos al 091, tus derechos terminan donde comienzan los míos”. Están cansados de los robos, no hace falta ser un lince para percatarse.

Imagen de la granja existente en la finca. Policía Nacional de Toledo

Continuando sobre el terreno amarillento, llegamos al lugar donde está situada la casa. Sin encontrar a nadie por el camino, después de 15 minutos, dejar el coche en medio del carril no parece una mala idea. Subidos a un cerro cercano, se puede ver la casa, pero poco más. Ni un minuto después se acerca el primer vehículo hasta donde estamos. No espera a que nos apartemos, sino que es él quien se coloca a la derecha. Dentro, un hombre que parece tener una gran corpulencia. Espera que nos movamos nosotros. Al pasar a su lado por este estrecho camino, nos mira con cara de pocos amigos. Aunque pasemos despacio y con la ventana bajada para tratar de hablar, no parece que sea una opción. Mejor nos vamos.

Volvemos a la mañana siguiente. Pasear por el sendero que rodea la casa da pistas de cómo vive la familia. Se autoabastecen. Se escucha el mugido de una vaca. Cuando la Policía accedió al lugar se encontró con toda una granja. Vacas, gallinas, cerdos, patos… “Y varios perros que no parecían muy amables”, aseguran los agentes de la Policía. Fuertes sí estaban los animales.

Imagen de los canes que tenía la familia. Policía Nacional de Toledo

Los canes son utilizados con frecuencia por los productores de cannabis y otras drogas. Han atacado en más de una ocasión a la policía cuando entra a hacer un registro. Sin embargo, están ahí para disuadir a otros productores de darles un vuelco. En este caso son al menos tres, de raza pitbull. Dos con tonalidades grises situados en una zona vallada y otro, con una mancha blanca en la cara, que parece encerrado entre los aperos de la ampliación.

Paseando en segunda instancia por el lugar, dos mujeres salen a la puerta. Se escucha el ruido de maquinaria en la finca. Dentro quedan, al menos, varias mujeres y niños. “¿Algún problema?”, dice una de ellas. Es joven y le acompaña otra muchacha que también debió nacer ya en el siglo XXI.

Las familiares hablan con la policía en la entrada a la casa. E. E.

Aquí sigue residiendo la mayor parte de la familia, a excepción de los cuatro detenidos. Mujeres y niños, en su mayoría. “No sé el parentesco exacto de todos con todos”, dice unos de los agentes que nos acompaña. “Dos de los detenidos dentro del zulo son hermanos de padre y madre. El tercero, el menor, creo que es hermano sólo de padre. El cuarto, que entró con la furgoneta, es un primo. Este era el que constaba en las escrituras”, resume. Un mejunje familiar.

Los cuatro detenidos

La operación policial desarticuló a la banda. La dejó descabezada en principio. El acceso al zulo se hizo por la tarde. Se había solicitado por la mañana y a las 17 horas ya se tenía el permiso. Los agentes entraron al terreno sabiendo que en aquel lugar había plantaciones de marihuana. Lo que no sospecharon es que se encontrarían con la mayor plantación de marihuana subterránea hallada hasta la fecha. El grupo de estupefacientes de Toledo ha realizado incautaciones muy superiores, de 5.000 o más plantas, pero ninguna como esta.

Miembros del grupo de estupefacientes trabajando en la operación. E. E.

Cogieron a tres de los miembros trabajando en la plantación. Entraron y estaban haciendo las labores propias de la producción. Uno de ellos era menor de edad. El parentesco es el explicado anteriormente.

Mientras se realizaba el registro, una furgoneta arribó a la finca. Dentro, el cuarto detenido. Era el dueño del lugar por escrituras y la furgoneta también era suya. Sin embargo, el vehículo permitió a los agentes relacionarles con los robos sufridos en el vivero en julio. La furgoneta era similar a la empleada por el propietario de la empresa y le habían robado todo lo necesario para ponerla casi nueva: puertas, ruedas, capó… Además, se encontraron en la casa la mayor parte de los elementos sustraídos en los robos perpetrados en el vivero.

Material preparado para hacer una ampliación en el búnker. Un perro, entre los materiales. Policía Nacional de Toledo

Los tres detenidos mayores de edad ya se encuentran en prisión a la espera del juicio.

Todo el operativo policial fue organizado por el Grupo de Estupefacientes de la Comisaría de Toledo. Las primeras pistas llegaron a través de los grupos de Ciudad Real. A partir de ahí, comenzaron el operativo, encabezado por el jefe del grupo Francisco Acebedo. Este año ya han incautado más de 14.000 plantas. Alrededor de 23.000 plantas de marihuana destruyeron en 2019. Lo llamativo de esta operación fue el modus operandi. “Muy profesional. Tenían un objetivo a gran escala. La plantación iba a ir distribuida, al menos, por todo el territorio nacional”, sentencia Acebedo, que lleva 26 años en estas labores.

Noticias relacionadas