Ane nació el 27 de diciembre de 2019 con 24 semanas y 600 gramos de peso. Aunque, a corto plazo, las probabilidades de supervivencia para esta pequeña eran muy limitadas. Su lucha diaria hizo que poco a poco fuese remontando. Era prematura, pero fuerte. Sin embargo, en nueve días, de repente, todo cambió. Elisabeth, su madre, notó que su hija apenas se movía en la cuna. Advirtió a las enfermeras, pero le dijeron que era algo normal. Al día siguiente, la cosa no mejoró. Tampoco después. Varias bajadas de tensión y de oxígeno, un fallo renal y finalmente un derrame cerebral acabaron con el peor de los desenlaces. 

"Ha dejado de luchar", les dijeron los médicos a Ion y Elisabeth, los padres, el 9 de enero, cuando la pequeña murió. Ellos dieron por hecho, entonces, que su hija fallecía por su prematuridad y que había luchado todo lo posible. Una semana después, sufrieron tal vez el mayor golpe de su vida. Su hija Ane, en realidad, no había dejado de luchar. 

La Unidad de Neonatos del hospital Donostia, en San Sebastian (País Vasco) les citó para una reunión. En dicho encuentro, tres responsables del área comentaron con los padres la posibilidad de que a Ane se le hubiese suministrado un fármaco de manera errónea días antes de su muerte. En aquel momento, ni siquiera mencionaron el tipo de medicamento. Solo eran sospechas. Más tarde se confirmó en forma de informe toxicológico. La bebé había muerto por una confusión entre dos medicamentos tras nacer en dicho centro. El hospital suministró a la recién nacida un potente anestésico, Propofol, (su uso es quirúrgico y para niños mayores de 3 años), en lugar del suero alimenticio Smoflipid, que se da por vía parenteral a este tipo de pacientes para que ganen peso. 

La hija de Ion y Elisabeth estaba bien hasta que el día 3 de enero empezaron a darle propofol. Esa tarde, su madre lo notó. Pero nadie le dio importancia. Los médicos siguieron suministrándole la medicación hasta dos días después, cuando todo se volvió inevitable. No había nada que hacer, les dijeron. Ahora, nueve meses después, luchan porque se conozca toda la verdad. "Queremos saber qué y cómo ocurrió, en honor a Ane; y sobre todo que no vuelva a ocurrirle a nadie. El sufrimiento que estamos pasando... no hemos vuelto a ser los que éramos antes. Todo el rato, una y otra vez, te haces las mismas preguntas: ¿Qué hubiera pasado si...? ¿Estaría viva?", relatan estos padres, en una entrevista con EL ESPAÑOL. 

"Una confusión"

Todo comenzó con un parto de urgencia. Elisabeth era madre primeriza y había tenido algunos problemas durante el embarazo. Así que el 27 de diciembre, tras sufrir un sangrado con pérdida de líquido amniótico, los médicos decidieron realizarse una cesárea. "Nos advirtieron de todos los riesgos, de que las probabilidades eran un 0 y 100%. Sí o no. Pero la evolución fue muy buena, no nació con ningún problema, salvo que sus pulmones no estaban totalmente desarrollados", cuentan los progenitores. 

La pequeña incluso comenzó con la lactancia materna y a mostrarse cada día más activa. "No paraba de moverse con los cables, llegó incluso a sacarse una sonda de la boca. Para lo pequeña que era, era muy vital", cuenta su madre. Pero todo cambió en cuestión de horas. El día 3 de enero, no respondía ya a ningún estímulo. El día 4 sufría la bajada de tensión y de oxígeno. El 5, los médicos les advertían de que se le habían paralizado los riñones y de que había dejado de luchar. "Avisad a vuestra familia, la niña se va". Todo, en realidad, estaba siendo provocado por el fármaco anestésico. 

"Al día siguiente, vimos que tenía un espasmo en las piernas y le pusieron los electrodos para medir la actividad cerebral. Después supimos que el propofol le había causado un derrame cerebral. No había actividad. Esa madrugada, a las 04.00 horas nos avisaron de que no había nada que hacer y de que teníamos que tomar una decisión", rememora Ion, conteniendo la respiración, a este diario. 

Siete días después, tras haber incinerado el cuerpo y haber celebrado el sepelio, el hospital llama a los padres para contarles todo. Tras un primer encuentro, en el que manifiestan ciertas sospechas; en la segunda reunión, una vez recibido el informe tras las muestras de sangre realizadas a la pequeña el 5 de enero, los responsables de la Unidad de Neonatos les confirman que había habido un error farmacológico. "Le habían puesto un anestésico que le había anulado todas las capacidades motoras, en lugar de unos lípidos para engordar al bebé. Te suena a algo surrealista. Te sientes impotente, no sabes qué hacer. Estuvimos un mes en shock", detallan Ion y Elisabeth. 

Pero si hay algo que no logran olvidar de esa reunión son las palabras de la enfermera jefe. Se excusó diciendo que tal vez había sido una confusión porque los envases de los dos fármacos que se habían utilizado eran muy similares. "Afirmó que ambas sustancias eran muy lechosas y que habían comprobado que podían dar lugar a confusión; nos pareció un insultó no solo a nosotros, sino a todos los sanitarios", denuncian. El informé medicó apuntó que la pequeña Ane había recibido propofol el día 3, 4 y 5 de enero, durante al menos 48 horas. 

Otras víctimas

Por otro lado, estos padres también se preguntaban si al igual que su hija otros neonatos también habían sido víctimas del error farmacológico. Y así era, había otra familia. Las dos parejas se encontraron por casualidad en un entierro de un familiar de ellos en Rentería (San Sebastián). Entonces se dieron cuenta de que habían vivido el mismo drama. Ambos habían sido llamados por los responsables del servicio para comunicarles que se había producido un "cambio de medicamentos". "Yara, su hija, había sobrevivido, pero se había quedado ciega. Y tendrán que esperar a que pase el tiempo para ver cuáles son todas las consecuencias", sostiene Elisabeth. 

Ahora, a través del abogado bilbaíno Carlos Gómez Menchaca, ambas familias reclaman indemnizaciones por daños. En concreto, unos 150.000 euros para cada uno de los padres de la niña fallecida, 60.000 para la madre del bebé que ha sobrevivido con secuelas y 400.000 para esta última. 

"Queremos saber por qué se tardó tanto en comunicarnos lo sucedido y qué ha fallado en la distribución de los medicamentos. El día 5 de enero se dieron cuenta de que se le estaba administrando propofol y dejaron de dársela. ¿Por qué tardaron una semana en decírnoslo? La incineramos, la enterramos y ahora no se le puede hacer una segunda autopsia. Tienen que asumir su responsabilidad; y después, estaremos dispuestos a llevarlo por la vía penal", sentencia este matrimonio vasco. 

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