“Hola mamá, hola papá. Veintitrés años sin vernos y aquí estamos los tres. Por fin, juntos. A pocos metros del abuelo Aurelio y de la abuela Elena, que están aquí enterrados, en nuestro visitado cementerio de Faramontaos, al que veníamos a traerles flores nada más llegar de Ermua”.

“Cuando me trasladaron a Faramontaos en 2007, 10 años después de ser asesinado de dos tiros por los salvapatrias de ETA, me sentí terriblemente solo, pero muy tranquilo. Me impresionó mucho leer la frase del monumento que habían erigido en mi honor, en la entrada del camposanto. Yo, el hijo de todos, como me llamaste, mamá, el día de mi entierro en Ermua, aquel doloroso 14 de julio de 1997, me convertí en un héroe a la fuerza; de ahí que me levantaran un monumento”.

“La placa conmemorativa dice: porque has soñado entre los rincones de las estrellas, hallaste un camino de luz que fluye hacia la liberación. Morirse es, en cierto modo, una liberación. Para mí no lo fue. Tenía 29 años recién cumplidos y mis sueños eran más terrenales: casarme, tener dos hijos, tocar la batería, defender la libertad en el País Vasco, ver partidos del Barça… Para vosotros, morir sí habrá sido una liberación, como reza la placa, porque sé que no pudisteis superar el dolor de mi muerte inesperada”.

“Mi agonía, de la que ya se han olvidado la mayoría de los españoles, fue más corta de la que ha sido la vuestra, que habéis muerto con apenas dos semanas de diferencia: tú, Miguel, en el hospital Santiago, de Vitoria, el 12 de marzo, y mamá, en Madrid, el 1 de abril, en el Ramón y Cajal”.

“¡Cómo eres, mamá! Siempre tan servicial. Ad usque fidelis. Fiel hasta el final. Ahí estuviste 15 días pegada a la cama de papá, con su mano entre tus manos. Recuerdo ahora que papá era el fuerte de la familia, hasta que se enteró de mi secuestro y se derrumbó. Tú, aparentemente más débil, permaneciste en pie. Y mantuviste la compostura durante las 48 horas que duró mi secuestro, hasta que aparecí en un camino próximo a Lasarte. Para qué seguir con aquella historia”.

Con todo el tiempo por delante

“Papá, falleciste en Vitoria, donde os instalasteis huyendo de Ermua; y Marimar se llevó a mamá con ella a Madrid. Te pusiste enferma, te llevaron al Hospital Ramón y Cajal, y allí moriste sola, cinco días después, como miles y miles de españoles que han sucumbido a la pandemia. ¡Qué horror! Pero ya estamos los tres juntos, con todo el tiempo por delante, con los tíos Aurelio y Pacita que vendrán a visitarnos todos los días y a traernos flores como han hecho conmigo desde que estoy aquí”.

La novia y la hermana de Miguel Ángel Blanco.

“¿Sabéis que el sacerdote que ha oficiado hoy sábado, 20 de junio, el funeral se llama Julio? Existe una hilo de afecto y espiritualidad entre él y yo, por eso se ha emocionado más de la cuenta. La primera misa que ofició fue precisamente el día que me mataron, en la tarde del 12 de julio de 1997”.

“En realidad, quedé en muerte cerebral. ¡Menudo drama fue desconectarme! Un drama sobre otro drama. Nadie quería decidirlo. Hasta se le preguntó al vicepresidente Álvarez Cascos que estaba por el hospital de San Sebastián donde me llevaron. Esas cosas, dice el padre Julio, no se olvidan. Lo de decir misa el día que me dispararon. Normal. Tampoco a mí”.

“Nuestro vecino de tumba, Pedro Pontes García, maestro de enseñanza y naturalista, es un hombre cultivado. Me habla con frecuencia de una iglesia de Florencia llamada Santa María Novella, donde dice haber leído una frase insuperable para el asunto que tratamos. Aparece escrita sobre un sarcófago pintado: “Lo que tú eres ahora, yo lo fui una vez; lo que yo soy ahora, tú lo serás algún día”.

“Según me ha explicado, la descubrió en un fresco de un pintor renacentista, Tommaso de Masaccio, titulado La Trinidad. Masaccio fue, también, un cadáver bonito: murió a los 27 años, dos más joven que yo. Sin embargo, le dio tiempo a revolucionar las reglas de la pintura al aplicar sobre sus cuadros las leyes de la perspectiva científica, descubiertas por Brunelleschi. ¡Las veces que me lo habrá repetido el maestro!”.

“La perspectiva condiciona tu visión de las cosas. Dependiendo de en qué punto te encuentres en la contemplación de una escena, las cosas se ven de manera diferente. Seguramente fue lo que sucedió con mi asesinato. Cambió la perspectiva con que se veía la violencia de ETA. No sé si por primera vez, porque no quiero dármelas de nada, un asesinato etarra fue sentido por la mayoría de la sociedad como lo que era: una persona a la que inopinadamente le habían quitado la vida”.

“Ese muerto, yo, la víctima 791 de la limpieza decretada por la organización terrorista, podía haber sido el hijo, el hermano, el novio, el amigo de cualquier español, pensara como pensase, fuera del PP, PSOE o de Izquierda Unida, del Madrid o del Barça. Así fue sentida mi muerte, incluso por una parte de los seguidores de HB”.

La familia de Miguel Ángel Blanco camino del cementerio.

"Me convertí en revolucionario"

“Sin quererlo ni buscarlo, me convertí en revolucionario de las leyes de la perspectiva de la violencia de ETA, como Bruneslleschi y Masaccio en la pintura. Masaccio utilizaba el pincel para hacer arte y yo las baquetas de la batería para hacer música, salvando las diferencias”.

“El cuadro La Trinidad en realidad es un mural que representa una capilla ficticia donde se narra la crucifixión de Jesucristo, con nuestro Dios Padre sosteniendo la Cruz por detrás. En primer plano, aparecen Juan El Evangelista y María, la madre de Cristo, quien con una mano señala el dolor insuperable que le produce ver a su hijo en tal estado, crucificado y muerto después, al tiempo que dirige su mirada incisiva hacia el espectador solicitando complicidad ante tan horrendo crimen”.

“Don Pedro, que lleva aquí desde el 7 de diciembre de 2015, insiste en que la escena le recuerda a lo que yo experimenté en mis propias carnes. Yo, el mártir de todos, primero secuestrado, luego tiroteado y finalmente muerto, como Jesús. El mártir inesperado de Ermua. Haciendo una traslación, Juan y María serían mi padre y mi madre, vosotros, conmovidos y hundidos, sin acabar de creer que fuera primero el secuestrado por ETA, después el malherido del hospital y, a las 12 horas de mi ingreso en el centro, un efímero cadáver”.

“Tampoco me dio tiempo a viajar a Florencia. Viajar allí con mi novia Mari Mar, que se llamaba igual que mi hermana y vuestra hija. Contemplar allí, de frente, el David de mi tocayo Miguel Ángel. Acudir después a la Iglesia de Santa Croce, donde están enterrados Buonarotti, Galileo Galilei y Maquiavelo, según me explica don Pedro”.

Miguel Ángel Blanco (centro) con sus compañeros de la mili.

“Cuando llegué a Faramontaos, después de un larguísimo viaje de más de 500 kilómetros, como os ha ocurrido a vosotros, papá en una urna desde Vitoria, y tú, en otra, desde Madrid, desanduve el camino que realizasteis vosotros por separado en los años 60. Nacisteis en dos aldeas orensanas de aquí, separadas por unos pocos kilómetros, pero os conocisteis en Ermua. Paradojas de la vida. Los gallegos siempre volvemos al lugar de origen, como las tortugas a desovar. Y aquí estamos ya los tres”.

“Recuerdo ahora que la tía Pacita me preguntó la última vez que me vio vivo, en la Semana Santa de 1997, si no me daba miedo ser concejal en Ermua. ¡Pero quién va a querer hacerme daño si sólo me dedico a pedir cosas para los pobres!, le contesté. Era medio verdad y medio mentira. Una mentira piadosa porque, hombre, no éramos imbéciles y todos teníamos la mosca detrás de la oreja y sabíamos que, a las malas, podía tocarnos a cualquiera".

Sin pedir perdón

“Podría quejarme de mi destino, pero no voy a hacerlo. Tampoco serviría de nada. Allá se las apañen los vivos. Menudo panorama hay ahora en el País Vasco: sin violencia física, gracias a Dios, pero con la violencia anímica que produce ver a los amigos de los asesinos ocupando puestos políticos principales y sin pedir perdón por el daño infligido”.

“Pero no nos pongamos trágicos. Ya se sufrió demasiado. Todo sea por esa señora llamada Paz y apellidada Perdón. Pero, por favor, que no se llame ni se apellide Olvido. Sería imperdonable. Insisto: no voy a quejarme. Soy un privilegiado al vivir en este paraíso. Faramontaos, ahora junto a vosotros. Según me ha explicado don Pedro, mi particular maestro naturalista, el río Arnoia, que pasa por aquí, aparece documentado ya en el año 936 como “Fluvio Arnogie”. El topónimo Arnoia significa fluir, moverse, nombre apropiado para un río, porque, como decía Jorge Manrique en las Coplas dedicadas a la muerte de su padre, “Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar que es el morir: allí van los señoríos”.

“Lleva razón Khaled Hasseini cuando escribe en “Cometas en el Cielo” que sólo existe un pecado único y universal: el robo. Con muchas clases de robos. “Cuando matas a un hombre, le robas la vida. Cuando mientes, robas el derecho a la equidad”. Dos robos distintos indisolublemente unidos para las víctimas de ETA: nos robaron la vida, pero, por favor, que no nos roben ahora el derecho a la equidad al explicar nuestras historias truncadas”.

“Vosotros sabéis mejor que nadie, porque ETA os quitó a vuestro hijo, que cuando te roban la vida, no pierdes sólo lo que tienes; te hurtan por anticipado los que habrías llegado a tener. Yo, por ejemplo, además de poder ver hacerse mayores a mis padres, poco a poco y no prematuramente envejecidos por mi asesinato, tenía varios sueños. Uno era tener hijos, que es la mayor inversión de futuro para cualquier persona. Tener un hijo es como comprar acciones para no venderlas jamás. Suban, bajen, se estanquen, se hundan, se disparen. Mejor otro verbo en vez de disparar. Me trae malos recuerdos”.

Jaime Mayor Oreja frente al ataud de Miguel Ángel Blanco, cubierto por la bandera de Ermua. 14 de julio de 1997.

“Estaba hablando de los hijos que no tuvimos. O, mejor, que no tuve. Dos parecía el número mágico y dos son los que han tenido precisamente mis asesinos. Sin acritud me pregunto: ¿Qué valores estarán enseñando a los pequeños? Me lo puedo imaginar. Pese a todo, me alegro por ellos: han podido nacer, no como los hijos que no tuve, y tienen a sus padres aunque estén en prisión, no como tantos huérfanos que dejaron precisamente Txapote y Amaia.

“¿Quién iba a decirme a mí, tan contrario a la violencia, que podría llegar a envidiar en algo a García Gaztelu, el famoso Txapote, y a Gallastegui Sodupe, Amaia, su compañera de asesinatos y de paternidad. Que haya podido ser padre en la cárcel es una prueba más de la grandeza del sistema democrático español frente a la dictadura partidista y excluyente que ellos habrían implantado de haber ganado “la guerra”, la que ellos declararon al Estado español”.

"Los hijos que yo no pude tener"

Txapote y Amaia tuvieron los dos hijos que yo no pude tener. La parejita. Primero, el niño, y luego la niña. El varón (para qué poner nombres, ¡qué más da!) nacido en septiembre de 2002, y la niña en marzo de 2007. ¡Qué envidia! Madrileños ambos de nacimiento. Nacidos en la capital de España, aparecerá en su tarjeta de identificación. ¿O también suprimirán esto?”.

Portada de 'El hijo de todos'

“Pero el día de nuestro reencuentro, mis asesinos no merecen que les dediquemos más tiempo. Esta semana, por cierto, han sido noticia. 22 años después de haber asesinado a Manuel Zamarreño, el 25 de mayo de 1998, hecho que se produjo nueve meses después de matarme a mí, van a ser juzgados. El asesinato del concejal del PP en Rentería es uno de los 300 cometidos por ETA sin resolver”.

García Gaztelu y Gallastegui Sodupe siguen en la prisión de Huelva. Y son de los duros. Han tenido el privilegio de tener hijos, de poderles ver cada cierto tiempo y de vivir a pocos metros; él, en la cárcel de hombres, y ella en la de mujeres. Hasta donde me llega aquí, acabarán siendo aproximados al País Vasco y ya veremos si no liberados antes que después”.

“Mamá, papá: algo que he visto desde aquí es que ahí afuera se amortiza pronto a los muertos: a los de ETA, a los del 11-M y ahora, vais a ver, a las víctimas del coronavirus, como tú, mamá. Ellos sabrán lo que hacen. Nosotros, ya estamos juntos hasta el final, aquí, en Faramontaos, donde nacisteis y nos hemos vuelto a encontrar, con los abuelos al lado”.