Al mediodía, en la madrileña y ya protagonista calle Núñez de Balboa, el poco ruido de los coches permite escuchar, perfectamente, las conversaciones de los viandantes. Es el tramo del tiempo de paseo de los más mayores, pero las que pueblan las aceras son vecinos con ganas de comprar. Muchas.

Porque este lunes daba el pistoletazo de salida la compra libre: por primera vez en meses, los ciudadanos podían ir a sus comercios de cabecera y entrar, mirar, probarse, comprar. Incluso se podían disfrutar de las rebajas. Como si se hubiera vuelto a la vieja normalidad. Pero no.

Ni todas las tiendas se habían decidido por levantar la persiana, ni todos los posibles clientes se decidían a esperar las colas que se generaban para no colapsar el reducido aforo. Aunque intenciones no faltaban.

"Habrá que despedir para sobrevivir"

Y a eso se aferran estos pequeños empresarios. “Nos han fastidiado: la gente ya no entra a mirar y la facturación se ha reducido a la mitad, si no a más. Habrá que despedir para sobrevivir”, resume Antonio, dueño de la mercería Edelweiss, en la aledaña calle Lagasca. Pero, mientras, a agarrarse a estos primeros clientes.

EL ESPAÑOL recorre el barrio de Salamanca, fotografía de las protestas contra la gestión del Gobierno de Pedro Sánchez, esta vez durante la mañana. Hay cierto bullicio: saludos por aquí y por allá, conductores pitando desde sus coches para llamar la atención de sus conocidos.

Antonio, dueño de la mercería Edelweiss, que tiene seis trabajadores. Carmen Suárez EL ESPAÑOL

Rebajas, lo que se dice rebajas, había pocas este lunes. A pesar de que diferentes asociaciones de pequeños comerciantes habían clamado por que fueran posibles - “Sería una ruina, una sentencia de muerte”, en palabras de la patronal valenciana-, en este área de Madrid prácticamente ningún negocio colgaba el cartel.

“Rebajas no. No podemos permitírnoslo. La gente abre, tiene ganas, pero han sido dos meses de pérdidas. No, nosotros no. No vas a recuperar dinero”, arguye Patricia, segunda generación al frente de la mercería Chasoan, detrás de una mampara de protección y con un ir y venir constante de clientes que parecen habituales.

El sentir es colectivo y todos los negociantes consultados se encomiendan a lo mismo: su barrio y sus vecinos. Tienen miedo y le ven las orejas al lobo, sí, “pero la gente tiene muchas ganas de normalidad. Más nos vale”. El riesgo de extinción está ahí. 

Mascarillas y gel, a disposición

Pero lo que sí puebla Núñez de Balboa y alrededores son mascarillas. Unas higiénicas, otras FFP2, algunas de tela de colores y, claro, cómo no, con la bandera de España. Porque las rojigualdas no sólo sirven para protestar en el vecindario, parece. También, para guarecerse.

Marta Echevarrieta, de Borgia Conti. Carmen Suárez EL ESPAÑOL

Cualquier medida de protección parece poca, pero ya no por el miedo a contraer el virus, sino a que se asuste a la clientela. Marta Echevarrieta, responsable de la tienda de decoración Borgia Conti, por ejemplo, dispone de mascarillas y gel antiséptico para todo aquel que entre en su local.

En el interior, mucho movimiento, a pesar de que apenas puedan estar dentro más de tres personas a la vez. “Hay gente, sí, pero no como antes”, admite, con lo que se intuye una sonrisa algo triste detrás de su mascarilla. “Hemos abierto hoy con ilusión, mucha, porque ha pasado mucho tiempo. Pero no pueden dejar que abramos y no dejar a la gente salir. Es un sinsentido”, afirma.

Para ellos, el negocio no va del todo mal. Podrían irse a pique, sí, admite, pero se agarra a su clientela habitual y a los vecinos como a un clavo ardiendo. “Vamos tirando con nuestros proyectos de interiorismo, pero todo lo que es venta de tienda....”, aduce.

Rápidamente, una clienta, que persigue un modelo de lámpara que le han tenido que buscar en el almacén, se suma a la conversación y apostilla: “¡Es que llevamos dos meses sin gastar!”. “Ganas hay, claro, pero porque la gente quiere volver a la normalidad”, añade la dueña. “Pero por mucho que vendamos, las pérdidas de estos meses no nos las quitamos de enmedio”.

Clientes esperando, pacientemente, a las afueras de una ferretería. Carmen Suárez EL ESPAÑOL

Lo cierto es que era complicado encontrar un negocio abierto… y vacío. La inmensa mayoría de pequeños comercios ni siquiera se han animado a abrir, pero quienes lo han hecho en rara ocasión se encontraban vacíos por mucho tiempo. Los horarios, complicados -por su reducción y segmentación horaria: de 12 a 14 horas y de 17h a 19h, principalmente-, despistaban a quien quería pasear y fisgonear entre tiendas.

Jóvenes parejas por aquí, mujeres mayores por allá. Madres e hijas que se entretenían comentando escaparates. La vida, a momentos, parecía como si se detuviera en las calles de este distrito. Y las mayores colas se arremolinaban frente a las tiendas de toda la vida: mercerías y ferreterías reunían a dos, tres, cuatro clientes esperando, pacientemente, fuera del establecimiento.

Pero las rebajas, que estaban permitidas siempre “que puedan asegurar que no se generen aglomeraciones que impidan el mantenimiento de la distancia de seguridad, el cumplimiento de los límites de aforo, o comprometan el resto de medidas”, brillaban por su ausencia.

"Libertad, nada impuesto por el Gobierno"

Nieves Fernández, de la zapatería Ganzitos, en calle Lagasca, sintetizaba el sentir del barrio: “La opción la tenemos que tener cada empresario. Libertad, nada impuesto por el Gobierno. Cada uno conoce su negocio. Nosotras no vamos a poner nada, pero tenemos que decidir nosotras”, aducía.

"Cada uno conoce su negocio", dice Nieves Fernández, responsable de la zapatería Ganzitos. Carmen Suárez EL ESPAÑOL

El hartazgo se hacía patente en Núñez de Balboa. Rebosaba por un lado, pero también por el otro. Porque Rosana, por ejemplo, encargada de la tienda de ropa By Bámbula, se lamentaba de tener que haber llegado a estos extremos para poder arrancar con el negocio, de nuevo.

En su caso, sí ha decidido coger el guante del Gobierno y poner descuentos: “Hay que sacar la mercancía. Son muchos meses, muchos pagos. Tenemos que darle salida de alguna manera”, se excusa cuando se la interpela. Rápidamente se vuelve hacia dentro de la tienda: una clienta parece haberse decantado por una prenda y quiere probársela.

"Que quiten todas esas historias de aforos y distancias y la venta se reactive, porque se puede aguantar un tiempo pero no mucho", barruntaba el dueño de una pequeña joyería, que ha perdido el 70% de su facturación y que ha preferido no dar su nombre a este periódico. “Nadie sabe nada, ni Dios. La gente está preocupada en otra cosa”. Aunque, a ojos de cómo estaban las calles este lunes, la verdadera patria son las compras. O, al menos, de momento.

La tienda de Rosana sí se ha decidido a poner rebajas. Carmen Suárez EL ESPAÑOL

Noticias relacionadas